22 de septiembre de 2008

CADA ESTACION CON SU RECUERDO


Me siento muy feliz de que hayamos llegado a la visita número 1000, y espero que la frecuencia continúe por lo menos en el mismo orden. He pensado que por edad, soy ya como una reliquia viva de los avatares de Marbella (exagerando un poco, nací a mediados de los años cuarenta...) y por ello, he decidido traer a estas páginas el recuerdo de cómo se vivían las estaciones en mi época, de lo diferente que eran para los que en aquellos tiempos habitábamos al ciudad. Por ejemplo, en septiembre o quizás entonces era en octubre, volvíamos al colegio. Entonces no había la variedad que tienen los padres hoy a la hora de llevar a los suyos, ni tampoco los problemas que eso acarrea. Sólo existían en los años cincuenta tres profesoras para niñas (la enseñanza no era, por supuesto compartida entre niños y niñas ), que eran, doña Carola Luque, profesora de la escuela unitaria nº 1, cita en la calle Apartada –lindando con lo que hoy es el Bar Altamirano-, escuela a la que asistíamos las niñas que vivíamos en el centro, servidora entre ellas, doña Paquita Carrillo, cuya escuela estaba en la actual calle Miguel Cano, y doña Pepita Cano, creo que en la Huerta Chica. Para niños estaban don José Rivera, en la misma calle Apartada, pero en la parte de abajo, don José Molina, don José Alcalá, y don Antonio Duarte. La enseñanza sí era casi idéntica para todos puesto que venía regida por los principios que formaban el llamado Movimiento Nacional, especie de partido único que era el aglutinador de las doctrinas del franquismo y la Iglesia. Las niñas vestíamos un babero blanco con cuello bajo el que nos ponían un gran lazo rojo. Cada mañana, en el patio formábamos una fila antes de subir a clase, y cantábamos con el brazo en alto el famosísimo “Cara al Sol”, seguido de las tradicionales vivas a España y el Generalísimo. A continuación doña Carola nos hacía subir y empezaba un día de clase, en el que si mal no recuerdo se empezaba con un dictado, seguido de la explicación del tema del día, con especial atención a la Historia Sagrada, un problema matemático y al final las clases de labores, en las que le ayudaban su hija Carolita (con posterioridad casada con Antonio Herrero, extraordinario periodista, y padre del trágicamente desaparecido periodista de prensa y radio del mismo nombre)y otras chicas mayores, como Pepita Ramírez. Doña Carola, de quien escribí una corta semblanza en un periódico local, fue una persona de fuerte personalidad, con carácter autoritario, como pedía el momento para un enseñante, gran belleza y elegancia que impregnaba el colegio de un aire muy personal, producto de lo que hoy, seguramente se llamaría “carisma”, aunque entonces era el resultado de una mezcla entre el miedo y la admiración. La forma, como ya saben era esencialmente memorística, desde las tablas de multiplicar cantadas hasta la lista de los reyes Godos. No faltaba la palmeta como castigo. Recuerdo con cariño sus célebres “belenes”, que debíamos realizar entre todas las niñas, aportando, por ejemplo, desde figuritas hasta musgo y cañaveras que cogíamos en la Barbacana, al borde del río que pasaba por allí, y que hoy es la Avenida Nabeu. Igualmente hacíamos una Cruz de mayo, cada tres de ese mes, con sus escaloncitos llenos de candelabros, figuras religiosas, estampitas idem y en el suelo matranto, junto a las cañaveras a cada lado. Doña Carola nos llevaba de excursión al acabar el curso a la zona de pinares de “Casablanca”, por entonces virgen de cemento, y allí pasábamos el día entre los pinos y la playa, cada grupo dando forma a su “recinto” de forma distinta, para acabar con una gran rifa de objetos curiosos, como el que me tocó en una de ellas, un cuadrito enmarcado del Niño Jesús de Praga, al que nuestra profesora profesaba gran devoción. Ese día solíamos estrenar para el “largo”recorrido unas alpargatas de cáñamo con cintas de colores, que no sé bien por qué llegaban a casa destrozadas. En fin recuerdos, nostálgicos quizás de un tiempo lejano, donde de todo había menos dinero y por lo tanto, especulación y destrozos. No sé si mejor o peor. Distinto.


Ana María Mata
Historiadora y novelista

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues sí que coincido con Ana María en algunos recuerdos. Lo de la palmeta es algo que ahora mis hijos no podrían creer, pero sí que me daban con menos de seis añitos, si me equivocaba enunciando los Sacramentos, o dando la lección que ese día tocase. Se hacía la Primera Comunión a una edad muy temprana, y te tenías que saber el catecismo enterito de principio a fin; tanto es así, que aún recuerdo su forma y color como si lo tuviese entre mis manos.

No teníamos videconsola, ni tele en color, pero sí una bolsita que me hacía mi madre para guardar las canicas, precioso tesoro, que se incrementaba o menguaba dependiendo de la suerte que hubiera ese día en el recreo, o en la calle. Los juguetes no los elegía, tocaba lo que tocaba, y siempre para Reyes, jamás antes de la noche del cinco al seis de enero.

Aprovechábamos el partidito de fútbol en el campo, hoy plagado de edificios, para hincharnos de higos cogidos directamente del árbol.

Lo de los cantos con el brazo en alto, era práctica diaria antes de clase, en rigurosa fila, con equidistancia militar a la orden de "a cubrirse"; igual que rezar una vez antes de la clase, y otra al terminarla; si se trataba de un colegio de curas, había dos rezos en cada cambio de profesor, pudiendo ser en español o en latín, dependiendo de los gustos del cura profesor.

Y por supuesto, siempre se estrenaba ropa para la feria, con zapatos, pantalón y polito nuevos.

Como dice Ana María, no sé si era mejor o peor, pero distinto. De lo que puedo dar fe era del respeto que se le tenía a los maestros, personas inolvidables y queridas. Y viniendo al caso, me siguen dando recuerdos para mi madre, maestra que fue de varias generaciones. La última fue ayer, por una madre que supera los cuarenta, y que la recordaba con gran cariño cuando le daba clases hace más de treinta años. Lo curioso es que le sigan llamando señorita Mari Angeles, cuando ya casi pisa los setenta. Qué respeto, y qué cariño.

Marudemarbella dijo...

Yo también tengo mis recuerdos de esa estación de mi vida, y puse en mi blog una entrada, en la que lo contaba.
De hecho estoy segura que los problemas que tengo de ansiedad y agorafobia, vienen de esa epoca, porque eran manifestaciones fisicas muy fuertes pero antes no había la información que hay ahora.
Ahora si lo sé, era más que miedo.
Doña Carola no me gaba miedo, me daba pánico.
Por respeto a su familia, he quitado la entrada que puse en mi blog; antes mi blog era uno más en la red, ahora tiene muchas visitas y de personas del pueblo,yo no quiero enemistarme con nadie, porque no viene a cuento, pero un niño es muy sensible a todo, y en mi epoca a partir del 57, ya no se hacían ni belenes ni cruces de mayo, ni rifas, yo nunca las ví, solo el miedo penetrante cada día gris de invierno.
¡UFFF!
Vivía a veinte metros de ella.
¡que miedo!
Y eso que ella decía que yo era su muñequita.