27 de diciembre de 2012

FELIZ AÑO NUEVO








Llegados a este punto sin retorno nos asomamos a un mirador que podríamos contemplar desde diferentes puntos de vista. Si miramos atrás vemos un paisaje desolador donde una sociedad huérfana deambula sin dirección. La imagen al frente depende de con qué ojos se mire. Podemos seguir viendo un territorio yermo, despoblado, donde no hay ilusiones ni motivaciones; pero si se agudiza la vista, tras la neblina podremos ver ese río que riega tierras fértiles, ahora abandonadas tras la batalla pero que esperan quien las atienda. Cada cual, aportando nuestro mejor quehacer deberíamos ser capaces de hacer realidad esa visión que ahora contemplamos desde lo alto del cerro, asomados desde nuestra fortaleza vital.

8 de diciembre de 2012

EL HOTEL SAN NICOLAS



(Artículo publicado en el Diario SUR el 6 de diciembre de 2012)
Estarán conmigo en que la aristocracia que nos tocó en la ciudad, primero como visitantes y luego paisanos, no era precisamente como la habíamos imaginado antes, apoltronados en sillones de seda adamascada con un vaso de Oporto en las manos y una hilera de mayordomos y doncellas esperando sus órdenes. La nuestra, desde el Marqués de Ivanrey  hasta los príncipes de Hohenlohe, pasando por el protagonista de este artículo fueron activos hombres de negocios y entendieron rápido las posibilidades que además del placer personal Marbella les prometía relacionadas con el aumento de sus patrimonios.
Don Carlos de Salamanca y Hurtado de Zaldivar, Marqués de Salamanca, fue uno de los que acudieron a la llamada de Soriano con idea de conocer de cerca el nuevo Edén que Ivanrey  proclamaba entre sus amistades más selectas. Un antepasado suyo, José de  Salamanca y Mayol, malagueño, fue el constructor de las primeras líneas ferroviarias de España, y algunas en el extranjero. También el creador del barrio madrileño que lleva su nombre, además de Ministro de Hacienda en 1847 y Senador del Reino, motivos suficientes para que la Corona le concediera los títulos de M. de Salamanca y Conde de los Llanos. 
Se entiende por tanto, si aceptamos lo de “de casta le viene al galgo”, que un descendiente se instalara en Marbella y muy pronto se incorporase a la corriente de sus amigos levantando en 1955 sobre un solar situado junto a la carretera, a la salida de Marbella hacia Estepona, -frente al hoy demolido edificio de Radio  Nacional- un hotel al que dio el nombre de San Nicolás. El hotel tenía adosado un garaje que además de servir de aparcamiento  cubría la exposición de vehículos de marcas extranjeras de los que era concesionario la firma “Carlos de Salamanca S. A.”. El nombre del hotel tuvo su origen en la afluencia de visitantes nórdicos que empezaban a llegar. San Nicolás es un santo muy apreciado en los países bálticos, donde cumple una función similar a la de los Reyes Magos en España. Don Carlos y su mujer, doña Margarita dieron al hotel un tono sumamente acogedor, instalando en él un “snak-bar” palabras que aún sin entenderlas los nativos, apareció por vez primera y aceptamos como algo moderno y elegante. Con todo, el hotel, pequeño, fue concebido para dar salida a las necesidades hoteleras de una zona junto al pueblo, que ya prometía buen futuro.
El barman del moderno “snak  fue el marbellero Miguel Romero Espada, desconocedor del oficio que hubo de aprender sobre la marcha, pero los Salamanca se enorgullecían de contratar solo a gente buena y en los que podían confiar. Su director fue José Diaz Recio.  Durante muchos años la eficaz administración la llevó una mujer nativa con especiales dotes naturales para la contabilidad, así como de gran religiosidad, cosa que apreciaban mucho sus dueños. Maruja Valderrama rompió molde en los planteamientos del momento, al dedicarse a un trabajo que había sido exclusivo del hombre.
El Marqués de Salamanca promovió igualmente, junto al empresario sevillano Antonio López de Tejada la que se llamó “Colonia Ansol”, grupo de treinta y nueve chalets en los terrenos de la antigua Huerta del Faro. Fue la primera urbanización de la ciudad, rodeando lo que entonces era casco antiguo. El precio de los chalets era de noventa mil pesetas, y su venta no resultó fácil, porque todavía quedaban restos de penuria económica. Los marqueses adquirieron terrenos en la finca de La Caridad , lugar donde construyeron su vivienda para el mucho tiempo que empezaron a pasar en Marbella.
El recuerdo de quienes los conocimos trae la imagen de un matrimonio cuya elevada altura física no pasaba desapercibida como tampoco las muchas ocasiones en que asistían a Misa y oficios religiosos en la Encarnación, donde unos reclinatorios tapizados llevaban su nombre. Con el tiempo, su hija María, condesa de Larish, residió en la ciudad y fue mujer entregada a múltiples obras benéficas, de igual modo que a las culturales. Don Carlos de Salamanca falleció en 1975, y el Hotel San Nicolás después de servir como Hotel-Escuela de Hostelería en los años sesenta, cerró definitivamente sus puertas. Marbella comenzaba su nueva etapa de arquitectura en vertical muy lejana a la intimidad familiar del recordado hotel de los Salamanca.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista

3 de diciembre de 2012

EL DÍA QUE LLEGUÉ A LA U.M.A.



(Artículo publicado en el diario Sur el 22 de noviembre de 2012)
Pido perdón por personalizar de esta forma lo escrito. Me ocurre a menudo, suelo hacerlo a veces en lo que Bretón, si viviese, llamaría escritura automática, tan en boga con el grupo surrealista, pero esta vez lo hago de manera intencionada, con el corazón puesto en cada letra, debido a que la Universidad de Málaga y quien escribe mantienen una relación amorosa tan fuerte y tan antigua, que ahora, en su cuarenta aniversario, quiero felicitarla y que estas líneas sean mi particular homenaje.
El día 15 de octubre de 1980 puse los pies en el edificio que había sido durante años el Colegio de San Agustín pero que entonces albergaba de forma provisional la Universidad de Filosofía y Letras. Con anterioridad me había matriculado en la rama de Historia. Recuerdo que llovía y sin duda el cielo estaría gris plomizo, aunque nada de ello disipó la alegría que dentro de mí bullía y la  excitación de haber iniciado en ese instante el sueño de mi vida. No voy a ser tan inmodesta como para relatar mis cinco felices años de carrera ( el último ya en Teatinos), ni los grandes amigos conseguidos. Tampoco las pequeñas dificultades de alternar una vida familiar amplia con viajes casi diarios y estudios. Todo ello forma parte del anhelo guardado durante años anteriores en los que, cuando me correspondía, no pude hacerlo por la razón sencilla de que Málaga no tenía universidad.
Andrés G. Maldonado lo escribe en su libro: “éramos la única capital europea con más de 300.000 habitantes que no contaba con una universidad”.  La U.M.A. fue la institución más deseada por los malagueños que no escatimaron esfuerzos para traerla. En 1968 se creó la asociación de Amigos de la Universidad de Málaga en la que la mayoría de personalidades relevantes formaron parte. Por fin el 5 de noviembre de 1971  fue incluida en el proyecto de ley del tercer Plan de Desarrollo. Creo recordar que la primera licenciatura que ofreció fue  Económicas y después Medicina.
La llegada y puesta en marcha de la UMA fue, expresada en términos sentimentales, como si el cielo abriese de golpe unas compuertas invisibles y derramase sobre la ciudad que Alexaindre llamó “del  Paraíso” una lluvia mágica que nos envolvió a muchos, muchísimos, con polvo de estrellas culturales. No puedo expresarlo más que así porque  todos los que habíamos esperado con ansiedad y temor que el deseo se cumpliera, sentimos que desde su  comienzo, los malagueños podíamos disfrutar de algo más que el sol, las playas y sus muchos bares de reunión.
Han pasado cuarenta años que se han ido tan rápidos como eficaces. Licenciados, Doctores, profesionales de la Investigación en todas las áreas testimonian hoy como sus vidas cambiaron desde el día que decidieron entra a formar parte de la UMA.
Mi ingenuidad no es de tal grado que desconozca las insatisfacciones que para determinados alumnos (más o menos obligados ) haya significado o signifique el hecho de estudiar. Aburre o mortifica, por lo general aquello que hacemos sin interés y no nos proporciona un átomo de placer. Peor aún debe ser la impotencia de quienes habiéndolo hecho con gusto, incluso con brillantez, se encuentran hoy sin un trabajo que les recompense. El ser humano es múltiple en aficiones y por desgracia diferente en lo que a suerte se refiere.  Pero me atrevería a decir que pocos o ninguno de los que pisaron la UMA con el objetivo de sumergirse en ella hasta el fondo, sienten hoy algo distinto a la nostalgia. 
Ese momento de los primeros apuntes, de las fotocopias interminables, del profesor ágil y comprometido que te hace ver las cosas de un modo más intenso, de las conferencias inteligentes, del examen difícil que se aprueba, de la bibliografía especializada, del compañero que te echa una mano, del café con el bocata en un bar ruidoso que no olvidarás nunca…de la huelga que haces por algo que te da igual, del suspenso maldito o el profesor a quien nadie parece entender en su explicación, pero que es el “hueso” del curso e inabordable…me faltan palabras y espacio. Fui feliz y creo que se nota. Necesitaba decirlo ahora, cuando tantos años después, la Universidad de Málaga y el tiempo que en ella pasé constituye uno de los episodios más destacados de mi vida.
¡Feliz aniversario a la UMA!

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista





16 de noviembre de 2012

LOS AÑOS DEL MUELLE DE HIERRO



(Artículo publicado en el diario SUR el 15 de noviembre de 2012)
Los historiadores sabemos que el siglo XIX no fue uno más en la historia de Marbella. Tal vez después de la Conquista de los Reyes Católicos la ciudad sufrió una modorra existencial que, por otro lado, fue muy general para la mayoría de pueblos del país, cuya tarea primordial era acostumbrarse lentamente a pasar de lo medieval a unos parámetros modificados donde la idea teocrática comenzaba a no ser tan relevante. En el XVIII Marbella constituyó lo que se llamó Barrio Alto o Barrio de San Francisco y comenzó a formarse otro núcleo urbano al otro lado del río de la Represa al que se llamó Barrio Nuevo. Se construyó el Fuerte de San Luis como defensa frente al mar y se amplió el Ayuntamiento agregándole un cuerpo lateral en 1779.
Lo que define por excelencia al nuevo siglo XIX es el auge de las industrias del hierro, y en ese sentido (aunque algunos difieran del dato) a la ciudad le correspondió la primacía de la primera ferrería de España.  Un hombre fue decisivo: Manuel Agustín Heredia, nacido en Logroño y afincado en Málaga donde llegaría a ser uno de los empresarios más importantes. En el periodo entre 1823-1850 se crea el denominado “Corral del hierro”, ubicado junto a la orilla del mar y del que P. Madoz escribe que “se utiliza como depósito de hierro de fundición para embarque”. En los años anteriores  inmediatos al turismo, se le llamaba “El Saladero”, edificación sin valor arquitectónico, que recordaba el adelanto de la ciudad en la industria siderometalúrgica. La ferrería creada por Heredia se llamó La Concepción, y a pesar de haber producido a lo largo de los años 1844 y 1845 más de ochocientas mil arrobas de hierro fundido, y dar trabajo a gran cantidad de obreros, el nuevo auge de las ciudades norteñas españolas en siderurgia, y la escasez de madera para la fundición hizo que encareciera el producto hasta el punto de tener que cerrarla.
Aparece por suerte una compañía inglesa, la  The Marbella Iron Ore C. L. que se propuso reanudar las actividades mineras con medios más modernos que los empleados por Heredia. El 12 de julio de 1868  Don Guillermo Malcolm y Don Miguel Calzado, apoderados de la compañía inglesa, se dirigieron al Ministerio de Fomento para demandar autorización y construir un muelle, que fundamentaron en una serie de pilares de hierro macizo unidos con viguetas también de hierro y sobre ellas un tablero de madera que serviría de soporte a los raíles del ferrocarril minero. El muelle se introducía en el mar 281 metros. Comenzó el transporte en 1872 y al ferrocarril se le llamó de San Juan Bautista.
Así nació la nueva imagen de la ciudad que durante larguísimo tiempo fue recordada por nuestros mayores y transmitida de viva a voz y con fotos amarillentas de padres a hijos con la nostalgia que produce el haber sido testigo de un acontecimiento de primera magnitud. Bombines y sombrillas femeninas aparecen en las fotos paseando con orgullo sobre las maderas del muelle, conscientes de lo que significaba para el pueblo agricultor y todavía en ciernes, poseer un artilugio que pocos podían reseñar en su haber.
Aunque fue desmantelado en 1934, algunos restos permanecieron como reliquias testimoniales y nuestra infancia se llenó de emotivos reductos que, como relatos, nos contaban cada vez que los restos de mineral introducidos en la arena gris, evocaba al familiar que nos acompañaba un pasado glorioso.
La mina de hierro magnético de El Peñoncillo continuó generando mineral que era transportado por cubetas hasta las torres del Cable. Una de ellas queda aún como símbolo histórico.
Queda por decir, para quienes insisten absurdamente en nuestros orígenes como “pequeño pueblecito de pescadores” –siempre en términos peyorativos de pobreza y desvalorización-, que repasen al gran cronista F. Alcalá o estudios posteriores antes de hablar de lo que no conocen. Porque siempre en el recuerdo nos quedará como prueba El Muelle de Hierro.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista







1 de noviembre de 2012

LOS LAGUNO Y EL HOTEL MIRAMAR



(Artículo publicado en el diario SUR el 1  de noviembre de 2012)
 
Cuantas veces el azar influye de forma determinante en el triunfo o fracaso de muchos de los planes humanos. En el caso que hoy escribo jamás podría pensar la familia Laguno cual habría de ser el futuro de algo que ellos comenzaron en Marbella y la terrible contienda civil truncó de raíz. El matrimonio Laguno Zuzuárregui llegó a la ciudad en el año 1933 buscando un clima favorable para la delicada salud de uno de sus hijos y al mismo tiempo intentando restaurar el patrimonio de Don José, en Cuba, víctima de la recesión económica de 1929. Un familiar les orienta y deciden comprar la Huerta de san Ramón, lindante al sur con la playa y al oeste con el Arroyo de la Represa. La vieja casona de la huerta les servirá de vivienda y construyen un amplio edificio en el que Don José Laguno, tras otear el ambiente de los que iban y venían, y darse cuenta de que al Hotel Comercial llegan fundamentalmente viajantes de comercio y funcionarios destinados, atraídos por el ambiente familiar y el módico precio (cinco pesetas diarias) piensa, en un  gran alarde visionario, que el incipiente turismo extranjero tal vez necesite un poco más de confort y modernidad, dado que el clima y la belleza del pueblo estaban asegurados y todo podía consistir en un gota a gota y algo de paciencia.  
Así nacerá el Hotel Miramar, primer establecimiento en el centro de Marbella abierto y orientado mayoritariamente a una clientela extranjera. Redactan su propaganda en inglés y francés, junto al castellano, con frases como “edifice moderne sur la route Gibraltar- Málaga” , “bain chaud et froid” o “breakfast and tea”. El precio era alto, de acuerdo con la categoría que querían darle al hotel : quince pesetas diarias.
Lo más destacable de la familia Laguno y su nuevo hotel reside en que son los primeros que en 1933, designan en sus folletos propagandísticos al litoral malagueño como “Costa del Sol”, magnífica idea que de haberla patentado les hubiese reportado mucho más de lo que el hotel llegó a suponerles económicamente. Pioneros de un turismo del exterior, si no elitista, sí al menos coincidente al cien por cien con lo que después y de muy distintas maneras llegaríamos a ser desde el punto de vista abierto y cosmopolita.
El 15 de octubre de  1933 los Laguno inauguran oficialmente el hotel, bendiciéndolo el párroco, Don José Vera Medialdea y con la presencia de numerosos invitados, entre ellos el presidente de la Comisión Gestora municipal, Don Alfonso Martín Nieto. El diario malagueño “El Cronista” relata como gran acontecimiento social y turístico dicha inauguración en sus páginas del día siguiente. Comentaba el redactor que “el hotel está coronado por amplísima terraza cuyas vistas abarcan desde Gibraltar al Faro de Calaburra y desde la costa de Africa a la Sierra Blanca, y tiene todos los servicios (agua corriente en habitaciones, teléfono, radio…etc) que contribuyen a hacer la estancia higiénica y muy amena”.
Lástima que cuando el hotel comenzaba a acreditarse estallara la Guerra Civil, lo que supuso un difícil momento para un hotel que se nutría especialmente de extranjeros. Don José lo vendió  en 1940 y se marchó a Málaga. En los años sesenta los nuevos dueños de hotel, la familia Romero Ugaldezubiar lo puso de nuevo en explotación ampliándolo con el nombre de “Miramar- Playa”.
La memoria posee una extraña capacidad de selección que hace a veces olvidar aquello que en justicia debería ser recordado. La familia Laguno, merece ser considerada como la primera en intentar que el turismo extranjero tuviese un acicate más para conocer la que ellos denominaron tan felizmente como Costa del Sol.  El tan debatido papel de pionero corresponde en ese sentido a Don José Laguno, el hombre que sin poseer títulos ni amistades de alto nivel, como Ricardo Soriano, intuyó que Marbella era un lugar privilegiado para todo tipo de clases sociales. El azar le jugó una mala pasada con la que no habían contado. Con un poco de paciencia, y aguante quizás serían más recordados y hubiesen logrado un buen patrimonio con su hazaña.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista