19 de diciembre de 2011

EL LARGO CAMINO


(Artículo publicado en el diario Marbella Express el 19 de Diciembre de 2011) 

Dos mil años más o menos atrás una joven pareja viajaba con las incomodidades de la época para cumplir con el deber ciudadano de empadronarse. Embarazada ella, notó aumentar sus molestias y rogó al esposo la búsqueda de una posada por si el acontecimiento se adelantase. No había en Belén lugar alguno que estuviese disponible, y José pensó que aquél cobertizo abandonado podría refugiarlos. Aceptó María el improvisado rincón porque había llegado su hora. Y fue en él, con el calor de la vaca y el burrito (tan apreciados hoy por nuestros niños) donde llegaría a la tierra quién habría de ser el Hombre por excelencia de su historia, y para muchos, el Mesías esperado.
Las posadas fueron, desde el comienzo de los tiempos lugares donde los viajeros pernoctaban cuando el trayecto era largo y necesitaban descansar. El  nombre ha permanecido como sinónimo de acogimiento cálido y de orden familiar. Posee connotaciones románticas de bandoleros, salteadores, piratas y también hombres buenos que solían perseguirlos.
Los lugares emblemáticos tuvieron una  posada para albergar a sus primeros visitantes. Marbella también. Se llamaba “Posada del moro Alí” y aparece incluida en el inventario de los bienes musulmanes que se repartieron los cristianos tras la conquista del Rey Católico, en 1485. A mediados del siglo XIX  Richard Ford, un inglés que recorría España, y que nos brindó en su libro de viajes un bello piropo al escribir que  “Marbella era una ciudad bonita con un nombre bonito”, citó en ella dos posadas : “de la Corona” y “de San Cristobal” ubicadas en “el ruedo de la Plaza pública” (actual Plaza de los Naranjos) y la segunda en la Puerta del Mar. Esta última corresponde a la que fue después Posada de Pepillo, en la calle de San Juan de Dios, primoroso lugar cuya milagrosa existencia duró hasta no hace mucho, aplastada por la especulación y el confort de los años turísticos.
En el siglo XX aparecen las llamadas “Fondas” compitiendo con las posadas, como la de Juan Gaitán en calle Pedraza y “La Rondeña” en la plaza central. En 1919 tiene lugar un nuevo y definitivo cambio de nombre con la palabra “Hotel”. Sería don Antonio Sánchez el que inauguraría el vocablo con su Hotel Comercial, en la calle Valdés, que disponía, según escribió el poeta José Carlos de Luna, “doce habitaciones con  jofainas, jarros y cubos para el aseo, amén de un cuarto de baño colectivo, pues el inmueble carece de agua corriente”. La clientela comenzó siendo personas en tránsito para continuar con los primeros veraneantes, españoles del interior que empezaban a descubrir el benigno clima de Marbella. El negocio fue tan bien que en 1952 cambia de emplazamiento y se sitúa cara a la Alameda, en la Avda. Ramón y Cajal.  Antonio Sánchez y María Cuevas fueron los pioneros dentro de la ciudad del alojamiento y la estancia amable. Quizás no imaginaron al abrir el Comercial, el  éxito que iba a adquirir en los años próximos, cuando tomó el nombre de Salduba. En su acera se reunían corredores de fincas, y allí darían comienzo las primeras operaciones inmobiliarias. Pero más notable aún  fue el renombre que dicha acera y sus mesas fue tomando según llegaban los privilegiados primeros turistas. Todos querían una silla en el Salduba, tanto para ver como para ser vistos; logró un cierto cosmopolitismo con las primeras voces en inglés o francés, y las vistosas piernas de extranjeras en cortísimos  pantalones. Desapareció en 1975, adquirido por una entidad bancaria. Costó trabajo acostumbrarse a la pérdida de el Salduba y al silencio en una acera tan concurrida. Su nombre fue como nuestra presentación en sociedad, la llamada puesta de largo.
En octubre de 1933 la familia Laguno inauguró en los Llanos de San Ramón el Hotel Miramar, empleando por vez primera la expresión “Costa del Sol” en su propaganda, ya en francés e inglés. Lo definían como hotel moderno, con agua caliente y restaurante. Las pretensiones de elegancia y distinción de los Laguno quedaron rotas por la Guerra Civil, y ante la pérdida de clientes extranjeros vendieron el hotel y se instalaron en Málaga. En los años 60 la familia Romero Ugaldezubiar lo pondría de nuevo en explotación, ampliado, y con el nombre de Miramar-Playa.
Al mismo tiempo que un visionario, mujeriego y aristócrata se enamoraba de estas tierras y concebía futuro turístico en ellas hasta el punto de gastar su herencia en la compra de lo que luego serían “Las Cabañas de El Rodeo”, una mujer menuda y extravagante lloraba su viudedad en un enorme caserón llamado El Fuerte. La necesidad de dinero la llevó a alquilar habitaciones a visitantes que ella misma elegía y a los que leía las cartas del Tarot mientras a lo lejos les indicaba desde la terraza la silueta del Peñon de Gibraltar. Elvira Vidal, La Dama de El Fuerte, albergó en improvisada pensión a ministros del gobierno franquista y a Ricardo Soriano, Marqués de Ivanrey, el visionario mencionado que nos transportaría con el paso del tiempo a una dimensión turística imprevista.
Lejos quedaban ya las posadas y próximos los grandes y lujosos hoteles. Entre ambos un largo y no siempre fácil, camino.
Ana María Mata
Historiadora  y novelista  


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