24 de agosto de 2015

SI LAS PIEDRAS HABLARAN



Juan J. Rousseau en su magnífico libro « Ensoñaciones de un paseante solitario » da a conocer una forma nueva de recorrer ciudades y campos haciendo de ello un ejercicio no solo físico sino también filosófico y espiritual. Transformándose en “flâneur”, que es el apelativo francés del término, aconseja que no sean solo los pies quienes realicen el esfuerzo, por el contrario, que todos los sentidos del cuerpo participen, añadiendo el órgano principal, el cerebro en sus múltiples y variadas manifestaciones.
Igualmente Patrick Modiano, reciente Premio Nobel, dedica una gran parte de sus libros al recorrido exhaustivo de París, calle por calle, barrio a barrio, con su gente y meticulosas descripciones de rincones que habrían quedado en el olvido de no ser por la belleza de novelas como “Calle de las tiendas oscuras” o “La Plaza de la Estrella”.
 El último de los leídos fue el genial y tristemente desaparecido Bolaño, que en su libro de poemas “Tres”, describe en el primero “Prosa de otoño en Gerona”, como una ciudad, puede embellecerse tanto con una mirada amante aunque crítica, como la mujer a la que amamos y de la que idealizamos sus defectos.
Excelsos paseantes que dignifican y ennoblecen el rutinario (aunque tan aconsejado para la salud) caminar porque al hacerlo no fue su meta el reloj ni la cantidad de metros o kilómetros; paseaban reedificando en su interior los lugares pisados y reconstruyendo su historia y la memoria oculta de sus piedras.
Si las piedras hablasen, si los adoquines tuviesen voz y los empedrados relataran todo lo que almacenan en las junturas de su amalgama, quizás quedaríamos sorprendidos por sus relatos hasta llegar a niveles de éxtasis o de miedo. Los pueblos se forman cuando sus piedras adquieren el suficiente número de pisadas humanas que hacen falta para que en ellas se introduzca el alma que va a configurar su esencia personal y única.
Todos, por pequeños que sean, hablan en sus calles y plazas, en sus esquinas y balcones, en tejados y patios. Hay que detenerse porque aunque algunos escondan dramas y hasta sangre, no les enseñaron a gritar. Su sonido guarda semejanza con el susurro.
Algunos paseos por las calles internas de nuestro pueblo fueron el detonante de las digresiones que acabo de escribir. Me llevaron a las líneas de Modiano, de Bolaño o Rousseau, porque tal vez ellos me enseñaron mejor a mirar. A escuchar, a sentir.
Los historiadores clásicos dicen que se llamaba Iglesia del Santísimo Cristo de la Veracruz, pero para nosotros es y será la Iglesia del Santo Cristo.

Subes la calle Ancha, tan de moda hoy, tan repleta de gente a todas horas, tan hermosa siempre, con frondosas buganvillas rojas sujetando paredes como si en lugar de flores para adornar cumpliesen la misión de arbotantes o muros de contención, por lo poderosas. Con la grandeza que el siglo XIX le trajo todavía existente en patios y balcones blasonados. El orgullo de aquellos primeros burgueses acomodados que vivieron en ella gracias a sus bolsas llenas de monedas de plata. Ahora restaurantes muy diversos abarrotan sus aceras y los comensales miran al paseante con idéntica curiosidad con la que se sienten observados.
Han aprendido que Marbella no está solo en el lujo y glamour que tanta fama y tanto daño han hecho a su identidad. Quieren conocer algo más que lo ofrecido por la publicidad del tópico. Y pasean por sus callejuelas morunas, sin sol, laberínticas, estrechas y llenas de frescura. Su exceso comercial no reduce el interés de su trazado, la idea de lo que es, pero igualmente de lo que fue en una vida anterior.
 Llegas a la Iglesia y Plaza del Santo Cristo. Siglo XV al XVI, tal vez la segunda ermita cristiana construida después de la de Santiago, en la Plaza de los Naranjos. Dos campanarios, una sola nave, destruida en el 36, reparada y con culto hoy. Preside la Plaza del mismo nombre. Amplia obertura donde descansar tras la subida desde calle Ancha. Y de golpe, en su esquina derecha, el paseante descubre lo que había olvidado después de tanto tiempo. Un ensamblaje peculiar. Una escena de cine o literatura poética. El regalo de la intemporalidad. Cuatro o cinco mujeres de edad indefinida parlotean sentadas en sus sillas de enea mientras observan con el rabillo de ojo lo que a su alrededor ocurre día tras día. Viven en la casa de la esquina, cada una en una habitación o dos, seguramente ya solas, el nido vacío que llaman, son amigas, comadres, reliquias del ayer que subsiste en sus trajes, el ganchillo en el pelo, las batas abotonadas en gris o negro, semejantes en sus risas y gestos, desdentadas algunas, la espalda curva y las manos reumáticas.
Hablan, ríen y no pierden puntada de la Marbella de sus nietos, la cantidad de pantalones cortísimos, rotos a placer, de mujeres enjoyadas, de gente con el palito haciendo fotos. No saben que idioma hablan pero se dejan fotografiar. Les gusta ser objeto de atención. Sonríen al, y del forastero. Mientras haga calor seguirán con sus sillas en el rincón de su plaza.
Solo las piedras podrían contar cuantas mujeres y hombres han pisado el polvo de esa plaza, han sufrido junto a la Ermita, han reído y llorado, han creado un trozo de la historia humana de un pueblo elegido. El ayer y el hoy ensamblados en un momento que recuerdo como muy  especial.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista 

17 de agosto de 2015

Onda Cero Marbella. La Tertulia de los Viernes

14 de agosto de 2015

Cuánto nos divertimos con La Tertulia de los Viernes de hoy. En la mesa de debate y discusión se opinó sobre la incidencia del tráfico en Marbella en verano; fue el tema estrella de un encuentro que reunió a Ana Eugenia Venegas, Dan Ortuño, Paco Arenillas y Arturo Reque. Cada cual aportó sus ideas y propuestas para mejorar la movilidad. La ciudad ha crecido y necesita con urgencia soluciones para garantizar la seguridad y la comodidad en la circulación

Pincha en el siguiente enlace (A partir del minuto 39'45")

http://www.ondacero.es/emisoras/andalucia/marbella/audios-podcast/marbella-onda/melo-marbella-en-la-onda-viernes-14-de-agosto-de-2015_2015081755d1a4a30cf2eb431ff1f70e.html


10 de agosto de 2015

PRIORIDADES



Mi padre, que era hombre de mucho genio pero de gran inteligencia, me dijo un día –creo recordar que a mitad de mi adolescencia algo que a pesar del paso del tiempo no he podido olvidar: “ Mientras no tengas claras cuales son tus prioridades en la vida no serás una persona madura”. Tenía razón, como casi siempre que reflexionaba, y en el difícil asunto de la educación de unos hijos, he intentado, no sé si con acierto, que aplicasen la máxima del abuelo.
Prioridades. La vida está repleta de momentos en los que debemos elegir entre varios y tomar un camino u otro. Es cierto que no todo ha de ser blanco o negro, pero en ese sutilísimo gris igualmente aparecen vericuetos y ramificaciones que exigen la necesidad de primar unos antes que otros. En definitiva, hay cosas que son esenciales y otras que siempre serán secundarias. Vivir es adaptarse a ello.
Nuestro país anda, desde las últimas elecciones municipales embebido en un afán, mezcla de novedades y borrador. La izquierda subdividida en grupos no excesivamente homogéneos, parece tener claro hasta el momento que lo más importante, o al menos lo prioritario es  aquello que no necesita más que una ligera orden, un breve anuncio o lo que sin, duda llamarán, una declaración de intenciones. Borrar. Se trata de hacer notar que son ellos los que gobiernan y no los de antes. Ideología al canto. El recurso a demonizar lo que huela a contrarios siempre ha tenido afines. La obsesión por hacer tabla rasa de cuanto ellos no hicieron, también. Por eso en España avanzamos a veces a trompicones y con dificultad. Porque a la hora de actuar se piensa más en fastidiar a la oposición, que en los beneficios posibles a los ciudadanos. No me extrañaría que algo de ello hubiese en la construcción del aeropuerto de Ciudad Real, por poner un ejemplo de lo inútil.
Los primeros decretos municipales han ido derecho a la simbología. Me viene a la memoria el cambio de nombres de las calles y plazas, la retirada de bustos, retratos y todo lo que recuerde que nuestra historia se formó así y no de otra manera.  Perdonen la franqueza, pero tengo la sensación de que a este populismo que nos ha llegado le importan más los fantasmas del pasado que la gangrena actual. Si no, explíquenme como justifica, por ejemplo, Jerez de la Frontera, que tiene un ex alcalde en prisión y una corregidora procesada, además de una tasa de paro de las más altas, el acto inicial de retirar el busto de Pemán del teatro Villamarta y calificar al escritor de “fascista y asesino”.
Sin entrar en polémica respecto al escritor jerezano, no puedo entender que la alcaldesa no tenga encima de la mesa de su despacho otras prioridades dignas de más atención.
Ya que somos tan europeos, deberían saber que nadie se mete en Francia a estas alturas con el colaboracionismo del escritor Céline o Paul Morand, que en Alemania fracasó la campaña sobre el pasado filonazi de Gunter Grass y en Estados Unidos la organizada contra Ezra Pound.  No es que estuvieran de acuerdo con ellos, simplemente que nadie puede cambiar el ayer pero sí el presente, y mientras antes solucionemos el nuestro, mejor demostrarán sus intenciones sociales.
En nuestra ciudad concretamente, me parece una simplicidad absoluta ( la llamaré con su verdadero nombre: tontería) querer cambiar la avenida Miguel Cano, y otras si las hay,  o arrojar bustos y retratos al basurero  no más llegar. No es que me indigne, quede claro. No acostumbro a idealizar a guerreros, caudillos o reyes. Si por mí fuera, las calles se llamarían neutralmente Mediterráneo, Cantábrico, Tajo, Guadiana o Miño, y así todos contentos. Pero puestos a trabajar en serio, vayamos a lo esencial, que no es moco de pavo. Apremien para que la Junta se pronuncie acerca de la ampliación del Hospital Costa del Sol, que construya colegios donde hay barracones, que la ciudad no pierda el tren cultural iniciado, que las calles estén como patenas porque el turismo lo exige y de él vivimos, que no vuelvan corruptos al lugar donde ejercieron como tal y si les queda tiempo e imaginación que oferten ideas nuevas para la estacionalidad.
Lo demás, si les apetece, pueden hacerlo luego, cuando las prioridades, como diría mi padre se hayan puesto, al menos, en marcha. ¡Ah! Otro refrán que solía repetir es el de que no debe tomarse el rábano por las hojas…  Era un sabio, creo que lo dije.

Ana  María Mata
Historiadora y novelista
      

2 de agosto de 2015

LA SEGUNDA TIERRUCA



Si una pudiese imaginar en el transcurso de su vida cuales van a ser los lugares que en ella tendrán un significado especial, el asombro aparecería tomado de la mano de la perplejidad al constatar que aquellos, o al menos “aquel” al que un día rechazó por incompatibilidad, sería uno de ellos, el segundo en importancia tras el que la vio nacer, un rincón al que considero hoy nuestra segunda tierruca.
Lo de nuestra indica el sentido familiar de la afirmación. Lo de tierruca va por el apelativo con que allí designan a los lugares queridos.
 Permítanme este pequeño homenaje al pueblo donde acabamos de pasar unas vacaciones que se repiten ya desde hace cuarenta años. A la playa, donde dio sus primeros pasos mi hijo menor, donde mis hijas comenzaron a sentir inicialmente el gusanillo estomacal del “niño que me gusta”, donde aprendieron a bucear con gafas más grandes que sus rostros, el lugar en el que supieron que los bosques no eran solo para los cuentos, que el mar avanza y retrocede según le ordena la luna y hay que saberlo de memoria, por si llegas y se ha ido. Que la montaña llega mucho hasta él, hasta casi mezclar el verde que la cubre con la espuma. Y la leche sale de esa vaca a la que unos días antes han visto parir un ternerillo. Después se hierve y la nata es una mole deliciosa que toman con azúcar.
El pueblo donde sus habitantes (al llegar, menos de doscientos, hoy creo que llegan a trescientos y pico) tienen nombres cogidos directamente del calendario, y conviven Aniceto con Urbano, Elías con Ramiro, Virginia y Felisa con Eño. Donde a pesar de su escaso número, poseen dos o tres zonas definidas, Villa, el barrio alto, Quintana, al oeste, y el central, que los unifica con su rotundez: Pechón.
Estamos en el norte, nuestro antípoda. Y dos grandes rías lo abrazan entre sí, otorgándole la primera belleza de su paisaje. Una corresponde a la desembocadura del río Nansa y la otra a la de su homónimo, el Deva. Se las llama Ría de Tina Menor y de Tina Mayor. Pero luego está el Cantábrico, el mar cuyos enfados llaman galernas, y donde sus calas o playas son de impresión. Y es que, entrar al mar sobre una alfombra de arena dorada como quien se adentra en el paraíso, teniendo a su derecha una planicie rocosa que sobresale, cual isla flotante en la bajamar para hacer las delicias de niños y no tanto, que buscan en ella peces, quisquillas, pulpos…y se esconde en la pleamar hasta nuevo aviso, no es algo muy corriente. Con marea baja, la playa de Amió (así se llama) se divide en dos a su vez, separadas por el islote, que se conoce como Castril.
Hay otras, parecidas, pero esa es la “nuestra” la que nos cautivó hace demasiados años, según mis frágiles huesos, y a la que somos fieles, en un trasvase generacional que va desde mi hijo dando allí sus caídas andarinas iniciales, hasta mis nietos, que tienen hacia ella adoración transmitida.
Y sin embargo…nunca pensé en volver la primera vez que conocí Pechón. Con resignación difícil soporté ese año. Porque esta tierruca que hoy adoro, me obsequió durante un tiempo con una lluvia incesante y un cielo gris ratón al que no comprendía como llamaban verano. El temible viento gallego se hizo presente y me dediqué a protestar una y otra vez mientras miraba con tirria los zapatones-zuecos que ancianos muy ancianos movían con agilidad entre los charcos del barro. Parecían contentos, no les importaba que estuviésemos en el mes de julio, ni que hubiese que dormir con una o dos mantas. Era su lluvia, claro, la que arreglaba sembrados y conservaba el verdor de su paisaje. No querían nada seco.
 Han pasado cuarenta años. Algunos amigos que hicimos allí han muerto. Nuestra tierruca tiene hoy hasta un hotel de cuatro estrellas que los nativos muestran orgullosos. Aclaro que han sabido adaptarse a los nuevos tiempos; el paisaje sigue casi inalterable. El sol parece haberle ganado la partida a las nubes, al menos en julio. La temperatura permanece fiel aunque no llueva, y el mar continúa su asombrosa urdimbre con la montaña, tanto que a veces, da la sensación de querer besarla. Solo los Picos de Europa quedan en alto, con su Naranjo de Bulnes, para los arriesgados.
Asturias a un paso de ría, mejor de puente. A la izquierda provincia de Santander, a la derecha tierra asturiana. Fabes inolvidables, sidra para escanciar. Oviedo, Gijón y Llanes, nuestros paseos vespertinos.  ¿Hay quien de más…?
Hoy con canas teñidas pero ahí, sé con seguridad que mi corazón alberga dos aposentos. En uno está Marbella, mis raíces, En otro, ¡quien me lo hubiera dicho! Pechón, nuestra tierruca del norte.
                                                                                         
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista