26 de mayo de 2012

LA MUJER DEL CESAR


Estábamos en el año I antes de Cristo y Julio César emperador de Roma se había casado con la muy bella Pompeya Sila. Dice la leyenda que la amaba mucho. Pero fue suficiente el atrevimiento de Publio Clodio al introducirse en una fiesta donde solo las mujeres podían asistir, y la sonrisa divertida que Pompeya le dedicó, para que Julio César la alejase de su lado con la célebre frase: “La mujer del César no solo ha de ser honrada, sino parecerlo”.
Hubiese resultado pertinente que el Fiscal del Tribunal Supremo -encargado de dirimir la denuncia presentada por el vocal señor G. Benítez contra el Presidente del CGPJ y del Tribunal Supremo, señor Dívar- la hubiera recordado antes de decidir que los cargos presentados eran inocuos  y sin relevancia penal. Como he oído decir a un abogado, se trata de una transformación alquímica de la realidad evidente en falsa realidad.
Comprendo que juzgar nada menos que al Presidente del Supremo Tribunal no debe ser moco de pavo para letrado o magistrado alguno. Pero la misma razón exponemos los ciudadanos de un país libre y democrático cuando decimos que el colmo de los colmos está en el hecho comprobado de un alto miembro de la justicia que la doblega en lugar de dar ejemplo de ella.
Don Carlos Dívar puede ser un magnífico jurista y magistrado, no tenemos conciencia de lo contrario, pero de ser así debió sufrir un fuerte grado de amnesia en el momento de realizar la veintena de viajes a Marbella en los que se alojó en un hotel de lujo (como sin duda pensó que le correspondía por el cargo), sin carácter oficial y pagado por los fondos públicos.
No le pareció de “relevancia penal” su acción, imagino que influenciado por la enorme cantidad de hechos similares que su entorno posee. Es hasta posible que imaginase frases como:”Si un señor duque y presidentes de comunidades autonómicas además de infinidad de alcaldes, policías y compañeros jueces (Urquía, sin ir más lejos) han cometido barbaridades corruptivas, no creo que unos viajes de placer a Marbella tengan importancia alguna”.
Pues sí, señor Presidente, cada uno tiene la carga delictiva correspondiente y nadie mejor que usted debía saber de ello. Porque no solo hay que ser buen juez cuando se viste la toga en el altísimo tribunal que usted preside, sino hasta en lo que le parece pequeño, y según su colega, “inocuo e irrelevante”.
Los ciudadanos necesitamos ejemplos, y en su caso lo presumíamos, de honestidad total. Al no tenerlos, y sí lo opuesto, ha creado una alarma social añadida a la ya existente, y créame que no estamos para casos como el que me ocupa, porque la gente no importante que necesita dinero para comer y subsistir está hasta el gorro de un país donde solo viven bien los que están arriba y toman de lo que corresponde a los de abajo.
Archivar el caso del señor Dívar es un insulto a quienes creen en la justicia y un argumento más a los que descreen de ella. Con el pensamiento puesto en los múltiples casos sin resolver de gente destacada, cuya lista sería interminable, resulta comprensible la desconfianza en los juicios que han de celebrarse. Ciertamente no  todos los que imparten justicia deben ser metidos en el mismo saco, pero a los que les toque gente como Fabra, Urdangarín, Matas y compañía ¿no sufrirán presiones que pongan en entredicho su integridad?
Lo único que hoy, por desgracia, sabemos con certeza los españoles es que dinero, poder y placer son corruptibles para cualquiera. Ahora también sabemos que no se libra ni el magistrado más importante del país. Lástima.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista                       

