6 de mayo de 2013

AQUELLOS COMERCIANTES DE ANTAÑO



(Artículo publicado en el diario SUR el 2 de mayo de 2013)
Creo que es de pura justicia, cuando tanto suelo hablar de la Marbella anterior a ese feo pero onomatopéyico vocablo que la denomina “del  boom”, -cuya realidad corresponde a la década completa de los años cincuenta-, hablar de quienes formaron parte directa, en ellos.  Años en los que empezaron a convivir (no sin una cierta desorientación inicial) lo autóctono y lo foráneo, el nativo y la pequeña avalancha de caras nuevas, las habituales costumbres con las ajenas y sorprendentes de quienes iban llegando.  Años de transición hacia una etapa que desconocíamos y en la que a pesar de ello nos sumergimos embriagados, como si en los genes nos hubiesen instalado unas pocas escamas y aletas de pez.
Foto cedida por Zapatería Rivera (Año 1949)
Mientras ocurría, seguíamos en nuestra cotidianidad, que no estaba formada únicamente de campo y mar, campesinos y pescadores, sino también de una pequeña (no sé si llamar burguesía con exactitud) comunidad de comerciantes personalizada de forma absoluta, variada, multidisciplinar –como ahora está de moda decir-, y desde el punto de vista de quien escribe, original y entrañable, única, como son las cosas que sin saberlo, están a punto de perderse.
Sin orden ni concierto voy a dar rienda suelta a mi memoria con el fin de que salgan de ella  el mayor número posible de personas a las que había que visitar para obtener lo poco o mucho que sus comercios ofrecían.
Salvador Gámez, el hombre que llevaba el comercio en la sangre desde que siendo “Savarito”, casi adolescente, recorría campos a lomos de un jumento ofreciendo mercancías. Fiando, cuando no había dinero o aceptando a trueque productos agrícolas. En la calle Gloria, esquina a Valdés, pasó la guerra hasta que en 1954 compró la magnífica casa de Don Juan Marcelo en la Plaza de Africa para instalar una gran tienda, tipo bazar donde se podía comprar de todo. La volvió a ampliar y su éxito duró hasta su muerte, anunciando lo que después serían los grandes almacenes.
Al desaparecer las cartillas de racionamiento y normalizarse el comercio, los ultramarinos se llenaron de artículos para un público feliz de poder satisfacer su estómago con cuanto le fuera posible. La familia Lorenzo, extensa saga capitaneada por Pepa Cuevas, la matriarca, elaboraba en sus propias matanzas productos de cerdo cuyo olor impregnaba la calle Nueva abriendo el apetito. También incorporaron la mayoría de productos imperecederos
Sería Don Mario Sánchez Cuevas quien inauguraría a finales de los cincuenta en la misma calle Nueva el sistema de autoservicio. Algo desconocido hasta entonces que le concedió un alto nivel de clientes extranjeros, los primeros en llegar. Al estilo antiguo, con mostrador de madera fuertemente impregnado de lejía por su lavado, Paco Camacho y su mujer Remedios, atendían a una clientela fiel en su comercio de la entonces Plaza del Mercado. Tertulias femeninas entre noticias y cotilleos tenían lugar mientras Paco daba paletazos de mantequilla salada en un papel de estraza.  Un poco más arriba la inefable Dionisia ensamblaba amistades con clientela, embutida en su inseparable babero gris y sus ganchillos perpetuos. En la droguería La Española, un matrimonio venido de fuera hacía su agosto con los nuevos productos de limpieza. Creo que el se llamaba Paco, y su apariencia más bien insignificante contrastaba con la figura enorme de su mujer, y su potente voz, de nombre Isabel.
Quizás el más renombrado de esa época fue Juanito Rivera Trujillo, el hombre que fabricaba zapatos artesanalmente a medida, con técnica aprendida de su tío Bernabé Sánchez, y que había comenzado el zapatero Pérez, “El Cojo”. Puso de moda en toda España los “mocasines”, llegando a tener una lista de espera de muchas páginas en su libreta de artesano. El periódico Pueblo le dedicó un extenso reportaje en el que aparecían sus clientes: Don Juan Carlos de Borbón, Soraya, Marqueses de Villaverde, Onassis…etc
Con el cercano Gibraltar como fondo, Pepita Pomares consiguió igualmente una gran popularidad en su casa-tienda de la Avda. Miguel Cano. Conjuntos de cachemir y medias de cristal eran preferidos por una clientela selecta.
 Solo dos líneas para recordar la única Librería-Papelería de entonces, cuyo dueño, Andrés Mata, (Matita) además de hombre de gran y extraña cultura autodidacta, regañaba incluso al cliente si desordenaba su perfecta organización de periódicos y libros. Cierro con él nuestro comercio de antaño. Con una lágrima por este último tendero, que era mi padre.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista

1 comentario:

Unknown dijo...

Me ha encantado el articulo, me hace retrotraerme a la Marbella de los años 50 y 60...por edad, no pude vivirla ya que nace en 1967, pero por parte de abuelos paternos, padre y hermanos, somos nacidos y criados aqui....que diferencia de aquella Marbella a la que conocemos hoy dia.