26 de septiembre de 2014

LA EMOCIÓN DE DESCUBRIR


(Artículo publicado en el Tribuna Express del 18 de septiembre de 2014)
El hombre es un ser de lejanías, dijo el gran filósofo Heidegger, recordándonos que en lo más profundo de su identidad el ser humano necesita horizontes que proyecten ante él percepciones nuevas y distintas de las que constituyen su entorno inmediato, el reducido espacio en el que nuestro yo se desarrolla y que acaba por volverse rutinario.
Según él esa y no otra es la génesis de lo creado, existir para ser conocido y ampliar al máximo las posibilidades del cerebro humano. La existencia de cuanto nos rodea se presenta así como oferta ante nuestros sentidos y nuestro espíritu, preparado para el placer del descubrimiento si nos ponemos a ello.
He pensado tanto en las “lejanías” de Heidegger a lo largo de mi vida que, creyendo en ellas, advertí pronto la verdad de su afirmación. Es más, puede que el principal sentido de la vida ( en el supuesto de tenerlo) es el hecho de descubrir, lo que entendemos por acercarnos a algo que desconocíamos y sentir su presencia ante nuestro intelecto, bien sea a través de los ojos o de cualquier otro sentido apreciativo.
Vuelvo de un pequeño viaje, en un primer momento casi irrelevante, y dentro de mí se ha instalado un cúmulo de sensaciones nuevas, inesperadas a priori y tal vez por ello mucho más bellas e impactantes.
Confieso mi ignorancia anterior a todo lo relacionado con la provincia mediterránea de Girona. La actualidad hoy se mueve en parámetros distintos y el turismo avasallador parece inundado por lo que se relaciona con lo lúdico, el culto al cuerpo y sus placeres.

El sol es el rey absoluto de las masas que abandonan sus lugares especialmente en su búsqueda. Entendible por aquellos que lo consideramos de la familia y quizás no valoremos su débito con él.  Por su culpa, sin embargo, relegamos a un segundo o tercer plano lugares y rincones que no incluyan en su periplo sol, mar y sus derivados.
Nos equivocamos tanto que conocemos la existencia de pueblos como Lloret de Mar, Cadaqués o Tossa por ser emblemas vacacionales en la llamada Costa Brava. Y olvidamos a la propia Gerona, como si más que la capital fuese una segundona entre sus pueblos del litoral.
Somos libres, desde luego, de elegir una tumbona entre la multitud de bañistas y un buen restaurante en Palamós,  o la belleza única, casi imaginada más que real, de un lugar del interior, solo a treinta o cuarenta kilómetros de toallas en simbiosis arenosa.
El lugar se llama Besalú, encajado piedra a piedra sobre los ríos Fluviá y Capelladas, concebido como fortaleza medieval, dorada imagen de casas amalgamadas en torno a la Colegiata de Santa María, onírica urdimbre de callejas empedradas que suben y bajan con serpenteantes guiños arquitectónicos hasta transformarse en laberinto visual. Un gran puente de 145 metros, siete arcadas y espectacular ángulo oblicuo da la bienvenida a un escenario cuya intención primera parece ser hacernos creer en su irrealidad.  Declarado recientemente uno de los pueblos medievales mejor conservado de Europa, es tanta su autenticidad que nos transporta al pasado haciéndonos creer que  un blanco caballo fuese a aparecer de inmediato pisando las piedras con jinete, casco y espada. Les juro que Besalú ha quedado en mi memoria como una fantasía más que un pueblo esencialmente judío del siglo XI donde palpitaban con gozos y sombras, corazones de seres humanos. 
 Los judíos fueron parte destacada de Gerona desde el comienzo del siglo IX. La historia relata que veinticinco familias judías se instalaron en ella en el 888  y formaron lo que llaman el “Call”, barrio después aumentado y  llegado hasta hoy en un estado de conservación admirable.
Incluida en la Marca Hispánica, fue conquistada por los francos y convertida en estado ducal por Wifrido el Velloso. En la Guerra de la Independencia, tuvo un papel principal en su lucha contra el francés. Destila historia a raudales y como colofón al viaje, el azar nos hizo partícipes de la Diada, en unos días muy particulares debido a sus actuales reivindicaciones. Es su fiesta nacional, y pocos sabíamos que conmemoran una lucha perdida. La Guerra de Sucesión entre Borbones y Austrias se decantó por los primeros y la llegada de Felipe V.  Cataluña apostó por los Austrias y en contra del recién llegado, quien no tardó en abolir la Constitución catalana anterior.
Raíces que llegan al presente con un sentido más o menos erróneo o distorsionado de la propia historia y los derechos catalanes. Cuestiones que los políticos utilizan para sus fines e insuflan al pueblo, gran parte de él  ajeno a sus maniobras, gente educada y servicial  que derrochan amabilidad y no quieren provocar desafectos.
Si descubriéramos pueblo a pueblo, siguiendo la “lejanía” del filósofo, el país que nos ha tocado habitar  su conocimiento nos haría un poco más sabios y  desde luego, mucho más felices.
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista

13 de septiembre de 2014

NUESTRO NOBEL



En los días de mi adolescencia, tiempo feliz  en el que viví inmersa en libros de cabeza a pies trabajando en la librería de mis padres, llegué a tener un sueño recurrente: me encontraba cara a cara con algunos de mis autores preferidos en un lugar extraño y ellos se me acercaban cariñosamente hasta el punto de poder abrazarles personalmente y dialogar de temas diversos. No hace falta el psicoanálisis para comprender lo que entonces ya significaba la literatura para mí, la felicidad que me proporcionaba y la idealización lógica que de sus autores tenía incrustada en mi cerebro.
La madurez –quien me lo iba a decir- ha conseguido hacer realidad aquella fantasía onírica. Un domingo de Agosto pasado aquella niña que casi bebía libros en los escalones de su casa mientras soñaba con quienes los habían escritos, como si fuesen ángeles  o príncipes y no seres humanos, recibió el mejor regalo que nadie pudiera hacerle nunca: el abrazo fuerte, cariñoso y según parecía, sincero, no ya de un escritor famoso, sino de uno de los preferidos, que encima, es Premio Nobel de Literatura.
Abrazar a Mario Vargas Llosa , créanme, y cruzar unas palabras con él ha sido, en frase de uno de los Iglesias cantantes, “casi una experiencia religiosa”.
Utilizo en el encabezamiento del artículo el pronombre “nuestro”. A posta y con orgullo, quiero presumir en nombre de mis paisanos de lo que significa el honor de tener como Hijo Adoptivo al Nobel peruano. Que un hombre como él, solicitado en todas la Universidades y Colleges del mundo, aplaudido como el mejor exponente de la literatura Hispanoamericana actual y consagrado como novelista a la altura de Flaubert o Faulkner, así como periodista e incluso autor de teatro excepcional, haya elegido nuestra ciudad como lugar de descanso donde “llega como a un pequeño paraíso” desde hace veintisiete años, y expresara en su melodioso tono de orador las cosas bellas que encuentra en sus paseos matinales frente al mar, en las calles pequeñas y en los amigos que ha ido forjando aquí, mientras aclaraba que la “Marbella que conozco no es la de la jet society”…, y lo dijese en alta y clara voz una calurosa tarde de verano, enfundado en riguroso traje con corbata, aguantando con la debilidad del ayuno el calorín, los besos, aplausos y gritos  de cuantos quisimos acompañarle en un instante feliz para él, según dijo, pero mucho, mucho más para una ciudad a la que hacía falta el espaldarazo cultural que su aceptación significa, el orgullo de saberse elegida por el poseedor de un cerebro fuera de serie, una mente endiabladamente sublime y una persona con la elegancia de dentro hacia fuera, y no al revés, como la que conocemos en tantos habituales.
No es mi misión escribir sobre su obra. Carmen Diaz, Consejala de Cultura lo hizo de manera brillante. Tampoco de sus muchos premios además del Nobel. Imagino que sabrán de su marquesado, obsequio del rey anterior. No presume del título, porque ni siquiera lo hace de su ingente obra, traducida a todos los idiomas del mundo. Dijo en Estocolmo que el premio era un homenaje a la lengua española más que a su persona.
Y en nuestra lengua ha contado las más variadas e increíbles historias, en técnicas múltiples que van desde el multiperspectivismo al efecto de contraste conseguido mediante varios narradores y vidas paralelas. La independencia estética que su experiencia europea le proporcionó hizo que lograra salir un tanto de sus comienzos  peruanos y alcanzase el afán totalizante de sus últimos tiempos.

No se puede leer “La Ciudad y los Perros” y quedar indemne. O  “La Casa Verde”, o la tan aplaudida “La Fiesta del Chivo”.
Enriquece nuestra ciudad el tener como “paisano ilustre” a Mario Varga Llosa. Aunque algunos de los habitantes de ella quisieran demostrar con su ausencia como la estupidez puede alcanzar grado superlativo si se antepone la política y los intereses de la misma al conocimiento literario y cultural. Pobre ciudad si llegasen a ser mandatarios. Pobres mentes imbuidas de siglas y estigmatizadas por la corrupción.
La Europa culta, universitaria, intelectual e inteligente envidia hoy nuestra suerte por algo más que el sol y la temperatura, sus fiestas y los yates de Banús.
Mario Vargas Llosa, el encantador de las letras, es para siempre ya, Nuestro Nobel.
                                                                                 
Ana  María  Mata 
Historiadora y novelista