22 de enero de 2014

NO COMO ANTES

(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express el 16 de enero de 2014)
Parece que la economía y cuanto ella arrastra consigo empieza lentamente a mejorar. Al menos las cifras últimas que nos muestran los medios son esperanzadoras. Un pequeño bajón en el número de parados es suficiente para que el Gobierno lance las campanas al vuelo, y si va unido a una reducción en la maldita deuda europea, hasta el último ciudadano comienza a ver brotes verdes creciendo a su alrededor.
Nos hace tanta falta un poco de optimismo que nos agarramos a cualquier clavo ardiendo aunque no estemos seguro de si arde de verdad ni del lugar de donde procede  su fuego. El hombre no puede vivir sin esperanza y es bueno que al final de tanta negritud se atisbe esta virtud teologal que, de igual modo que su compañera, la fe, nos convierte momentáneamente en el niño que fuimos, cuando todo podía ser posible.
Los llamados ciclos económicos han ido sucediéndose en el transcurso de la Historia, y por ella sabemos que las crisis no son eternas ni inamovibles. Las agujas de los gráficos caen en picado tanto como antes habían subido, pero si miramos con atención, hasta las más bajas toman tiempo después la deseada vertical.
Observo en las noticias sobre todo esto un vocablo excesivamente utilizado, cuyo sentido deseo analizar: Recuperación. Parece que al nombrarlo entendemos perfectamente lo que nos dicen. Y sin embargo, creo que no es, en esencia, la palabra justa. Recuperar algo es volver a poseerlo como antes se tuvo. Con  características idénticas al que perdimos, sean estas las que fueren. En el mismo punto en el que lo dejamos. Sin cambios ni fisuras.
Pero nada de eso es posible, aunque a veces tendamos a pensarlo. El viejo Heráclito nos lo viene diciendo desde cinco siglos antes de nuestra era. “No podemos bañarnos dos veces en el mismo río”. Y añade que esto es así porque aunque el río fuese el mismo, no lo será el agua que contiene, cuyo fluir es incesante. Y porque tampoco nosotros, los supuestos bañistas seríamos los de antes. “Nosotros, los de antes, ya no somos los mismos…” escribió Gil de Biedma, un poeta, mucho tiempo después.
Las cosas vuelven, pero modificadas. Los hechos pueden repetirse, pero llevarán la huella del cambio experimentado en la ausencia.
Pienso que será mejor así. Que no hace falta recuperar el derroche económico en el que nos envolvimos casi sin darnos cuenta. En los excesos de los últimos años, cuando el dinero nos parecía maná que caía del cielo con solo desear que asi fuera. Años en los que tener un solo coche o una única casa era signo evidente de pobreza. Tiempo de locura colectiva, hipotecas y viajes a toda pastilla, desenfreno de Bancos engañosos que arrastraron a clientes a la pesadilla actual. Para endeudarnos con Europa luego hasta llegar a temer que Frau Menkel nos arrojara de su regazo.
Lo mejor y quizás lo único que podamos sacar de la crisis sean sus enseñanzas. Aprender a vivir de una forma nueva y distinta no debe ser considerado como desgracia, sino como experiencia vital enriquecedora. Habíamos optado casi exclusivamente por lo material, lo que podía comprarse, olvidando que existen gratis cosas como el abrazo, la sonrisa, una puesta de sol, las flores, el mar, los árboles, los amigos…y nuestra propia vida interior.
La saturación no fue solo del ladrillo, aunque ciertamente se abusara de él y convirtiésemos en colmenas el entorno de nuestras ciudades.
Insaciables ante todo lo que creímos que nos iba a hacer más felices, más seguros, y modernos, solo llegamos al nivel de consumidores compulsivos. Empobrecidos por dentro porque la obcecación  cerraba nuestros ojos a lo que no fuese ganar dinero con el más siempre por delante.
Nada será como antes, aunque los problemas vayan resolviéndose. Es importante advertir que tampoco nosotros lo somos por poco que hayamos aprendido. Dirigir la mirada hacia nuevos horizontes y placeres distintos, hasta conseguir que una sinfonía de Schubert, por ejemplo, un párrafo de libro o una flor que se abre, nos alegre una jornada mucho más que un cheque bancario.


Ana  María  Mata
Historiadora y novelista

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