23 de febrero de 2012

PROVOCACION Y VULGARIDAD


Estamos en un momento crucial en el que gran número de personas sufre carencias tan esenciales que Cáritas se confiesa desbordada, a la vez que miles y miles de pensionistas deben acoger en sus hogares reducidos a hijos y nietos y repartir con ellos techo y comida. El drama de quienes ven impotentes como se les va desmoronando la vida es tan conocido hoy en nuestro país, que una se pregunta como puede emitirse un programa de televisión del calibre del que presentaron unos días atrás. Me dirán que la libertad de expresión vale también para esto, que la sociedad es como es, y no es hora de escandalizarnos, incluso habrá quienes piensen y digan que sirvió de “publicidad” para el municipio. El nuestro, por cierto y por desgracia. Marbella, ciudad que por lo visto vale tanto para un roto que para un descosido (como decían las abuelas), a la que se le atribuyen tantas cosas buenas y malas –dependiendo del emisor– que de ser ciertas deberíamos estar hace tiempo en el libro de los Guinnes. A Marbella, lo dijo una vez Manuel Alcántara, le cabe mucho dentro. Demasiado, si me lo permite el genial columnista. Le sobra bazofia, a veces, y le falta humanidad otras muchas.
El programa en cuestión iba de “Ricos que no sienten la crisis”, y  en consecuencia, mostraban sus mansiones majestuosas con mil detalles de ostentación y comodidades, junto al último de los arquitectos “divinizado” que no tenía inconveniente en decir, entre risotadas y gestos histriónicos que ¿por qué iban ellos a sentir algo tan alejado de sus afortunadas existencias…? La indignación llegó al climax cuando aparece en pantalla un hotel de lujos para perros en algún lugar cercano a Río Verde, en el cual, canes con pedigríes distintos disfrutaban de su estancia como si de príncipes saudíes se tratase. Tomen nota: habitaciones impolutas, camitas con colchones de plumas, piscina transparente para hacer aquagym (mezcla de gimnasia y natación), menús diferenciados, jardines donde poder defecar con toda libertad, y máquinas para que los afortunados animalitos tuviesen el mismo entrenamiento que un deportista de renombre o una señora cuyo peso corporal desea reducir. Me olvido sin duda de alguna cosa más, pero sepan que las condiciones eran tan exquisitas que más de uno hubiese querido, de poder, cambiarse de raza, es decir, de la humana en el momento actual, a  la canina que pernoctaba en el hotelito de marras.  Creo que el programa presentó también algunas imágenes de adinerados residentes cuyo caudal debe ser tan intenso como el gusto hortera que presentaban sus exageradas mansiones. Digo creo, porque no fui capaz de llegar hasta ese momento después de las imágenes de los canes. Con sus vestidos, lazos, y atenciones de bebés recién nacidos tuve suficiente.
A quien escribe casi le provoca el vómito. Piensen detenidamente que les debió provocar quienes se ven obligados a vivir hacinados y tomar un solo plato caliente al día. ¿Alguien se atreve a analizar cual pudo ser la intención de dicho programa televisivo?                                                                                          
Ana María Mata
Historiadora y novelista 

21 de febrero de 2012

CARO DIARIO (TERTULIA EN MARBELLA)


De entre las herramientas que pone la Red a nuestra disposición, y a pesar del ritmo frenético de los avances que van apareciendo, el que más me atrae es el formato Blog.

Evolución de los diarios personales que escondíamos en nuestras mesitas de noche, fueron saliendo a la luz hasta encontrar su ubicación actual, siendo utilizada de muchas maneras diferentes: Podría decirse que la más común es la de ventana de reflexiones personales, pero también es muy frecuente para exteriorizar inquietudes y aficiones. Escritores de renombre también han caído en la tentación de la publicación personal gozando de la libertad de publicación.
Un uso bastante interesante es en sustitución de una web, por su fácil configuración y actualización, con plantillas cada vez más dinámicas que permiten personalizarlas.
Otro de sus éxitos radica en la posibilidad de participación abierta, permitiendo  una interacción entre el escritor y sus lectores, sin límite de caracteres a priori.
Las entradas se pueden acompañar de imágenes, videos o música, logrando dar al tema expuesto mayor definición o incluso belleza creativa.
Compite con la tendencia creciente de la brevedad e inmediatez, de la impaciencia, el cotilleo y el voyeurismo de las redes sociales tipo Facebook o Twitter. Pasarán de moda –tal vez ya deberían haberlo hecho- pero la realidad es que siguen vigente, y por eso, nosotros estamos aquí.

Gracias por leernos, gracias por participar y esperamos que disfrutéis a través de nuestras humildes publicaciones.

Arturo Reque Mata
Creador del blog Tertulia en Marbella

20 de febrero de 2012

LA “DESBANDÁ”


                                
Uno de los episodios más crueles, y a la vez menos conocido de la Guerra Civil, cumple ahora en febrero el triste aniversario de 75 años. Me parece un deber moral para con las víctimas de aquella masacre traerlo a la memoria. El 6 de febrero de 1936 las tropas del general Queipo de Llano entraban en la ciudad de Málaga, cuando ya la mayoría de los pueblos occidentales de la provincia estaban en manos de Franco. La única salida que quedaba para milicianos y republicanos, incluidas sus familias, era un camino que después fue llamado “carretera de la muerte”. Para Almería salieron unas 100.000 personas por la ruta de la costa.    
Fue la llamada “desbandá”. Asediados por los disparos de barcos italianos y aviación alemana, y la metralla, por tierra, mar y aire, miles de civiles fueron asesinados y sus cadáveres, o se los llevó el río Guadalfeo, o acabaron en fosas comunes. Los pocos testigos que quedan vivos relatan con el horror en la mirada aquellos cuatro o cinco días de infierno en que corrían despavoridos huyendo de una muerte segura. El miedo colectivo a las barbaries de las tropas marroquíes (las tropas moras) de las que se decían que violaban y cortaban pechos a las mujeres, fue una de las causas que les impulsó a huir. Muchos perdieron hijos y ancianos en la carretera, unos por muertes y otros  fueron dados por desaparecidos, como fue el caso de Paquito Zambrana, hijo de una familia de San Roque que se escapó de la mano de uno de sus hermanos mientras corrían. Al acabar la guerra sería  adoptado a través de Auxilio Social, un anexo de la Falange, por Elvira Vidal, casada con el abogado malagueño Zambrana, y posterior dueña del caserío El Fuerte de Marbella. Su familia no consiguió dar con él y lo creyeron muerto. Vivió en Marbella hasta 1958 en que marchó a Alemania.
La “desbandá” hacia Almería ha sido estudiada por profesores de Hª Contemporánea, como la Doctora Lucía Prieto, de la Universidad de Málaga y su compañera Encarnación Barranquero, entre otros. Todos coinciden en que lo sucedido en la carretera de la muerte, la matanza de civiles a punto de concluir la toma de Málaga por las tropas nacionales fue un acto de crueldad innecesario que correspondería, quizás al intento de mostrar a los republicanos el poder de los vencedores y las futuras y posibles venganzas.
Hecho luctuoso cuyo recuerdo es válido en un país al que parece gustarle demasiado la existencia y conflictividad entre bandos opuestos. Un país que presume de no flemático y olvida el horror que a veces produce el apasionamiento innecesario.
Ana  María  Mata
Historiadora  y novelista

16 de febrero de 2012

ARRANCAR LA TOGA


Ni soy jurista, ni es mi pretensión, válgame Dios, enmendar la plana a señores magistrados que tienen la categoría profesional suficiente como para dictar la sentencia que condena a Baltasar Garzón a once años de inhabilitación, o lo que es lo mismo, a abandonar su profesión de juez. También sé que los fines nunca justifican los medios, y que las normas en materia de  justicia son absolutamente estrictas. Con todo esto quiero decir que no voy a escribir una defensa a ultranza a favor del juez más famoso de España, quizás, como dicen algunos, con enorme placer por su parte.
Como siempre fui de las personas que dudaban por principio de la negrura absoluta de lo negro o la blancura ídem de lo blanco, mientras que en el sufrido gris encontraba más aproximación con todo lo que la vida representa, pienso, y no me importa confesarlo, que la unanimidad en arrancar la toga de Baltasar Garzón  esconde matices humanos que ni han sido -por supuesto, hablamos de la ley- examinados con profundidad, ni contemplados en lo que significan de cara a nuestra imagen casi en el mundo entero.
Los graves hechos están ahí, y no son discutibles. Pero muy distintos son algunos factores que esa misma sentencia parece condenar. Por ejemplo, y cito textual: “El anhelo del juez instructor (Garzón) de colocar el proceso penal español al nivel de los sistemas totalitarios”. Esta afirmación me parece un juicio de intenciones asombroso para tan alto tribunal, como igualmente rechazo la opinión de parte de la sociedad al afirmar su gusto por el “estrellato” como motivación principal de sus actuaciones.
Baltazar Garzón, queramos o no, es para una parte notable de ciudadanos uno de los pocos símbolos de la justicia en la que confiaban. Su expulsión, además llega en un momento de gran desánimo social en los que mucha gente lleva tiempo conociendo casos de corrupción que no acaban como delitos ni conllevan castigo alguno. La pregunta, como vulgarmente se dice, del millón podría ser si las mismas decisiones tomadas por otro juez que no fuese Garzón hubiera merecido una sentencia tan severa.
O si entre tantas denuncias por prevaricación solo ha habido un juez cuyo castigo merece de verdad, que le arranquen la toga.
Que me perdonen algún lector purista, pero en España tenemos la costumbre de ser a veces más papistas que el Papa. Más justos en este caso. ¿Más humanos?

Ana  María  Mata
Historiadora  y  novelista

15 de febrero de 2012

ESTOCADA A LA CULTURA. EL DESPIDO DEL ARQUEÓLOGO DE TARIFA


El nacionalismo español está satisfecho: el derechas, porque gobierna y ambos (igual de nacionalista es la izquierda que la diestra) porque la selecciones españolas, como los antiguos tercios, airean nuestro pabellón por este mundo ancho y ajeno, que decía Ciro Alegría. Ataviado con su antigua arrogancia, el español ha encontrado en el deporte —a falta de símbolos o fechas unificadores— el santo y seña de su verdadero ser. Pero hubo un tiempo en España en el que el prestigio se tasaba según su cultura. Prácticamente todas las historias de la nación o similares que se escribieron en el último tercio del siglo XVIII tenían como leit motiv la precedencia de la cultura española sobre el resto. Cuando se discutió desde fuera (Morvilliers, Montesquieu y algunos anteriores) el valor de nuestra literatura, de nuestra ciencia experimental, del nivel económico y comercial de España, la respuesta de los intelectuales hispanos fue inmediata: Forner, los hermanos Mohedano, Cadalso, Campomanes, Capmany o Masdeu reivindicarán las virtudes y excelencias de una España que no se resignaba a jugar un papel secundario en el panorama de modernización general europeo. Sin embargo, en la actualidad, y a falta de otros motivos, es el fútbol lo que nos renueva el orgullo y el crédito que perdimos en la batalla de Rocroi y paces sucesivas. En «este país», el fútbol y el deporte en general parecen hoy dar la medida de nuestra significación. Y, efectivamente, el nivel deportivo de una Estado —cuando es alto, permanente y generalizado— revela una preocupación de sus gobernantes que suele ir en paralelo al de la cultura y la ciencia. ¿Sucede así en España?
En un pasaje de Los Miserables, el narrador proclama que «La grandeza de países como Alemania y Francia estriba en sus grandes hombres y obras y en la elevación del nivel que aportan a la civilización, y no en sus victorias militares, que son accidentes. Sus victorias ni los elevan ni los rebajan sus derrotas. Eso sólo ocurre con los pueblos bárbaros (…). Su peso específico en el género humano resulta de algo más que de un combate». Amén.
A falta de guerras contra nuestros vecinos del norte, los tuteamos porque tenemos un equipo de tenis que es la reencarnación de la Armada Invencible. Mas, ¿podemos siquiera aspirar a lacayos de su nivel cultural? Hasta donde alcanzo, la crisis concierne a casi todos, las instituciones están al pairo de un temporal incesante y las medidas han de ser drásticas e impersonales. Y también puedo llegar a comprender que al que competen las decisiones le cueste lo suyo. Pero lo que no puede aceptarse de ninguna de las maneras es que en este milenario país las mermas presupuestarias afecten, más que a ningún otro capítulo, a los patitos más feos y rezagados de todos: la cultura y la educación, proporcional y absolutamente. ¡Joder! Ahí no se produce —con las lógicas reprobaciones de los afectados— ni la más mínima controversia; ni siquiera la ciudadanía disimula su acuerdo: ahora no es tiempo de fruslerías y aliños innecesarios. La arqueología, ¡por Dios! Ya habrá tiempo.
El arqueólogo municipal de Tarifa, Alejandro Pérez-Malumbres Landa (marbellense de condición), ha sido despedido. A mi juicio, no es relevante quiénes gobiernen en la ciudad. Al equivocado concepto de que la inversión en el patrimonio es prescindible, se suma el hecho de que es en Tarifa, que desde el año 711 forma parte, con letras gruesas, del catálogo de nuestro patrimonio. Hombre… si hubiesen despedido al arqueólogo de Brasilia, pero, ¿al de Tarifa, que era el único garante e imaginaria de su herencia arqueológica, excepción hecha del conjunto de Baelo Claudia, gestionado por la Junta?
Pasa en la Administración y no sé por qué; o sí. Un arqueólogo o un archivero (como es mi caso) es un gestor de información tan vital como pueda serlo uno de recursos humanos o financieros, y esa misma información y su tratamiento adecuado son tareas de extraordinaria importancia que diariamente se manifiestan y demandan los más variopintos usuarios. Los que trabajamos en la cosa pública sabemos perfectamente quiénes sobran y quiénes no. También los políticos. El arqueólogo de Tarifa (una de las personas más cualificadas de ese ayuntamiento) ganaba alrededor de 1.400 € netos al mes;.bastante menos que el guarda del castillo. Pero era «el» arqueólogo y no formaba parte de colectivo alguno dentro de la institución. Despedir a los que son prescindibles (más en número y mucho menos cualificados) es un suicidio electoral y una medida impopular. Ahí debería estar el político y no asestando estocadas perfectas, que son artes de otros oficios. Aunque, bien pensado, ¿qué, si no, sabemos hacer los españoles?

