28 de febrero de 2017

ADIOS A NUESTRO HÉROE


Estas lágrimas que no he podido contener y caen sobre el ordenador, Pablo, son de despedida. Una despedida que no hubiese deseado tener que hacer nunca, que ha llegado demasiado pronto, que todos creíamos ibas a derrotar para siempre.
Contemplo tus ojos negros, inmensos, habladores, impresionantes cada vez que te veíamos en tu habitual gesto de valentía, esos ojos que han acompañado a una sonrisa cautivadora, ejemplar, aleccionadora para tantos, amistosa también, única por venir de quien venía, un joven como tú, castigado con crueldad incompresible para tu edad y juventud. Deportista y fuerte, lleno de ilusiones en unos veinte años que empezaban a saborear la edad de los proyectos, del amor, de la amistad y las ganas de vencer a cualquier enemigo que viniese de frente.
Has conocido el dolor, la desesperanza y la tristeza en un tiempo en el que te hubiera correspondido por cronología vivir a tope, saborear la fortaleza que tu cuerpo, -ese brazo en alto., esa mirada, parecía poseer cada vez que aparecías para decirnos ¡adelante!, continuad a mi lado, un día más, otro, otro…hasta la extenuación, si hace falta.
Tal vez ella, cuyo horrible nombre no va a ser escrito, piense que ha  ganado, pero se equivoca. No ha hecho méritos, no ha presentado frentes, se introdujo en tu sangre a traición, escondida en tu feroz juventud, entre tu resistencia y unas fuerzas que has mantenido hasta el fin. Tenía envidia de tu gran espíritu, de tus planes, hasta de tu belleza, porque es cierto que eras guapo a rabiar, y más que lo parecías cuando nos mirabas desde los medios de frente, sonriendo y hasta ofreciendo ánimo a todos.
Hasta te convirtió en poeta, con frases insuperables: “La muerte forma parte de la vida, no hay que temerla, sino amarla…”, “Haz un bien común, deja de pensar en el yo, yo, yo”…con filosofía aplastante de sabio oriental que practica con el ejemplo.
Has triunfado en tu propósito porque has conseguido llegar donde querías: Al millón de donantes de médula, a que todos nos pongamos a pensar en los que sufren, nadie podía eludir tu mensaje, los medios te querían, abarrotabas porque eras de verdad, porque tu corazón hablaba por ti y no la publicidad.
No podrás ser bombero, pero has llegado mucho más arriba. Eres una insignia, el modelo a seguir para cuantos sean compañeros de hospitales y dolor, el ejemplo de superación para jóvenes aturdidos, tantos como hay que dicen no encontrar un camino, que lo buscan en drogas y venenos similares; muchos que se hastían sin haber vivido, sin conocer el placer del esfuerzo, la alegría de ayudar al amigo o compañero.
Gracias, Pablo. Una vez más y las que hagan falta. Por existir aunque te hayamos disfrutado demasiado poco. Porque personas como tú nos reconcilian con la complejidad de esta vida que te gustaba tanto.
¡Siempre fuerte!, decías, como lema de tu combate. Escasean personas como tu, y por ello te echaremos mucho de menos. Nos sentimos tan orgullosos de ti que esperamos puedas ver desde tu nuevo hábitat a una ciudad entera, a una nación incluso, derramando lágrimas por  tu ausencia futura, por la falta de tu sonrisa, aunque tu mirada. Pablo, esa intensidad ¡ay! de tus ojos, nos pertenecerá siempre.
Has quedado grabado al fuego vivo en la retina y el alma de quienes te hemos seguido desde el principio. Los héroes no mueren, se eternizan en el recuerdo.
Recibe junto a la  Medalla de la Ciudad  un ¡gracias! muy fuerte y un beso enorme de todos los que no queremos ni podremos olvidarte.
                                                                                                     
Ana María Mata 
(Historiadora y Novelista)                                                      

17 de febrero de 2017

NEFASTA GESTIÓN CULTURAL

Podemos presumir de muchas cosas los que en Marbella vivimos. De algunas, con exceso de vanidad, puesto que nada hemos hecho para poseer una sierra como la que tenemos, un Mediterráneo bellísimo, y como consecuencia, un clima que para ellos quisieran los mismísimos ángeles. Suerte. Baraka. Azar, al fin y al cabo, ese azar que  ha sido menos benévolo con Tarifa, por ejemplo, y el resto de pueblos de Cádiz, en los que el dios Eolo reina e impera fastidiando el placer de playas sensacionales.
Vanidad o no, son nuestro mayor patrimonio y esperemos que la suerte y nuestra geografía no nos abandonen nunca. Si lo hicieran, siento decir que nos quedaríamos en mantillas y huérfanos de otros valores que, ahora sí, van acumulando otras ciudades por sus propios medios y una voluntad firme de conservación.
Marbella, embriagada por su belleza, ha olvidado, por desgracia, el vocablo cultura, en todas sus acepciones y formas. Pocos de sus gobernantes apostaron por ella ni valorizaron cuanto de aliciente, formativo y turístico, además, posee. Adjetivada por algunos como la Cenicienta de los presupuestos, solo una pequeñísima parte de ellos le llega, y siempre como el zapato de cristal, a última hora, o demasiado tarde.
Craso error, que algunos hemos denunciado sin descanso, y que ahora, al día de hoy, nos da derecho para gritar a quienes lo quieran oír, la palabra Ineficacia a los cuatro vientos, como el resultado de una gestión realizada por ineptos, o en último caso por ignorantes culturales.
No es mi pretensión ofender, sino pedir explicaciones al hecho, insuficientemente explicado de cómo un señor, contratado por el municipio como cargo de confianza para asesorar sobre programas a desarrollar con fondos europeos y subvenciones y convenios con otras entidades –como tal reza en la web del Ayuntamiento- puede dejar escapar la cantidad de más de un millón de euros ofrecida por la Administración general, para, en este caso concreto, financiar la ampliación y puesta en marcha definitiva del Museo del Grabado Contemporáneo.
Sabemos que el museo es único en España, y por si fuese poco, es igualmente único en Marbella, salvo que anotemos el glorioso Cum Laude que el señor Gil tuvo a bien concedernos con la calderilla sobrante de unas bolsas ya famosas por su contenido. Me refiero al de los Bonsais.
Después de años de lucha en los medios, sigo preguntándome y pregunto a mis sufridos lectores, si tienen conocimiento de algo relacionado o incluido en lo Cultural, que poseamos sin saberlo, o nos haya ocurrido como hecho puntual destacado. Es cierto que Vargas Llosa fue nuestro visitante asiduo en la Buchinger, (sin la Preysler y para adelgazar), que Plácido Domingo actuó en el Starlite anterior y que esporádicamente llega un autor a presentar y vendernos su libros…pero, aparte de esos polvos de estrellas, ¿hay algo más?
Se que aburre repetir lo que ya parece un estribillo. A pesar de ello, necesito hacerlo.
No tenemos Casa de la Cultura (apunte: Don Benito, en Badajoz, tiene una realizada por Moneo), Centro de talleres de escritura o pintura para jóvenes, un Cine Club digno, Conservatorio musical, ídem, y existen pocas asociaciones culturales.  Por no tener, carecemos de biblioteca , que es el non plus ultra de la dejadez, y para colmo, hemos perdido de momento, la UNED. ¿Hay quien de  más?
Como historiadora y mujer de libros, me avergüenzo de la situación de mi ciudad en la que tenemos más bancos (no para sentarse)  por metro cuadrado que árboles, más campos de golf que escuelas y más restaurantes y bares que cines, teatros y bibliotecas.
No elegiría para vivir un lugar con estas características de no ser porque el nacimiento condiciona y el terruño, aunque tenga defectos, como a los hijos, se le quiere. Pero no me digan, por favor que como Marbella no hay nada, porque eso es chauvinismo y demagogia, y ni soy política, ni de serlo, aspiraría a ser como Trump.
Málaga podría enseñarnos algo si tuviésemos la voluntad de aprender. Si el conocimiento nos importara, y en el capítulo de los placeres, dejáramos introducir en nuestro interior, el producido por la cultura.

                                                                                                   
Ana  María  Mata
(Historiadora y Novelista)  

4 de febrero de 2017

ADIOS, PADRE ECHAMENDI

(Publicado en Diario SUR el 2 de febrero de 2017)
Ahora, cuando ya ha traspasado las puertas del gran misterio, cuando la tierra es el pasado y la trascendencia le pertenece, es cuando desearía más que nada poder charlar una vez más con usted, Don Francisco, preguntarle más como amiga que como feligresa si la Verdad con esta mayúscula diferenciadora  está con su espíritu, esa verdad de la que tanto hemos hablado “sotto voce”, ese Absoluto que contiene en sí el motivo de la vida, y es tan difícil de comprender.
 Le digo adiós con estas líneas que usted sabía iba a escribir de corazón. Imposible no hacerlo para despedir al cura más especial que hemos tenido desde que tengo uso de razón y pertenezco a la Parroquia de Marbella. La de toda la vida, parroquia de la Encarnación, en donde lo hemos tenido hasta que sus fuerzas se volvieron débiles. Creo recordar que llegó a ella después de un cura único en su género, el más famoso por entonces de España, y eso era una prueba de la confianza que los superiores tenían en un navarro, intelectual por encima, incluso, de una sotana que ya estaba en desuso.
Sé que llegó voluntariamente para ser Pastor después de una gran trayectoria universitaria y periodística. Que en Madrid protestaron por su marcha alumnos ya catedráticos y figuras de todo orden social. Que incluso D. Angel Herrera, del que fue secretario personal, el gran fundador de El Debate, le consultaba sus decisiones. Tenía un “carrerón” en la Curia, la posibilidad de un birrete cardenalicio incluido, y eligió Marbella.
Eligió una ciudad difícil, imbuida en su propia fama, plena de contrastes entre los de fuera y los de dentro, entre el papel couché y su gente anónima, también entre los avanzados post-conciliares y los retrógrados a marcha y martillo.  Cabriolas hubo de hacer para entrometer su figura del norte dentro del andalucismo recalcitrante, sus ideas novísimas junto a las muy fuertemente arraigadas populares. Me consta que no fue fácil hacerles ver que sería pronto uno más junto a nosotros, me consta que los libros le ayudaron a sortear la soledad primera.
Lo consiguió. Iba a escribir “triunfó”, pero como filólogo no le hubiera gustado, porque no correspondía a su intención. Se propuso querernos con nuestros errores y nuestros gozos, con nuestra  idiosincracia, hecha de Semanas Santas y muchos vasos de vino, de silencios y voces exageradas, de contradicciones repletas luego de buena fe.  Se lo propuso y puedo decirle ahora al profesor que siempre llevó dentro, que hay un sobresaliente Cum Laude dentro de todo aquel marbellero que lo conoció bien.
Puede que sus sermones no fuesen siempre entendidos en su totalidad, su exquisita cultura interpretada en negativo, pero le confieso que una conversación larga, incluso un pequeño debate, eran placeres de cuya pérdida no lograré restablecerme. Conocí a un cura muy cura, fiel a tope, pero capaz de intentar comprender al contrario con una sonrisa y una frase brillante. Interlocutor extraordinario, maestro de la filigrana verbal y escrita, hombre de Dios y de la humanidad hecha de barro.
Fui conociendo su cercanía a nuestra gente al mismo tiempo que descubría su inmensa cultura bibliófila. Nadie parecía leer más libros que usted (Acuérdese, “mejor que una amante, un libro, llegué a decirle…) por su avidez lectora, por su buena calidad de comunicar lo leído.    Estaba mal acostumbrada a los personajes con hábitos que había conocido, a la falta de rigor, al sobre uso de la imposición por ella misma, sin argumentos.
Me hizo creer en una Iglesia distinta y le agradezco su empuje en mis revueltas contra lo establecido. Le agradezco hacernos ver a todos que lo esencial es el Evangelio y no sus formas externas excesivamente ampulosas. Entiendo mejor ahora a aquellos que no piensan igual que yo. Lo aprendí de su metodología, no se si didáctica, pero sí amistosa.
Gracias, Don Francisco por su ejemplo como sacerdote y persona de hoy. Creo que nos hizo mucho bien a todos tenerlo entre nosotros. Ser uno más y demostrarlo día a día.
Allá en el Absoluto del que tanto le pregunté, no nos eche en olvido. Puede que desde allí le siga gustando tanto esta ciudad de la que fue un gran Pastor.

Ana  María Mata
Historiadora  y novelista




NO ES POSIBLE EL OLVIDO

Es posible que las generaciones más jóvenes de europeos desconozcan el pasado, y que quienes pasan de más de cuarenta años estén empezando a olvidarlo. Al menos eso dicen algunos autores en relación con la conmemoración del Holocausto, cuyo aniversario se celebraba este pasado 27 de Enero.  Ese mismo día setenta y dos años antes, fue liberado por las tropas soviéticas el campo de exterminio de Auschwitz, en Polonia. Seis millones de víctimas fue el resultado de un continente arrasado por una guerra provocada por unos dirigentes criminales sin escrúpulos.
No es posible, no podemos olvidar. Si la memoria es la expresión silenciosa del alma, solo nos queda ella para sentir, al menos,  vergüenza de lo que el ser humano es capaz de infringir a otro, y que ese recuerdo sirva, como dijo Santayana, para que no estemos condenados a repetirlo.
El proceso de selección de los deportados que llegaban a Auschwitz es uno de los momentos más atroces de la historia. En solo unos segundos, un grupo de las S.S. entre los que se encontraba el siniestro doctor Mengele, decidía sobre la vida y la muerte, separaba a familias, enviaba a morir lentamente por el trabajo forzado a los que consideraba aptos, y a las cámaras de gas a los demás.
Dos agentes de las SS, Ernst Hofmann y Berhard Walter se dedicaron a fotografiar ese proceso hasta que llegaban a la cámara de gas, y una superviviente Lilly Jacob, mientras se recuperaba del tifus en las antiguas barracas de dichos agentes, encontró por casualidad el álbum en el cajón de la mesilla de noche de uno de ellos. Primero reconoció a su rabino, luego a algunos de sus vecinos, más tarde a sus hermanos Israel y Zelig. Lilly Jacob emigró a Estados Unidos y se llevó consigo el álbum que fue utilizado en procesos contra criminales de guerra. Antes de morir lo donó al Museo de la Shoah en Jerusalén.
En las fotografías los rostros desencajados de los prisioneros de cualquier edad, incluidos ancianos y bebés en brazos de sus madres de las que serían separados de inmediato, no necesitan palabras. O mejor dicho, no existen vocablos capaces de expresar el sentimiento reflejado en blanco y negro por seres arrojados a la muerte con idéntica indiferencia con la que se arrojan restos de basura despreciable.
El Holocausto fue mucho más que un delirio de un fanático antisemita. Porque junto a él hubo seres inteligentes, intelectuales, artistas y profesionales de todo que vivieron juntos los horribles crímenes y palparon de cerca, incluso sirviendo de ayudantes, de la masacre que se estaba llevando a cabo. Un hecho como ese no surge de golpe ni se realiza en unos días. Hace falta preparación, método, tiempo y ayudantes voluntarios, además de los dolorosamente obligados. Todo eso con el paso del tiempo parece olvidarse. No somos conscientes de que muchos horrores comienzan con unas declaraciones del poderoso en un primer momento, siguen con un mandato, siguen aún más con un orador vehemente culpando a quien aborrece de los males que le aquejan. Exclamando que va a salvar a su país de aquellos que estorban para su desarrollo. Emitiendo órdenes de deportaciones y negación de entradas. Buscando apoyos en quienes piensen o sientan como él.
Parece que la posibilidad de repetir barbaridades no es tan escasa. Estamos en el introito de algo distinto a lo que nos ha costado mucho tiempo declarar como Derechos Humanos inviolables. Estamos a las puertas de una catástrofe cuyo contenido se nos puede escapar de las manos. En el preámbulo de una situación inesperada pero no suficientemente analizada por quienes podemos ser  observadores pero no del todo inocentes.
Los primeros pasos de un hombre tan poderoso como estrafalario y desquiciado van dejando semillas que ojalá  mueran sin obtener frutos. Pero atentos, que el señor artífice del Holocausto acariciaba a los niños y tomaba en brazos a su perro con ternura.
Deberíamos tener cuidado con aquellos que vienen de profetas aunque lo sean en su tierra.
Cuidado con los que miran por encima del hombro a los que no son como él.

Ana  María Mata
Historiadora y novelista