28 de septiembre de 2016

HÉROES SIN MEDALLAS



Competir es hoy una forma de vida, una actitud tan generalizada en todos los aspectos de la misma, deporte, economía, trabajo, arte…que no entendemos ya a aquél o aquellos que hacen algo por el simple deleite de hacerlo, o más extraño aún, para conseguir haciéndolo un beneficio  no personal, sino destinado a otros seres que lo necesitan y que a veces ni conocen ni son cercanos a ellos.
Mis líneas van destinadas a quienes he llamado “héroes sin medallas”, acostumbrados como estamos a que las proezas deportivas lleven aparejados cantidades de oro, plata, bronce y cualquier otro metal que enlace con una flamante medalla. No reniego de ellas, por el contrario creo que son estímulos importantes para que jóvenes –o no tanto- conviertan su vida en un canto al esfuerzo.
 Al primero de “mis héroes” lo conocerán en cuanto les hable de que posee unos ojos profundos y bellísimos que enmarcan una sonrisa inigualable. Es de Marbella, es deportista y joven. Se llama Pablo Ráez y tiene alterados a las redes sociales y a los medios con la campaña a favor de la donación de médula.
Pablo recibió un trasplante de médula para la leucemia que padece, pero recayó y desde el hospital Carlos de Haya donde fue nuevamente ingresado y en medio de vías intravenosas, quimioterapia y dolores que le han provocado una ceguera temporal, comenzó su llamamiento personal para conseguir, según sus palabras, llegar al millón de donaciones. Ni un día ha dejado de reseñar en las redes sus avances y retrocesos, aunque a veces el calvario sufrido se reflejase en su rostro pero no en su sonrisa.
Con su brazo levantado marcando músculo en señal de fuerza, su perfil de Facebook e Instagram es el más visitado por miles y miles de seguidores que hemos quedados atrapados en la valentía, la simpática sonrisa y el afán de Pablo en alcanzar su reto del millón de donantes.
Afirma que aunque a él no le llegue la médula esperada hay que seguir luchando por sus colegas enfermos, por todo aquél que se encuentre como él atrapado en plena juventud por un enemigo inesperado y cruel.  No tiene medallas, pero sí el apoyo y el cariño de todo el país.
Mi segundo héroe es malagueño y se llama Christian Jongeneel. La semana pasada se convirtió en el cuarto deportista de la historia y primer europeo en completar dos vueltas a nado a la isla de Manhatan. Empleó 20 horas y las últimas ocho horas estuvo nadando sin luz hasta completar los 98 kilómetros. No llevaba traje de neopreno. Las corrientes, el frío, un tirón en la pierna que –dijotuvo que llevar al final arrastrando´…
No lo hacía esta vez por deporte. Este ingeniero industrial trabaja en la Fundación Vicente Ferrer y la repercusión mediática de su hazaña beneficia los donativos para la Fundación y esta vez lo recaudado va destinado íntegramente al programa nutricional para mujeres de las áreas rurales con sida en la India
El último en esta admirable categoría es el director de la ONG de salvamento Proactiva Open Arms. Las imágenes de ahogados en el Egeo conmovieron de tal forma al barcelonés Oscar Camps, que harto de lamentos decidió hacer algo aprovechando su experiencia como propietario de una empresa de socorrismo. Ahora, a bordo del ASTRAL lleva con sus voluntarios más de 12,5OO rescates en la ruta mortífera de Libia a Lampedusa.
 Oscar tiene una larga lista de anécdotas trágicas que le hace derramar lágrimas al volver a contarlas.: dos hermanos de 10 y 11 años nigerianos que a pesar de estar ya a bordo de una lancha de salvamento no dejaban de llorar ni un momento. Una señora que viajaba en la misma barca le dijo que habían dejado a su madre muerta en la playa de Libia. Al final descubrió que el niño de 11 años era una niña vestida de varón con el pelo rapado para evitar ser violada.
Estos tres héroes, al menos, sentirán dentro de ellos el pequeño consuelo de la ayuda que ofrecen.
Por mi parte, ante estos hechos, no tengo palabras.

Ana  María  Mata    
Historiadora y novelista

16 de septiembre de 2016

LA CIUDAD DE LOS ARTISTAS



Ando pensando en que los años 60 del siglo pasado (escrito así suena antediluviano: “¡siglo pasado!”) fueron quizás los puramente decisivos para nuestra ciudad en lo que a futuro turístico se refiere. Muy especialmente lo pensaba en agosto, cuando el Ayuntamiento decidió celebrar lo que llamaron, creo, "Fiesta del Sol", rememorando precisamente lo que en 1960 se llamó “Semana del Sol”. Me quedé sorprendida cuando por más que buscaba en los medios, nadie, del Consistorio o fuera de él , tuvo el detalle de recordar a quienes fueron en aquél momento los auténticos creadores de dicha “semana”, y en concreto al hombre que las pregonó con una prosa tan bella como pocas veces después hemos oído por aquí.
 Algunos pueden que se acuerden de un hombre alto de figura oronda en la más plena acepción del término, que era nuestro huésped veraniego desde años antes y del que, se decía que era “muy importante”, aunque pocos supieran el motivo, cosa que por esos tiempos era bastante  habitual. Lo conocí personalmente y fue uno de esos afortunados azares que la vida a veces regala: Edgar Neville, conde de Berlanga del Duero, diplomático, pero esencialmente escritor, autor teatral, guionista y director de cine  llegó a Marbella a comienzos de los cincuenta. Le compró a Ricardo Soriano una parcela de la finca El Rodeo, próxima al mar y allí construyó una casa que llamó “Malibú” nombre de una famosa playa californiana que le recordaba su estancia en aquellas tierras, cuando en los años treinta fue contratado como guionista por una gran productora de Hollywood y se codeó con los grandes, como Charles Chaplin, Mary Pickford o Gloria Swanson.
En España alcanzó su mayor éxito con la obra teatral “El baile”, que estrenó con su compañera y musa Conchita Montes.
Se enamoró de Marbella en esos veranos de estancia, y lo plasmó en ese pregón que inauguró la Semana del Sol, acontecimiento que fue de gran relevancia porque Edgar, Mingote, Conchita Montes y Ana de Pombo se propusieron que lo fuera. En esa semana, me contó el propio Edgar, no solo debía haber verbenas y bailes, sino además deportes y actos culturales, con el fin de que Marbella sonara fuera de sus pequeños límites como una ciudad auténticamente pluricultural.
No me resisto a plasmar aunque sean algunos renglones de ese Pregón para que quienes los desconocen o lo olvidaron sepan de su forma y fondo. Decía Neville:
“Cuando llegaba a los bosques de las Chapas, después de la larga estepa, parecía como si ya entrase en un país con el que se sueña. Ya existía ese balsámico encanto que tiene Marbella, que cura al que llega y que es algo tibio, impalpable, de un dulzor amoroso con sabor a siesta…"
“Marbella ha de ser muy rica, pero ¡por favor! poco a poco, sin saltos, sin asustar, sin reducir vuestra clientela a los muy poderosos. Pensad que hay gente que son lumbreras en el país, que son los primeros pintores del mundo, los poetas, los autores y novelistas, los comediantes, los artistas de todas las clases, que llevan emparejados, desgraciadamente, una modestia económica que les impedirá quedarse si ponéis la vida por encima de sus posibilidades…"
“Marbella tiene una misión, ser la reunión de todo lo que es arte en España”….”Queremos una ciudad riente, una obra de arte del buen vivir…"
Un mínimo esbozo entresacado de un largo y admirable pregón que por desgracia, en el sentido principal, no ha resultado profético. No me voy a detener en las causas porque mis posibles e inteligentes lectores ya las deducen.
Edgar junto al citado Mingote, El Greco, Antonio el bailarín, Jean Cocteau y Ana de Pombo, Alberto Closas y Mª de los Ángeles Morales, cantante y esposa del dueño de Hispavox entre otros, quisieron hacer en Marbella lo que ellos llamaron “La Ciudad de los Artistas”, un núcleo o zona que albergase a todos los que tenían relación con un tipo de arte, músicos, escritores, actores…etc y en el que el ambiente fuese propicio para ayudar a los jóvenes. Cocteau estaba dispuesto a donar los paneles que hizo para La Maroma, a los que bautizó como “Suite flamenca”.
Por desgracia el proyecto no llegó a realizarse, aventuro que por la inviabilidad financiera o la falta de interés especulativo  que calcularía algún gerifalte de la época.
Marbella tomó otro camino, no digo que peor, pero más pobre sin duda desde el punto de vista del espíritu. Lo cual no debería ser óbice para que llegado el caso, como el de esta feria de verano, tuviésemos un recuerdo y un gracias para aquellos grandes intelectos que un día nos eligieron para sus sueños y alabaron nuestra belleza.
Ana  María  Mata    
Historiadora y novelista

