28 de febrero de 2013

HISTORIA DE MI PRIMER MARATÓN



Estadio Olímpico de la Cartuja. Sevilla. 24 de febrero de 2013
12.23pm. No puedo pararme, no puedo pararme, no puedo pararme. Cualquier intento puede dejar completamente agarrotados mis músculos.



 
Julio 2012
Las vacaciones de verano siempre son proclives para planear objetivos futuros, muchos de los cuales se quedan en el tintero, pero alguno suele llegar a buen fin. Esta es la historia de cómo me decidí a correr mi primera maratón.
Los prados, playas y el entorno del pueblo cántabro de Pechón es un lugar idílico para los practicantes de deportes al aire libre, siendo el “running” uno de ellos. Durante las muchas trotadas que nos dimos Elena, José y Manuel por esa zona –tres grandes corredores con muchos kilómetros en sus piernas y varias maratones–, comentábamos nuestros próximos objetivos entre los que destacaban que Elena y José iban a disputar el Maratón de montaña de Jungfeau en septiembre, ¡casi nada! Yo expuse mis ganas de empezar a hacer trail de montaña, sin embargo, estos expertos veteranos me recomendaron rematar mi periplo por la carretera con una maratón. Ya había corrido suficientes medias y contaba con  experiencia suficiente para debutar en un maratón.

Octubre 2012
Ya han transcurrido algunas carreras de la nueva temporada con la Media Maratón de Marbella como hito fuerte de final de verano (1h32’57”). Los amigos del Melgar-BikeStation anuncian su comienzo de preparación para la MARATÓN DE SEVILLA creando grupo de Facebook y todo. Me aceptan encantados y se vuelcan en animarme, llenándome de sabios consejos. Voy a seguir el plan 3h30 de Rodrigo Gavela a lo largo de los próximos cuatro meses lo que me supone tener que dejar el kárate por este espacio de tiempo. Las dudas sobre la interpretación de los entrenamientos son aclarados en los desayunos posteriores a las tiradas de los domingos. Paco, Pepe, Diego y Alejandro serán mis compañeros habituales para esos días.

Febrero 2013
Desde que empecé el entrenamiento específico en noviembre, coincidiendo con las únicas lluvias del otoño, he recorrido muchos kilómetros, por nuestro paseo marítimo sobre todo, pero también por algún campo y varias carreras: Media de Córdoba (1h30’09”); Ruta Carlos III-Ecija (25.6km-1hh53’22”); Cross de San Pedro y Media de Torremolinos (1h27’11”).
Rosa nos da una clase magistral de nutrición para la semana previa y para la propia carrera. Mil gracias.




23 de febrero de 2013


Día de desplazamientos para llegar a Sevilla y recoger el dorsal del propio Estadio de la Cartuja. Los nervios se activan con el ambiente del recinto. Aprovecho para “visualizar” mi llegada asomándome al foso central desde la grada. Ummm, que lejos parece.
Echamos el día con amigos de la etapa universitaria –ahora rodeados de pequeñajos– a los cuales les he pedido poder comer pasta. Hoy hay que cargarse de hidratos de carbono aunque ya llevo toda la semana haciéndolo.
La cena me falla ya que los niños están cansados y con pocas ganas de salir al centro. En el hotel, lleno de corredores, no queda el menú especial así que en la cafetería me tengo que conformar con una hamburguesa completa.
Ya en la habitación termino de preparar todo el equipo, aunque dudo sobre si camisa de tirantas, corta o incluso mangas largas ya que anuncian bastante frío. Pruebo un cinturón porta geles que me he comprado en la feria del corredor pero desisto. No quiero experimentos de última hora. Según los consejos de veteranos expertos cercanos a mí, los geles tomados de manera bien repartida a lo largo de toda la carrera pueden ayudar a evitar el famoso muro así que me decido a llevar dos geles de 40mg en cada mano.
En la habitación hace mucho calor y me cuesta dormir, pero sorprendentemente no tengo nervios ni pienso en la carrera.


24 de febrero de 2013
6.15am. Suena el despertador del reloj. El mismo que me acompañará y me informará a lo largo de todo la carrera.
Desayuno en el bufet del hotel –lleno de corredores, algunos ya con las calzonas y las tirantas– de la manera más parecida a mi desayuno habitual. En el hall me encuentro con Fernando y su grupo de veteranos corredores que salen para el estadio.
Hace bastante frío, unos 3oC, pero menos de lo que esperaba. Ya en los alrededores se nota el ambiente, y en el túnel de acceso el bullicio es ensordecedor. Tras colocarnos la vaselina y los esparadrapos, me tomo ¾ de plátano y agua. El peor momento llega al llevar la bolsa al guardarropa. Están organizados por número de dorsal pero tan cerca unos de otros que se forma una montonera impresionante e incómoda. Consigo dejar mi bolsa sobre las 8.35, pero mi duda es ¡¡¿cómo van a atender a la cantidad de corredores que están detrás de mí y a los que no paran de llegar?!!
Yo a lo mío, salgo fuera (no se sale de dentro del estadio), dirección al cajón que me han asignado y aprovecho para “eliminar tensiones”. Hago unos mínimos ejercicios de estiramiento y troto ligeramente hasta mi zona. Finalmente he optado por pantalón corto, camiseta de manga corta y la clásica PRIMEGUIS de tirantas encima con un pañuelo-braga protegiéndome la garganta. (También aclaro que hace unos días opté por dejar las Saucony  Kinvara 2 y usar las Saucony Jazz 14 que tiene más amortiguación y me da más confianza aunque pesen bastante más)
No veo a ningún Melgar-BikeStation, pero sé que estarán situados un poco más adelantados. Sí me encuentro con Fernando en mi zona y me relajo charlando con él, aunque las pulsaciones ya están a 120.


9.03 am. Salida. 7.150 corredores, cada cual con su propio objetivo y una misma meta a 42,192 km de distancia.
Busco mi ritmo evitando contagiarme de la masa que me rodea ya que no paran de adelantarme. El primer kilómetro lo paso a 4’46, tengo delante a Abel Antón que “lleva” el globo de 3h30 (digo “lleva” porque en los primeros metros se le “escapó” y se fue por los aires), pero detrás va el de 3h15. Alguno no ha regulado bien en este inicio de carrera. El km2 lo paso a 4’52 (163ppm) y decido adelantar al grupo de Antón y subir las pulsaciones por encima de 165ppm. Recorremos la zona de Triana y Los Remedios para cruzar el río por el puente de San Telmo. Tomo la primera dosis de gel nada más ver el avituallamiento del km 5 según las indicaciones de los asesores.

Mantengo bien el ritmo y las pulsaciones durante estos primeros kilómetros donde hay mucho público. En el 9 me espera la familia junto al puente del Alamillo. Subidón emocional y p’lante. De momento solo tomo gel y agua en los avituallamientos cada cinco kilómetros, desechando los puntos intermedios cada 2,5km.
Sobre el km 12 busco a Pedro que avisó que estaría por allí, y así es. Gracias D. Pedro.
Por el 14, en la Ronda Capuchinos, me sorprende y entristece ver a D. Paco Portero caminando en sentido contrario. Su lesión de última hora del soleo no se ha recuperado. No te preocupes, corres con nosotros.
Ya me he perdido, no sé por qué zona de Sevilla vamos, pero sí que estamos lejos de todas partes. Sigo manteniendo el ritmo sobre 4’38 y el pulso controlado en 167ppm.
Mientras intento identificar por dónde vamos pasando, noto mínimas molestias en la rodilla izquierda, pero me digo que no es nada nuevo, que todo lo que ocurra antes de la media maratón es habitual y ya lo conoce mi cuerpo. Será más preocupante cualquier molestia que aparezca después del 21.
Y llegamos a esa media maratón -aunque mi Garmin marca los pasos kilométricos bastante antes que las indicaciones de la organización- con un tiempo de 1h39’.
No hago cálculos mentales, a esa altura decido que me da igual el tiempo y que lo que quiero es “disfrutar” y llegar sin parar a meta. Por lo tanto dejo de mirar ritmos y me centro en el pulso, fijando los 167ppm como tope, planteándome subir a 170 a partir del km 30. Poco a poco nos acercamos al campo del Betis, pasando junto a la zona de Bami -recuerdos de años de universidad- y al famoso km 30 donde dicen empieza la auténtica carrera. Delante la larguísima Avenida de la Palmera con final en el Parque María Luisa. Este tramo se presenta duro por lo físico (se nota que el cuerpo ya no tiene reservas y que tira de pura musculatura) y lo psicológico (temor a que llegue el del mazo, sobre todo por el sin fin de corredores que deambulan por las aceras). Sólo 12 km, pero pasan lentamente. Adelanto corredores sin parar, pero también me adelantan a mí. El parque parece que no llega nunca. Decido no subir las pulsaciones ya que llevo las piernas muy cargadas. 
 Por fin en el Parque María Luisa, pero los continuos quiebros que nos hacen dar por sus jardines más que ayudar matan. El público se agolpa en la Plaza de España donde nos pueden ver pasar dos veces por el propio trazado curvo de esa zona. Las mejores fotos serán en esa zona donde arquitectura regionalista, fuentes y atletas componen un bonito cuadro. Voces conocidas me animan a falta de siete kilómetros. Saco mi mejor sonrisa no sé de dónde, en agradecimiento.

En la Avenida de la Constitución el abundante público forma un pasillo estrecho que obliga a esquivar los raíles del tranvía. Se hace un tanto peligroso y molesto; choca con la euforia por los continuos gritos de ánimo a escasos 7 km de meta. La concentración en las escasas fuerzas que me quedan no me dejan contemplar el recorrido todo lo que querría, pero estoy aquí, terminando la maratón de Sevilla, mi primera maratón.
Cruzamos el río por el Puente de la Barqueta donde los voluntarios del penúltimo avituallamiento me sorprenden animándome por mi propio nombre. Todo un detalle que se agradece. Olé por ellos.
El recorrido por la isla de la Cartuja para cumplir los últimos 5 km se hacen pesados. Ya solo quiero llegar al estadio y sin embargo nos estamos alejando cada vez más. Cada vez más corredores se ven obligados a pararse o caminar; una lástima cuando queda tan poco pero no hay de dónde tirar o si te has roto.

Por fin giramos y enfilamos el estadio, pero aun hay que rodearlo y subir un poco hasta llegar al túnel de acceso. Se escucha al speaker y ya sabes que llegas. Vas a entrar en el Estadio olímpico de la Cartuja. Ya no voy a arriesgarme en el último kilómetros ya que este momento hay que disfrutarlo, sentir cada paso, visualizar en tres segundos el tiempo dedicado a este fin, los días de entrenamiento, los agradecimientos a las personas que han tenido que adaptarse a mis exigencias, las nuevas amistades; en definitiva, todas las vivencias experimentadas al abrir una nueva ventana de mi existencia que es la vida.

3h 23min 19sg. (3h22’59 real) 
 

Arturo Reque Mata
Arquitecto y maratoniano.

16 de febrero de 2013

PASEOS A LA ERMITA DE GUADALPIN



(Artículo publicado en el diario SUR el 14 de febrero de 2013)
Necesito, y creo que me comprenderán, una página de frescor que aminore en algo la podredumbre en la que estamos sumergidos. El hedor es tan insoportable que corremos el riesgo de una infección generalizada imposible de atajar con los medios al uso. Solo una poda auténtica que llegase casi a la raíz posibilitaría que la atmósfera volviese a ser respirable en este país que ha caído tan bajo.
Apelo a la infancia de la que dicen los poetas que es el paraíso del hombre, para traer a los lectores y a mi misma, imágenes del ayer que todavía permanecen en las retinas de quienes las vivimos.
Marbella era una ciudad-pueblo mimada por los dioses y felizmente habitada por seres que desconocíamos su riqueza potencial y de ahí nos nacía la inocencia. Mirábamos al norte y contemplábamos la indefinible silueta de una sierra cuya majestuosidad nos arropaba como polluelos envueltos en sus faldas. Poníamos los ojos en el sur y a la orilla de un mar histórico llegaban los susurros melodiosos de su espuma. Al este y el oeste sumergíamos la mirada en un verde múltiple que daba la impresión de no tener fin. En el centro, seres de carne y hueso habitaban casitas encaladas año tras año donde el sol era el huésped permanente con el que jugábamos a una relación tremendamente pasional.
La familia marbellera era como una saga pequeña, bendecida por la naturaleza y cuya suerte solo conocimos el día en que empezamos a perderla. El día en que vinieron de fuera para preguntarnos cuanto queríamos por nuestro valor en monedas. Abrimos excesivamente los ojos y el paisaje cambió para siempre. Suele ocurrir cuando se pierde la inocencia.
Pero antes de ello gozábamos de tradiciones y costumbres invariables que iban de acuerdo con la transparencia que albergábamos en corazón y mente.
Una de ellas eran los paseos de los lunes a una ermita situada en la margen izquierda del río Guadalpín, donde se imploraba al Cristo clavado en la cruz y de paso se guardaban plegarias para un San Nicolás al que atribuíamos concesiones milagrosas, entre ellas recuerdo, la de lograr novios para las por entonces “solteronas”.
La ermita en sí era una pequeña y blanca construcción con una entrada flanqueada por poyetes encalados que servían para sentarse. Siempre había flores en el altar, creo que también ex -votos dorados en recuerdo de algunas curaciones corporales.
Sentados en los poyetes de la entrada se oía con nitidez el agua que fluía en el río cercano, casi pegado a ella. Como el tráfico era escaso los niños corríamos entre las hierbas del campo contiguo, alcanzando en ocasiones la carretera, que, más que serlo era un auténtico paseo.
El camino a la ermita comenzaba a la altura de la casa del médico Adolfo Lima, donde lo construido empezaba a decaer y lo reemplazaba –con pequeñas excepciones- campos a derecha e izquierda y cuya custodia parecía estar formada por los altos eucaliptos que casi en forma de arco formaban una arboleda bellísima que paso a paso acompañaba al paseante hasta su llegada a la ermita. No he visto, más que en el lluvioso norte, entramado vegetal tan aristocrático y elegante como el que formaban los eucaliptos con sus torcidos troncos y su frescor intermitente.
Como si de  una peregrinación semanal se tratase, el camino se llenaba de gente que iba con paso tranquilo conversando y agradeciendo el relax que la arboleda generaba de forma natural y sencilla. Las mujeres eran mayoría, ya se sabe que en las cosas religiosas y de culto, los hombres profesaban silencio, como si lo de ser “beatos” fuese cuestión exclusiva del género femenino. Ellas hacían las promesas que cumplíamos escrupulosamente de lunes a lunes.
Marbella no era todavía el epicentro del turismo, y por ello los árboles nos pertenecían como nosotros a su sombra y verdor. Con la llegada de los años sesenta el coche ganó la batalla, primero a la arboleda y después a la ermita. Con las carreteras llegó el turismo en avalancha incontenible. Lo que vino después ya lo conocen, para lo mejor y para lo peor.

Ana  María  Mata  
Historiadora y novelista

12 de febrero de 2013

TESTAS CORONADAS



(Artículo publicado en el Diario SUR el 7 de febrero de 2013)
No me gusta para nada el Medievo, lo reconozco sin ambages. Quizás porque su estudio exhaustivo me dio a conocer una época histórica en la que el hombre andaba sumido en una oscuridad mental que además de crear una teocracia sin límites originó a su través sistemas de gobierno como el feudalismo y las monarquías absolutas, en las que el poder de los reyes emanaba directamente de Dios.
Por fortuna nada que ver con las todavía existentes monarquías que en Europa principalmente, rigen las vidas de los ciudadanos y cuyo anacronismo, simpático si quieren, parece tener valor o mérito de unificación y representación ante los otros países, países que  abandonaron hace tiempo lo de las “testas coronadas”.
Quisiera decir que mi indiferencia hacia las coronas en general y la nuestra en particular me induce única y exclusivamente a observar el vestuario de las damas y cotillear sobre sus arrugas en una de las revistas que todos conocemos por el excesivo número de páginas que le dedica y el buen coloreado de sus fotografías.
Ocurre que una cosa es esta inocua pérdida de tiempo y otra muy distinta la relevancia que las actuaciones de determinados personajes pertenecientes al citado grupo llevan implícitas en la economía y la vida de nuestro país. Como adorno, servían, de acuerdo, como embajadores, en determinadas ocasiones, también, y no olvido una muy precisa actuación del jefe de todos ellos en un momento muy difícil de nuestra historia reciente.
Pero por mucho que algunos quieran cerrar ojos y oídos a hechos concretos de esa misma realeza, como si volviésemos al medievo, considero inútil y absurdo en pleno siglo XXI tratar de justificar lo injustificable por eso tan simple de “cuidar la estabilidad de la corona y del país”.
La corona debe cuidarse solita, que para eso lleva años ejerciendo su fácil y cómoda misión. Si además de una vida casi regalada, vamos a soportar los caprichos de un soberano en plena crisis viajando con su “asesora” a matar elefantes, y dejando que su deportista yerno, de nombre difícil, haga y deshaga a voluntad utilizando el título que consiguió (y perdonen la ordinariez) por un buen braguetazo…además de elaborar la más compleja trama de sociedades ilegales bajo el  nombre de “Noos”, entonces es que además de estar en crisis los españoles hemos entrado en un estado de estupidez que raya en catatónico.
Cada día nos despertamos con un nuevo imputado más cercano a las puertas de palacio que el anterior. El socio primitivo, a la vista de que querían cargarle el marrón a él, ha hecho lo normal, que es defenderse con uñas y dientes, aunque las uñas sean las de la infanta esposa y los dientes casi, casi del suegro coronado. De momento hoy han imputado al secretario de las infantas para que explique hasta donde llegaban sus relaciones con el yerno vasco y cuales eran sus funciones como tesorero del célebre instituto “Noos”. Alerta con los tesoreros, cuyo cargo parece alterar las meninges, de acuerdo con la actuación del anterior, ex del partido que gobierna.
Los correos electrónicos son un invento buenísimo según cual sea la utilización que de ellos se haga. Han desterrado al fax, al teléfono y no digamos a las cartas antiguas por correo, hoy casi prehistóricas. Lo malo es la impresora, la conservación que  por aquello de  “por si las moscas”, lleva a cabo alguna de las partes. Cuando se  juega sucio, hay que saber jugar, y en ocasiones la conservación de e-mail escritos en momentos eufóricos pueden dar a quienes juegan muy malos ratos posteriores. Que se lo digan al yerno en cuestión con su bromita en torno al título, tan de mal gusto como atrevida.
La Casa Real no ha caído del cielo como decían en Mesopotamia que llegó Gilgamecht, uno de los reyes de la ciudad de Ur. Es terrenal, demasiado por lo que estamos viendo, y sus miembros saben que la herencia no es garantía de nada si no cuenta con el apoyo del pueblo.
No he hablado de abdicación, que conste. Pero no debían olvidar que si antes hubo barcos que salieron de Cartagena, hoy existen aviones más rápidos y con diversidad de destinos posibles.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista 









      

5 de febrero de 2013

CAFÉ - BAR LA JAULA


(Artículo publicado en el diario SUR)
Debe ser que las reuniones familiares como estas de las fiestas navideñas conducen, e incitan al recuerdo. La presencia de abuelos, tíos, hermanos y amigos unidos por sentimientos más bondadosos que los acostumbrados en fechas normales, propicia que las sensibilidades acaloren la víscera cardíaca y cada cual necesite traer al presente sus vivencias más queridas. Como si una máquina del tiempo hacia atrás comenzara a funcionar movida por extrañas e invisibles manivelas.
 Todos poseemos en el interior de la retina imágenes precisas que el paso de los años no logra borrar del todo. El olvido lucha contra ellas consiguiendo alguna que otra vez un ligero deterioro, pero en la mayoría de las ocasiones triunfa la idealización que no es más que el resultado de una melancolía por cuanto fuimos y ya no volveremos a ser.
Sirva esto de entradilla al artículo de hoy, unas líneas que pretenden poner en el folio lo que representaron en la Marbella de los años cuarenta y cincuenta -más o menos- algunos lugares y rincones  muy personalizados y cuya existencia no hemos podido olvidar.
Se llamaba “La Jaula” , tal como suena de corto y conciso. Estaba situado en el centro de la carretera general y tenía salida también por la Alameda. Desde que lo conocí estuvo regentada por la familia Sánchez Cantos. No era su especial arquitectura lo que llegó a convertirla en el café más popular de la ciudad. Lo recuerdo destartalado, con madera y cristales y un cuerpo a su derecha, después del gran tejado a dos aguas. Sería todo un misterio intentar averiguar el por qué de su enorme carisma, de la fama adquirida cuando todavía lo mediático era algo inexistente. En Marbella todo se centraba sobre La Jaula en uno u otro momento. La rodeaba una atmósfera de familia que la transformaba en generadora de calor. Alguien me dijo un día que en ella “te sentías en tu casa, pero en mejor” y me pareció una buena definición de su liderazgo como café y bar. La Alameda la imbuía de un pequeño exotismo vegetal. En los días de feria conseguir una mesa en el exterior era proeza difícil.
Primero, me contaron, fue punto de partida y llegada de las diligencias, y más adelante estación de la  línea de autobuses que enlazaba Marbella con Málaga y el Campo de Gibraltar. Los “Portillos” hicieron de ella apeadero de la mayoría de visitantes y en la época veraniega los niños de entonces gustábamos de acercarnos hasta allí para reconocer al veraneante fiel, ese que no nos fallaba y cuya llegada nos producía placer porque representaban días futuros de sol, playa y encuentros furtivos.
Una campana situada sobre la puerta principal de “La Jaula” anunciaba la llegada o salida de los autobuses. Y un personaje singular estaba allí para tocarla de manera única e indescriptible : “El  Latero”. Rosadas mejillas acompañaban al brazo y la mano del hombre que al hacerla tañer, gritaba :” Marbella”… como si en ello le fuera la vida. 
El puesto de helados que instalaron a su derecha nos condujo a probar una nueva forma de degustarlos : El corte. Dos galletas avainilladas sostenían entre ellas lo que hasta entonces solo habíamos conocido en cucuruchos. Los helados Ilsa-Frigo fueron una de nuestras primeras y minúsculas concesión a lo moderno. Otra excusa para saquear la hucha de barro y correr a comprar un corte de Ilsa.
Aunque la felicidad sea una entelequia, confieso que aquellos paseos de la casa a La Jaula para ver si llegaba un veraneante conocido, si además se acompañaba de unas monedas para el helado correspondiente, estaban muy cerca de proporcionarme deliciosos momentos de gozo.
En 1965 fue derribada imagino que para el ensanche de la carretera. Durante mucho tiempo la echamos en falta. Hasta que la especulación sustituyó al sentimentalismo y el bolsillo anuló por completo la víscera cardíaca.   Este es mi pequeño homenaje.
                                                                                                          
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista