31 de octubre de 2016

PREMIOS


Octubre no solo trae la caída de las hojas con  su bello cromatismo de ocres y naranjas, o la despedida de un verano que en ocasiones se resiste y amenaza con volver. Envueltos entre las gotas de sus lluvias primeras aparecen igualmente en el panorama cultural un saco importante de premios. De todas las clases y en todos los géneros. Desde aquel con el que un profesor llamado Alfred quiso compensar su más famoso invento, o las consecuencias derivadas del mismo, la dinamita, pasando por el muy prestigioso en la actualidad, el llamado ahora Princesa de Asturias, para acabar con uno, solo literario, y si me lo permiten, menos prestigioso, pero no por ello desdeñable para un escritor: el Planeta, de cuantía económica alta y con el que la familia Lara, además de promocionarse, pretende incentivar, o eso dice, la lectura y el libro en general.
Empiezo por el que más ha dado y sigue dando que hablar, además de ser el más destacado. Este año, como saben, el Nobel de Literatura ha  sido concedido al cantante Bob Dylan. La Academia Sueca afirma que la calidad de las letras de sus canciones son merecedoras de situarse al mismo nivel de todos los libros escritos por Vargas Llosa o Philips Rhott, en el caso de que al último se le hubiese otorgado de una vez, como las encuestas predicen y se equivocan cada año. Lo curioso es que al día de hoy, el señor Dylan no se ha puesto ni al teléfono para informarse al menos de la distinción, por lo que oficialmente, es como si no lo sabe o estuviera muerto. Perdonen mi atrevimiento, pero el segundo hecho, el de no contestar, me parece una más de las groserías con las que Bob Dylan acostumbra a “castigar” a sus acérrimos seguidores, como lo es el de no decir en ningún concierto ni el más elemental Buenas Noches.
Una comprende que la calidad no tiene por qué ir pareja con una exquisita educación, pero sí debería estarlo con el mínimo respeto. Y en cuanto a sus letras, no seré yo quien diga que no me gustan, al menos las más conocidas, y que puede ser el “trovador moderno” que algunos afirman. Pero entonces debería existir otro galardón, no el de Literatura, que premiase a los trovadores, cantautores y demás compañeros del antipático señor galardonado esta vez. Por mi parte y sin que me lo pregunten, propongo a Joan Manuel Serrat.
Verán, componer letras para ser cantadas es un bonito oficio que por descontado, unos hacen mejor que otros, pero equiparar esas letras con el enorme aval literario de obras como las de los antes citados…me parece, cuanto menos, un ligero error, por muy modernos y alejados de las normas que algunos quieran estar.  ¿Sería comparable El Quijote  con la canción, por ejemplo “My Way”, de Sinatra, e incluso  con “Imagine” de los Beatles?...
En relación con los otros premios, mi modesta opinión es que el Princesa de Asturias de las Letras está merecidamente otorgado a un gran novelista de la vida cotidiana americana y por ende, de la de la mayoría de la gente, como es el genial Richard Ford. Si no lo conocen, corran a buscar algo suyo. Admirable.
No conozco la calidad literaria de la galardonada con el Planeta, de apellido Redondo, y autora de una saga de novelas (editadas en Planeta, of course) de enorme éxito de ventas. Intentaré leer la premiada, y en ella espero encontrar menos efectos mágicos-oníricos que en las citadas, motivo de mi ausencia de sus libros. Siento no ser adicta a la ciencia-ficción.
Deduzco que la literatura da para mucho, incluso para equivocarse premiándola. Pero mientras siga llamándose literatura, confío en que olviden a personajes como el de Dylan, porque la Academia Sueca, si se olvidó de Borges, hoy de Rhott o Murakami…¿Acabará premiando en los próximos al autor o autora de Cincuenta sombras de Grey?
                                                                                
Ana María Mata
Historiadora y Novelista


     

15 de octubre de 2016

ESTE NO ES UN PAIS NORMAL

Estas últimas semanas, mientras reflexionaba lentamente sobre los acontecimientos que iban sucediendo y los medios nos mostraban con plenitud de imágenes, me acordaba sin poder evitarlo de una de las más convulsas época de nuestra historia contemporánea, que hasta para estudiarla era fastidiosamente complicada. Hablo de la Primera República española, propiciada por la abdicación de don Amadeo de Saboya, pobre hombre, engañado para que cubriese un  hueco al que no encontraban personaje adecuado, y que en cuanto pudo puso pies en polvorosa loco por marchar de un lugar en el que a punto estuvo de volverse loco.
Once meses duró el primer intento republicano que acabó con el pronunciamiento del General Martínez Campos en diciembre de 1874 para intentar la llamada Restauración Borbónica, ¡Ah! Pero en ese tiempo hubo, aunque no lo crean, dos tipos de república, la primera fue Federal y terminó con el golpe del General Pavía, para convertirse en Unitaria al mando del General Serrano. Once meses muy divertidos, imagino, para los ciudadanos corrientes que aunque no tenían televisión, Internet, Facebook y demás, tendrían que aguantar de alguna manera, cómo entre general y general, iban apareciendo políticos del tres al cuarto dispuestos a aprovecharse unos y otros del río revuelto del momento. 
Salvando las distancias, o sin salvarlas, la conclusión a que he llegado se resume en estas pocas palabras: “Este no es un país normal”. Tal vez no lo fuese ya en el XIX, según he dejado escrito, pero si pasamos al aquí y ahora, creo que las cosas si han cambiado algo ha sido para peor. Vamos a ver, ¿cómo va a ser serio un país, en el que el partido en funciones que gobierna tiene a casi la mitad de sus dirigentes sentados en los banquillos de los juzgados por corrupción?; y en el que el  partido principal de la oposición, parece más un patio de vecinos con  todos a la gresca , unos por aquí, otros por allá. Más otro, nuevo, que dice aspirar a dar miedo y también pelean sus cabezas visibles.  Y por último cinco o seis más pequeños  a los que a dos, lo único que les importa es la independencia ya sea del País Vasco o de Cataluña.
De verdad que afirmo como un autor leído, que todo este berenjenal tiene más de zarzuela costumbrista que de tragedia de Shakespeare. Ni siquiera para nuestros embrollos tenemos grandeza, pero aparte de ello, lo cierto es que la mayoría de personal ajeno a las intrigas si no palaciegas, parlamentarias o de cuchitril de partidos, estamos hasta las narices de aguantar día tras día las embestidas mutuas mientras el país se consume en pequeños y grandes problemas sin solucionar.
Lo que nos faltaba era precisamente el sainete bochornoso de las llamadas tarjetas “black”, donde se juntan un exministro muy aplaudido en su tiempo, con un tal Blesa, personaje sibilino que nos mostró una vez sus jabalíes y elefantes cazados con arrogancia inaudita, además de Arturo Fernández y Díaz Ferrán, creo que ambos mandamases de la CEOE.   Hay muchos más, claro, hasta 65 ex-altos cargos de Caja Madrid y Bankia, todos acusados por el despilfarro de sus tarjetas. No escribo el importe de lo que gastaban para no volver a sentir las náuseas que me aparecen cuando los veo a todos juntitos compartiendo banquillo.
Opino también que al día de hoy, al margen de cómo nos consideren nuestros vecinos europeos, no podrán atacarnos por nuestro antiguo temperamento visceral y hasta violento en ocasiones.
Más bien nos cuadra la calificación de ciudadanos borreguiles, consentidos en tragarse lo que nos echen y a la espera de un milagro celestial que permita la investidura de uno cualquiera  entre estos impresentables.

      
Ana  María  Mata 
Historiadora y novelista