9 de febrero de 2016

ACOSO ESCOLAR



Se llamaba Diego. Tenía once años. El 14 de octubre se arrojó desde el quinto piso de un edificio de Leganés. Dejó escrito una carta: “No puedo volver al colegio y ésta es la única forma de no ir”. Era alumno del colegio Nuestra Señora de los Ángeles.
Permítanme hablar hoy de niños. Necesito descargar el impacto de la noticia arriba citada y  que el continuo reflujo del tiempo no la transforme en polvo en nuestra frágil memoria. Para que todos nos sintamos, sí,  un poco responsable de una muerte anunciada. Del final de una vida en sus inicios, una vida cuya proyección futura nunca alcanzaremos a conocer y que debería haber sido salvada por encima de todo y especialmente de “todos”. O de algunos, tal vez, pero salvada.
 A los once años una vida humana solo es propiedad de la vida misma. De Dios, para los creyentes, si me apuran. Todo cuanto existe a su alrededor está en función de esa premisa. Existe para ayudar a su desarrollo integral, físico, espiritual, intelectual, humano. Debe contribuir a que esa vida alcance una plenitud total con todos los medios disponibles.
El  gran psicológo  Jean Piaget decía que el niño solo necesita tres cosas para su buen desarrollo: Buenos padres, buen entorno y buena escuela. Pero que si hubiera que resumirla en una sola palabra ésta se llama Amor.  María Montessori, la gran avanzada de la pedagogía moderna, dejó escrito: “Entréguenme un niño y solo con amor y un poco de dedicación les devolveré a Leonardo da Vinci”.
Un niño de once años es un cerebro virgen con un corazón lleno de expectativas. Lo que hagamos con ello es de nuestra absoluta responsabilidad.
Diego iba llenando su cerebro de conocimientos por su actitud positiva en las materias escolares. En quinto de Primaria su rendimiento empezó a bajar, sus notas empeoraron, no quería jugar en el patio, no quería hacer deporte, una amiga de él afirma que estaba muy triste, que debía animarlo todos los días. La amiga tuvo que cambiar de colegio por problemas de acoso (era de las mejores) y lo perdió de vista. Ahora da una explicación sobre Diego, la misma que llevó a sus padres a retirarla a ella del  Ntra. Sra. de los Ángeles: “Llorábamos todo el rato, a él le llamaban maricón, a mi empollona de mierda. No nos permitían entrar en su grupo. Pero nos dijeron en la Dirección que lo que nos hacían nos volvía más fuerte, que nos acostumbráramos. Una vez nos empujaron por la escalera. Ir al colegio y a la clase se volvió un infierno”…
Testimonio clarísimo ante el cual la dirección solo respondió que eran cosas de niños, que no podían hacer nada, que el colegio tenía una reputación consolidada y no iban a conseguir descalificarlo.
Te hace más fuerte. Por tu bien. La antigua palmeta. El cuarto oscuro. Bromas humillantes. Términos que pensé estaban en desuso y vuelven ahora con toda la fuerza de lo trágico y dramático. Educación castradora que María Montessori, a quien por mis estudios de Magisterio leí en profundidad, catalogaba de nefastos absolutamente pero que años atrás representaban parte destacada en colegios y educadores.
Admitamos que en la escuela el líder suele ser el más fuerte físicamente, cosa que por lo general coincide con el peor estudiante, el más grosero y el que mejor pega a los débiles. El entorno, donde se incluyen televisiones, aparatos electrónicos, móviles, etc, aplaude y estimula este proceder desde tiempos lejanos. La fuerza bruta, la virilidad incipiente, hasta la estatura, cuenta mucho en estos parámetros de colegios y educación si no hay una observación constante por parte de docentes cualificados y preocupados por el tema del acoso.
El niño no fuerte, no pegón, introvertido quizás, con algún tipo de defecto físico o simplemente feliz por aprender y curioso ante la vida, suele ser invisible, para su desgracia. O en caso contrario, envidiado hasta extremos insoportables por sus colegas que no dudan en castigar su superioridad mental o su voluntad de estudio. Como no consiguen bajar su capacidad ni igualar sus logros, atacan como si al hacerlo quisieran exterminar al que no se somete a sus reglas. Serán  posiblemente futuros terroristas en cualquier aspecto de la vida adulta, porque necesitan destacar en algo y solo saben hacerlo en la maldad.
Destrozan la psique de un niño si no alcanzan a que sea ridiculizado ante todos los demás. Aprendices de verdugos, son más numerosos de lo que se cree y parece inaudito  que el profesorado y la dirección de los colegios, cuya formación debe siempre estar al día, estén poco concienciados de tan gran problema.
Educar no es hacer fuerte a nadie. Ni empollón. Ni atleta. Sencillamente es estimular al niño su curiosidad, arropando con calor sus defectos y aplaudiendo sus esfuerzos dentro de una atmósfera donde reine la mayor  armonía. Empezando, claro está por la propia familia.

Ana  María  Mata    
Historiadora y novelista

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece cruel, muy duro, que un chaval termine quitándose la vida, simplemente por las extrañas teorías del -hacerse más fuerte- Cierto es que algunos hemos tenido que ganarnos el respeto a base de mamporros, porque no quedaba otra; pero no todo el mundo tiene la capacidad de saber o querer pelear y hay que ayudarles, empezando por los señores profesores.
Ojalá se tomen las medidas necesarias y suficientemente fuertes por parte de a quien corresponda, para que los que dijeron que eran buenos el acoso y las burlas para hacerse más fuerte, tengan su escarmiento, aunque eso no le devuelva la vida a estas criaturas.
Al igual que un padre o una madre no dejaría nunca que humillasen a su hijo delante de ellos, en el caso de un colegio o un instituto, tendrán que ser los profesores los que lo eviten, cuando lo vean.