8 de marzo de 2017

DIA DE LA MUJER



¡Nos han concedido un día!...Generosidad incomparable. Magnanimidad digna de encomio por parte de una sociedad que atesora en su haber, solo en España veinte asesinatos de mujeres en lo que va de año. Muestra de gentileza hacia quienes, en el fondo, muchos, y entre ellos algunos políticos europeos, como el polaco último, siguen considerando distintas, inferiores, y hasta retrasadas en comparación con el hombre, valor siempre en alza, indiscutible rey de la Creación, al que, a pesar de su gran inteligencia, Eva pudo arrebatarle las delicias de Paraíso con una simple manzana.
Decía que nos hemos merecido un día. Espléndido. Como la Banderita, el Oso Panda en extinción, la Fibromialgia o los enamorados. Estupidez colectiva y comercial dentro de la cual se solapan asuntos tan tremendos como enfermedades, cuyo interés no debería tener fechas conmemorativas, sino realidades fácticas.
Pero somos así, vocingleros e ineficaces. Rimbombantes y llenos de lagunas chapuceras. El día de la mujer, es un ejemplo de ello. No necesitamos una festividad, sino un reconocimiento de lo que podemos o no valer, sin que en ello entre en juego las cualidades físicas ni el parentesco político o familiar. El día que una mujer ejecutiva gane un sueldo equiparable al de un hombre realizando la misma función, o que el marido --versus pareja-  de cualquier edad conozca donde están los diferentes utensilios de la cocina de su hogar sin equivocarse, ese sí será un día para festejarlo. El verdadero día de la mujer. O ese otro, mucho más lejano en el que las mujeres árabes decidieran y las dejasen exponer a la luz el rostro al completo, y las europeas no fuesen apaleadas como si de muñecas vivientes se tratara por un “compañero” cuyo amor se demuestra  a golpes.
De todas formas, como estamos en ello, aprovechemos este fastuoso día para recordar y homenajear a un puñado de féminas cuya trayectoria fue o es impecable. Mujeres que dejaron el corazón, la mente y las fuerzas en conseguir que apostaran por su trabajo, a veces, por desgracia, sin total resultado.
Como las únicas, casi, que han alcanzado renombre y llegado hasta hoy son extranjeras, les daré prioridad. Nadie olvida a Maríe Curie, premio Nobel de Física y Química, ni a Rosa Parks, la afroamericana que no se levantó de su asiento en el autobús  para dárselo a un  hombre, como era lo establecido. O más cercana en el tiempo, a la Madre Teresa de Calcuta, ejemplo máximo de entrega a los marginados.
En España, nombremos a Clara Campoamor, defensora a ultranza del sufragio femenino, alcanzado en 1933, siguiendo por su aparente rival en ello, Victoria Kent, primera mujer directora de prisiones y creadora de reformas penitenciarias esenciales ( se opuso al voto en ese tiempo por la gran influencia de la Iglesia sobre mujeres analfabetas), continuando con Teresa Claramunt, fallecida en 1930, obrera textil anarcosindicalista que reivindicó el papel que las madres transmiten a los hijos, pidiendo igualdad. Y en otro aspecto, Carmen de Burgos (Colombine) almeriense, periodista y escritora tras largos esfuerzos, relacionada sentimentalmente con Ramón Gómez de la Serna, y corresponsal de guerra en Melilla o María Lejárraga, cuyas obras llevaron durante largo tiempo el nombre de su marido para poder publicarlas. Sin olvidar a María Goyri, primera mujer licenciada en Filosofía en 1892, a quien dos guardias llevaban diariamente a la clase en la Universidad, por el revuelo que su presencia armaba en el aula.
Un pequeño abanico de mujeres que lucharon por una igualdad entonces impensable, sometidas algunas a la tiranía de personajes como Juan Ramón Jiménez, excelso poeta pero maníaco hasta la extenuación, y al que Zenobia Camprubí dedicó toda su joven vida personal, renunciando a la suya profesional de traductora y poetisa.
Mujeres sin nombres, la inmensa mayoría heroínas del hogar, desde aquellas que además de trabajar en la crianza y sus  faenas domésticas, también ayudaban a la recolección,  a las matanzas de animales y  a la venta de los productos del campo. Mujeres que fueron asesinadas por adulterio a manos de quien lo era en excesivo pero le estaba permitido. Mujeres viudas después de la guerra, sacando adelante a sus hijos sin más ayuda que sus manos y una espalda destrozada, pero en silencio. Mujeres que ayudan al sacerdote y trabajan en la Iglesia con afán sobrenatural, pero de segunda categoría para una jerarquía anquilosada. Investigadoras que fueron apartadas de sus descubrimientos para ponerlos después bajo nombres masculinos.
Mujeres en fin a las que hasta ahora llamaban el “sexo débil”, hoy en cuestión.
A todas ellas, las fallecidas, las de ayer y las de cada día, van estas letras, de reconocimiento identitario. Les debemos mucho más que un 8 de marzo.
                                                                                              
Ana  María Mata
(Historiadora y Novelista)

1 comentario:

Bicicleta dijo...

Mientras existan tantas mujeres machistas como hombres y ven y sigan dando educación machista la solución es difícil para las mujeres que no lo son ojalá algún día no sea necesario hacer celebraciones de este tipo para reseñar estas diferencias