23 de febrero de 2014

GENESIS DEL VALOR CULTURAL



(Artículo publicado en el diario Tribuna Express el 20 de febrero de 2014)
 
Ocurre con frecuencia que olvidamos el hecho puntual de que cosas y valores no surgen por generación espontánea. Hay en ellas un origen, una génesis que las impulsa y que son los cimientos sobre los que tales valores se asientan y crecen. Decimos en lenguaje coloquial que no se  puede comenzar una casa por el tejado, ignorando que igual que ella,  todo en la vida tiene una raíz o una base que lo sustenta.
Mozart y Bah fueron genios indiscutibles de la música, pero alguien en su niñez debió mostrarles el simple funcionamiento de un violín o cualquier otro instrumento similar. A Cervantes algún afortunado le enseñó a leer, y al gran Miguel Angel quien sabe cual fue el primero que le instruyó en el asunto de los pinceles.
Digresión habitual  para llegar al tema de hoy. Motivado por dos noticias que, en paralelo venían reflejadas en un periódico local. Curiosamente la primera de ellas hablaba de la necesidad urgente de crear más colegios en Marbella, y la respuesta de la Junta, expresada en que sus presupuestos solo dan para arreglar –hasta donde llegue el dinero- el colegio Gil Muñiz, al que le hace falta una renovación total.
La segunda, con foto incluida de políticos, expresaba la opinión del PSOE de Marbella sobre una cuestión que ellos consideran relevante: dar importancia a los restos arqueológicos que constituyen la Basílica Paleocristiana de Vega del Mar, cercana a San Pedro de Alcántara, porque, dicen que poseen “un gran valor cultural”. 

Quiero pensar que fue el azar quien unió de forma casual las dos noticias en una misma página, pero como una tiene ya la mosca detrás de la oreja en todo, empecé a cavilar si alguien apreciaría lo que interpreto como contradicción, y exaspera mi ánimo más de lo que está contra todo político, del color que fuere, que se fotografía a la primera de cambio.
Verán, de acuerdo con el comienzo del artículo, la cultura, para que se consolide, necesita de una base, unos cimientos que, por lógica han de colocarse en la primera fase de la vida, es decir en el momento en que el hombre es niño y debe asistir al colegio. Será allí donde recibirá los principios que luego con suerte, ampliará en la vida adulta. Entonces, ya podrá admirar las múltiples manifestaciones del Arte, expresado a veces de forma real en lugares como la Basílica de Vega del Mar. Basílica, por otra parte, cuya restauración ha necesitado de muchas voces y mucho tiempo, hasta que el gobierno municipal actual decidió emprenderla.
Me parece un tanto desvaída la propuesta de la Oposición de acordarse del arte paleocristiano y sus valores culturales en un momento en el que existen visitas guiadas y variados horarios. Quizás el tiempo perdido en fotos y publicidad deberían haberlo utilizado en reuniones con su actual  presidenta para convencerla de la extrema necesidad que Marbella tiene de colegios. Porque es en ellos donde los futuros ciudadanos andaluces aprenderán a conocer y amar el arte, ya sea paleocristiano, romano, o barroco.
De paso no me resisto a escribir sobre algo que muy pronto habremos de soportar los ciudadanos que, cansados de todo tipo de políticos, consignas, planteamiento baldíos, esperanzas vacuas y demás artefactos de uso electoral, vemos la cercanía de unas elecciones en las que volverán a prometer unos y otros lo que saben muy bien que no van a cumplir.

Les exhorto por ello a limitar en lo posible la exagerada proliferación de fotos, con o sin sonrisas de dientes blancos.
Necesitamos actos, pequeños o grandes, pero actos, no simplezas como la que he escrito sobre la relacionada con las ruinas visigodas.
Sepan todos que votaríamos en blanco una inmensa mayoría de no ser porque, como tuvimos la suerte de educarnos en un buen colegio, nos enseñaron a que el civismo no está reñido con la desconfianza. Ir al grano y ahorrarse tonterías nos haría votar un poco más.
Ana   María   Mata
Historiadora y novelista




        

8 de febrero de 2014

ESPERPENTO


(Artículo publicado en el diario SUR el 6 de febrero de 2014)

