21 de enero de 2016

PREDICAR NO ES IGUAL QUE DAR TRIGO



Había una estrofa en una canción de Serrat que venía a decir algo así como “la lluvia solo es lluvia si te moja al caer”, dentro de esa cadencia tan suya de hacer filosofía de las cosas cotidianas. También los viejos del lugar vienen diciendo desde siempre que los toros se ven muy fáciles desde la barrera. Valgan uno y otro como introito a mi comentario de hoy relacionado con las últimas actuaciones del Gobierno Municipal.
 Mientras el Partido Socialista y sus compañeros actuales de fila estuvieron en la oposición reclamaban una y otra vez una serie de cosas que, según decían, consideraban prioritarias e imprescindibles para el funcionamiento del municipio. Me acuerdo del interés que tomaron en su momento con el Trapiche del Prado y su abandono. Insistían en que había que darle una solución a la antigua fábrica de azúcar y convertirla en museo o algún otro destino cultural. Sería uno de sus primeros proyectos si llegaban al Ayuntamiento. Pero el Trapiche continua en similar estado en el que estaba antes, y si mis fuentes no son erróneas, ante la imposibilidad de cumplir el testamento del donante, Mateo Álvarez, que quería que fuese residencia de ancianos, conversan con los herederos con el objeto de que ellos se hagan cargo de él.
Con el transporte público y su ineficacia actual, defendían su municipalización. Todo se arreglaría con ella y el ciudadano contaría con un medio útil que ayudaría a descongestionar el tráfico transformando la ciudad en una más sostenible. Tanto lo dijeron que algunos casi llegamos a creérnoslo, y tras el resultado de las elecciones, esperábamos con ansiedad el momento en que, ya en el poder, se haría realidad de inmediato que el Ayuntamiento se hiciera cargo de los citados  transportes.
 Cuan cierto es que a veces, antes de defender a bombo y platillo una causa, conviene conocer a fondo la causa en sí y lo que conlleva su realización. Aunque solo sea por la retranca del refrán de arriba que advierte la diferencia de calibrar toros en barrera o en el mismo ruedo.
Predicar no está mal, y a veces hay que hacerlo, pero prometer trigo sin saber el precio de dicho cereal, lleva incluido el peligro de ser una prédica inútil, que a la larga recae negativamente sobre quienes se dedican a dicho menester.
Tampoco las bibliotecas que en los plenos eran “totalmente necesarias” para la ciudad, cuya carencia es un bochorno que debería avergonzarnos, aparecen como una realidad y va pasando el tiempo de gobierno. Cualquier pueblo tan pequeño  que cabría en una urbanización marbellí posee una o dos buenas bibliotecas, mientras la ciudad de la milla de oro, parece no tener presupuesto ni siquiera para una en buenas condiciones. ¿Dónde están las prometidas? ¿No eran absolutamente necesarias?
A vueltas con los colegios que la Junta aplaza un año y otro, y que algunos pensaban llegarían con las siglas de este gobierno. Sin cambios en el horizonte, ni nuevos ni arreglos de los ya viejos. Inacción total, pues la señora Susana no se acuerda ni de La Cónsula, preocupada como está en encontrar su lugar primordial en el batiburrillo esperpéntico nacional.
Y para qué hablar de la ampliación del Hospital Comarcal Costa del Sol. Soy tan pesimista con ese tema que con la retirada de la última grúa sentí como desaparecían nuestras esperanzas de resolver ese embarrado asunto. No soy la única que se pregunta en qué gasta la Junta de Andalucía el dinero presupuestario, y en qué lugares, si es que lo hace en algunos. Pensábamos que tal vez con sus afiliados y dirigentes sentados en los sillones municipales como gobernantes, mirarían con otros ojos a Marbella, ciudad a la que parecían tener ojeriza con anterioridad. Al parecer nos equivocamos.
Que triste resulta comprobar como los proyectos de los políticos cuando son opositores son pura soflama propagandística. No cuesta esfuerzo hilvanar discursos más o menos bien construidos si el hacerlo no implica llevarlos a cabo, solo exigencia y reprobación al dirigente. Lo malo es encontrarse, no sé si de golpe, con el bastón de mando y no saber que hacer con él puesto que ello significa el momento de la verdad. Dar trigo. Hacer cosas. Resolver asuntos.
La política de un país o de un pueblo está cargada de demagogia porque en el fondo todos los que aspiran al poder creen  que los ciudadanos tienen un cierto grado de imbecilidad, el suficiente para engañarle con frases hechas y promesas incumplibles.
 Ese es igualmente el motivo de pedir exhaustivamente transparencia en la gestión cuando se es opositor y olvidarse de ella en el mando. Cuando los asuntos sean difíciles de realizar, lo menos que se pide es una explicación de esa dificultad. El silencio merma la credibilidad.
Y si quieren colofón, este se escribe con dos palabras : Tripartito o Cuatripartito, no lo sé muy bien. Hemos tenido la oportunidad, vaya por Dios, de probar in situ, la forma política más actual y casi “de moda” en el país.
Todos quieren mandar. Para ello se alían incluso con el diablo. Se hace para evitar la corrupción a dos mano, dicen. No quiero pensar en cuantas meterán ahora las suyas en la bolsa común.

Ana  María  Mata   
Historiadora y novelista

11 de enero de 2016

NIÑOS



Imagino que el alboroto y la jarana de estos día navideños, cuya principal justificación encuentro en la alegría infantil, es lo que me motiva a escribir hoy sobre la “santa infancia”, nuestros niños de antes y de ahora unidos por dos caracteres similares a pesar de muchas otras diferencias. La inocencia y la curiosidad. Los niños -el hombre-, nace curioso a la par que inocente, aunque esa curiosidad la pierda más tarde sustituida por un pragmatismo que en la mayoría de los casos no le abandona ya nunca.
 Los niños tienen una robusta curiosidad que les lleva a una etapa incluso especial, la llamada del “por qué”. Todos recordamos la insufrible retahíla de preguntas que nuestros hijos nos hacían cada vez que descubrían algo que para ellos era nuevo. Jamás quedaban satisfechos con la primera o segunda respuesta, pegándose a nuestras faldas hasta que el último por qué les agotaba. La inocencia infantil es inquisitiva al máximo y gracias a ello el niño va logrando situarse en un mundo que le resulta bastante incomprensible. Es un arma con la que vienen dotados de “extramuros” y que se les concede gratis para contribuir al conocimiento.
Arma de doble filo en el momento actual y con los medios disponibles. Porque nadie como ellos descifran el milagro electrónico y aprenden a manejarlo mejor, a veces tan temprano que pareciese que, ya en el útero materno hubiesen hecho prácticas en una especie de Internet fetal.          
Creo que la futura pedagogía deberá introducirse a toda prisa en esos tejemanejes electrónicos si quiere aprovechar el vertiginoso proceso tecnológico que representa el mundo digital para el conocimiento y la enseñanza de las diversas materias educativas.
Sin embargo, suele ocurrir que no es oro todo lo que reluce y en este caso, que no todo es ventajoso para el niño del que hablamos. Instalados en la citada atmósfera digital, no existe un niño de hoy que a los siete u ocho años no posea una “maquinita” o un teléfono móvil y si me apuran una tableta electrónica. La realidad en ocasiones es dura y otras veces fastidiosa, pero es real, y la redundancia aquí está puesta a propósito. No podemos luchar contra lo que nos supera porque, por muy en plan San Jorge que nos pongamos, los dragones son, en este caso, gigantescos, universales y malévolos. Siempre nos ganarían. Nos ganan, de hecho. Aceptémoslo, pues.
Pero si debería preocuparnos el hecho de que esos artefactos que tan ágilmente mueven con sus dedos y manitas, sean usados casi exclusivamente en sentido lúdico. Les divierte pero les va haciendo perder la curiosidad ante todo lo que les rodea, centrando su atención solo en ellos y sus hazañas. Por supuesto que, desgraciadamente, esas hazañas son bélicas, futuristas tal vez, pero enormemente guerreras y sangrientas, fomentadoras de conciencias que identifican victoria y poder con el gozo, y el anticipo de un placer que interiorizarán alcanzado con enfrentamientos.
 Uno de los más reconocidos sociólogos infantiles, el alemán Danglay, señala que aún sin ser contrario a lo electrónico en relación con la educación y el aprendizaje, nunca será igual las respuestas obtenidas en una conversación familiar o un diálogo padre-hijo que las conseguidas a través de preguntas en solitario a un artilugio digital de último diseño. Otros psicólogos norteamericanos expresan su recelo al escaso interés con que niños y adolescentes muestran ante el medio natural, por las excesivas horas que pasan encerrados manejando tabletas y móviles. Les interesa más cuanto pueda ocurrir dentro de la máquina que cualquier maravilloso paisaje que tengan a su alrededor.
 Lo  cierto es que vivimos en un mundo que podíamos llamar de transición a otro, del que únicamente sabemos que el hombre no será  tan necesario y sí observador o actor secundario. Un mundo que hemos empezado llamando virtual y en el que las ondas o cualquier cosa  que sea lo que hay detrás serán los protagonistas.
Mientras llegue, que no será muy tarde, deberíamos alimentar de continuo el potencial de curiosidad que los niños traen consigo, y hacerles ver que su entorno geográfico y social es tan interesante o más que el contenido de sus máquinas. Hacerles notar el impacto visual de una puesta de sol, la sonoridad de un caudaloso río o la ingente obra arquitectónica de una catedral gótica. Fomentar el poder y los enigmas de la Naturaleza, la belleza en directo, la aventura del viaje, el contacto corporal y el calor de la familia y amigos.
Puede que me equivoque, pero me atrevo a afirmar que  los niños no llegarán a la robotización total si padres y educadores luchan denodadamente con sus únicas armas: hablar y jugar con ellos, dedicarles tiempo y abrazarles con todas su fuerzas.

Ana  María Mata   
Historiadora y novelista

3 de enero de 2016

EL EMBROLLO NACIONAL


Tenemos mucho que resolver en este recién inaugurado 2016. Como principal asunto me gustaría hacer una pregunta que desde antes de que el anterior año se marchara da vueltas en mi cabeza con incisiva preocupación: Desde los alrededores del 20 de diciembre, más o menos y hasta el momento presente, en España, ¿podría decirme alguien quien gobierna el país y se interesa por los asuntos necesarios e imprescindibles del ciudadano de a pie?, ¿alguien en todo ese tiempo ha  intentado resolver algunos de los problemas acuciantes, cotidianos, pero que no pueden esperar?...Y no me digan que Rajoy, el presidente ahora en funciones, porque bastante tenía el pobre con pensar en cuantos le votarían o no, y en las sombras, ambas suficientemente alargadas, de Pedro Sánchez o el ínclito Pablo Iglesias.
Las Elecciones Generales están a punto de transformarse en una oscura caverna o un pozo sin fondo, cuyas primeras consecuencias nefastas consiste en que todos nuestros políticos, todos, los que estaban en ejercicio y los opositores, no ejercían ni ejercen otra función que mirarse unos a otros para hacerse una zancadilla mutua sin acordarse de que, además de la obtención del mando, el país sigue día a día necesitando directrices para que la vida de sus ciudadanos continúe. Parón total de los problemas reales. Concentración absoluta, primero para tumbar al contrario, y segundo, paradójicamente para lograr su imprescindible apoyo. La Democracia es así, me dirán. Pero esto más que un juego democrático es una merienda de negros, una algarabía siniestra, un aquelarre o algo similar.
Todos quieren el mando. Me río cuando oigo que el poder desgasta y es agotador. Si así fuera, tendríamos a los políticos más masoquistas del planeta. El poder los obnubila de tal forma que algunos olvidan mirarse en el espejo interior donde verían el espectáculo que significa contemplar, por ejemplo, al señor Más casi arrastrándose a los pies de la CUP para que lo elijan de una puñetera vez y entierren sus añejas ideas de político conservador de Convergencia. O a Pedro Sánchez encendiendo velas para que PODEMOS retire lo del Referendum y se conviertan en amigos-socios, única manera de alcanzar el sillón.  Rajoy no sabe ya como explicar que el único salvador de la economía es él y nadie más que él, y que cualquier otro, incluso de su mismo bando no lo conseguiría.
Lo único cierto es que nuestra cultura democrática es tan pobre que no sé si sabrá anteponer el interés nacional por encima de los míseros intereses de partido, cosa que hicieron, sin alharacas los franceses en tiempos de Mitterrand, cohabitando con una derecha que albergaba los restos del gaullismo, y los alemanes que llevan dos legislaturas legislando a dos manos. Nos falta el espíritu imprescindible y nos sobran formas de mala educación y exceso de protagonismo personal.
Nuestro país no es, por suerte o por desgracia, ni Francia ni Alemania, y en consecuencia, nuestros políticos no tienen la talla de los suyos, por ello las deliberaciones pueden caer en punto muerto antes de que sean capaz de borrar de sus mentes uno y otro lo de “indecente” o “miserable”. Pero tal y como han salido las cosas después del 20 de diciembre, solo un gobierno de concentración entre las fuerzas mayoritariamente ganadoras puede resolver el problema de la gobernación.
Mientras eso ocurra o no, el tercero en discordia, sigue frotándose las manos con el regocijo de tener suficientes votos para entrar en el Congreso y dar la vara, o todavía más, a la espera de que un desvencijado PSOE le pida su ayuda y sus votos.
El embrollo está ahí y no sabemos como y quienes lo desembrollará. Tanto es así que en un principio iba a titular el artículo en lugar de “embrollo”, la Escopeta Nacional” en recuerdo a la película célebre del gran Berlanga, donde, además de cazar, los protagonistas parecían dispuestos a dispararse unos a otros, en cuanto la ocasión lo propiciase.
La próxima vez que lea o escuche aquello de que los políticos están para “servir al ciudadano”, una de dos: grito como posesa o lanzo la más grande de mis carcajadas.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista