(Artículo publicado en el diario Marbella Express en el mes de enero de 2011)
Epicuro, el gran hedonista griego dejó escrita una frase que me parece fundamental a la hora de tratar un tema no precisamente agradable: “Vivir es olvidarse de la muerte como morir es olvidarse de la vida”. La filosofía implícita en ella nos advierte de que el miedo recurrente ante el último de nuestros momentos es absurdo, ya que, una vez que acontece dejamos instantáneamente de ser, luego no seremos conscientes de lo que ocurra después, y al contrario, mientras vivimos y respiramos estamos situados en un estadio distinto donde la muerte no podemos entenderla.
Dejando a un lado creencias y aspectos parapsicológicos a los que los griegos no eran muy propicios, esa sería, en rigor la cuestión a tener en cuenta cada vez que nos asalte el consabido temor a dejar de existir. Sin embargo, y agradeciendo a Epicuro su consoladora opinión, la realidad es que el cuerpo tiene sus días contados y en uno de ellos deja de ser materia viva para transformarse en cadáver.
Digresiones aparte, todos hemos sufrido, por desgracia el triste acontecimiento de la muerte de un familiar o amigo y la liturgia (léase burocracia) que viene a continuación. Funeraria, féretro a escoger, coronas, certificados y un largo etcétera de asuntos molestos a los que, nos guste o no, hemos de hacer frente. El más importante es el del traslado del difunto al tanatorio correspondiente, puesto que el antiguo velatorio en la propia casa dejó de ser costumbre para convertirse en excepción.
El tanatorio, por tanto se ha convertido desde hace mucho en un lugar tan necesario para la comunidad como puede serlo y lo es la sala de parto de un hospital, aunque, claro está, el segundo, en sentido contrario y feliz. El difunto, de acuerdo a la normativa ha de estar sin ser enterrado creo que al menos veinticuatro horas, tiempo que deberá permanecer instalado en una sala del tanatorio, donde familiares y amigos le acompañarán en las que serán sus últimas horas terrenales. Ese es el rito y creo que necesario para que los cercanos a él puedan ir aceptando un adiós definitivo, consolados por los que en vida tuvieron la suerte, o no tanta, de ser sus amigos. En definitiva, un tanatorio es un lugar imprescindible que habla a las claras del estado cívico, moderno e incluso moral en el que se encuentra la población donde se sitúa.
Ahora me voy a tomar la licencia de hacer a mis generosos lectores unas preguntas: ¿Han tenido por desgracia que asistir a un acto propio o ajeno en uno de los dos mal llamados tanatorios de Marbella? ¿Necesitaron de la urgencia de un buen café o de la más sencilla de unos asientos aceptables donde reposar con la familia el dolor acumulado? ¿Imaginaron un espacio lo suficientemente amplio como para que la amargura del momento no se complique con estrecheces, malos olores, ruidos extremos o calor insufrible en verano?; ¿Y de unas salas con capacidad para albergar a los muchos que deben quedarse a la intemperie en días de frío o lluvia?
No puedo, créanme, comprender, como nuestra ciudad presume de tantas cosas hasta hacernos creer el ombligo del mundo, y tiene para sus difuntos los lugares más horribles, sucios, viejos y abandonados de España. Estamos a la cola del país en algunas infraectructuras básicas, sin darnos cuenta de que las ciudades no solo necesitan escaparates o pantallas epatantes, palmeras, luces, pirulíes o mármoles por doquier. Que el visitante, nacional o extranjero es menos tonto de lo que solemos creer y advierte a la primera de cambio lo que hay de fraude en coheterías y pompas de jabón fugaces mientras las playas vomitan desechos por tuberías casi prehistóricas o en el duro trance de una muerte deben instalarse en un tanatorio tercermundista. Algunos, lo sé de buena tinta, marchan a Fuengirola o Málaga a la hora del fallecimiento del ser querido para instalar allí la capilla mortuoria.
Es una vergüenza, y lo digo sin subterfugio alguno, oír las voces insultantes de los que han sufrido en carne propia la estancia obligada en alguna sala de los cementerios de Marbella. Insultantes, dolorosas, y especialmente incomprensibles, puesto que si el actual estado de los tanatorios se debe a una concesión municipal, considero indignante que nadie en el consistorio se ocupe de realizar los cambios necesarios para que, bien en franquicia municipal o privada, la ciudad tenga un tanatorio como merece la población tan numerosa que hoy la habita.
La muerte tal vez no de juego en las campañas electorales, pero un político que se preste y sea además de político un ser humano inteligente, comprenderá este artículo porque no solo de pan vive el hombre, sino también, de duelos y lágrimas por los que se nos van. A pesar de las magníficas palabras de Epicuro.
Ana María Mata
Historiadora y novelista