No se si imaginaba Don Ramón del Valle Inclán que tanto tiempo después su particular estilo literario iba a tener una rabiosa actualidad en la vida y acciones de personajes del siglo XXI que, tal vez sin conocer siquiera su obra, imitarían de forma abyecta a muchos de sus personajes. El último, un abogado que recaló en Marbella por los años en que la ciudad, sin saberlo, comenzó a transformarse en un nido  de delincuentes. Capitaneaba el nido un rubicundo promotor del que no supimos ver más que su charlatanería con aire chistoso y una megalomanía arquitectónica muy en la línea del Mussolini ( con quién por cierto tenía algún parecido físico) de los años del Fascio. Arropado por él, surgió quien parecía su opuesto: un hombre de poca estatura, escaso pelo y los modales altaneros de quien se sabe importante para el amo. Siempre con grueso maletín, el señor Del Nido entraba y salía del Ayuntamiento con paso firme, sin detener su preciado tiempo ni para un somero buenos días.
 Por entonces, enriquecerse en los sótanos de la administración era casi un deber entre quienes tenían acceso fácil a los butrones del jefe, especialista en prevaricación. Y Del Nido fue un alumno modelo que aprendió con sobresaliente la asignatura del robo.
Como todo lo que siguió lo conocen, vayamos al día de hoy, en el que en una emisora nacional –Onda Cero- el mismo individuo aparece con melíflua y casi silente voz, explicando al país la necesidad de su indulto. Con tal grado de “arrepentimiento”y contrición que las lágrimas se las suponía cualquier oyente. Casi se oían también las instrucciones de que “debía dar pena” susurradas por su abogado.

 Cuando los millones estafados a la ciudad de Marbella están situados en su lugar idóneo, léase paraísos fiscales o similar, y la justicia ha dictaminado su encarcelamiento, viene el abogado de voz cambiante (¡qué actor puede haberse perdido nuestro teatro!) a pretender enternecernos para evitar el trullo. Y apela además a sus colegas futbolísticos para que le ayuden, debido a que después de  esquilmar nuestro dinero se dedicó a ser presidente de un club de fútbol andaluz. 
Ni que decir tiene que la mayoría firmó apoyando la concesión del indulto. Hoy por ti y mañana por mí, claro como el agua, dentro del corrompido mundo de la pelota, donde si alguien se atreviese a levantar alfombras el hedor sería tanto o más fétido que en algunos ayuntamientos y partidos.
El escándalo se concreta en la utilización de una popularidad que le llega a través del deporte del dinero y deviene en tapadera a su vez de un hecho delictivo sancionado. 
Un famoso no puede alegar su fama como causa de perdón, y si en este caso al club sevillano se le ha hecho un gran daño, imagino que habrá al menos algunas personas con la sensatez suficiente para pensar en el sufrido por la ciudad a la que engañó vilmente llevándose un dinero que dicha ciudad necesitaba para fines públicos.
Inflar facturas era, por desgracia un ejercicio casi habitual, pero el citado demandante del indulto debe saber que si una de sus aspiraciones era ser presidente del Sevilla, el camino para llegar al cargo no era precisamente el saqueo, ya que las leyes no están solo para estudiarlas y hacerse abogado sino para cumplirlas a rajatabla.
 Y si sus homólogos en el cargo se sienten conmovidos, se me ocurre que, junto a las firmas de quienes lo hayan hecho acompañen cheques con el importe completo de la deuda, más intereses derivados del retraso. Al fin y al cabo para ellos no debe representar gran dispendio, dado el alto nivel de cifras que manejan y no siempre, por lo que tenemos noticia, con la claridad necesaria.
En este episodio esperpéntico de robos, pena y peticiones, los que sean más misericordiosos y amen el fútbol sobre todas las cosas, deberían ir pensando que si le concedieran el indulto al señor Del Nido, ¿cual debería ser entonces la postura de los jueces ante los delincuentes limpios de sangre o los presos de una cierta relevancia social?. ¡Presos  fuera!, ya que ¿Y por qué yo no?
No deben valer las disculpas teatrales ante un micrófono. Ni el alto poder mediático de balones que esconden estafas. A ver si de una vez por todas la justicia es igual para todos y, además se cumple.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista