22 de septiembre de 2015

PERSONAJES ENTRAÑABLES



Todo pueblo, ciudad e incluso aldea alberga una serie de personas que en el transcurso de su vida y por circunstancias muy diversas adquieren el nominativo y la categoría de personajes. Dicho sea este apelativo no en su sentido de actor de ficción, sino en el más emotivo de “persona que posee un determinado carisma que los distingue”. Por cierto, y a propósito, me gustaría que alguien me explicase lo del “carisma”, porque hasta el momento solo sé que se tiene o no, me dicen,  y estoy por pensar que pasa igual que con la fé…no admite discusión. Al parecer es don del cielo.
Marbella, el lugar del que suelo ocuparme por afición, no ha carecido nunca de ellos, y en el tiempo más o menos preciso en el que empezó a abandonar sus costumbres familiares, o si quieren pueblerinas, para emprender el camino de la fama, el renombre, la tontería y el dinero, hubo una serie de ellos muy destacables. Algunos aparecerán en su memoria casi sin necesidad de nombrarlos. Son los que podríamos llamar históricos, puesto que sus hazañas fueron determinantes para cambiar el futuro de la ciudad.
Ricardo Soriano, Alfonso de Hohenlohe, el cura Bocanegra,  González- Badía o José Banús  entre otros, son ya, como si dijéramos, los forjadores del Turismo, y poco puede contarse sobre ellos que no sea reiterativo.
 Sin embargo, una ciudad no la forman ni la construyen únicamente guerreros, reyes, artistas y santos. La ciudad y su historia se va formando día a día a través de la cotidianidad de sus habitantes, de las risas de sus niños, el lento caminar de sus viejos y la algarabía de sus jóvenes. Esos a quienes llamamos “gente”, son los verdaderos autores del núcleo visceral, los que aman, sufren, ríen o lloran, trabajan y copulan, discuten y se reconcilian. Panaderos, albañiles, maestros, electricistas, amas de casa,…seres anónimos que forman la médula esencial de un pueblo.
En los años de mi infancia, que corresponden al inicio del “boom” (odiosa palabra de fonética bélica) vivían junto a nosotros una serie de personajes que consiguieron notoriedad aunque hasta ahora se haya hablado poco de ellos.
Hoy quiero destacar entre ellos a un hombre que sigue acompañándonos aún a sus 84 años y cuya profesión le hizo compartir días y noches con lo más granado del turismo por aquel tiempo muy elitista. Un guitarrista excepcional de flamenco que posee, estoy segura, la lista más destacada de famosos a quienes dio clases o para quienes tocó en múltiples noches. Enrique Cortés, nacido en Campillos y a quien su hada madrina le envió a Marbella en un golpe de su varita mágica. Guapo, de animada charla, gran cazador y autodidacta al parecer, sus dedos adquieren forma angelical al posarlos en una guitarra. Marbella lo lanzó a un mundo de señorío que se pirraba por el rasgueo de Cortés,  por su arte. Podría si quisiera revelar secretos jamás contados de mujeres como Jacqueline Kennedy, Kim Novak o Brigitte Bardott, hombres como Stewart Granger, Mel Ferrer, y un largo etcétera. Junto a su campechana sonrisa guarda la satisfacción de haberse codeado con grandes figuras del papel couché.
 Otros personajes igualmente aportaron un punto de magia o de asombro a nuestra vida infantil. Llenaron mi imaginación atolondrada de historias en los que los convertía en protagonistas. Cantaban, bailaban, palmeaban y hasta hablaban como solo sabían hacerlo ellos: “Taroque”, el que contaba chistes que no entendíamos pero nos moríamos de risa, que conocía a todos los “señoritos” por los zapatos que les limpiaba, y sabía quien era bueno o malo, según su ojo. “La Quinto”, su hermana, ampulosa y descarada, “El Muerte” o “La Manca”, aprovechadora de sus encantos que cedía al “extranjis” cuando su cuerpo lo pedía…También Luisa y Dolores, amas de casa, más refinadas, más integradas, menos ostentosas.
 Personajes muy nuestros, con los que compartimos años de expectación ante lo que íbamos viendo llegar sin saber su alcance. Con el cante y el baile reflejados en la oscuridad de sus ojos, en su habla  y hasta sus andares. Ese punto de diferencia que les convertía en pintorescos y un no se qué de misteriosos.
Desaparecieron los últimos cuando los edificios eran como gigantes que los asustaban. Cuando Marbella empezó a ser más de los de fuera que de los de dentro.  Los recuerdo con simpatía y nostalgia.  Va por ellos. Por ti, Enrique, especialmente. Larga vida.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista

3 comentarios:

Javier Lima dijo...

¡Gracias Ana María por contarnos estas historias de nuestra ciudad! Siempre es un placer leerte y aprender contigo.

Órfilo M. Aranda dijo...

Mira que me gusta leer estas historias de mi pueblo. Me llevan a mi niñez, donde me empapaba de todo lo que pasaba a mi alrededor. Y tú lo cuentas todo tan bien.

Anónimo dijo...

Gracias Anamaria , como siempre,por tu entrañable y acertado artículo. Esos personajes y de los que escribirás seguro en próximas edicines, están esperando tu pluma.
Anónimo.