23 de diciembre de 2015

A BELEN PASTORES

Quería simplemente felicitar la Navidad a mis pacientes lectores y amigos. En ello estaba cuando me llega el rumor de que en algunos colegios públicos de nuestro país han recomendado (espero que no prohibido)  que no se coloque el Belén tradicional para no herir sensibilidades ajenas al Cristianismo, en referencia a las alumnas que en ellos estudian. Apelan, lógicamente a las de religión musulmana, ya que cualquier otra tendencia, desde protestantes, coptas, ortodoxas, anglicanas o evangelistas, están incluidas en el Cristianismo que es su  base fundamental. Para todas estas, la Navidad es la celebración epifánica del nacimiento de Jesucristo, líder indiscutible y piedra angular de la civilización occidental.
 Que yo sepa estamos inmersos en esa civilización, en concreto en Europa, y nuestra cultura procede de ella en todas sus manifestaciones. El Nacimiento o Belén, tiene su origen en San Francisco de Asís, que allá por 1223 celebrando la fiesta de Adviento se le ocurrió hacerlo en el interior de una cueva y acompañarlo con un buey, una mula y algunos pastores del entorno. El nacimiento de Cristo se conmemoraba con antelación pero la costumbre de realizar una “copia gráfica” de lo que pudo ser el pesebre y cuanto a su alrededor existió, fue idea del santo franciscano. Caló pronto y profundo en el medievo donde empezaron a realizarse los llamados Autos Sacramentales en vivo, origen de los actuales belenes vivientes. El primero documentado fue el de la Adoración de los Reyes Magos, en 1245.
Carlos III, que fue rey de Nápoles, introdujo en España la tradición del nacimiento al traer desde allí un hermoso ejemplar en el que ya aparecían artesanos, lavanderas, campesinos, ríos y castillos, hasta unas tabernas típicamente napolitanas con sus correspondientes personajes.
Hasta aquí la pequeña historia de una tradición casi nunca interrumpida, ni en los tristes episodios de guerra o conflictos. En el baúl de mis recuerdos y sentimientos aparece la visión entrañable de una infancia en la que llegadas estas fechas Dª Carola preparaba y dirigía con su distinción habitual el ritual del Belén. El verde musgo vuelve a mi pituitaria con toda la humedad de la Barbacana en su interior, con las cañaveras esbeltas como fondo, arrancadas con esfuerzo de las orillas de un río que sentíamos entonces, más que accidente geográfico, un vecino más. Y regresa el corcho aupado en vertical para que la magia del deseo lo convirtiese en montañas donde un algodón-nieve blanqueaba igualmente el castillo del terrible Herodes, uno de los primeros monstruos infantiles,  el malo de la representación feliz. Los peces ya bailaban en los ríos y había que darles forma al agua con el papel de plata de los primeros chocolates; colocar en ellos lavanderas trabajando en piedras tableadas, junto a las ovejas y cabras, atentas al cayado de pastores, decididas también a adorar al recién nacido mágico del que un ángel espectacular con alas doradas vino a traer noticias. Arena y tierra para los amagos de huertas con sus lechuguitas y coles…y, siempre agrandados el trío de las maravillas al que todavía no había destronado el viejo del uniforme rojo. Melchor, Gaspar y Baltasar, palabras que tenían un regusto a felicidad. Magos de Oriente.  Casi nada, para los niños de la calle, del Rayo, de las almensinas y los madroños. Camellos amigos, enormes coronas en las cabezas de los tres, en Baltasar, el preferido por su tez que imaginábamos causa de conflictos.
Inolvidables Nacimientos que hacían más dulce aún aquellas Pascuas de buñuelos y anís, Misas del gallo y noches de cinco de enero sembradas de mistos cachondos…fiestas que un niño introduce en su mente como algo eterno, inamovible, algo certero que dará luego a su presumible Fe el toque de seguridad y confianza que necesitará como adulto.
La Navidad, fiesta internacional y mítica a pesar de su carga consumista lleva implícita la realidad de un hecho histórico excepcional: la aparición de un ser diferente en esencia que asimila nuestra corporeidad para mostrarnos el único camino que hará más bella nuestra estancia en la tierra. El Hombre del amor nace y se marcha, según diríamos hoy, con lo puesto. El pesebre y la cruz.
No estaría de más recordarlo estos días, cada vez que un villancico nos conduzca a un belén. Su significado está más allá de su bonita apariencia de placidez. Nuestra cultura es la del Amor, y aún respetando otras en su diversidad, por favor que nadie ose arrebatárnosla ni con las mejores intenciones.
Felices Pascuas. Estupendas Navidades para todos.

Ana  María  Mata    
Historiadora y novelista 












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