4 de septiembre de 2016

EL LIBRO Y SU FERIA



Acabamos de clausurar la Feria del Libro en Marbella. Desconozco si exitosa o no, pero creo que al menos justa y necesaria. Pobre libro. Que menos que una feria para consolarlo de su momento actual. Para restañar las heridas que entre todos le estamos produciendo. Para animarlo en las que –dicen- pueden ser sus últimas jornadas.
Los augurios sobre el libro como objeto concreto de papel, materializado en hojas escritas y portada más o menos coloreada, son nefastos y deprimentes. No sé si auténticamente reales o propiciadas por aquellos a quienes les interesa la totalización de lo digital. De una manera o de otra, están ahí y no cesan cada día de informarnos de la agonía de ese montón de mariposas de tinta que, anidadas en un cubículo de cartón, nos han enriquecido la vida a tantos seres humanos.
 Hace casi un siglo y medio, un escritor francés entonces de actualidad, Octave Uzanne, formuló su teoría sobre la muerte de la imprenta, y anunció que “esos objetos anticuados” serían reemplazados por el fonógrafo ( hoy diríamos el audio-libro) que permitiría una lectura más cómoda. Según él, el hombre del futuro solo elegiría aquello “que fomente y halague la pereza”.
Extrapolando la idea de Uzanne, quien sabe si algún editor sin demasiados escrúpulos, pensó que dicha teoría podría resolver su negocio. De esa manera convirtió –convirtieron, pues han ido aumentando- el libro en un objeto de consumo masivo, creyendo que al convertirse en hábito multitudinario les rendirían opíparos beneficios. Y así, comenzaron a publicar gran número de bodrios que echaron para atrás a los verdaderos lectores. Más tarde intentaron extender el negocio al mercado digital. Pero este mercado, para su contrariedad, se les ha revelado como adversario, pues existe ya un montón de gentes que ejercen su “derecho” a la piratería.    
Es posible que la actualización imparable de la vida lleve más o menos tarde a la extinción del libro como lo hemos conocido hasta ahora. Le llamarán progreso y aceptaremos el envite como hacemos cada vez que pinchamos en un modelo nuevo de teléfono móvil o cualquier otro artilugio similar. Pero siempre quedará –o eso espero, cual guardiana retrógrada de mis cosas queridas- quienes sigan pensando en el libro como vigía del tiempo cuyas páginas esconden nuestra biografía, y que bajo su apariencia inerte nos brindan consuelo y compañía en momentos oscuros.
A la uniformidad inane de lo escrito en aparatos digitales, el libro opone, además de la posibilidad de guardarlo para siempre, matices que rondan sensaciones físicas como son el olor diferenciado de cada impresión, el tacto más o menos áspero de sus hojas, el color de las mismas, la portada gráfica sobre la cual artistas del diseño dejan su impronta personal…y un mínimo pero bello detalle : la hoja que la mano del lector mueve a su antojo según lee, y que señala con separador para poder continuar al día siguiente.
Sus fieles, entre  los que no creo que haga falta decir que me encuentro, todavía podemos sentir la emoción de encontrar un título nuevo de nuestro escritor preferido, a la espera del placer asegurado que su lectura pausada intuimos nos producirá. Como también la sorpresa ante el descubrimiento de alguien de quien no conocíamos su estilo y nos maravilla. Descubrir un libro, sea novela o ensayo, que no quisieras terminar pero que no puedes dejar de leer, es placer de dioses. Comunicarlo a los amigos, reflexionar y discutir sobre el autor y su obra, lo más interesante que puede ocurrirle a un buen lector .
Les contaré una anécdota ilustrativa: Me encontraba rastreando un día entre libros, cuando al tomar en mi mano uno de Philippe Roth, alguien desde atrás me espetó: ¿Lo ha leído, le gusta Roth? . Dije que sí y a renglón seguido con una sonrisa de complicidad  inmediata lanzó sobre mí una serie de autores, de los cuales unos pocos yo desconocía. Acabamos tomando un café y siguiendo la cháchara hasta que se nos hizo tarde.  Nunca antes lo había visto y hoy somos excelentes amigos. Gracias a su consejo conocí a Ian Mckwan, a Martin Amis, Alicia Gimenez-Barlett y otros más.
Además de lo anterior, olvidaba decir que el libro, mi agonizante amigo de papel, es un fabuloso generador de relaciones interesantes. Pruébenlo y verán. No les fallará nunca.
                                                                               
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista