13 de septiembre de 2011

LIBROS DE VERANO

(Publicado en el diario Marbella Express el 13 de septiembre de 2011)

Para romper, quizás, con la rutina semanal de hacer una crítica –que espero constructiva- sobre alguna de nuestras muchas carencias, he decidido en un alarde de subjetividad escribir este artículo que desde tiempo atrás ronda en mis neuronas de lectora no ya apasionada sino confieso que compulsiva y casi, casi enfermiza de todo lo que en letra impresa llegue hasta mis ojos.

Un asunto, insignificante, desde luego, pero insistente en el tema de los libros, es el que los califica de diversas maneras, entre las cuales se encuentran dos para los que nadie aún me ha dado una explicación convincente. La primera es el apóstrofe ”literatura femenina” que algunos, críticos insignes incluidos, colocan junto a títulos de obras escritas por mujeres. La segunda, mas generalizada, es la muy habitual en listas de ventas, síntesis o cintas publicitarias, definiéndolos como “libros de verano”.

Verán, o servidora es muy analítica, o demasiado torpe y obstinada para no poder o querer comprender lo que puede haber detrás de estos calificativos.

¿Por qué un libro escrito por una mujer ha de ser llamado literatura femenina y el escrito por un hombre no lo es como “masculina”?. Sobre ello, creo que además del interés del editor para aumentar ventas, (dado que las mujeres parecer ser mucho más lectoras que los hombres), no encuentro otra razón que no sea la falta de sensibilidad del crítico sobre algunos temas, que le parezcan “blandos”, y de por sentado que al igual que a él, no interesarán a sus compañeros de sexo.

Pensar que una mujer no es capaz de escribir con idéntica calidad literaria o diversidad de temas, y no digamos rigor histórico que un hombre, es un lastre machista que por su anacronismo deberían evitar los que se tengan por buenos lectores.

Me intriga más los llamados Libros de Verano. Proliferan últimamente como las plagas de horribles cucarachas este año. Quisiera poder entender qué origina el que una novela como “El jardín olvidado” de Kate Morton, con sus más de cuatrocientas páginas y un argumento repleto de tristezas y desventuras (niña abandonada dos veces, búsqueda de sus infames orígenes) vaya por la edición número doce, y sea considerada “de verano”. Tampoco comprendo el primer lugar en las listas de “Si tu me dices ven lo dejo todo…”de un tal Espinosa, con reincidencia en lo de los niños perdidos y en este caso su busca en Capri por un joven y un anciano que reparten entre ellos almibaradas frases de amistad y consuelo. Para acabar con el tercero, “En el país de la nube blanca”, de Sara Lark, nuevo tocho de grosor insoportable en el que dos chicas emprenden un viaje a Nueva Zelanda para contraer matrimonio con dos desconocidos.

Si me permiten la petulancia, ninguno de los nombrados alcanza lo que podíamos llamar un nivel literario digno y respetable. Sus valores están en el elevado número de páginas, y una temática a caballo entre el drama lacrimógeno, algo de autoayuda y una saga femenina a la antigua usanza que haría sonreír a la mismísima Corín Tellado.

Llamar de verano a libros que casi no puedes sostener por su peso, y que propician lágrimas contenidas entre chapuzón y chapuzón, tiene algo de masoquismo y mucho de engaño voluntario. Nunca entenderé cual es la causa de que la buena literatura sea considerada poco agradable de leer, extremadamente difícil ( olvidemos por ahora el “Ulises” de J. Joyce) o libros para temperaturas frías y húmedas.

No hay libros de verano, otoño o invierno. Ni literatura escrita por mujeres u hombres. Existen buenos y malos libros para todas las estaciones y escritos por personas. Eso es todo. Y como dicen que para muestra basta un botón, me permito recomendar al tiempo que indago cual sería el criterio para publicitarlos aparte de la maestría de sus autores, los siguientes, leídos entre refrescos y sudores :

“El ruido de las cosas al caer”, del colombiano J.Gabriel Vásquez, una filigrana de narración, emotiva, particular, íntima y evocativa. “Las vidas de Dubin”, del desaparecido Bernard Malamud, maestro de Roth y Updike, genial creador de la intimidad emocional y cotidiana, magnífico en diálogos y exposición. Y el intenso fresco coral que representa “La bofetada”, de Christos Tsiolkas, ubicada en una Australia multicultural donde ocho voces excelentemente perfiladas recrean problemas actuales, como el éxito económico, la belleza física y la fuerza o decadencia de los genitales.

No lo encontrarán entre los calificados como libros de verano. Pero tal vez septiembre sea el mes apropiado para deleitarse con ellos.

Ana María Mata
Historiadora y novelista




1 comentario:

Órfilo M. Aranda dijo...

Me ha resultado curioso lo de "libros de verano", aunque le veo explicación como llamada publicitaria a la lectura. Mi clasificación, aplicable solo de modo personal, ha sido la de entretenidos y pesados; y fíjate tú, que un verano me ventilé "Lo que el viento se llevó", que manda narices. Eso muestra que de joven leía todo lo que caía en mis manos. Ahora soy más delicado, o tal vez, exigente.

Lo de literatura femenina, pues tampoco le presto atención, ya que lo que leo puede estar escrito por una mujer o por un hombre. A la hora de comprar un libro, miro las notas sobre el argumento que suelen venir en la contraportada, sin importarme ni tan siquiera el nombre del autor, solo el tema tratado.

En fin, el caso es leer y evadirse para meterse de lleno en una historia.

Un besito.