20 de mayo de 2012

PERAS AL OLMO


Me interesó bastante la reciente encuesta que se realizó en diferentes ciudades españolas con el fin de descubrir algo tan particular como es el conocimiento de científicos mundiales de renombre por parte de la juventud, incluida la que realiza estudios universitarios. Por si alguno no sabe el resultado les diré que Santiago Ramón y Cajal es un completo extraño para casi el 90% de los encuestados, compitiendo con Severo Ochoa (85%), Marie Curie y Galileo 70%. Se salva Einstein, cuyo nombre casi todos recuerdan por aquellos postes que  lo emparentaban con el Che Guevara, y que solían abundar en los cuartos juveniles, nunca supe si como admiración a su valor científico o a la rebeldía que desprendían el alboroto de su pelo y sus ojos encendidos.
Desconozco el interés y objetivo último de las autonomías en las que las encuestas tuvieron lugar, aunque es fácil imaginarlo: Ver hasta que punto la juventud actual carece o posee conocimientos sobre quienes han sido los pilares de la ciencia en el transcurso de la Historia.
Creo francamente que el resultado de estas encuestas no ha debido sorprenderles. Lo contrario hubiese sido una paradoja de carácter ilusorio. Con una simple ojeada en torno a su ambiente, el de los jóvenes encuestados, y de manera especial a los variadísimos tipos de educación que como resultado de cambios políticos vienen padeciendo (a mi humilde parecer deficientes todos en lo esencial) no se podía esperar nada distinto de los porcentajes obtenidos.
Para empezar, la educación no es, ni jamás ha debido ser, un asunto más de los muchos que los gobernantes tienen para solucionar. Es, junto con la sanidad, prioridad absoluta de un gobierno que funcione y de un estado que ejerza sus obligaciones con responsabilidad. En ella no debe contar ideologías, sean estas religiosas o políticas. Lo único importante es el conocimiento lo más amplio posible que conduzca al alumno a un pensamiento libre y racional. Un factor colateral puede ser la forma de mostrar el conocimiento para atraer la atención, utilizando para ello los medios tan valiosos que hoy poseemos. La música, el cine, y ni que decir tiene, la informática, pueden resultar básicos. Si se desconoce o minusvalora los medios sociales como Blogs, Facebook, Twitte, etc, habremos perdido la partida.
Con demasiada frecuencia el profesor, aún en el caso de ser una auténtica primera figura en lo suyo, olvida que los intereses cognitivos y emocionales de los alumnos no son ahora los que pudo tener él en su tiempo; aunque coincidan las edades en que ambos iban al Instituto o la Universidad. Con esto no quiero decir que sea el educador culpable de nada, si acaso víctima del cansancio que este desnivel cronológico y el sistema producen en él.
Pensemos, por ejemplo, los que tenemos o hemos tenido hijos adolescentes, en como fue aquél momento nuestro, cuando nuestra madre se extasiaba con las canciones de Concha Piquer mientras nuestras emociones se ponían al rojo vivo con los Beatles y Joan Manuel Serrat. O la emoción del padre que veía en la pantalla a Gary Cooper, con su sombrero vaquero y sus pistolas al cinto, y su hijo/a bebíamos los vientos por Robert Redford y las ironías grotescas de Woody Allen. Nadie interesa más cuando se es joven que aquellos que  promueven sensaciones o las estimulan, sean estas  de tipo físico o mental.
Para adquirir curiosidad hacia alguien que dedica sus horas a la investigación científica hace falta: o una gran publicidad, como en el caso de Hawkin, el físico del Big-Bang o bien el difícil encuentro entre un profesor enamorado de esa materia y un alumno receptivo. Dos factores por desgracia no muy abundantes.
Termino con lo que podría ser un mensaje de esperanza. Nada nuevo hay bajo el sol, aunque haya pesimistas natos que todo lo vean de un negro aterrador. Cuando he escrito que no se le pueden pedir peras al olmo es obvio que quiero decir que si arreglamos el sistema educativo, el joven encuestado que ahora no conoce a Galileo puede en el futuro ser el científico más destacado de su comunidad.

Ana  María  Mata   
Historiadora y novelista

8 de mayo de 2012

TRAS LA TORMENTA

Solo hace unos minutos que ha pasado la tormenta dejando una intensa lluvia primaveral. El ambiente se encuentra limpio y claro dejándonos un horizonte de nubes pasajeras sobre la costa y de arena mojada en la playa. Dos corredores se entrenan por la orilla tras consultar la marea y garantizarse una zona de arena dura y casi plana que les evite lesiones y les permita llevar a cabo su objetivo: preparar la "Trail Hercules" que se desarrollará por las playas de Cádiz. Están realizando una tirada entre la playa de La Mangaleta y Nikki Beach que les supondrá 11'5km para las piernas.
Todo discurre de manera excepcional, la temperatura perfecta, el ambiente limpio, la arena en buen estado y las olas rompiendo a nuestro lado como banda sonora de excepción. Parece que no se puede mejorar el escenario, pero aun les queda una sorpresa. De entre las nubes del horizonte asoma una impresionante luna llena que invade con su reflejo todo el Mediterráneo.
Es comprensible que en estas circunstancias comenten cosas como:
- Es curioso que no se utilice más la imagen de estas playas como reclamo turístico de nuestro municipio. Todavía quedan bastantes dunas en primera línea (aunque también es cierto que tras ellas está casi todo urbanizado y la edificación no desentona demasiado, salvo algunas excepciones que invanden descaradamente la línea de costa.
O también:
- ¿Te ha pasado alguna vez tener la sensación de sentirte caballo corriendo por la arena? Es realmente agradable y da gran sensación de libertad.
- Si, y también es muy agradable la sensación de montar a caballo por la orilla o incluso dentro del agua...

Y así, metro a metro, minuto a minuto, van llegando al final del recorrido, acercándose a las cañas de los pescadores que ya han empezado su jornada y toman el relevo de la luna que les dejan estos dos exultantes deportistas.

Marbella es así. Esconde opciones que no salen en las guías turísticas ni en los programas de televisión pero que los que aquí residimos tenemos la suerte de disfrutar y la obligación de conservar.

Arturo Reque Mata
Arquitecto y deportista


MAYO DEL 58


Aunque pueda parecerlo no es un error de números, pero al pensarlo caigo en la cuenta de que muy bien podría escribir sobre aquél mítico 68, bastante olvidado ya por quienes lo protagonizaron y consiguieron poner en las cuerdas el gobierno del General De Gaulle al mismo tiempo que, bajo sus consignas, Europa y el mundo cambiaron de rumbo social y moral, aunque fuese por tiempo limitado. No estaría mal en los momentos similares que vivimos una reflexión sobre aquellas jornadas por parte especialmente de quienes dirigen la función y por la de quienes la sufren. No siempre el silencio es el gran valedor de una sociedad en la cual el neoliberalismo está estrangulando con sus normas a una inmensa mayoría de la misma. Entonces, al menos, no lo fue, pero ese es un tema que hoy no me corresponde en estas líneas.
Y es que hoy voy a concederme  una licencia muy literaria pero de la que suelo huir en la actualidad, entre otras razones por su falta de pragmatismo. La nostalgia es hermosa y el recuerdo lo único que nos confirma haber vivido, mas el exceso de ambos nos paraliza cuando la realidad es que siempre hay que seguir haciendo camino, como apuntó el genial poeta.
Quedamos muchos, por fortuna, aún, de quienes vivimos con la intensidad de la adolescencia ese mayo del cincuenta y ocho al que he hecho referencia. Pudo ser igualmente unos años más tarde, pero no muchos; pronto vendrían a cambiarnos la vida gran cantidad de factores que, multiplicados y hasta envilecidos, perduran hasta hoy.
En esos mayos todavía soportábamos carencias que al parecer fueron más graves de las que alcanza mi recuerdo, por lo que hoy dicen algunos. Para nosotros -niños de posguerra- era lo normal, puesto que lo esencial no nos faltaba y sí teníamos muchas otras cosas de las que los adolescentes y jóvenes actuales no pueden disfrutar. Por ejemplo, la calle. Era nuestra y en ella hacíamos la vida de la mañana a la noche, con los vecinos y los de un poco más allá, del centro a la Alameda, esperando ilusionados los días que faltaban para la Feria, para San Bernabé. Saliendo de excursión al campo -que estaba como muy lejos, en la cercanía del río Guadalpín, junto a la ermita de San Nicolás- caminando entre árboles que casi formaban un arco continuado hasta allí. Con palmitos y almensinas como chucherías de la época, y alpargatas de esparto con cintas que acostumbraban a desatarse en una u otra pierna.
Mayo era, como hoy, el mes de las Primeras Comuniones. Nada que ver entre entonces y ahora. Doña Paquita Carrillo fue la maestra destacada en lo religioso, y ninguna olvidáramos jamás su famoso “Laudate María” que entonaba con autoridad desde que arrancábamos de la Plaza del Ayuntamiento hasta entrar en la Encarnación. Impresionadas por el ayuno de la noche anterior, la seriedad de los rostros correspondía a un concepto distinto de fervor donde el misterio constituía un ensamblaje bello con la majestuosidad del incienso y las flores. Sin almuerzos ni regalos a posteriori. Un desayuno con chocolate  y bizcocho casero en cada casa junto a la familia más directa. Eso sí, llevábamos incluido en el traje blanco la limosnera. Curioso adorno en el que cifrábamos la esperanza de una feria sin “recortes”, bolsillo-monedero repleto de encajes para ir metiendo las limosnas-regalos que el recorrido obligatorio por las casas de amigos y familiares lejanos debíamos hacer. Las fotos se hacían después, generalmente en Málaga, todos los que podían pagar un fotógrafo. En la noche, cuando regresábamos del peregrinaje post-comunión, el dolor de pies por el zapato nuevo se atenuaba mucho si la limosnera lanzaba un buen manojo de monedas e incluso algún pequeño billete. Y a dormir, con el “Laudate” como telón de fondo.
Quizás unos días antes, a algunas pobres e infelices les había tocado hacerse una permanente por aquello de los tirabuzones, tan en boga, o al menos en las puntas de las trenzas. Mejor no hablar del olor a chamuscado que las cabecitas despedían cuando Herminia, o una de sus niñas, nos introducía en aquella especie de bomba horrible que eran los secadores de las peluquerías.
Hace tiempo que no asisto a una Primera Comunión, pero a la última que fui quedé tan impresionada por su “glamour” (mi palabra por excelencia en aborrecimiento) que dudé de donde estaba, por si algo virtual me había transportado al palacio de Buckhigan, en un lapsus anímico.
La primavera era la misma, calurosa o aguada, las flores menos exóticas pero igual de alegres. España se iba despertando de una gran tragedia. Marbella no tenía edificios ni dinero, solo autenticidad.

Ana  María  Mata     
Historiadora y novelista

2 de mayo de 2012

EL LAMENTO DE VARGAS LLOSA


En la comunidad literaria y en  general en el mundo de la cultura hay una pequeña conmoción, producida por la publicación del último libro del Nobel, Mario Vargas Llosa, un ensayo titulado “La civilización del espectáculo”. Como suele ocurrir con los grandes autores, el ensayo está produciendo a su vez un productivo y –a mi manera de ver  estupendo debate que pone una vez más sobre la mesa cuestiones esenciales sobre la dirección hacia adonde se dirige nuestra civilización y cuales serían los valores atemporales que deberíamos salvar de un posible naufragio.
En el debate establecido, escritores, filósofos y sociólogos discrepan de algunas de las tesis de Vargas Llosa, cada cual desde su particular punto de vista. En líneas generales aceptan la idea principal defendida por el Nobel de que la cultura se ha convertido en espectáculo y divertimento por encima de otras cualidades que consideran más importantes. Pero junto a este básico principio, también añaden algunos la especie de melancolía que subyace bajo casi todo lo escrito por V. Llosa.  Opina éste, de acuerdo con Walter Benjamín, que “la historia no hace más que acumular ruinas a nuestras espaldas” y para demostrarlo analiza las muchas formas de expresión cultural desde el siglo XX hasta el presente que vivimos. Sigue diciendo que “las vertientes de lo humano han sido pervertidas por la gangrena de la frivolidad.”
Para algún crítico, la postura del escritor añorando el desarrollo de la cultura gracias a un pequeño grupo de sabios, cuya influencia solo dependía de su talento, resulta extraña para alguien que se define como liberal, ya que fomentar o aplaudir la élite cultural es más propio de un universo totalitario que de un orbe demócrata.
Dejando para los “ilustrados” el núcleo auténtico del debate, no puedo menos que estar de acuerdo con el autor de “La casa verde” en muchos aspectos que destaca, como el hecho incuestionable de que las masas en lugar de escuchar a Wagner o Mozart se lancen como locos a un concierto de Lady Gaga, y en lugar de leer a Faulkner devoren las páginas de Dan Brown y su incombustible “Código da Vinci”.
En relación con las nuevas tecnologías opina que no solo no son neutras, sino que han acostumbrado a sus usuarios a una relación banal con la información, distanciándolos del verdadero conocimiento. Afirma que introducir dentro del vocablo CULTURA con mayúsculas asuntos como la cocina o la moda, ensamblándolos a la pintura de Botticelli o a una novela de Flaubert es una herejía que le hace reflexionar acerca de la deriva del progreso espiritual cuyo futuro no presume demasiado halagüeño.
Se esté o no de acuerdo con lo escrito por el Nobel, al menos en su totalidad, hay que agradecerle su interés por encender polémicas de este tipo en un momento donde sólo lo económico parece relevante. Si es verdad que hay mucha nostalgia detrás de sus páginas, también lo es que hay una tremenda –como esperábamos de él –  lucidez.

Ana  María  Mata 
Historiadora y novelista

LOS DE A PIÉ O EN BICI

Marbella. Calle Castillejos. 2 de mayo de 2012
 La bici ya es parte de la imagen de Marbella pese a la nula promoción y falta de interés por parte de nuestros políticos.
Ahora todos ven justificadísimo la máxima austeridad: "no podemos gastar lo que no ingresamos". Y tienen la cara de decirlo ahora, en mayo del 2012, después del despilfarro sufrido y después de casi 5 años de crisis socio-económica...Y siguen siendo esos mismos políticos que tanto despilfarraron los que ahora se justifican...Pobre país, menos mal que el ciudadano de a pié o en bici ya no cree en ellos y se levanta cada día a luchar por sacar adelante a su familia.
 ¿Dónde está nuestra calidad de vida, nuestra modernidad, nuestro oferta para los que nos eligen?

Arturo Reque Mata
Arquitecto.
Socio fundador Asociación Marbella ByCivic.