26 de octubre de 2009

EL AUSENTE

Con motivo del segundo ciclo de encuentros literarios abiertos "Letras en el barrio", la escritora y colaboradora Ana María Mata presentó el relato que se acompaña.

EL AUSENTE

Todo lo que llevaba uniforme había ganado la guerra, incluso taxistas y porteros, pensaba yo por aquel tiempo a expensas de mi tío Alejandro, que era quien me contaba lo que a duras penas podía mi cabeza entender entonces, pero que me gustaba oír en las frías noches burgalesas de sus labios amoratados y siempre sucios de nicotina.

─Debías haberlo visto actuar, Julián, a tu padre. Era el alma del Socorro Rojo, podía estar en mil sitios a la vez. Hacía teatro, conocía a los clásicos. Contaba chistes y a todos nos hacía reír. Tenía a tu madre encandilada…

A ella no le gustaba que hablase de estas cosas, me di cuenta enseguida. Apretaba la Singer con más fuerza, para no oír. Pedaleaba como si le fuera la vida en ello, cosiendo cremalleras y arreglando pantalones una y otra vez. Sus ojos eran grises. Cuando el tío Alejandro charlaba de “lo pasado” se volvían duros, como el brillo del pedregal al amanecer.

El páramo en las horas tardías de la noche es lugar de fantasmas. Viven en la quebrada, tengo para mí, escondidos del sol y de la luz, entre jaras y adelfas. Dormidos. Despiertan al anochecer y suben al páramo. Se disfrazan de nieve y escarcha. A veces llegan hasta la aldea. Yo he visto sus ojillos pegados al cristal de mi ventana, como luciérnagas decepcionadas por el frío. Una vez dejé un resquicio abierto por si querían entrar…

Al principio, cuando llegamos a la aldea pasé muchas noches en blanco. Echaba de menos la ciudad, el ruido de la calle donde jugaba con mis amigos. También me preocupaban mis gusanos, pues con las prisas olvidé ponerles morera, y pensé que podían morir sin hacer el capullo. Esto me producía un enorme sentido de culpa.

El sábado de abril del año en que mi padre se marchó de casa fue un día en conjunto especial, debo reconocerlo, y como tal está impreso en mi mente. Imágenes contrapuestas pero imborrables: la banda roja de seda y oro bordada, la vanidad de ser el primero de la clase; la alegría de ellos, de mis padres, el tío Alejandro, la abuela. Regalos al buen comportamiento, bolsa de canicas gruesas y brillantes, abrazos, apretones,…: felicidad.

Minutos más tarde una extraña llamada. Noto un cambio en el habla de todos, que me suena a sombría y expectante:

-El niño, por favor, llévenlo al cuarto de al lado.

La voz del hombre que acababa de llegar, junto a otro que permanecía en silencio, quedó impresa en mis oídos para siempre. Mi abuela comienza a llorar con suavidad. En un rincón mi madre parecía incrustada en el muro. Jamás olvidaré su temblor.


Llevamos ya dos años aquí, en la aldea. Casi puede decirse que no voy a la escuela, porque preguntan y no quiero contestar. No quiero verme obligado a decir que sólo veo a mi padre dentro de una especie de jaula a la que llaman locutorio.

Busco nidos y me pierdo en la quebrada, donde arranco raíces con las que luego doy de comer a los pájaros. Tengo pocos amigos, noto que me rehuyen desde el verano en que no me admitieron para ir al campamento. Tampoco hago desfiles, ni voy a misa a cantar himnos con ellos en el coro.

La verdad es que me aburro sin la compañía de otros niños, pero las familias de los que conozco no saludan a mi madre por la calle, ni mi abuela se atreve a sentarse en la puerta los días de sol por temor, dice, a que le den una pedrada o los que mandan tomen represalias. No entiendo esa palabra, pero me asusta, la oigo demasiadas veces.

Todos los meses hay un día en que mi madre se atarea en la cocina para preparar “algo comestible”, así lo llama: boniatos, tocino, manteca de cerdo…, lo que puede. Al día siguiente salimos de viaje.

La verdad es que quisiera no tener que ir. El frío en el camión me cala los huesos, porque además el abrigo se ha quedado corto y no es todo lo grueso que debiera para estas tierras tan frías. Y luego allí: odio esas habitaciones lóbregas cerca de las cuales hombres uniformados pasean y vigilan, como perros pendientes de sus presas. Odio el locutorio. Me pregunto en qué se parece ese ser demacrado, encogido, cuyo hilo de voz casi no oigo, al hombre que antes era mi padre. Jamás sonríe. Sus ojos, cada vez más hundidos, parecen no mirar hacia fuera, sino a sí mismo, indiferente a cuanto le rodea, ausente, perdido en el abismo de su infinita desolación.

Camino hacia la puerta esperando con ansiedad que suene la maldita sirena. Un conato de náusea sube hasta mi garganta, el pensamiento vuelve, se instala en mi cerebro y está a punto de salir como un grito de rencor y vergüenza: debió caer en el campo de batalla. O luchar en el lugar adecuado, ése de los luceros que a mí me prohíben conocer. ¿Por qué tuvo que instalarnos para siempre en la derrota…?

Nadie sabe lo terrible que puede llegar a ser haber nacido de un condenado a muerte.

Ana María Mata

Historiadora y novelista

16 de octubre de 2009

Romper con la rutina

Sinceramente creo que todos deberíamos romper con la rutina y probar nuevas experiencias. No hace falta que sean aventuras en la naturaleza o de riesgo, lo digo por la propia experiencia vivida el pasado martes 13.
Por motivos que no vienen al caso fui al trabajo en autobús de línea. Relato a continuación la experiencia con el transporte público.
Esa mañana salí, todavía de noche con las últimas estrellas resistiendo en el cielo, paseando hacia la estación de autobús, cuestión que me llevó unos 15 minutos y me permitió llegar con 1o de adelanto. La suerte del todavía día 12 hizo que comprase el billete por internet de manera que evité la larga cola de la taquilla. Pregunto al conductor si con el papel impreso es suficiente o tengo que hacer la cola. Con cara de resignación me confirma que es suficiente siempre que el ordenador de la empresa funcione y podamos salir. Cuando finalmente se abren las puertas y estamos casi para salir una señora pide al conductor que le venda el billete directamente y este le dice que no puede, a lo que ella le señala la larga cola y le insiste ya que pierde el autobús y el siguiente es 2 horas más tarde. Con mucha tranquilidad, mientras cuenta el número de pasajeros, le responde que haber madrugado más. Ella le cuenta que ha llegado con 15 minutos de adelanto y el chofer le ironiza con un "¿que son 15 minutos hoy en día?"... No vi la cara de la señora y finalmente se quedó en tierra.
Ya en carretera, todavía en la oscuridad previa al amanecer, mis compañeros de viaje empiezan su particular actuación:
Una señora mayor se queja de que la mujer joven de delante ha reclinado su asiento para echar una cabezadita sin contemplaciones hacia el pasajero de atrás. Y así se queda.
Alguno enciende su luz y lee algún documento de trabajo o apunte de clase.
La música ambiental es "Los 40 Principales" y las bromas que gastan a esa hora son a cada cual más pesada.
Empiezan las primeras toses y contagio generalizado. "Gripes" diversas recirculadas por el aire acondicionado del vehículo.
Un señor pide clemencia al conductor para que suba la temperatura ya que empezamos a preocuparnos por nuestra salud, pero claro, también hay que entender que se le empaña el cristal y no sabemos que es prioritario. Finalmente accede a subir un par de grados el aire.
El precioso amanecer me sorprende mostrándome un paisaje que desde esta nueva perspectiva de pasajero y mayor altura me parece complétamente desconocida.
Mi compañero me ha debido notar más despierto y se anima a contarme su vida. Le quedan 29 horas de viaje. Si, habéis leído bien, 29, se va hasta Sidney con escala en Alaska.. Que casualidad que el reportaje de ayer en Españoles por el mundo era de esa ciudad. En verdad vive en Darwin y pilota todos los días su propia avioneta hasta Sidney para trabajar. Lleva un móvil con el GPS encendido y ya en el atasco de Málaga me comenta que el conductor ha ido un poco lento en la subida del Arroyo de la Miel ya que su GPS le indicaba que iba a 60km/h. En estos momentos va a 11 por eso del atasco. Cree que puede llegar tarde a una reunión con sus jefes de España. Estos atascos no los tiene en Australia.

Al despedirnos, sin habernos presentado, me indica que si voy de viaje a Australia pregunte por Márquez ya que en Sidney no hay otro con ese apellido.

Que bien me lo he pasado. Será cuestión de repetir algún otro día.

Arturo Reque
Arquitecto

7 de octubre de 2009

La riqueza de la amistad

Siempre he necesitado tener alguien cercano en mi vida, diferente a la familia, por eso de contar con un punto de vista ajeno, pero que te conoce y solo con estar ahí te ayuda a desahogarte, sin consejos ni sobre análisis. Máxima sencillez y discreción. ¡¡Magnífica terapia!!

Resulta que cuando uno se pone a analizar el ramillete de amistades que tiene estas son de lo más variopinto. Y me encanta. Te das cuenta lo importantes que llegan a ser y de como llegan a influir en tu vida. Hay momentos en los que necesitas a alguno en especial a tu lado y otros en los que también hay alguno de ellos al que no quieres ver ni en pintura. Unos te hacen sentirte importante por como te escuchan y valoran, de otros te relajan sus criterios y maneras de transmitir opiniones. En algunos te fijas como objetivo de por donde quieres enfocar tu vida profesional, y en otros envidias el tipo de vida ociosa que llevan. Unos te aportan criterio para analizar las situacionesdifícil es y otros como tomar la iniciativa. Con algunos aprendes el valor de las pequeñas cosas y otros prefieren el enfoque difuminado.

No hay mejores ni peores, todos son absolutamente imprescindibles.

Cada cual tiene su manera de ser, sus estados de ánimo y sus manías. Se trata de ver el lado positivo de las cosas y la amistad es un bien muy preciado que nos enriquece a todos recíprocamente.

Saludos,


Arturo Reque Mata
Arquitecto y deportista





2 de octubre de 2009

QUE LLEGAN LOS FORTY

Va a ser verdad que cuando se llega a los "forty" nos da por volver a hacer aquellas cosas de juventud que hace tiempo abandonamos. He de reconocer que aunque aún no he llegado a esa cifra ya me ha picado el gusanillo y voy desempolvando los viejos pies de gato, miro de soslayo la piragua, compruebo el estado de las raquetas de tenis, etc. Aun así creo que hay varias influencias en este estado de melancolía. Por una parte recordando a través de mi hijo juegos de infancia, canciones y juguetes. Para colmo he encontrado hace poco unas redacciones que escribí con 12 o 13 años y que ahora me sirven para leerselas a la hora de dormir. Por otro lado, uno de mis compañeros de trabajo, de mi misma generación pero mejor memoria que yo, no para de recordarme películas, anuncios y otras batallitas de entonces.
Cuesta hacerse a la idea de que ya somos como lo que recordamos de nuestros padres, porque la imagen de un señor de cuarenta de hace varias décadas es la de un padre de familia que está muy ocupado y que el fin de semana te acompaña a jugar al tenis o al fútbol y que impone disciplina en casa. O tal vez no seamos tan iguales. Yo por si acaso voy mirando de reojo a los que ya han entrado en la cuarentena para ver como se lo toman, como les afecta y estar preparado.

Os dejo que van a decir quién va a ser la sede de la olimpiada 2016. Igual estoy a tiempo para participar en algo, aunque sea diseñando las papeleras...

Arturo Reque Mata.
Arquitecto y deportista.




YA LLEGÓ EL OTOÑO


Refresca por la mañana temprano en la playa, ya hay que llevar algo más que la camiseta encima. Es mi época favorita para hacer fotos, con unas nubes preciosas, de colorines, una luz buenísima, y los árboles cambiando de color, hacia tonos ocres, que tan bien quedan en las fotos.

Os dejo una pequeña aportación al otoño. Espero que os guste un poquito.

Saludos.

Órfilo M. Aranda.