22 de marzo de 2013

EL TRAPICHE



Solo hace falta nombrarlo para mentalizar de inmediato uno de los lugares emblemáticos de Marbella. Por muchos motivos, algunos ajenos a su origen y a su historia, pero de importante actualidad entre los que habitamos la ciudad.
En lo más alto de uno de los campos que en el siglo XVII existían en Marbella, se encontraba el cortijo “El Trapiche”, instalado como fábrica de azúcar. Durante muchos años ejerció como tal hasta que distintos avatares condujeron a sus paredes a cambiar de objetivo para transformarse en bodega donde se fabricaba un excelente vino moscatel. Las vides eran abundantes en la ciudad desde tiempos lejanos, y en documentos históricos desde Al Idrisi, el viajero contumaz, hasta García de Leña en el siglo XVIII describían nuestra uva como “de color dorado, enjuto el hollejo, algo puntiagudas y muy gustosas al paladar…”
El propietario del cortijo El Trapiche era don Fernando Álvarez  Acosta que fue el impulsor del famoso vino, y cuya herencia recogería más tarde su hijo don Mateo Álvarez Gómez.  El vino moscatel “El Trapiche” llegó a ser muy apreciado no solo en Marbella sino fuera de nuestros límites y su secreto, según sus creadores era principalmente la calidad de la uva, pasa y moscatel, y la limpieza de los bocoyes y demás recipientes utilizados  Igualmente era necesario vigilar el proceso de fermentación del mosto, llegando a proporcionarle incluso calor artificial mediante estufas cuando los inviernos eran fríos, además de agregarle vino selecto de cosechas anteriores , “vino maestro” y alcohol en dosis muy determinadas.  Un detalle interesante era que para clasificar los caldos se utilizaba tierra de Lebrija y después, dos años de larga espera para embotellar.
En 1932, cuando don Mateo Álvarez recibió la herencia, la viticultura, por desgracia empezó un proceso de decadencia que se fraguó en los años siguientes por un conjunto de factores negativos, entre los que estuvieron, las exigencias de los trabajadores y la caída de los mercados por efecto de una crisis económica generalizada, que llevó a su fundador a no tener materia prima para su industria y tener que buscarla en otros pueblos. Mateo Álvarez resistió hasta los años cincuenta en que clausuró la bodega y dejó de producir el famoso vino dulce moscatel de “El Trapiche”.
Hasta aquí la historia más reciente de un lugar cuyo nombre hoy es sinónimo de tristeza para muchos, y para el pueblo, de abandono y dejadez total de la administración (Junta de Andalucía y Ayuntamiento). Tristeza al observar que las altruistas intenciones de su dueño, Mateo Álvarez Gómez al dejar a la Administración Municipal en herencia El Trapiche con la única condición  de que fuese construida en él una residencia para ancianos, no se han cumplido ni tiene visos de cumplirse por el momento.
Sobre las ruinas de la famosa fábrica de vino han estado durante décadas instalados con toda libertad los coches de caballos y sus conductores como si de establos gratuitos se tratase. Fue solo ante la presión de la familia Álvarez, heredera de don Mateo, cuando en un prurito de quedar bien ante la población, el Ayuntamiento se interesó en remover el asunto de la residencia. Si no recuerdo mal, se llegó incluso a poner la “famosa primera piedra” (y la última por el momento) con fotos adjuntas para que la ciudad advirtiese que lo del Trapiche iba por buen camino.
Del fallecimiento de don Mateo Álvarez ha pasado el tiempo suficiente como para que la deseada residencia estuviese en funciones y ayudase a los muchos ancianos sin medios económicos en los últimos años de sus vidas. En momentos como los actuales, de aumento de la pobreza, sería un alivio contar con un centro confortable que fue, además, cedido para ello. El desinterés no tiene otros motivos que la falta de valor especulativo que una residencia de ancianos posee.
Marbella puede tener muchos valores, pero en lo social y humano, que no vengan los del glamour hablando de cenas y galas y las autoridades asistiendo a las mismas con la palabra “benéficas” sobre sus hombros.
Mientras El Trapiche siga como está, sobran cenas con collares y falta verdadera solidaridad con los necesitados que tenemos cerca.
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista


   

1 comentario:

garbiñe dijo...

Buena llamada de atención.Ahora solo falta que se ponga en marcha.