2 de julio de 2018

EL ESTADO DE LA CIUDAD


Uno de los escasos  triunfos que se obtiene con los años es el derecho al escepticismo. Un escepticismo ganado a pulso a fuerza de desengaños, mentiras y falsedades en torno a cuanto rodea la vida cotidiana. No digamos nada de la vida política, eje principal sobre el que descansa la falta de confianza y el sentimiento de frustración.
Hoy por hoy, nadie  me hace creer lo que los partidos pretenden: que no existe error alguno en sus propias filas, ni mérito alguno en el adversario. Con estas dos premisas se mueven entre ellos criticándose mutuamente los logros, y dejando al personal asombrado de su desfachatez. La de los dos, que en esto no existe diferencia apreciable en ninguno, cada cual dispuesto  a convencernos de ser el mejor, y para ello, la eficacia –creen-, es hundir al contrario.
El Ayuntamiento de Marbella celebró el pasado jueves el debate sobre el Estado de la Ciudad, y esta sesión, obligatoria para las grandes ciudades, sería el momento ideal para sacar a la luz las fortalezas y debilidades del municipio, y de acuerdo con ello, establecer líneas de acción en las que se planteen objetivos colectivos y soluciones a los asuntos más importantes.
Sin embargo, y de acuerdo con las primeras líneas escritas, el debate se convirtió en una merienda de negros, en argot popular, o dicho de otra forma, en visiones unilaterales de los problemas del municipio, sin concesión alguna a la autocrítica o la mínima al adversario. De tal manera, que los intervinientes parecían vivir en dos ciudades diferentes: la primera hundida hasta que llegó la moción de censura, sin concederle ninguna acción favorable a quienes ocupaban el sillón municipal y la otra, afirmando que la de hoy es una ciudad sucia, insegura y sin rumbo, regida despóticamente por quienes ahora son sus gobernantes.
Mientras, los asuntos auténticamente necesarios de resolver, cuyas denominación hasta un niño de pecho conoce, léase ampliación del Hospital Comarcal, necesidad de ambulatorios nuevos, problema de arenas en las playas, solución a la bocana del puerto pesquero, falta de colegios…y algunas más menos urgentes, quedaron en el aire impregnado de insultos y ataques mutuos, como si de un partido de fútbol se tratara.
Me pregunto si los políticos, intervinientes o no en el debate, se darán cuenta de lo que significa para la ciudad y sus ciudadanos ese tipo de actitud, que ya parece una regla rígida e inamovible en la política, que la denigra y hace que los problemas se eternicen mientras unos luchan contra otros en una orgía de desencuentros.
Es triste que todo se reduzca a eso, copiando, es cierto, lo peor del parlamento tanto autonómico como nacional. Si en algo debería diferenciarse la política municipal de la de sus hermanos mayores debería ser en la facilidad para conseguir consensos a partir de necesidades urgentes, concretas, y cercanas de los vecinos.
  Creo que es fácil de comprender el inicio de este artículo cuando escribía sobre el escepticismo. En estas condiciones y con estos “parlamentarios” ya me dirán si merece la pena molestarse en saber cuales son sus requerimientos y las respuestas. Dicho de otra forma: Quienes de los que intervinieron fueron más locuaces en sus críticas y quienes más desmelenados y feroces.
Tal vez ustedes quieran mantener así y todo, la esperanza. Permitan que el escepticismo siga gobernando mis días.                                                   

Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)