28 de mayo de 2013

EL FUERTE DE SAN LUIS

(Artículo publicado en el diario SUR el 23 de mayo de 2013)
Documentos sobre la Historia de nuestra ciudad hablan de que el llamado Fuerte de San Luis fue mandado construir por el emperador Carlos V en el año 1574 con el fin de defender la plaza de los ataques de piratas africanos, entre los que se contaba el famoso Barbarroja. En 1752 dicho fuerte tenía siete cañones y su puerta principal daba al norte protegido por un foso con puente levadizo. El historiador Fernando Alcalá nos añade que contaba con capilla, almacén de pólvora, cuarto para las armas de artillería, cuartel para soldados, panadería y mazmorra. En 1810, cuando la invasión francesa, su gobernador era don Pedro de Artola, pero su guarnición parece que era más que nada nominativa, formada en su mayor parte por inválidos, motivo por el que al enturbiarse el panorama bélico, sencillamente lo abandonaron. Un poco más tarde el comandante del Regimiento de Málaga, don Rafael Cevallos-Escalera en gesto heroico lo defendió, pero en diciembre de 1810 el General Sebastiani, jefe de las tropas francesas en Málaga ganó la batalla a los defensores apropiándose de él . Cuando los franceses se retiraron de Marbella el 25 de agosto de 1812 hicieron estallar el polvorín y el fuerte quedó destruido por completo en su ala de levante.

Hasta aquí el somero relato histórico de El Fuerte de San Luis. Las connotaciones humanas del enfrentamiento entre franceses y nativos dieron lugar a posteriores páginas de encono en la vida de la ciudad entre los que fueron llamados “colaboracionistas” y los que lo defendieron a ultranza. Ocurre habitualmente al acabar un suceso bélico, una consecuencia de él suele ser el odio que surge entre los valientes y quienes deciden acepta una convivencia más o menos pacífica con el invasor.

La evolución de este centro defensivo ha ido teniendo con el paso del tiempo cambios muy notables. La primera podría ser el dejar de serlo como defensa, y acabar tras un largo periplo en fábrica de harina regida por el médico soriano llegado a la ciudad don Félix Jiménez Ledesma, que al comprarlo le puso el nombre de “Covadonga”. Tras un incendio extraño, pasó a manos de la melillense Ana Mª Sánchez Luna, que lo transformó en mansión y plantó en el gran número de viñas. La siguiente propietaria llegó a él en busca de alejamiento por la repentina muerte de su marido al que adoraba, el abogado malagueño Francisco Zambrana.
Elvira Vidal recaló en Marbella por la amistad que de joven contrajo en el colegio con la marbellera Rafaela Lara, ambas alumnas de La Goleta. Su tristeza la condujo a visitarla y el descubrimiento de la mansión fue un impacto en su atormentado corazón de viuda. Decidió abandonar Málaga y trasladarse a la casa en la que crearía una especie de mausoleo mental y esotérico al difunto, a la par que disfrutaba de temperaturas templadas. Dª Elvira, ( cuya biografía escribí hace años con el nombre de la Dama de El Fuerte) fue un personaje peculiar que acabó con huéspedes como Ricardo Soriano, Los Hohenlohe, J. A. Girón y José Solís entre otros muchos. Una intensa vida a sus espaldas y mucho viaje acumulado hicieron de ella una extraña, incluso estrambótica mujer en los primerísimos años del turismo en la ciudad. Devota, imaginativa, casi surrealista a la par que desconocedora de la economía real, la falta de liquidez la obligó a poner en venta la mansión en 1955.

El industrial estepeño don José Luque Manzano la compró por un millón trescientas mil pesetas decidido a iniciarse en la hostelería. José Luque era un hombre serio y trabajador que tuvo la visión necesaria para adivinar el futuro inmediato de Marbella. Transformó la casa en hotel con treinta y tres habitaciones, la amplió y trajo el primer ascensor, inaugurando el Hotel El Fuerte el 15 de julio de 1957. Situado en el centro y con salida directa a la playa, el hotel fue convirtiéndose en referencia para todo el que iba ambicionando ya, veranear y conocer Marbella. El tesón de su esposa Isabel y de sus hijos han conseguido transformar los deseos del padre en la realidad de una cadena hotelera.

El hoy Hotel El Fuerte posee en sus entresijos una caudal histórico y sentimental que no suele ser corriente. Parece corresponderle, al estar ubicado en una ciudad como la nuestra, donde antes y ahora, todo entra dentro de lo posible.

Ana María Mata
Historiadora y novelista

13 de mayo de 2013

UN CID CAMPEADOR A LA INVERSA


(Artículo publicado en el diario SUR el 9 de mayo de 2013)
Entre las muchas cosas que de forma exageradamente memorística las escuelas de antes no enseñaban, hay algunas que por su carácter anecdótico o curioso no hemos llegado a olvidar, para desgracia de otras, quizás más importantes. Estarán conmigo en que la hazaña relatada mil veces de que Rodrigo Diaz de Vivar, el Cid Campeador, ganó batallas después de muerto, es una de las imperecederas. No sabemos en demasía detalles de la época del Cid, algunos quizás recuerden que el rey al que servía era Alfonso VI, y la célebre batalla –más o menos real- tuvo lugar en Valencia, cuando subieron a lomos de su caballo el cadáver de Rodrigo para engañar al enemigo. Suficiente como leyenda, impagable como gesto épico por excelencia.
No suele ser normal, desde luego, ganar nada cuando la Parca ha hecho su labor y aparece el tan socorrido “descanso eterno”. Hoy hemos evolucionado de tal modo que lo normal y su contrario son a veces difíciles de reconocer, como la verdad y la mentira, la justicia o la inmoralidad culpable. Pasen y vean, que voy a ponerles ejemplo de todo ello sin salir del ámbito de nuestra ciudad.

Madrid 18 de abril, Audiencia Nacional, octava sesión del caso Saqueo II. El tribunal, los fiscales y abogados escuchan las declaraciones de los acusados de desviar fondos desde el Ayuntamiento de Marbella a través de empresas municipales. El protagonista del día, ex -asesor de Urbanismo del Consistorio, Juan Antonio Roca, asegura sin que la voz le tiemble que se limitaba a cumplir órdenes del alcalde cuando estaba al frente de la empresa municipal Planteamiento 2OOO. Roca, acusado de malversación y fraude, en el primer caso de 74 millones y en el segundo de 91 millones de euros, se presenta como un obediente y simple cumplidor de órdenes. Un hombre disciplinado y siempre dispuesto a realizar única y exclusivamente lo que el alcalde le ordena. ¡A sus órdenes mi comandante! le faltó  expresar como  un cabo chusquero ante su superior. Ordenes. Obediencia. Solo eso, porque el que mandaba (dixit Roca) era Gil y nada más que él.
Puede que el mencionado alcalde, difunto señor Jesús Gil y Gil, imaginara en su febril mente muchas cosas increíbles, pero que a muchos años de su muerte lo iban a convertir en un Cid Campeador su lugarteniente y concejales corruptos, para exonerarse todos de su culpabilidad, quizás se la había escapado. Claro está que respecto a la ciudad que con tanto “interés” gobernó y dejó amplia huella, respecto a ella, digo, nos resulta un Cid a la inversa. El hombre al que  Roca y también Julián Muñoz y Marisol Yagüe, en idéntica táctica, declaran sin rubor ser el causante del embrollo mientras ellos como serviles, leales, pero ciegos y  adormecidos por el embriagante carisma del líder, no hacían más que obedecer sus tajantes mandatos de enajenar patrimonio, transferir dinero a empresas distintas, firmar cheques…en fin naderías de ese tipo.
Un cadáver muy jugoso, si señor, un Cid que le gana batallas a sus compinches desde lo alto o lo bajo de una tumba que parece no cerrarse nunca. Una excusa demasiado literaria, si valiese la expresión, para hacernos creer al pueblo de Marbella que son simplemente comparsa de una batalla en la que ellos, los tres nombrados, estaban, aunque no lo pareciera, del lado de los buenos. Como si no bastase, en el caso del gerente de Urbanismo con rastrear su faz, es decir mirar su foto, ya tan familiar. ¿Imaginan ustedes a Juan Antonio Roca, el inteligentísimo señor Roca, agachando la cabeza con humildad, y diciendo a todo “si, bwuana, lo que diga, lo que ordene,” manteniendo un respetuoso silencio, sin opinar ni dar consejos, y saliendo a toda prisa del despacho, avergonzado de lo que le mandaban hacer?
La ciudadanía ha cometido errores que ya es demasiado tarde para reparar y evitarlos. Pero que además de sufrir las consecuencias, aceptar la desgracia de haberlos conocido y permitido que nos representaran, ahora nos quieren transformar en tontos con sus declaraciones, es pasarse de la raya. Siento decirles que la ciudad espera que el proceso sea justo y reciban lo que merecen. Sin que ningún Campeador les sirva de coartada.

Ana  María  Mata 
Historiadora y novelista
       

6 de mayo de 2013

AQUELLOS COMERCIANTES DE ANTAÑO



(Artículo publicado en el diario SUR el 2 de mayo de 2013)
Creo que es de pura justicia, cuando tanto suelo hablar de la Marbella anterior a ese feo pero onomatopéyico vocablo que la denomina “del  boom”, -cuya realidad corresponde a la década completa de los años cincuenta-, hablar de quienes formaron parte directa, en ellos.  Años en los que empezaron a convivir (no sin una cierta desorientación inicial) lo autóctono y lo foráneo, el nativo y la pequeña avalancha de caras nuevas, las habituales costumbres con las ajenas y sorprendentes de quienes iban llegando.  Años de transición hacia una etapa que desconocíamos y en la que a pesar de ello nos sumergimos embriagados, como si en los genes nos hubiesen instalado unas pocas escamas y aletas de pez.
Foto cedida por Zapatería Rivera (Año 1949)
Mientras ocurría, seguíamos en nuestra cotidianidad, que no estaba formada únicamente de campo y mar, campesinos y pescadores, sino también de una pequeña (no sé si llamar burguesía con exactitud) comunidad de comerciantes personalizada de forma absoluta, variada, multidisciplinar –como ahora está de moda decir-, y desde el punto de vista de quien escribe, original y entrañable, única, como son las cosas que sin saberlo, están a punto de perderse.
Sin orden ni concierto voy a dar rienda suelta a mi memoria con el fin de que salgan de ella  el mayor número posible de personas a las que había que visitar para obtener lo poco o mucho que sus comercios ofrecían.
Salvador Gámez, el hombre que llevaba el comercio en la sangre desde que siendo “Savarito”, casi adolescente, recorría campos a lomos de un jumento ofreciendo mercancías. Fiando, cuando no había dinero o aceptando a trueque productos agrícolas. En la calle Gloria, esquina a Valdés, pasó la guerra hasta que en 1954 compró la magnífica casa de Don Juan Marcelo en la Plaza de Africa para instalar una gran tienda, tipo bazar donde se podía comprar de todo. La volvió a ampliar y su éxito duró hasta su muerte, anunciando lo que después serían los grandes almacenes.
Al desaparecer las cartillas de racionamiento y normalizarse el comercio, los ultramarinos se llenaron de artículos para un público feliz de poder satisfacer su estómago con cuanto le fuera posible. La familia Lorenzo, extensa saga capitaneada por Pepa Cuevas, la matriarca, elaboraba en sus propias matanzas productos de cerdo cuyo olor impregnaba la calle Nueva abriendo el apetito. También incorporaron la mayoría de productos imperecederos
Sería Don Mario Sánchez Cuevas quien inauguraría a finales de los cincuenta en la misma calle Nueva el sistema de autoservicio. Algo desconocido hasta entonces que le concedió un alto nivel de clientes extranjeros, los primeros en llegar. Al estilo antiguo, con mostrador de madera fuertemente impregnado de lejía por su lavado, Paco Camacho y su mujer Remedios, atendían a una clientela fiel en su comercio de la entonces Plaza del Mercado. Tertulias femeninas entre noticias y cotilleos tenían lugar mientras Paco daba paletazos de mantequilla salada en un papel de estraza.  Un poco más arriba la inefable Dionisia ensamblaba amistades con clientela, embutida en su inseparable babero gris y sus ganchillos perpetuos. En la droguería La Española, un matrimonio venido de fuera hacía su agosto con los nuevos productos de limpieza. Creo que el se llamaba Paco, y su apariencia más bien insignificante contrastaba con la figura enorme de su mujer, y su potente voz, de nombre Isabel.
Quizás el más renombrado de esa época fue Juanito Rivera Trujillo, el hombre que fabricaba zapatos artesanalmente a medida, con técnica aprendida de su tío Bernabé Sánchez, y que había comenzado el zapatero Pérez, “El Cojo”. Puso de moda en toda España los “mocasines”, llegando a tener una lista de espera de muchas páginas en su libreta de artesano. El periódico Pueblo le dedicó un extenso reportaje en el que aparecían sus clientes: Don Juan Carlos de Borbón, Soraya, Marqueses de Villaverde, Onassis…etc
Con el cercano Gibraltar como fondo, Pepita Pomares consiguió igualmente una gran popularidad en su casa-tienda de la Avda. Miguel Cano. Conjuntos de cachemir y medias de cristal eran preferidos por una clientela selecta.
 Solo dos líneas para recordar la única Librería-Papelería de entonces, cuyo dueño, Andrés Mata, (Matita) además de hombre de gran y extraña cultura autodidacta, regañaba incluso al cliente si desordenaba su perfecta organización de periódicos y libros. Cierro con él nuestro comercio de antaño. Con una lágrima por este último tendero, que era mi padre.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista