16 de enero de 2018

MACHISMO Y VIOLENCIA

La mujer lo ha tenido duro desde casi, casi, su aparición en el mundo. Tras la bromita divina de la costilla de Adán hasta el día de hoy, el recorrido ha sido una constante carrera de obstáculos cada uno de ellos peor que el anterior.
Limitándonos a nuestro país, hasta 1841 no pudo entrar en la Universidad, y para entonces, Concepción Arenal hubo de hacerlo disfrazada de hombre. Conseguir el  voto fue tarea ardua que llevó al enfrentamiento incluso de dos mujeres destacadas, Victoria Kent, y Clara Campoamor, debido a la reticencia de la Kent a la influencia del clero en la mujer. Por fin lo consiguieron en 1933, dos años después de la proclamación de la 1ª República.
El Fuero del Trabajo promulgado en 1938 en la zona nacional limitó el trabajo únicamente a las que estaban solteras o eran viudas, y no fue hasta 1975 cuando dejaron de necesitar la autorización del marido para abrir, por ejemplo, una cuenta bancaria.
Su situación de inferioridad, conculcada por leyes y normas ha llegado a la actualidad en lo que al dominio masculino se refiere, puesto que el hecho de incorporarse al trabajo, poseer una libertad y ser, en apariencia al menos, dueña de sus actos, no implica la igualdad tan deseada en lo cotidiano y lo personal.
El número de mujeres asesinadas en 2017 llegó a ser más de cincuenta. Podrían ser menos, pero el grave problema seguiría existiendo. La percepción masculina de la idea de amo y señor es una consigna impresa en el cerebro de algunos hombres por muy modernos que aparenten ser. “La maté porque era mía…” decía una vieja copla que resume en una frase el fondo auténtico de una cuestión tan espeluznante.
En el instante y lugar que una mujer crea cualquier tipo de compromiso con determinados varones, estos se sienten absolutamente dueños de su vida y actos, hasta los más insignificantes, que deben ser controlados por ellos. La vacuidad que el pensamiento varonil experimenta al pensar ( o imaginar)  que la persona del sexo opuesto que él creía domesticada piensa por ella misma y hasta decide, es tan extensa, que el orgullo le impide razonar. Desaparece entonces el logos, el hombre racional y se convierte en fuerza motora, depredador y hasta asesino.
Ciertos hombres no aceptan de ningún modo que la mujer les supere en casi nada, porque eso supone para ellos una disminución de su hombría durante tantos siglos afamada y gloriosa.
El silencio es el mandato patriarcal y machista por excelencia. Durante siglos se mantuvo la expresa prohibición a las mujeres de tener conocimiento, leer, escribir, hablar en público…Ese pacto de silencio forjado sobre el miedo de ellas, la violencia de ellos y la indiferencia de la mayoría, ha conseguido normalizar el abuso, el maltrato, e incluso generar la plaga de violaciones en la que vivimos ahora.
Pero el silencio, al menos, se ha roto. En España desde Ana Orantes, la mujer que fue quemada por su marido tras una denuncia en la televisión, y las miles de voces de mujeres que tomaron el relevo, lo están haciendo añicos con una fuerza desconocida hasta ahora. Millones de mujeres en todo el mundo han dicho se acabó.
Hace falta que ese grito unánime sea escuchado por jueces, policias, y especialmente por el entorno real en el que se desarrolla las vidas de las mujeres cuya integridad física esté en peligro.


La sociedad ha de sentirse involucrada hasta el máximo en una tarea que la califica sobremanera desde sus más profundos cimientos.
Una mujer no puede ser jamás objeto de posesión, entretenimiento amoroso o segunda y relegada parte de un compromiso por muy afectuoso que este sea.  Una mujer es un ser independiente y libre, dueña de su vida y actos.  Como el otro que pueda tener enfrente y casualmente ser un hombre.
                                                                                         
Ana María Mata 
(Historiadora y Novelista)

No hay comentarios: