Suenan los clarines. Ya vienen
los partidos con sus alas desplegadas , su actitud bullanguera y algunos hasta
a caballo en plan reconquista. Ha llegado la hora. Todos a una y a un órdago
sin contemplaciones. La pre-campaña está sembrando el país de cadáveres
políticos. La vieja guardia de Rajoy está siendo pasada por la piedra
electoral, cuando no por la trituradora. Celia Villalobos lo vio venir y dijo
adiós antes de tener que ver afeitar las barbas de ningún vecino. A Fátima
Báñez le han colocado de número uno en Huelva a Juan José Cortés y ella ha
dicho no al dedo de Casado que es alargado, como dijo Delibes de la sombra del
ciprés.
La democracia, cuando llegan las
elecciones, toma un aire de verbena, a ratos, y otros, de pelea juvenil. Ningún
partido o candidato escapa a la descalificación del adversario, aunque tome
como suyas las premisas que le convienen. El caos consiguiente en calles y
medios busca un resquicio cualquiera para intentar demostrar que, a veces, el
silencio podría ser el arma definitiva.
Sin embargo, todos quieren
hablar. Las voces toman en ocasiones el cariz de las trompetas del Juicio Final
: “Arrepentíos para no caer en el fuego del infierno. Acercaos a nosotros y os
llevaremos directos al paraíso”. Cada uno de los líderes con sus tics y lo que
ellos piensan que son sus golpes de efecto, sus frases rimbombantes.
No importa que lo que gritan
tenga o no conexión con la realidad. Lo que importa es que resuene, que tenga
buena acústica. Siempre es el otro el enemigo de España, el fariseo, el
devastador de la patria.
Los problemas cotidianos no
entran dentro de la atmósfera electoral. Son demasiado triviales, incoloros,
deslucidos u opacos. Para la campaña se necesitan grandes hazañas,
infraestructuras generosas, proyectos de alta envergadura. Todo debe sonar a
grandioso, como si el partido que los promete fuese el Aladino de las mil y una
noches, capaz de sacar de su lámpara todas las soluciones necesarias.
Las elecciones suelen ser como
un gran carnaval en las que todos, sin excepción se disfrazan de ganadores. O
de Superman ligeramente envejecido. También de ángel de la guarda de aquellos a
los que quieren dirigir. Los hay incluso quienes adoptan el cariz de abuelita
bondadosa e irreprochable, siempre dispuesta a dar la vida por sus protegidos.
La campaña electoral es algo
parecido a una academia ambulante en la que se enseña a mentir de todas las
formas posibles, con grandilocuencia o sin ella, a la manera de los antiguos
oráculos a los que todos acudían a sabiendas de sus errores.
La experiencia nos avisa de que
el político es un mentiroso compulsivo que aprende de sus antecesores y prepara
a los que van detrás de él . Un hombre que siente el poder como algo
imprescindible en su vida y lucha por conseguirlo con todas las armas que posee
aunque sean las uñas y los dientes.
A pesar de todo, creo que fue
Spinoza el que dijo que la democracia es el menor de los males posibles. Por
ello atravesamos su parafernálica selva como niños en busca del tesoro
escondido. Queriendo pensar que alguna vez la razón superará a la necedad y la
verdad campará por sus fueros.
Es arriesgado pero hay que ir a
votar.
Lo contrario es abrir la puerta
del averno. Tenemos ejemplos cercanos y tristes.
Ante una misma comparsa, actuemos con ética y
lucidez.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)