Francisco de Asís López Serrano

Archivero municipal de Marbella

13 de febrero de 2012

HOMBRES DE LA MAR


Hace tiempo que quería escribir sobre ellos. La maldita y -como dicen- palpitante actualidad lo ha ido retrasando, mientras en su lugar lo he hecho, a veces a disgusto, de una economía de la que estoy hasta las narices a fuerza de oír y leer tantas necedades en forma de dificultosas palabras que solo pretenden maquillar u ocultar tras de ellas la  ineficacia de políticos, economistas,  financieros y demás mentirosos que, pudiendo, si lo venían venir, advertir de la tragedia actual, callaron como muertos para seguir obteniendo de sus envilecedoras transacciones, lo que de  verdad les interesaba: aumentar hasta la saciedad las diferencias entre ricos y pobres, o si lo desean, entre la clase media abducida por la codicia y los más ricos, siempre necesitados de más.
Ahora quiero disfrutar de unos minutos felices. Arropada por este blog en el que la mayoría son amigos de altísima calidad, me tomo la libertad de situar en letras de molde a unos hombres que siempre-estoy segura- nos han sido tan queridos a los habitantes de Marbella. Hombres de la mar. Marengos. Así lo hemos llamado desde siempre, desde que sus barcazas grandes, impregnadas de salitre y alquitrán, dibujaban un paisaje inolvidable en nuestras playas, con la gris arena mediterránea, pero entonces más limpia y más bella, más nuestra y menos denigrada por quienes hasta a ella, han envilecido.
Marengos de piel oscura y reseca, cuyas manos cosían agujeros en las redes con extrañas agujas que nadie además de ellos sabía utilizar. Conviviendo en las playas de antaño con nuestra infancia alrededor de sus barcas, a veces imaginarios habitáculos de una fantasía hecha de mar y espuma, de barcos piratas, ojos tuertos y calavera dibujada en el sombrero. Hombres cuya rudeza era muy inferior a una sabiduría labrada a fuerza de tormentas y temporales a los que había que domeñar con la maestría de un artesano y el valor de un soldado en campaña. Noches dentro de un mar que igual se mostraba cariñoso con reflejos de plata como salvaje y hasta asesino con sus corrientes y olas mortíferas.
Vendían lo pescado en plazuelas hoy turísticas y más tarde en puestos uniformes y con mostradores de mármol. Tenían la mayoría otro nombre para reconocerlos mejor. Motes  y apodos que heredaban sus hijos y los hijos de estos. “El Nene, El Marqués, Malasangre,  Aguabrava”…, maravillosa semántica de los pueblos donde casi todos se sienten parte de la misma familia. En los que un funeral era duelo generalizado y una boda espectáculo para no perderse.
De sus casitas encaladas salía la voz de Antonio Molina y Juanito Valderrama, ininterrumpidamente. “El emigrante” ponía en las arrugadas bolsas de sus ojos un atisbo de lágrima, y el gol de Puskas o la cuidada voz de Juanita Reina, una sonrisa tímida que pretendía ocultar el negro agujero de un diente que se fue y no tuvo repuesto.
Sus hijos pequeños correteaban descalzos por lo que para ellos era una prolongación de la vivienda, la playa y el mar, donde la mayoría aprendió a defenderse de él, nadando, sin ayuda, antes que andar en tierra.
Voceando en el antiguo matadero pececillos que sabían a gloria. Chanquetes que ya entonces parecían lágrimas de agua salada, dolor del mar que iba perdiendo a sus pequeños hijos, tan apreciados como después escasos. Boquerones que en sus estrechos lomos llevaban dibujados el azul brillante del lugar de donde salían. Salmonetes rojos, brecas, besuguitos y jureles, sardinas y algún pulpo feroz. Escamas por doquier, peces grandes, alguna vez que otra, corvina, pez limón…el muy apreciado mero.
Hombres de la mar, marengos que todavía conservan el ancestro heredado de muchas generaciones en sus risas abiertas de hombres con la conciencia tranquila y cuyos ojos reflejan lo poco, poquísimo que queda de la pureza altiva que un día ya lejano, nos era tan preciada.  Va por vosotros. 

Ana María Mata
Historiadora y novelista

10 de febrero de 2012

GRIVEGNÉE Y EL TRAPICHE DE MARBELLA


Tengo la impresión de que Enrique Grivegnée es un personaje poco conocido de la historia de Marbella. Por eso estas líneas, fruto de un pequeño trabajo de  mi época universitaria van a intentar reivindicar su memoria dando a conocer su gran relación con nuestro pueblo a lo largo del siglo XIX.
A partir de la expulsión de los moriscos en 1614, las plantaciones de caña de azúcar fueron decreciendo de tal forma que a mediados del XVIII se encontraban casi extinguidas en Málaga y provincia. El azúcar que se comercializaba procedía de la Isla de Cuba. Por fortuna, coincidiendo en el tiempo, aparece en la ciudad Enrique Grivegnée  y House, ilustre flamenco del alto comercio marítimo de Málaga, que con visión sagaz, se propuso volver a pasados esplendores agrícolas con ambiciosos proyectos de explotaciones diversas, y lo hace a través de la razón social denominada “Grivegnée y Compañía”, con corresponsalías en Londres, Roterdam, París y Marsella.
Enrique Grivegnée se casó en Málaga el 26 de marzo de 1768 con Antonia de Gallego y Delgado, hija de Vicente de Gallego, natural de Baeza, y de Francisca Delgado Guerra, nacida en Marbella. Antonia de Gallego heredó de su familia posesiones en la ciudad, campos en las que Grivegnée comenzaría su dedicación agrícola, y a las que con posterioridad añadiría otras, como la finca cuya escritura registra la fecha de 29 de enero de 1800, otorgada ante el escribano de Marbella D. Miguel Antonio de Aguado.  
La finca  contaba con un edificio en ruina debido al abandono ya descrito de la industria azucarera. El Ayuntamiento concedió a Grivegnée los privilegios de pastos y uso de aguas, así como el levantamiento del ingenio y la autorización para cortar las maderas de pinos, alcornoques y quejigos que necesitasen para las obras y el alimento de las calderas. El ingenio del Trapiche funcionó durante años con gran eficacia y significó la vuelta a la caña de azúcar que había sido un cultivo típico de la zona. Laboralmente dio trabajo a gran número de marbelleros en una época en la que, tras la ocupación francesa y los gastos originados por la defensa, las arcas estaban muy mermadas. Curioso resulta además el gran número de posesiones que sólo en la  jurisdicción de Marbella llegaron a pertenecer a Grivegnée, además del Ingenio: Los cortijos del Rodeo, el Grande y el de Las Bóveda, el del Chopo y el de La Alacena. Los Llanos de Nagüeles, y la Haza de tierra de los Arquillos. Dos casas en la plazuela del Santo Cristo, dos casitas en la calle Bermeja, y su casa principal situada también en la Plaza del Santo Cristo. Igualmente llegó a tener fincas en Churriana , Torremolinos y Vélez-Málaga.
Con la citada ocupación de las tropas napoleónicas, a la que se unió la desafortunada actuación de apoderados y representantes, la familia Grivegné no sólo perdió su extensa fortuna sino que se vio envuelta en un largo proceso jurídico por la demanda de acreedores.
Poco antes de morir describió de su puño y letra con gran resignación su situación, al decir “que no nos quedan más que los amigos para subsistir”.
El caso de la familia Grivegnée no es extraño a lo largo del siglo XIX español y malagueño. Personajes de gran enjundia y amplia visión para negocios de envergadura que llegaron a lo más alto y cambiaron, incluso el mapa geográfico y comercial de Málaga y su provincia con innovadoras ideas, pero que, al parecer no supieron rodearse de la gente adecuada para su conservación.
Quede la figura de Enrique Grivegnée como símbolo de modernidad en la atávica España del momento. Y la de sus gestores, incluida, según parece, parte de la familia, como triste modelo de lo que mucho más tarde sería, por desgracia, moneda corriente: la holgazanería y la corruptela.

Ana  María  Mata
Historiadora  y  novelist