26 de mayo de 2016

HAY QUE SALVAR EL PATRIMONIO



Una ciudad puede mirar de frente y a los ojos a quien la habita o al visitante si posee como aval la riqueza de un Patrimonio histórico y cultural. Debe ser su guardiana y cuidar de él como tesoro y herencia que recibirán quienes habrán de venir después. La Historia se escribe en piedra, papel o lienzos que muestran a través de su contenido lo más parecido al sentir y el obrar de cuantos vivieron en un preciso espacio de tiempo y dejaron huella en ello.
En algunas son tan evidentes que a veces necesitamos cerrar un instante los ojos para no deslumbrarnos con su belleza. Córdoba, Granada, Sevilla o Toledo son las mejores embajadoras de nuestro país por todo el planeta, sin que al nombrarlas haga falta añadir palabra alguna.
España es rica patrimonialmente porque su situación geográfica la hizo punto de mira especial para quienes deseaban ampliar sus fronteras y su comercio. El Mediterráneo nos trajo naves fenicias que crearon Malaka y Gadir, ambas depositarias de la costumbre vinícola de sus hombres. Roma nos alcanzó de pleno y tanto en la Citerior como la Ulterior toda la península fue romanizada hasta llegar a ser cuna de emperadores como Trajano, Adriano y Teodosio.
 De manera sucesiva la Historia nos presenta un feliz caleidoscopio de restos y costumbres que constituyen el mejor ajuar que una novia feliz desea mostrar a su amado. 
Lo negativo es que tal ajuar no ha sido conservado como debiera y en algunos casos, como el de Marbella, ni es bien conocido ni se le ha prestado el cuidado y la atención que merece. La inmediatez de nuestro presente, la rapidez del cambio sufrido en los últimos tiempos puede ser causa, pero no la única, de que nos hayamos convertido en una ciudad donde solo parece importar el “aquí y ahora”. La juventud actual nos podría decir que le debe a lo digital el saber algo de ese patrimonio que no hemos sabido mostrar ni conservar bien.
 La Villa Romana de Río Verde, posible hábitat de señores cuya dedicación a la actividad de salazón de pescados les concedería el status de adinerados, posee una colección de mosaicos con motivos geométricos y culinarios que causa la admiración de cuantos estudiosos la visitan. La triste, tristísima actuación de malhechores que causaron el destrozo del rostro de la Gorgona central pesa sobre nuestra responsabilidad de ciudadanos, y la de los mandatarios especialmente, al no haber dotado al lugar de los medios necesarios para su protección. Su antigüedad está fechada en el siglo II antes de Cristo, y su valor es absolutamente incalculable.
Mejor suerte parece correr, hasta el momento la basílica Paleo-Cristiana y visigoda de San Pedro. Confiemos en que su protección sea la adecuada.
Los árabes construyeron una amplia fortaleza, cuyas piedras son visibles desde el mismo centro de la ciudad, de la que se conserva restos de una torre, y en cuyos restos amurallados se construyó en los años cincuenta un grupo de viviendas y el colegio de monjas salesianas. Como verán  magnífica actuación del arquitecto y técnicos, y de quienes dieron los permisos oportunos. Ignorar la historia ha sido una constante demoledora y maligna.
Avanzando en el tiempo, tras la Reconquista, la ciudad cae en manos cristianas y aparecen capillas, fuentes y la iglesia mayor, restos hasta ahora en pié aunque no sabemos cuantas trifurcas generaron su conservación en los feroces años del cemento.
En el siglo XVII se construye el Trapiche del Prado, fábrica azucarera que habría de ser el primer paso industrial de la ciudad y que, tras diversos avatares, sería fábrica después de licor y llegaría al siglo XX bajo la propiedad de Mateo Álvarez. En su testamento la donó al pueblo para que en sus terrenos se construyese una residencia para ancianos. Los años desde la muerte de Mateo Álvarez han ido pasando y el Trapiche es hoy una hermosa ruina que amenaza con caerse del todo si de verdad la Junta y el Ayuntamiento no ponen manos a la obra de restauración como solicita la plataforma recientemente constituida para su defensa.
El Trapiche es un resto valioso del inicio industrial marbellí y su pérdida significaría una vergüenza para todos los que pensamos que nuestra ciudad es  algo más que un lugar donde enriquecerse, tal y como en los pasados tiempos de la “burbuja” la concibieron muchos.
No olvido la torre de El Cable, igualmente símbolo de nuestro pasado minero, construida en 1957, cuando aún los tambores del turismo sonaban suaves y algo lejanos. Servía entre otros elementos para conducir el mineral del Peñoncillo hasta los barcos que los transportaban. No debemos dejar que el mar y los meteoros la destruyan. También hay grupos de apoyo para ella. Como los debe haber para condenar las pintadas de algún descerebrado sobre una de las Torres Almenaras en los últimos días. La estupidez se convierte en delito.
Dije una vez y me reafirmo en ello, que no surgimos por generación espontánea ni nos inventó ningún arribista de pacotilla, a lo más nos descubrieron cuando ya la historia se había encargado de dejarnos un legado que es deber nuestro y de quienes nos gobiernan, proteger al máximo.
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista

14 de mayo de 2016

LA ACTUAL MOVIDA POLÍTICA

Recordarán la década de los ochenta en la que el llamado “viejo profesor”, Enrique Tierno Galván, potenció el vocablo “movida” y lo hizo suyo en Madrid hasta extremos que quizás chocaran un poco con la personalidad e imagen que de Tierno teníamos hasta ese momento. En especial cuando desde el balcón municipal lanzó la célebre frase “Colocaos todos los que no lo estéis…¡y al loro! “, frase que le acompañó hasta la tumba no sé si como epílogo triunfal o como rémora.
 Podía parecer que muchos de aquellos jóvenes a los que el alcalde aconsejó “colocarse” sienten aún la nostalgia de ese  tiempo agitado, perturbador y un tanto arbitrario que llamaron movida. Como algunos, imagino que formarán parte de los actuales partidos de nueva creación, incluso puede que parte destacada, no hay duda que intentan repetir o copiar algunas de las formas o características cuyos vapores aún tienen interiorizados.
Digo esto empujada por las noticias en todos los medios de cómo está comenzando esta desgraciada repetición de las elecciones, únicas hasta ahora  en la historia del país, y tan reñidas o más que las que no han servido para nada.
Al parecer, para los partidos en cuestión, España solo tiene al día de hoy un problema importante: los pactos que deberán hacer una vez pase el 26 de junio próximo. Y a continuación la difícil repartición de escaños, sillones o varas de mando, (para el caso es igual), si se consigue formar gobierno. No hay un solo partido que se interese, hable o propugne alguna cosa sobre los muchos, muchísimos problemas reales de los ciudadanos. Ninguno hasta el momento ha señalado ni por asomo alguna iniciativa para solucionar las cosas que de verdad nos importan y necesitamos la gente de la calle. Una gente que son los que, sin  ganas y a la fuerza, vamos a ir a votar, más que nada, por cumplir con un deber que consideramos imprescindible. 

Y habremos de hacerlo, ya verán, sin conocer nada más que las líneas muy generales de estos partidos que hoy derriten sus sesos no en preparar soluciones a nuestros problemas sino en pensar cual será el contrario que más votos le proporcione en un supuesto pacto para llegar al poder.
Serían capaces de aliarse con el diablo si se presentase, afirmando que también Lucifer es válido para una España progresista y diferente. Lo de diferente lo repiten como un eco que suena al final de cada una de sus actuaciones.
 Siguen pensando que los españoles tenemos un grado de imbecilidad a tono con su afán de mando. Que no nos hemos dado cuanta todavía (¿?) de sus verdaderas intenciones y pueden seguir engañándonos con diferentes artimañas. Las sonrisas estereotipadas, por ejemplo, mostrando dentaduras completas cada vez que consiguen un aliado, caso de los líderes de IU y de PODEMOS. Abrazos que casi rompen espaldas, mostrando su mutuo cariño y lo bien que lo van a pasar si alcanzan lo que hasta ahora les ha sido negado.
Me gustaría saber cual sería en realidad esa nación tan diferente en que nos convertirían si obtuviesen el deseado poder, si en una repetición de Grecia, una Cuba trasnochada o una Venezuela tan “beneficiosa” para sus ciudadanos. ¿O acaso tienen bajo la manga un as sacado de algún principio de Lenin que nos conduzca al camino de la felicidad?...
Quisiéramos que, aún a riesgo de nuevos engaños, mostrasen algo de lo que piensan realizar y esté todavía virgen de acción por parte de los anteriores gobiernos. Algo útil, básico, y que nos aproveche a la mayoría.
Tal vez en su euforia de pactos olviden que Europa no está por aguantar demasiadas cabriolas extrañas en sus países socios, y sí por que cumplamos los plazos referidos al déficit. Que las aventuras seudo-románticas, si es que lo son, consecuencias muchas de antiguos efluvios y elixires de la “movida” de Tierno, casan mal con la realidad prosaica del día a día de cada cual, y que un país es mucho más que un conjunto de frases oportunistas o gestos estudiados que puedan generar votos de ignorantes.


