Uno de los escasos triunfos que se obtiene con los años es el
derecho al escepticismo. Un escepticismo ganado a pulso a fuerza de desengaños,
mentiras y falsedades en torno a cuanto rodea la vida cotidiana. No digamos
nada de la vida política, eje principal sobre el que descansa la falta de
confianza y el sentimiento de frustración.
Hoy por hoy, nadie me hace creer lo que los partidos pretenden:
que no existe error alguno en sus propias filas, ni mérito alguno en el
adversario. Con estas dos premisas se mueven entre ellos criticándose
mutuamente los logros, y dejando al personal asombrado de su desfachatez. La de
los dos, que en esto no existe diferencia apreciable en ninguno, cada cual
dispuesto a convencernos de ser el
mejor, y para ello, la eficacia –creen-, es hundir al contrario.
El Ayuntamiento de Marbella
celebró el pasado jueves el debate sobre el Estado de la Ciudad, y esta sesión,
obligatoria para las grandes ciudades, sería el momento ideal para sacar a la
luz las fortalezas y debilidades del municipio, y de acuerdo con ello,
establecer líneas de acción en las que se planteen objetivos colectivos y soluciones
a los asuntos más importantes.
Sin embargo, y de acuerdo con
las primeras líneas escritas, el debate se convirtió en una merienda de negros,
en argot popular, o dicho de otra forma, en visiones unilaterales de los
problemas del municipio, sin concesión alguna a la autocrítica o la mínima al
adversario. De tal manera, que los intervinientes parecían vivir en dos
ciudades diferentes: la primera hundida hasta que llegó la moción de censura,
sin concederle ninguna acción favorable a quienes ocupaban el sillón municipal
y la otra, afirmando que la de hoy es una ciudad sucia, insegura y sin rumbo,
regida despóticamente por quienes ahora son sus gobernantes.
Mientras, los asuntos
auténticamente necesarios de resolver, cuyas denominación hasta un niño de
pecho conoce, léase ampliación del Hospital Comarcal, necesidad de ambulatorios
nuevos, problema de arenas en las playas, solución a la bocana del puerto
pesquero, falta de colegios…y algunas más menos urgentes, quedaron en el aire
impregnado de insultos y ataques mutuos, como si de un partido de fútbol se
tratara.
Me pregunto si los políticos,
intervinientes o no en el debate, se darán cuenta de lo que significa para la
ciudad y sus ciudadanos ese tipo de actitud, que ya parece una regla rígida e
inamovible en la política, que la denigra y hace que los problemas se eternicen
mientras unos luchan contra otros en una orgía de desencuentros.
Es triste que todo se reduzca a
eso, copiando, es cierto, lo peor del parlamento tanto autonómico como
nacional. Si en algo debería diferenciarse la política municipal de la de sus
hermanos mayores debería ser en la facilidad para conseguir consensos a partir
de necesidades urgentes, concretas, y cercanas de los vecinos.
Creo que es fácil de comprender el inicio de este artículo cuando
escribía sobre el escepticismo. En estas condiciones y con estos
“parlamentarios” ya me dirán si merece la pena molestarse en saber cuales son
sus requerimientos y las respuestas. Dicho de otra forma: Quienes de los que
intervinieron fueron más locuaces en sus críticas y quienes más desmelenados y
feroces.
Tal vez ustedes quieran mantener
así y todo, la esperanza. Permitan que el escepticismo siga gobernando mis
días.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)