15 de agosto de 2014

Mi vida sin vosotros



Nuestra existencia es un devenir constante de acontecimientos, algunos más agradables que otros. Soy de la opinión que nuestra percepción de la realidad no está sólo condicionada por el número y el tipo de experiencias vividas sino en la forma en que las gestionamos. De ahí que personas con iguales experiencias las asimilen a veces incluso de forma contrapuestas.
 
Nuestra capacidad de aprender no es la misma para todos, tampoco la de olvidar,  ni la misma para nosotros  a lo largo de nuestra vida. Ni sólo se aprende de la educación reglada en la escuela, en la universidad o realizando cursos de formación. 

Albert Einstein nos decía que la educación es lo que queda después de olvidar lo que se ha aprendido en la escuela. Hay quién asistió poco a esta y tiene más sabiduría que algunos  catedráticos, afrontando con éxito las vicisitudes de la vida. Pero ni la lectura te brinda la sabiduría ni tener un reloj te hace poseedor del tiempo. 

Cuando se es consciente que estamos inmersos es un continuo aprendizaje donde cualquier suceso, persona o incluso un animal te puede enseñar algo valioso tu percepción de la realidad da un giro radical, tanto como mayor tiempo seas capaz de estar consciente de cuanto te rodea y eres capaz de absorber. A muchos genios se les han ocurrido fantásticos diseños sólo observando a la naturaleza. Hay muchos pero se me viene a la memoria el arquitecto catalán Antoni Gaudí.

En oriente lo representa muy bien la iconografía budista en torno a Milarepa, famoso yogui y poeta que vivió en el Tíbet del siglo XI y donde hoy es reverenciado como héroe nacional, un místico que retirado en las montañas abruptas del Himalaya se dice que alcanzó la iluminación tras doce años de soledad y meditación basando su alimentación sólo en ortigas. Al menos eso nos cuenta una biografía suya que data del siglo XV. 

Fue en este retiro donde seguramente aprendió que el conocimiento lo tenía en todo cuanto le rodeaba en esa soledad elegida, donde la naturaleza  era su única y mejor maestra.  De ahí que se le represente de forma frecuente escuchando atentamente con una oreja muy grande el sonido del río, el viento, los animales, aprendiendo incluso de lo más minúsculo e irrelevante. 

No hace falta retirarte a una lejana cueva como un ermitaño para extraer valiosas lecciones. El conocimiento lo tenemos disponible en nuestro entorno más cercano.  Como leía en las redes esta semana: mi escuela es mi segunda casa pero mi casa es mi primera escuela. No le falta razón a esta frase. 

Tengo muy buen recuerdo mis clases de filosofía de COU con el profesor Ignacio, no recuerdo su apellido, esta asignatura siempre fue mi favorita y con él la disfrutaba aún más. Me viene al recuerdo algunas lecciones de filosofía como fue una sobre el filósofo Sócrates, uno de mis favoritos, no tanto por lo que dijo sino por su ética práctica y su silencio literario. No dejó nada escrito, tan sólo lo que trasmitió de él uno de sus discípulos más famosos, Platón. 

En la Historia de la Filosofía de Nicolás Abbagnano se habla de Sócrates respecto del Fedro Platónico, en las palabras que el Rey Egipcio Thamus dirige a Thot, inventor de la escritura, arguye quizás el motivo auténtico de la falta de actividad de Sócrates escritor: “ofreces a los alumnos la apariencia, no la verdad de la sabiduría;  puesto que cuando ellos, gracias a ti, habrán leído tantas cosas sin enseñanza, se creerán en posesión de muchos conocimientos, a pesar de permanecer fundamentalmente ignorantes y se harán insoportables a los demás, porque poseerán no la sabiduría, sino la presunción de la sabiduría”.

Sócrates, apodo que quería decir el “Aguijón de Atenas”, es uno de los filósofos que más me gustaba no sólo por su pensamiento sino sobre todo por su vida que fue un ejemplo de consecuencia, humildad y coherencia, algo tan escaso en estos días. Al discurso más bello si no le sigue la práctica se queda vacío. Es un filósofo que representa la reacción entre la teoría y la conducta, entre el pensamiento y la acción. Podíamos decir que fue un moralista práctico. 

Su método de enseñanza era el diálogo y en realidad no creía ser portador del saber, por el contrario hace suya la frase del Oráculo de Delfos, sólo sé que no sé nada.

Lo que me llamó la atención de esa clase de filosofía y que va en relación con este artículo, fue que Sócrates era hijo de una comadrona y un escultor lo que le valió para desarrollar  su actividad filosófica, de dar a luz a las ideas y darles forma, su famosa mayéutica. Un método con el cuál a través del dialogo  lograba que el interlocutor descubriera sus propias verdades.

Esa era la idea que quería resaltar, lo que los padres nos trasmiten. Nuestros padres, al igual que  nosotros como progenitores, somos una poderosa y enorme influencia en los hijos, bien por lo que enseñamos, bien por el ejemplo que damos.

Son una gran influencia, no sólo por sus genes y el peso que tienen incluso en el carácter. Nos imprimen una educación que nos va a servir para mejor o peor para toda nuestra vida. Nos tramiten cómo comportarnos, nos imprimen algo de carácter o nos lo intentan rebajar, nos  liman nuestros defectos, potenciar nuestras virtudes, nos trasmiten muchos gustos y pasiones y alguna que otra neurosis también y sobre todo una peculiar visión de la vida. 

A mis padres, que hace más de diez años que ya no están conmigo, les debo mucho además de la vida. Mi madre siempre me trasmitió, por activa y por pasiva, que había que hacer las cosas bien. Era muy perfeccionista. Entre otras facetas era una fabulosa cocinera, y ese gusto por la cocina me lo trasmitió a mí y a mis hermanas. En mi casa era tan frecuente comer pizza, que comida francesa, libanesa o china. Eso sí todo casero y con el toque magistral de mi madre. Los niños éramos muy especiales con la comida, a cada uno le gustaba algo diferente y a mi casi nada. Mi madre en lugar de cocinar rancho para todos siempre nos hacía un variado de comidas para todos los gustos  y siempre diferente. Se repetía poco excepto si sabía que algo te gustaba mucho. Recuerdo aún su bacalao con tomate y pimientos.

De mi padre no puedo decir que fuera perfeccionista, pero sí que era una persona que nunca se quiso complicar la vida. Tenía una inteligencia práctica para desdeñar lo que no le aportaba bienestar. Lo suyo no eran las responsabilidades, sino exprimir cada segundo de la vida disfrutándola de forma intensa. Trabajar lo justo para luego irse a cazar o a pescar o a cualquier otra actividad al aire libre que lo hiciera disfrutar. Nunca me trasmitió verbalmente ese saber vivir, tan sólo lo mamé y mis genes hicieron el resto.

Por lo tanto mi mejor aprendizaje que hice de vosotros y que me va a acompañar el resto de mis días y espero trasmitir a mis hijos, es que  la vida ante todo es para disfrutarla, para ser felices  pero eso sí, con responsabilidad ante nosotros mismos -lo que somos y lo que hacemos- y la sociedad en la que nos ha tocado vivir, sea Marbella o una aldea pérdida en mitad de la amazonia.

Mi vida sin vosotros lo es sólo físicamente porque cada día estáis presentes en mis pensamientos y en mi actitud ante la vida, de la cual os debo mucho.



Javier Lima Molina