23 de diciembre de 2016

ANDALUCIA SUSPENDE EN EDUCACION

El llamado Informe PISA sobre la Educación ha dado como resultado que los andaluces estamos a la cola no solo de Europa, también de España en lo que a esa materia se refiere. Si ya es desalentador el diagnóstico, la reacción de la Junta, y en concreto de la Consejera de Educación, Adelaida de la Calle, es para echarse a llorar, a pesar de que a la maquinaria propagandística de dicha Junta ya estemos acostumbrados. Era de esperar, ya que a la escasa autocrítica suelen unir una amplia operación de marketing político bajo cuyas alfombras pueden esconder sus indicadores de miseria.
Vean si no como puede la Consejera argumentar como contrarréplica al Informe, las causas y factores que, según ella han dado lugar a ese resultado negativo. 1º causa: “Han cambiado el tipo de pruebas”, olvidando que también lo han hecho en el resto de comunidades, y Castilla y León están en la cabeza y Andalucía en la cola. 2ª: “Los escolares seleccionados pertenecen a colegios de nivel económico bajo” Pero a ver, ¿no quedamos en que tan igualitario es el sistema andaluz educativo que lo mismo aprende un niño en La Palmilla, por ejemplo,  que en El Palo o un colegio del Opus?
El argumento del nivel socioeconómico de las familias de los colegios analizados es como la tierra que cae encima de uno mismo, puesto que la misión de la Consejera debería consistir precisamente en reducir esas diferencias. Quedarse en estas absurdas explicaciones para justificar la realidad es frustrante, o debería serlo, para ella y para nosotros que asistimos mudos a este tipo de absurdas justificaciones.
Lo cierto es que educar dentro del tipo de enseñanza que PISA exige, resulta más costoso y más necesitado de cambios si queremos seguir participando en dicho ranking. El Consejero de Castilla y León, comunidad con mejores resultados ha dado algunas de sus recetas que son perfectamente aplicables, como reforzar materias troncales en las que se fija PISA y ser exigentes en la formación y selección del profesorado.
  No es nada nuevo que el problema educativo es uno de los más urgentes y necesarios que todo el país padece y que necesita una solución, consensuada (como se dice ahora) si quieren, pero efectiva. Estamos hartos de decir y oír que los escolares de hoy son las hombres que el día de mañana habrán de ser nuestros gerentes económicos, empresarios, políticos, gobernantes, médicos…y un etc que todos comprendemos. Pero a la hora de actuar, nos quedamos en la retaguardia, porque siempre alegan que tenemos otros problemas más acuciantes. Y así pasamos de un gobierno a otro con idénticas deficiencias que van generando, de un lado, estudiantes cuasi analfabetos a su llegada a la Universidad, y de otro, algunos licenciados en especialidades, por ejemplo de ciencias, sin tener la más remota idea de Humanidades, o al contrario, humanistas que no saben dividir por dos cifras.
Hace verdadera falta una concienciación conjunta de políticos con mando efectivo, profesores de todos los niveles, sicólogos y familias para entre todos dedicarnos a los escolares primero, y los estudiantes de más nivel, a continuación. Revisar los planes de estudios, en su mayoría anacrónicos y en excesivo conservadores,  para ponerlos al día en todas la cuestiones, incluida la tan traída y llevada de lo digital, electrónico, o dicho de otra forma, las nuevos materiales que rigen el mundo y a los que no podemos rechazar solo porque los que debían enseñar a usarlos necesitan antes que les sea enseñado a ellos.
Claro que es más fácil continuar como hasta ahora, con profesorado sin reciclar, desconocedores de idiomas extranjeros, abusadores de la memoria y cansados lo suficiente como para no crear estímulos en sus alumnos.
El Magisterio en sus diversos niveles no es asunto para resolver tan solo con el examen de conocimientos al futuro profesor. Debería ser obligatorio evaluar periódicamente a quienes lo ejercen, y valorar más de lo que se hace la creatividad, la  innovación y cómo insuflar en el niño, desde que empieza, un alto grado de curiosidad.
Claro que, a renglón seguido, igualmente debería ser retribuido con un sueldo no solo digno, sino superior a otras profesiones, entendiendo que trabajar con seres vivos es, no solo más difícil, sino más serio y esencial que hacerlo con máquinas.
Mientras nada de esto se lleve a cabo, lo único que nos queda, al menos en Andalucía, es borrarnos del Club de los del Informe Pisa.
                                                                                                
Ana  María  Mata
Historiadora y Novelista

11 de diciembre de 2016

SAN FIDEL DE LA HABANA

¡Cómo nos gustan los muertos…! no solo a nosotros, españolitos necrófilos que en cuanto algunos de los que atizamos duramente en vida, llamándoles de todo, se le ocurre morirse, corremos a venerar su figura, haciendo, la mayoría de las veces, apología intensa de una vida que, mientras la vivía, detestábamos. Ignoro el sentido auténtico de este curioso fenómeno, pero ni que decir tiene que,  el hecho de sentirse benévolo cuando ya el finado no nos puede fastidiar en aquello que lo hacía, nos genera una placidez casi, casi, sincera.
Ha muerto un hombre en cierto modo singular. Aunque solo fuese por que fue capaz de mantenerse en el poder casi cincuenta años, vivir a pesar de todos y de las diversas formas en que quisieron matarle, desafiar al gigante americano y ser llamado todavía por algunos, el padrecito de los cubanos, después de sus incontables fechorías humanas y políticas…solo por eso hay pensar que el hombre que acaba de morir no era un dictadorzuelo cualquiera, no era uno más de los que han ensombrecido la vida de los países de Iberoamérica.
 Fidel Castro, muerto en olor casi de santidad, fue, desde luego muchas cosas más que el presidente de una nación constreñida y pobre. Fue lo que quiso ser, aunque tal vez el día en que entró en La Habana junto al –posteriormente– celebérrimo Che Guevara, sus intenciones fuesen otras, y hasta, concedámosles la posibilidad,  mejores para el pueblo al que salvó de un elemento como Batista. Pero el tiempo todo lo altera y con él no hizo excepción. Mal gestor de la economía, pésimo administrador de los bienes con los que contaba, ni siquiera su platónico amor con la Rusia de entonces logró aminorar la decadencia en la producción, que año tras año fue cayendo en picado.  
El mito de sus logros en materia de salud y educación, aun con una incipiente base, no justifica que demasiados médicos tuviesen que recetar medicamentos inexistentes en la isla, o la falta de profesorado competente en unas escuelas caídas a trozos y casi en ruinas.
Pero Fidel Castro tenía sus trucos, claves para conseguir el éxito popular que se le atribuye. Uno de ellos fue la adhesión a los ritos paganos-cristianos de las naciones que le ungieron con su adhesión. Los santuarios de la macumba brasileña, del vudú haitiano, del winti de Guayana, todos tenían la imagen de Castro junto a las más diversas deidades. Así se alcanza una veneración que difícilmente se consigue con hechos, o en un ámbito cultural desarrollado.
Otro tema distinto es la realidad de las persecuciones castristas. A una poetisa, María Elena Cruz Varela, opositora al régimen, le hicieron rodar por las escaleras, y, ensangrentada, la obligaron a comerse sus poemas. Un ejemplo entre los miles de encarcelados, intelectuales o no, o de los muchos que perdieron la vida dentro del saldo oficial de 3.216 desaparecidos y asesinados.
El castrismo, además exportó su modelo hacia casi toda la América Latina. En Venezuela, las bandas criminales que hoy siembran el terror y se han cobrado miles de vidas fueron entrenadas por Cuba. Lo que no deja de resultar curioso es la diferente vara de medir  que muchos diarios y articulistas han usado en la hora de la necrológica. Mientras los dictadores militares que asolaron Chile y Argentina, fueron considerados en el exterior como lo que eran, y en general, rechazados, a Fidel una vez alcanzada la provecta edad de noventa años, y familiarizados con sus últimas fotos en chándal, ha logrado que los titulares encabecen en muchos casos sus crónicas llamándole simplemente “El líder de la Revolución Cubana”.  Un abuelito encantador que todavía era capaz de arengar durante cuatro o cinco horas, a pesar de la barba rala y los párpados caídos
No parece sino que dicha revolución hubiese sido ejemplar y llevado al país a una democracia  auténtica.
Lo dicho. ¡Cuánto nos gustan los muertos! Y que fácil resulta idealizar, a veces, a quien en vida, abolió de un plumazo, además de lo  escrito anteriormente, la libertad.


Ana  María  Mata 
Historiadora y novelista