7 de abril de 2011

ZENOBIA CAMPRUBÍ

                           
A  LA  SOMBRA  SIEMPRE  DE  JUAN  RAMON  J.

 (Artículo publicado en el diario "Marbella Express" en abril de 2011)
En las fotografías de los años de entreguerras aparece siempre sonriente, con un diseño de señorita americana, sombreros blancos, pantalones de pliegues, cintura de Coco Chanel, zapatos con hebillas y un gesto por el que se le escapaba un alma feliz. A su lado el poeta transmite una sensación adusta, aire ensimismado, traje oscuro, rostro cetrino, una figura que El Greco habría incorporado como personaje al entierro del Conde de Orgaz.  Una pareja extraña. Tan distintos por fuera como debieron serlo también por dentro. Y el enigma a veces incomprensible del amor que los une para siempre, transformando a quien pudo ser una mujer destacada y brillante, en la sombra del hombre triste y neurasténico que no por ello deja de ser el poeta más decisivo e importante de la lengua española.
La mujer de Juan Ramón Jiménez, Zenobia  Camprubí  Aymar nació en 1887, en un pueblo de la costa catalana, Malgrat de Mar, donde sus padres pasaban las vacaciones de verano. Su padre, Raimundo Camprubí era un ingeniero catalán que en uno de sus trabajos en Puerto Rico conoció a Isabel Aymar, de una familia mercantil adinerada de ascendencia estadounidense.  La madre de Zenobia, divorciada luego de un marido vicioso del juego se llevó a la hija a Nueva York donde vivieron a expensas de la familia materna. Estudió en Columbia, fue inscrita en el Club de Mujeres Feministas y participó en actividades culturales y filantrópicas al estilo de las élites neoyorquinas.   
La preparación intelectual de Zenobia corría pareja a la belleza de su físico, del que Giménez Caballero escribió: “Sus ojos eran claros, de felino. Su expresividad facial arrulladora. Y su voz resultaba hipnótica, con virtudes de hechizo”. Se decía que por ella hubo serias y apasionadas querencias entre los mejores  hombres de su entorno. Al parecer el aire exótico que desprendía fue muy alabado a su regreso a España en 1909, año en el que se instaló con su madre en Madrid y empezó a frecuentar junto a otros americanos el Lyceum Club y la Residencia de Señoritas. En ellos conocería a María de Maaetzu, la directora, Victoria Kent, secretaria, y más tarde a María Teresa León, María Lejárraga e Isabel Oyarzábal, quien saldría de allí para ser la primera mujer española   embajadora, con destino Suecia
En 1911, Juan Ramón ya era un poeta admirado. Vivía en la Residencia de Estudiantes, próxima al Lyceum Club femenino. El poeta había pasado ya por algunas crisis nerviosas que le habían llevado a internarse por un tiempo en Burdeos, bajo la custodia de un afamado doctor. En otra ocasión, en  la clínica del Rosario de Madrid, en sucesivas recaídas, cuentan que llegó a tener aventuras amorosas y eróticas incluso con una monja de la clínica, aventuras que trasladó a sus versos. La debilidad psíquica del poeta era conocida por los residentes y compañeros, que se acostumbraron al carácter huraño y desconcertante del que, por otro lado, consideraban superdotado para las letras.
Una tarde de primavera Zenobia acudió a la Residencia de estudiantes, y allí, al final de una conferencia, la abordó Juan Ramón, a quien le habían llegado rumores de su belleza y distinción. Pero ella se mostró esquiva a sus requerimientos, quizás por encontrarlos antiguos y demasiado formales. El poeta comenzó a acosarla con versos cada vez más encendidos y directos. Marchó a Nueva York como resistencia, pero hasta allí la siguió Juan Ramón, obsesionado por la mujer elegante y bellísima a la que llamaban “la Americanita”. Acabó rindiéndose a las dotes amatorias y requiebros del hombre al que empezó a admirar antes de enamorarse de su compleja y difícil personalidad.
Se casaron en 1916, en la iglesia católica de St. Stephen. Empezaría desde ese momento el gozoso tormento de Zenobia.
Ya en España, el poeta hilaba sus versos en habitaciones acolchadas donde podía mantenerse incontaminado e inmune a las realidades de la vida. Su carácter agrio y especialmente enfermizo necesitó ser atemperado por la mujer con la que, al casarse, condenó a abandonar su propia vida en favor de la suya. Zenobia montó una tienda de antigüedades y se dedicó a alquilar y decorar pisos para diplomáticos extranjeros; la poesía, incluso para alguien tan reconocido en ella como J. Ramón, no solucionaba los problemas económicos  Después de traducir a R.Tagore al inglés, Zenobia dejó de escribir. Reconoció que el talento de su marido era más elevado y se dedicó a enmascarar las depresiones de éste con su alegría, dispuesta a levantar el ánimo del ser misántropo a quien el azar le había unido en matrimonio.
A partir del exilio de la Guerra Civil, en La Habana, Zenobia comenzó a escribir sus diarios que no abandonó hasta su muerte. Recalaron en Puerto Rico por deseo de Juan Ramón, y allí ella enfermaría de cáncer, enfermedad de la cual fallecería el 28 de octubre de 1956. Tres día antes a Juan Ramón le habían concedido el premio Nobel.
En una de las páginas de su diario, Zenobia dejó escrito: “En esta empresa nuestra, yo siempre he sido Sancho”.  María Teresa León, identificada con ella, un paso siempre detrás de Alberti, cuenta a su vez en sus Memorias : “Fue la de Zenobia  una decisión dura pero hermosísima: vivir al lado del fuego y ser la sombra”.

Ana  María Mata
Historiadora  y  novelista                                      

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