17 de julio de 2012

EL NAUFRAGIO DEL GUADALETE


No deja de llamar poderosamente la atención que una ciudad como Marbella, que vive de espaldas a la mar, haya conseguido, a través del pequeño colectivo de los pescadores, que se haga patrona local a la Virgen del Carmen, junto al ya veterano en estos menesteres y alcalde perpetuo de nuestra ciudad, San Bernabé.  Desde que se recuerda, la Virgen del Carmen es la protectora de la gente de la mar, y aquí en Marbella siempre ha sido muy venerada y querida, por lo que no resultaba extraño verla seguida por muchísima gente cuando es procesionada. Precisamente durante la procesión del pasado lunes, entre los vivas de los pescadores marbelleros, me vino al recuerdo la historia de un cruel naufragio acontecido frente a nuestra costa hace ahora casi sesenta años y que fue terrible para sus protagonistas. Me refiero al dragaminas Guadalete de la Armada española, hundido sólo a 30 millas al sur de Marbella.

El Guadalete DM-5 y los de su clase (por ejemplo el Bidasoa DM-1 que vino a la inauguración de Puerto Banús en los años sesenta) era un barco de madera construido para limpiar de artefactos explosivos las rutas marítimas. Había sido diseñado por los alemanes en los años cuarenta para la guerra de minas en las tranquilas aguas del Báltico, por lo que cuando lo eligió la Armada española no era el barco más adecuado para las aguas españolas que son más movidas y exigentes para la navegación. En los difíciles y ruinosos años de la postguerra esta clase de naves tenían que servir para todo, por lo que además de su misión de dragaminas también tenían que hacer las veces de patrulleros en nuestras aguas territoriales. 

Precisamente en una misión de vigilancia de las costas africanas, al salir del puerto de Ceuta, apareció un fuerte temporal que puso a prueba al pequeño barco. Los envites de las potentes olas del Estrecho y el carbón nacional de mala calidad que no le daba suficiente fuerza a las calderas del Guadalete provocaron el desastre. El agua empezó a entrar por todas partes y convirtió el carbón en una pasta incombustible, por lo que los motores se pararon al morir los fuegos de las calderas y el barco se atravesó a la mar, escorando fuertemente y empezando hundirse a pesar de los esfuerzos de su sufrida y valiente tripulación.

A bordo de este sentenciado dragaminas estaba cumpliendo su servicio militar un hijo de Marbella, Francisco Morilla. Este marbellero pudo sobrevivir al naufragio del Guadalete para convertirse años más tarde en Policía Local de nuestra ciudad. Nos lo podemos imaginar en el atardecer del 25 de marzo de 1954 con el alma en un puño viviendo esta dura prueba, con el cielo oscuro, la mar negra y con gigantescas olas que barrían al pequeño barquito, con el miedo en el cuerpo y completamente empapado pasando un frio horrible. Nos imaginamos los angustiosos momentos en los que apareció en escena una corbeta de la Royal Navy  que habría partido desde Gibraltar y a la que le pidieron socorro. Esta corbeta británica no quiso involucrarse en un rescate y desapareció rápidamente de la zona. ¡Terrible!.  Seguro que en esos momentos Francisco Morilla se acordó de la Virgen del Carmen, tan venerada en Marbella, para que le echara un cable a su barco y le salvara a él y a sus compañeros. Era ya la última esperanza a la que agarrarse.

Finalmente nuestros marinos fueron rescatados por un mercante italiano, el Podésta,  que salvó a cuarenta y cuatro tripulantes del Guadalete del total de setenta y ocho. Treinta y cuatro se quedaron en la mar para siempre.  Salve Estrella de Los Mares.

Cuando el Guadalete se hundió no había salvavidas para todos. Simplemente no había presupuesto en esos años de crisis para dotar de estos medios de supervivencia básica a todas las unidades de la Armada española. El propio comandante del dragaminas le cedió el suyo al timonel. El resto de oficiales y suboficiales imitaron el gesto para con sus subordinados.  En la grave crisis económica de la postguerra no había dinero ni para chalecos salvavidas ni para carbón de calidad que podría haber evitado el naufragio y las muertes en la mar de estos valientes marinos. Quiera la Virgen del Carmen que nuestra Armada no tenga que volver a pasar de nuevo por otro momento similar en estos días y que se vuelva a achacar estos problemas a la crisis financiera en la que está sumida España. Ojalá tampoco olvidemos a los trabajadores de la mar y los recordemos solamente el día de Nuestra Señora del Carmen.  Y es que como decía Sorolla en  su cuadro de 1894 cuando pinta a un pescador ahogado tras ser sacado de la mar por sus compañeros: ¿Y dicen que el pescado es caro?.

Juan Cristóbal Ortiz Parra

9 de julio de 2012

MENOS PUEDE SER MAS


Con demasiada frecuencia olvidamos los hechos históricos del pasado y rechazamos las enseñanzas que de ellos deberíamos extraer. Especialmente los desgraciados esconden en sus páginas trágicas consecuencias  que son infinitamente valiosas. Pero es cierto que volvemos a caer en la misma piedra donde antes nuestros antecesores tropezaron y se dieron de bruces. Somos tan fatuos que tendemos a creer en que a nosotros no va a ocurrirnos igual.
El problema económico actual es tan antiguo como el hombre mismo y a pesar de los hechos terribles que muchos propiciaron, en época de bonanza nadie quiere (ni estados ni ciudadanos) oír hablar de restringir gastos, imitar a la inteligentes hormiga en su sabia idea de prevención y no actuar como chicharras dislocadas que es lo que hemos hecho. En el momento en el que los mercados funcionan entramos en el frenesí del consumismo con idéntica ansiedad que el niño ante el helado de chocolate. A veces me entra la duda de si en verdad pertenecemos, como nos han dicho, al calificativo de “sapiens”.
Tal vez aún estemos a tiempo ahora de dedicar unos minutos en reflexionar si de la tan cacareada crisis podemos sacar algo positivo. Algo que no se traducirá, por supuesto materialmente en nada, pues por ahí van precisamente los tiros; por el exceso de materialidad acumulada de muy diferentes maneras. Casas, coches, joyas, juguetes, vestidos, adornos, aparatos diversos…hasta un etc larguísimo. De todo ello hemos tenido tanto que el hastío llegó a preguntarnos si no existirían novedades que también pudiésemos comprar. Por desgracia las drogas y el exceso de alcohol  entraron ahí.
Existe una lectura distinta para tiempos como los de hoy que no nos vendría mal tener en cuenta. Basta con echar una leve mirada hacia atrás.
Para mi generación, que no vivió la guerra, pero sí sus consecuencias posteriores, la famosa pos-guerra, con sus cartillas de racionamiento, las muchas restricciones y en general la falta de casi todo lo que hoy consideramos imprescindible, creo que fue una escuela provechosa de la que nuestros hijos, por ejemplo, no han podido aprender. La escasez material impulsa la imaginación hasta límites insospechados. Una caja simple de cartón era, por esos años, tantas cosas posibles (casita de muñecas, coche, garaje, joyero,) que nos lo pasábamos bomba con ella, como con la piedra con la que jugábamos al “Rayo”, las canicas o cualquier objeto desechable. Por otro lado, sabíamos que no podíamos optar a más de los que nos daban, y no se nos ocurría pedirlo. La calle era nuestro paraíso particular, las bicicletas tardaron en llegar, la playa el no va más de la diversión y unos recortables de papel el motivo de reunirnos con amigas que tenían otros parecidos.
Quiero decir que nuestros valores eran de muy distinto calibre porque no entraba en ellos la competitividad, el ser más que el otro o presumir de riqueza. La naturaleza era  lo más precioso que teníamos y no costaba dinero. El sol motivaba excursiones al campo, a la montaña y al mar. El respeto se conseguía por méritos propios, no por altas finanzas. Los maestros no sufrían depresiones, el hombre de campo solía vivir sin fármacos mucho tiempo y el de ciudad –siempre con excepciones– llevaba  una vida modesta pero sin stress. La radio cantaba más que hablaba y nunca de economía. La televisión…¡uf!  la televisión  nos parecía algo tan irreal que casi no le hacíamos caso.
Verán, no me interpreten mal. No pretendo inducir a vivir como en los años cincuenta. Sé cuanto hemos conseguido, pero deberíamos recapacitar sobre los excesos a los que sucesivamente hemos ido llegando.
La libertad fue nuestro primer y más importante logro. Pero lo que vino sin que ella  interviniese, como lujos, marcas, codicia, envidias y acumulación de inutilidades, tiene un condicionante negativo. Lo estamos sufriendo porque nos hemos acostumbrados a que el dinero sea el dios de este absurdo presente. Y para ese dios, no existen ateos practicantes.  Es el reverso de tanto, demasiado, bienestar.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista

2 de julio de 2012

EL OBISPO FOGOSO


Algunos pensarán que como se me ocurre semejante tema cuando existen problemas tan acuciantes para desarrollarlos y críticas urgentes que hacer a demasiados poderes en el momento actual. Les explico: como los problemas no parecen fáciles de resolver y no tengo, por desgracia una barita mágica, y las críticas se la pasan generalmente por el forro los destinatarios de ellas, he creído que un poco de distensión vendría bien, tanto a los amables lectores del blog como a quien escribe, cuya cabeza arde de impotencia y hartazgo al mismo nivel que el termómetro en estos días.
Tampoco es tan baladí el temita, no crean, porque detrás de él se esconden otros de más trascendencia. Así, de golpe, unas fotografías de un señor no tan joven abrazado a una chica de muy buen ver en una playa –creo– o piscina, resultan sencillamente normal y hasta agradable ya que los gestos afectuosos no son muy corrientes ahora, cuando lo que impera es la violencia hasta en los juegos infantiles tan en boga
Lo malo es entrar en detalles a posteriori. Nuestra educación católica romana no nos tiene acostumbrada a que todo un Monseñor de una diócesis argentina, que para colmo es el presidente de Cáritas en la misma diócesis, sea fotografiado en actitudes amorosas mientras se refresca con quien en principio afirmó era una vieja amiga de infancia (amiga, puede, lo de vieja es un eufemismo degradante para ella) y luego acabó siendo su amante desde hace unos años.
No crean que quiero hablar del escándalo posible, muy por el contrario. La noticia, si sirve para algo es simplemente para traer a colación el viejo tema del celibato católico, cuyo origen nadie ha podido demostrar, y al que achaco una gran parte de la hipocresía que desde tiempos lejanos la Historia de la Iglesia viene arrastrando. La literatura española está cargada de ejemplos sobre ello, y no hay más que recordar a Leopoldo Alas Clarín en La Regenta, junto a los casos reales que cada uno de nosotros conoce de una doble vida con sotana y sin ella. No entiendo qué despoja al mensaje de Cristo de su grandeza el hecho de que sus seguidores en el ejercicio sacerdotal tengan una mujer en casa en lugar de tener que buscarla fuera y a escondidas.
El Hombre que intentó cambiar el arcaico mundo reglamentado por el Antiguo Testamento, que perdonó a la mujer adúltera, bebió agua con la samaritana, tuvo un discípulo avaro y solo habló de entendimiento mutuo para una convivencia pacífica, dudo mucho que impusiera como norma la castidad absoluta, o en su defecto, el placer onanista o prohibido.
La actual Iglesia anda todavía a falta de una remodelación que quizá de haber seguido por la línea del Papa Juan XXIII se hubiese conseguido. De la misma manera que le sobra boato, riquezas, oscurantismo y comprensión, le falta mucho de lo predicado por su fundador cuando anduvo entre la gente y tal vez lo que menos imaginase fuesen cosas como el Estado Vaticano, con su Banca incluida, el exceso de cardenales, de burocracia o de imaginería vacua mientras los pobres siguen ahí sin que nos molestemos en recordar que fueron su prioridad.
Lo malo de Monseñor Bargallo no es el amor que parece profesar a esa joven, sino el tener que hacerlo a escondidas mientras perjura que no era nada libidinoso para acallar a los feligreses y a la Curia romana.
De todas formas, un pequeño inciso: ¿Quiénes fueron tan listos para conocer el viaje de placer de dos enamorados no muy normales? ¿Cómo se le escapó al señor obispo la privacidad que en los años anteriores había logrado?
Tomen nota los que defienden el celibato, porque ocasiones como estas pueden saltar en cualquier momento debido al pillaje de los medios. Y no me digan que alejarlo de la diócesis es la verdadera y única solución. Es aumento de falsedad, como en los casos de pederastia.

Ana María Mata
Historiadora y Novelista