Ana María Mata   
Historiadora y novelista

1 de mayo de 2016

LA AVENTURA DE LEER

El hombre es un ser limitado. Solo su cerebro, ese órgano casi desconocido a fuer de complejo, puede conducirle hasta caminos lejanos y transitar por ellos sin que el resto de su corporeidad quede resentida. También es finito, y sus acciones, sueños y deseos están sometidos al imperio del tiempo, cruel e implacable para quienes pretendan vivir intensamente y sin cortapisas.
Desde el principio de su existencia este hombre ha necesitado comunicarse y dejar constancia de sus avatares, utilizando para ello desde las tablillas de arcilla que aparecieron en Mesopotamia sobre el siglo IV antes de Cristo, con las que Sumerios y Arcadios dieron comienzo a la escritura, pasando por los papiros egipcios, delicados pergaminos repletos de jeroglíficos que continuaron existiendo larga vida hasta que los árboles nos ofrecieron el papel y Gutemberg la imprenta.
 La letra impresa corresponde a idéntico deseo de inmortalidad que las religiones nos ofrecen cuando hablan de la otra vida. La imperiosa necesidad de no morir del todo ha impelido a  mojar plumas de ave con tintes extraños en la antigüedad y a dejar huella de uno mismo en hojas impresas de tinta.
Siempre necesitamos más, que ya dijo Heidegger que “el hombre es un ser de lejanías”. La literatura responde al principio Heidergeano y quizá  en ella podamos encontrar ese más allá que nuestra propia vida no puede ofrecernos. Los libros siempre han servido para mucho más que la simple y ancestral distracción y divertimento de que nos cuenten una buena historia.
Leer sirve desde la infancia como una herramienta para fortalecer el pensamiento abstracto, estimular la imaginación y comprender la percepción del paso del tiempo, para que se cuestionen o potencien nuestras ideas y creencias y sobretodo para evadirnos de la prisión de nuestros días en busca de paisajes y experiencias que difícilmente podríamos explorar desde nuestras casas o nuestras oficinas.
La literatura es como un catálogo de posibles existencias que nos pueden ayudar a formar o conformar la nuestra.
Una frase atribuida a Borges resulta explicativa al máximo: “Un lector vive cientos de vidas antes de morir. El hombre que no lee vive solo una”. Inmejorable definición de la aventura de leer a la que algunos afortunados somos incapaces de resistirnos. Cada vez que el lector toma en sus manos el libro casi siempre soñado (aunque a veces denostado más tarde) siente que dentro de él se abren unas puertas inmensas en las que cabe todo, y que puede llegar a sentir con sus personajes sentimientos paralelos de turbación o alegría, de miedo o belleza.
El no leer, en cambio, no tiene ninguna ventaja y sí muchos efectos residuales. Como el actual y muy en boga de jóvenes emitiendo caracteres, palabras abreviadas, emoticonos o selfies acerca de asuntos por lo general de poca o ninguna trascendencia. Mirar una pantalla no es lo mismo que ver y, mucho menos  que leer. Aunque tal vez muchos podrán decir, con razón, que el contenido siempre será más valioso que el continente, y si en una pantalla aparece, por ejemplo “Cien Años de Soledad”, “Madame Bovary” o “Un mundo feliz”, esa pantalla puede transformarse, para los amantes del papel, en un feliz sucedáneo de nuestro artilugio preferido. 
La discusión no resuelta de papel o lectura digital entra en otro ámbito, donde cuenta más lo personal que la esencia de lo que se lee. Es cierto que nada puede reemplazar el olor y el tacto de unas hojas que caminan contigo sobre la historia que cuentan, reposan sobre una cubierta anticipadora y te ha acompañado durante toda una vida como amuleto y objeto sagrado.
Es verdad que los tiempos son distintos y deberíamos acoplarnos a esas diferencias, porque el inmovilismo acaba consumiéndonos. Pero lo es igualmente que más de una vez podemos pensar ante tantas variantes, que estamos en la era de la distracción sin más, donde impera aquel “demasiado de nada” que recuerdo oírle a Bob Dylan en el que se lamentaba del fin de la lectura.
Sin embargo no olvido la máxima escrita por Borges en la que dice que “el verbo leer como el verbo amar y soñar, no soportan el modo imperativo”, y ateniéndome a ella, afirmo que jamás debe ser la lectura una obligación o un deber, ni siquiera para los niños. Siempre una satisfacción, una necesidad, y por descontado, la más fiel aventura.

Ana María Mata
Historiadora y novelista