27 de octubre de 2019

¡A MI LA LEGIÓN!


Alejandro Amenábar es director de cine. Un director de la nueva hornada de jóvenes que en determinadas ocasiones saben unir inteligencia y sensibilidad, técnica y belleza.
Ha escogido para su última película a un personaje ilustre en el que se unen, en curiosa simbiosis, Historia y Literatura. Nada menos que a Don Miguel de Unamuno, cuya abrumadora personalidad escapa de la escena y pantalla como un rayo, para incidir en la mente del espectador que, expectante, trata de no perderse ni un solo gesto del insigne escritor.
La Historia necesita a veces de un narrador ecuánime que, sin perder la objetividad desgrane algunos episodios cuyo eco ha llegado hasta nosotros intermezclados en nubes de subjetividades varias y anécdotas, en ocasiones, demasiado frívolas.
La Guerra Civil española no agota nunca su capacidad de sorprender tanto al espectador como al lector de cualquier libro de los innumerables escritos para explicarla. Por desgracia, nuestra muy conocida dicotomía nos lleva a estudiarla de distinto modo según sea nuestra ideología, y en ocasiones, hasta nuestro estado de ánimo. Los simples y ya anacrónicos nominativos de “rojos y nacionales” hablan por si solos de las muchas variantes que podemos encontrar en un mismo episodio de tan terrible época.
Miguel de Unamuno fue un hombre de inteligencia preclara y mente atormentada por los acontecimientos, que, en cierta medida, llegaban a sobrepasarle. Nunca fue acérrimo defensor de partido alguno o político del momento. Pero poseía una voz inquietante y lengua rápida para detectar a quienes no consideraba como trigo limpio.
A partir de su destierro, provocado por las críticas a la Dictadura de Primo de Rivera, fue considerado un espécimen necesitado de observación por los mandatarios de turno.

La República provocó en él nuevas ilusiones de concordia que se vieron frustradas por los desórdenes y la relajación de sus líderes. Necesitado de un orden social y cotidiano, al finalizar la furia bélica creyó encontrar un asidero en la nueva tanda de políticos que formaban parte del bando nacional.
Todo esto lo reproduce Amenábar con brillantez en sucesivas escenas en las que se aprecia la inicial preocupación por encontrar un jefe que encabezara la difícil tarea de ensamblar a todos los militares sublevados con un objetivo común. De especial interés son los planos filmados en los que el general Cabanellas y el general Mola discuten la candidatura del que acabaría siendo denominado, a pesar de ello, algo más tarde, Generalísimo. Elegíaca puede describirse la actuación de Millán Astray, y extraordinario el papel desempeñado por el actor que lo representa, en su defensa de Franco.
Toda una etapa de la historia reciente contada con elegancia y sencillez. Verídica, aunque en su momento paradójica, reacción de Unamuno cuando empieza a darse cuenta de la verdadera esencia de los llamados vencedores. Definitiva la exclamación del escritor en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca: “Venceréis pero no convenceréis”, culminación de un desengaño en relación con quienes se llamaban a si mismos “defensores del espíritu cristiano de occidente”.
En la extraordinaria actuación del actor que da vida a Don Miguel, puede verse mucho del carácter de un hombre entregado por completo a la reflexión y al espíritu que conlleva la filosofía del pensamiento .Tenaz, iracundo en ocasiones, desarraigado por sus propios fantasmas internos, Amenábar creo que ha sabido mostrar una imagen auténtica y veraz del gran escritor
Aconsejable película que debería ser el preámbulo de otras en las que, utilizando a Pérez Galdos, continuaran haciendo cine con nuestros Episodios Nacionales.
                                                                               
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)

7 de octubre de 2019

DE NUEVO LAS URNAS


Otra vez frente a ellas. Por cuarta vez en tan poco tiempo que, ofrecemos la impresión de un rebaño de corderos azuzados y dirigidos por unos pastores mediocres o más bien inútiles. No saben que camino tomar ni por que veredas se lleva a la ciudadanía a un puerto relativamente seguro. De ahí que nos conduzcan al de las mesas de votaciones, entre proclamas, esta vez más débiles, de alcanzar una gobernación más o menos digna.
Parecemos condenados al mismo castigo que Sísifo. Ya saben, aquel griego al que los dioses castigaron con subir una enorme piedra a la cima de un monte. Cada vez que lo lograba, la piedra volvía a caer y Sísifo debía volver a subirla Sin interrupción hasta el fin de los tiempos.
Nuestros políticos no son los dioses de la mitología, pero lo parecen por su anacronismo. Nadie en sus cabales puede comprender que no sean capaces de entenderse entre ellos para conseguir que el país comience por fin a funcionar en lo que es primordial, y abandone el tiempo muerto que llevamos encima de rifirrafes y desavenencias, mientras presupuestos, leyes, y demás asuntos de la vida cotidiana, la vida real, duermen el sueño, no sé si de los justos o los tontos que la soportamos.
El caos actual en política no sé si tiene precedentes, pero si los tuviera, serían los de algún periodo nefasto que la historia no quiere recordarnos. Tal vez en la última época de la segunda república, cuando los partidos de izquierdas no supieron estar a la altura de las circunstancias y pelearon entre ellos por el poder sin atenerse a las consecuencias.
Lo triste es que sabemos cuales fueron estas.

La avaricia de poder es un pecado que acomete al político, por lo general, insignificante.
Aquel al que alguna fortuita situación coloca en un lugar que no estaba hecho para él, pero decide aprovecharla. Y no le importa el daño que su actitud provoca con tal de no perder la ocasión de ser el mandatario y jefe electo.
Todos quieren el sillón principal. El más alto, más grande, más suntuoso. El único que les puede llevara a mirar a los demás desde arriba y en tono de ligero desprecio.
Hartazgo, esa es la palabra que mejor definiría a lo que sienten los ciudadanos. Hastío, y en muy alta medida, desencanto. Porque no esperábamos que la Democracia tan idealizada y que tanto nos costó lograr tuviese estos flecos tan desagradables e incluso costosos desde el punto de vista de la gestión necesaria para que un país siga avanzando.
Creímos, ilusoriamente, en una mayor altura de miras de los que conforman el elenco político. De los cabeza de partido, de sus dirigentes.
Todos han fallado a la hora de sus muy comentadas reuniones. Inútiles conversaciones que no fueron capaces de resolver el problema. Unos por orgullo, otros por mezquindad, alguno por altanería.
Mientras, el país sobrevive en un estado de parálisis, atendiendo con o sin ganas a los medios informativos para seguir viendo como continúan a greñas entre ellos.
Se nos pide demasiado al ciudadano corriente, y el ir a depositar el voto es uno de estos “demasiados”.  Hemos perdido la fe en los proyectos (cuando los tienen) de figuras que deberían haber dimitido de sus cargos para que los nuevos nos ofreciesen una pequeña esperanza.
Más de lo mismo conduce al voto en blanco aunque sea como castigo por hacer las cosas mal.
No quiero inducir a la abstención. Habrá que probar de nuevo porque no podemos seguir en esta incertidumbre y vacío. España no merece  esta situación.  Y los españolitos silenciosos, tampoco.  La paciencia de Job tiene un límite.
Y un peligro, por ello. Recordemos la Historia.
                                                                                           
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)