29 de enero de 2011

EL HORROR DE MORIR EN MARBELLA


(Artículo publicado en el diario Marbella Express en el mes de enero de 2011)
Epicuro, el gran hedonista griego dejó escrita una frase que me parece fundamental a la hora de tratar un tema no precisamente agradable: “Vivir es olvidarse de la muerte como morir es olvidarse de la vida”. La filosofía implícita en ella nos advierte de que el miedo recurrente ante el último de nuestros momentos es absurdo, ya que, una vez que acontece dejamos instantáneamente de ser, luego no seremos conscientes de lo que ocurra después, y al contrario, mientras vivimos y respiramos estamos situados en un estadio distinto donde la muerte no podemos entenderla. 
Dejando a un lado creencias y aspectos parapsicológicos a los que los griegos no eran muy propicios, esa sería, en rigor la cuestión a tener en cuenta cada vez que nos asalte el consabido temor a dejar de existir. Sin embargo, y agradeciendo a Epicuro su consoladora opinión, la realidad es que el cuerpo tiene sus días contados y en uno de ellos deja de ser materia viva para transformarse en cadáver.
Digresiones aparte, todos hemos sufrido, por desgracia el triste acontecimiento de la muerte de un familiar o amigo y la liturgia (léase burocracia) que viene a continuación. Funeraria, féretro a escoger, coronas, certificados y un largo etcétera de asuntos molestos a los que, nos guste o no, hemos de hacer frente. El más importante es el del traslado del difunto al tanatorio correspondiente, puesto que el antiguo velatorio en la propia casa dejó de ser costumbre para convertirse en excepción.
El tanatorio, por tanto se ha convertido desde hace mucho en un lugar tan necesario para la comunidad como puede serlo y lo es la sala de parto de un hospital, aunque, claro está, el segundo, en sentido contrario y feliz. El difunto, de acuerdo a la normativa ha de estar sin ser enterrado creo que al menos veinticuatro horas, tiempo que deberá permanecer instalado en una sala del tanatorio, donde familiares y amigos le acompañarán en las que serán sus últimas horas terrenales.  Ese es el rito y creo que necesario para que los cercanos a él puedan ir aceptando un adiós definitivo, consolados por los que en vida tuvieron la suerte, o no  tanta, de ser sus amigos. En definitiva, un tanatorio es un lugar imprescindible que habla a las claras del estado cívico, moderno e incluso moral en el que se encuentra la población donde se sitúa.
Ahora me voy a tomar la licencia de hacer a mis generosos lectores unas preguntas: ¿Han tenido por desgracia que asistir a un acto propio o ajeno en uno de los dos mal llamados tanatorios de Marbella? ¿Necesitaron de la urgencia de un buen café o de la más sencilla de unos asientos aceptables donde reposar con la familia el dolor acumulado? ¿Imaginaron un espacio lo suficientemente amplio como para que la amargura del momento no se complique con estrecheces, malos olores, ruidos extremos o calor insufrible en verano?; ¿Y de unas salas con capacidad para albergar a los muchos que deben quedarse a la intemperie en días de frío o lluvia?
No puedo, créanme, comprender, como nuestra ciudad presume de tantas cosas hasta hacernos creer el ombligo del mundo, y tiene para sus difuntos los lugares más horribles, sucios, viejos y abandonados de España. Estamos a la cola del país en algunas infraectructuras básicas, sin darnos cuenta de que las ciudades no solo necesitan escaparates o pantallas epatantes, palmeras, luces, pirulíes o mármoles por doquier. Que el visitante, nacional o extranjero es  menos tonto de lo que solemos creer y advierte a la primera de cambio lo que  hay de fraude en coheterías y pompas de jabón fugaces mientras las playas vomitan desechos por tuberías casi prehistóricas o en el duro trance de una  muerte deben instalarse en un tanatorio tercermundista. Algunos, lo sé de buena tinta, marchan a Fuengirola o Málaga a la hora del fallecimiento del ser querido para instalar allí la capilla mortuoria.
Es una vergüenza, y lo digo sin subterfugio alguno, oír las voces insultantes de los que  han sufrido en carne propia la estancia obligada en alguna sala de los cementerios de Marbella. Insultantes, dolorosas, y especialmente incomprensibles, puesto que si el actual estado de los tanatorios se debe a una concesión municipal, considero indignante que nadie en el consistorio se ocupe de realizar los cambios necesarios para que, bien en franquicia municipal o privada, la ciudad tenga  un tanatorio como merece la población tan numerosa que hoy la habita.
La muerte tal vez no de juego en las campañas electorales, pero un político que se preste y sea además de político un ser humano inteligente, comprenderá este artículo porque no solo de pan vive el hombre, sino también, de duelos y lágrimas por los que se nos van. A pesar de las magníficas palabras de Epicuro.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista

26 de enero de 2011

ENTREVISTA COPE MARBELLA A ARTURO REQUE MATA: CICLISMO URBANO


Breve pero intensa entrevista donde se han tratado temas como: el próximo paseo (sábado 19 a las 11.00. Plaza del Mar); tramo prohibido del paseo marítimo, N-340 entre Marbella y Puerto Banús, usuarios en aumento, y por supuesto la nueva asociación Marbella ByCivic.



13 de enero de 2011

CLARA CAMPOAMOR

(Artículo publicado en el Marbella Express el 11 de enero de 2011)
En  este año ahora recién llegado se cumplirán los primeros 80 de un acontecimiento tan esencial y significativo como denigrante fueron los muchos anteriores que hubo que esperar para que ocurriese. En abril se proclamó la II República Española y el 14 de julio del mismo año, 1931, se inauguraron las Cortes Constituyentes. Entre los muchos temas a debatir –religiosidad-laicidad, propiedad-comunismo, monarquía-república-  uno distinto acabaría convirtiéndose en fuente de acaloradas discusiones: el Sufragio Femenino. Wenceslao Fernández Flores, en su comentario a la sesión del 2 de octubre afirmaba: “Pocas cuestiones como ésta del voto femenino exaltaron tanto la pasión del Congreso”. Había  una razón de fondo : la mujer se había transformado en símbolo ideológico. La igualdad jurídica suponía una brecha en el sistema patriarcal, y formó un ensamblaje con asuntos tales como el divorcio, el matrimonio civil y más tarde, el aborto.
        La cuestión del voto femenino era una prueba decisiva para la República a través de la cual debía transformar en praxis uno de sus objetivos más cuestionados y difíciles. La izquierda, con ligeras excepciones, no quería que la mujer votase porque se suponía que la influencia en ellas tan marcada de la Iglesia, les haría estar de acuerdo con la derecha. Estrategias de poder que llevó a Alvarez Buylla, del Partido Radical a pedir restringir el voto femenino diciendo: “La mujer española, como educadora de hijos, merece la alabanza de los poetas; pero como política es retrógrada, y todavía no se ha separado de la influencia de la sacristía y el confesionario”. Fue entonces cuando una mujer decidida y valiente se levantó de su asiento de Diputada y con voz contundente respondió ante el Parlamento: “Dejad a la mujer que actúe en Derecho, que será la única forma de que se eduque en él”.
        La mujer que así habló se llamaba Clara Campoamor y se había convertido poco tiempo antes en una de las primeras mujeres abogadas de España. Elegida Diputada en un momento en que las mujeres podían ser elegidas pero no ser electoras, se presentó por el Partido Radical al que se afilió por proclamarse éste “republicano, liberal, laico y democrático”. En 1934 lo abandonaría por la aproximación del P. Radical al de la C:E:D.A. y la represión, que Clara consideró excesiva, en los disturbios de Asturias.
        La defensa del voto de la mujer le sirvió a Clara Campoamor para que tuviese un lugar destacado en la Historia de las mismas y del país, pero también supuso para ella una serie de enfrentamientos, empezando por el que le resultaría más doloroso, el que hubo de tener con su amiga y compañera Victoria Kent, como ella adelantada en la carrera de Derecho y con la que compartía posturas sociales casi idénticas. Victoria Kent apoyó a los que pensaban que el voto femenino debía aplazarse, por las razones antes expuestas, que según Kent podían poner en peligro a la misma República.
        La respuesta de Clara Campoamor a la decisión de su compañera también diputada, fue bella y tajante: “Afrontad la responsabilidad de dar entrada a esa mitad del género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí a legislar sobre la raza humana aislados, fuera de nosotras”.
        El extraordinario debate  (digno de ser leído por los actuales parlamentarios por su nivel jurídico y de oratoria brillante entre ambas, Kent y Campoamor) finalizó con el apoyo para Clara de la minoría de derechas, la mayoría del P.S.O.E. y algunos republicanos. Desde ese momento de la aprobación por las Cortes, la mujer española consiguió al fin su derecho a votar.
        Clara Campoamor fue una de las personas más luchadoras en el objetivo de mejorar la condición social, jurídica y económica de la mujer. Su origen humilde, hija de un padre contable y madre costurera no impidió el desarrollo de una mente privilegiada a la que ella supo dotar de contenidos específicos y altamente culturales.
       Publicó varios libros, como : “El voto femenino y yo. Mi pecado mortal” ; “La revolución española visto por una republicana”; “Sor Juana Inés de la Cruz” o “Vida y obra de Quevedo”.
        Exiliada durante la guerra civil, vivió en París y México, ganándose la vida como traductora y conferenciante. Murió en Lausanne (Suiza) en abril de 1972.
        Como homenaje nada mejor que sus propias palabras pronunciadas dentro del debate sobre el voto: “Las mujeres de España repudiamos las intromisiones en nuestras conciencias. No vivimos de pensamientos prestados. Nos poseemos a nosotras mismas”.
        Fue una mujer valiente, firme y con una muy clara visión de futuro.

Ana  María Mata
Historiadora y novelista     



3 de enero de 2011

MIXTOS CACHONDOS

“Un soneto me manda hacer Violante…” así comenzaba el célebre poema de Lope de Vega. Con él comienzo el artículo de hoy, placenteramente desde luego, y aunque no “mandada”, si suavemente impulsada por cariñosos lectores que me invitan a recordar en este tiempo navideño al menos, costumbres y pequeñas curiosidades muy nuestras que el tiempo ha devorado como suele, con feroz velocidad y sin contemplaciones.

Miremos, pues, hacia atrás sin ira, con emoción, si quieren, pero hagámoslo con la alegría de haberlo vivido y con otra aún mayor, la de estar aquí para recordarlo. Es cierto que el pasado tiene buena imagen en nuestra memoria, lo que conviene no olvidar es que esa imagen procede de dos factores : el primero quizás sea por eso mismo, porque es pasado y reafirma el hecho crucial de nuestra existencia, y el segundo porque los ojos de un niño poseen la magia del technicolor, como aquellas primeras películas con esa técnica, en las cuales el paraíso estaba al completo dentro de la pantalla.

Por todo ello, no voy a escribir que nuestra ciudad era por entonces más bella y entrañable (hablo de los años 50-60-70) aunque la víscera principal me impele a hacerlo. Y además, porque no es cierto. Lo que sí puede serlo, es que era más nuestra. Más de todos los que la habitábamos que éramos pocos, y casi una familia. Familia, no siempre bien avenida, como en todos los pueblos, pero familia al fin, y lo que ocurría a alguno de sus miembros parecía sentirlo la ciudad entera, porque entre otras cosas, aún sin móviles, el boca a boca era muy, pero que muy eficaz.

Del mismo modo compartíamos las fiestas, duelos, bodas, bautizos y demás eventos con unos ritos que creíamos insustituibles…hasta que llegaron otros a los que nos adherimos, con enorme facilidad; pongo como ejemplo el negro negrísimo de los lutos que duraban años o el indescriptible uso de los “vestidos -hábitos”como promesas, fueren del Carmen, el Nazareno o la Virgen de Fátima.

Con todo, y, como esto iba de remembranzas, afirmo con solemnidad de marbellera que sí teníamos por aquellos lejanos tiempos algunas cosas únicas y con las que me parece que disfrutábamos más que cualquier niño de hoy. Tengo muchas en las membranas de mi cerebro, más de las que permite este espacio, pero nombraré las primeras que me vengan a la cabeza o a la tecla del ordenador. Limitándome a lo que entonces eran las Pascuas, …¿Quién no recuerda los buñuelos fritos o los rosquetes que llevábamos al horno de las panaderías, cogiendo cita para hacerlo? ¿y la gallina que engordaba en patios y azoteas hasta que llegaba a la mesa en pepitoria, previa sopa de picadillos? ¿y los mantecados de Estepa o de Antequera (La Perla) tras la Misa del Gallo, siempre con una copita de Anís del Mono?

Ni langostinos, pato, caviar o foie. Ni Cava ni Chardonnais, Whisky o vino de reserva. Anís, tinto peleón, y sifón de don José Calzado. Como tampoco tuvimos Papas Noeles a mansalva, Santa Claus y elevadísimos árboles de navidad. Ni adornos luminosos en las calles, ni siquiera –recuerden- Pascueros, esa flor tan profusa ahora cuya existencia desconocíamos como elemento decorativo de esas fiestas, y mucho menos que serían llegado el tiempo, objeto de deseo ilegal para las manos que las arrancan sin pudor.

Durante el día las niñas jugábamos al “Rayo” en las calles (para guardadores de palabras extrañas cito las divisiones de aquella escala que había que sortear chutando una piedra : Imbo, Cachimbo, Anso, Descanso, Piri, Gloria, Maruchi y Estrella). Otras veces jugábamos a modelos en la Alameda, y con grandes nudos en faldas y jerseys imitábamos a las mujeres de revistas como Florita o Chicas. Al oscurecer íbamos de puerta en puerta dando aldabonazos y escondiéndonos luego con la mayor rapidez. Cuando las zapatillas se arrastraban para abrir, ya habíamos llegado a la siguiente. El Escondite era uno de los esenciales, porque denotaba el ingenio del escondido, desde una caja abandonada en la calle a un trastero o una alacena de comida.

Al llegar las Pastorales se nos brindaba los primeros signos de libertad futura, ya que nos permitían ir detrás de ellos más tarde de la hora acostumbrada. Al compás de la zambomba o pandereta corríamos por las calles mirando de reojo los pasos del niño que empezaba a hacernos tilín, al que distraídamente rozábamos con suspiros profundos.

Y antes de que la magia navideña diese a su fin, mientras esperábamos la llegada de unos Reyes Magos sin cabalgata, a los que pedíamos de todo y nos traían lo que podían, que era casi nada, la noche del 5 de enero, comprábamos en unos mínimos puestos en la plaza de José Palomo, lo que habría de ser el remate final de esos días de vacaciones :las matracas los pitos de madera y sobre todo, los mixtos cachondos. ¡Qué inmenso placer significaba la tira acartonada con una puntita roja en el filo! Uno a uno íbamos rompiendo el cartón y lanzando los mixtos a casas y tiendas donde los “Reyes” amontonados por las prisas de última hora, compraban los regalos. Se quemaban medias de cristal las mujeres, gruñían los vendedores, daban coscorrones los hombres…y los niños de aquella Marbella nuestra y sin dinero, seguíamos, impertérritos, tocando nuestros pitos de madera y arrojando mixtos cachondos, a la vez que la radio repetía una y mil veces : Felices Pascuas a los hombres de buena voluntad.

Ana María Mata
Historiadora y novelista