23 de junio de 2016

CARA AL SOL



No es necesario ponerse la camisa nueva y menos aún colocar el brazo en alto; por fortuna todo eso prescribió, aunque dentro de quienes tanto tiempo lo cantamos suene un ligero recuerdo, a medias entre el miedo y la nostalgia, que acaba en un triste ruido de sables lejanos.
Esto es el aquí y el ahora de una ciudad que prevé  cuadriplicar su aforo dentro de unos días debido a que una multitud desea encarecidamente poner no solo la cara, sino todo el cuerpo frente a este sol que, aunque pertenece a la familia y vive con nosotros, es más él, y trabaja más a fondo cuando el verano asoma su nariz.
Se espera calor fuerte y hasta extremo porque el planeta está sobrecalentado y no sabe nadie como hacer para apagar su fuego; bueno, saberlo se sabe, los científicos están hartos de condenar las emisiones de gases, la alta toxicidad atmosférica, los residuos ambientales y cosas parecidas. Pero a los humanos todo eso nos suena a chino y solo queremos, -cual reencarnación de lagartos antidiluvianos-, ponernos frente al sol y sentir como nos achicharramos lo más pronto posible.
 Marbella huele ya a bronceador y chiringuito a toda marcha. Arden las playas, los vendedores de hamacas sonríen, lloran las sardinas esperando la caña que habrá de atravesarlas, los flotadores infantiles suben de precio y la poca arena gris con que contamos cumple su misión de quemarnos las plantas de los pies. Todo en orden para adentrarnos en el viejo Mediterráneo y sentirnos por un instante inmersos en su inmensidad.
¡Al agua patos! Gritaban antiguas voces de madres y abuelas. Quizás sigan haciéndolo hoy. La Bajadilla, El Fuerte, La Fontanilla, Casablanca, El Ancón. En cualquiera de ellas, deberíamos gritar ahora: “a las piedras…” y ponerse un casco aquellos que gustan de tirarse de cabeza al líquido elemento.
Gran problema el de Marbella y sus playas. Viejo, sin duda. Enquistado en nuestro curriculum como factor negativo especial. Por mucho que proclamen las banderas obtenidas, que no sabemos cual es el criterio con que las enjuician. El centro de la ciudad, las playas más concurridas, poseen la arena mínima para instalar hamacas y toallas particulares. La Bajadilla  ni eso. Entrar en el mar es jugar una batalla con los pedruscos que tras el rebalaje esperan al novato para romperle un tobillo, incluso una pierna. Puede que si tiene suerte y el agua está fría no encuentre el latigazo eléctrico de una medusa, pero se encontrará sin remedio con residuos variados flotando cerca de su bañador último modelo. Con “nata” añadida para que disfrute del espesor.
Nadie parece darse cuenta de estas cosas. De los comentarios entre visitantes y residentes sobre la dificultad del baño, lo poco placentero que resulta venir a Marbella si el objetivo principal es disfrutar del Mediterráneo y sus playas.
Estamos apurando la paciencia turística del bañista. Sinceramente, a veces, me planteo si tal y como funcionan estas cosas, vendría a Marbella con mi familia o buscaría playas más preparadas, limpias y cómodas. En verano no podemos jugar solo la baza del clima y dormirnos en laureles inútiles. La Administración del Estado, Fomento o Costas merecen un castigo de los habitantes que les han votado por su desvergüenza al ignorar que Marbella vive esencialmente de turismo y por ella entran el mayor número de divisas.
No hay derecho a que nos ninguneen, gobierno tras gobierno, sin que ninguno acometa las reformas indispensables para atajar estos problemas.
Me pregunto que pasaría si, como en Fuenteovejuna, todos decidiéramos no pagar impuestos un año al menos, para mostrar nuestra indignación. Una huelga que les abriera los ojos, haciéndoles ver que si tanto quieren gobernar los “Cuatro Jinetes” y con tanto empeño, no basta con salir en televisión, visitar mercados o besar al personal por las calles. Hay que actuar, y hasta ahora no conocemos la eficiencia de ninguno cuando ya han tomado posesión del sillón de mando.
Es posible que Marbella sea una “Marca” como algunos dicen, pero las marcas cambian de nombre, de fama y de ser objeto de deseo en cuanto a alguna de ellas se le encuentra un defecto importante. Insisto en que estamos abusando de lo conseguido en lugar de mirar bien  todo lo que nos falta para seguir manteniendo el tipo y la categoría. Admítanme un ejemplo: ¿Imaginan una estación de esquí, famosa, glamourosa si quieren, con lindas casas de madera, en las que al lanzarte con tus esquis encuentres en lugar de nieve piedras puntiagudas?...Hasta Gstaad, o Baqueira tendrían que cerrar sus puertas. La clase y el señorío, si se cree tener, hay que cuidarlo y tratarlo con mimo.
Se que hay otras cosas igual de importantes de cara al sol y el verano, como el trato en restaurantes, comercios, bares y lugares públicos. Como la limpieza absoluta de calles, barrios y plazas. O el buen funcionamiento de todos los transportes públicos. No digamos la seguridad ciudadana, motivo por el cual tendremos visitantes rebotados de lugares como Oriente Medio, incluso Francia o Bélgica. Y si a ello le unimos eventos lúdicos y culturales, organizados con imaginación y conocimiento de causa, aseguraríamos –casiel lugar que creemos tener en la España turística.
Para empezar, protestemos con fuerza del estado de las playas, de las piedras, y recordemos cómo muy cerca, otros lugares poseen además de arenas doradas y aguas transparentes, precios asequibles y gente amable que no se tienen por el ombligo del mundo.
Un poco de humildad y un mucho de esfuerzo. Para ponernos todos cara al sol. Lo de camisa nueva o vieja son, por fortuna, fantasmas del pasado.

Ana  María  Mata  
Historiadora y novelista

9 de junio de 2016

LOS CARAMELOS DE JEAN COCTEAU



Ha llegado la hora de oponer a un pasado reciente y ominoso, otro anterior cuya historia no debemos olvidar quienes tuvimos la suerte de vivirlo y hasta de participar aunque fuese en papeles totalmente secundarios.
La reivindicación de la Marbella anterior a los 90, además de muestra de gratitud hacia los interesantes personajes que nos eligieron, ha de servirnos para recuperar la dignidad que unos años sombríos estuvo a punto de hacernos perder.
 Jean Cocteau es el primero de los rescatados y objeto de estudio dentro de las actividades que la Universidad de la Unesco en Málaga propone realizar con el proyecto “Marbella capital Cocteau”, en homenaje recordatorio al genial escritor, poeta, dramaturgo, cineasta y pintor que allá en los años 60 nos conoció y acabó definiéndonos como Paraíso Terrenal.
Ana de Pombo y Pepe Carleton fueron sus anfitriones. Los tres se conocieron en París, en la época de la Bohemia ilustrada francesa, cuando Ana trabajaba junto a Coco Chanel y Cocteau era el niño mimado de la intelectualidad, autor de “Les Enfants Terribles”, de “Edipo Rey”, ”Orfeo” y muchas otras, entre ellas una biografía de Picasso, su gran  amigo. El actor Jean Marais fue su pareja hasta el final, dentro de una compleja situación sentimental en tiempos en los que la homosexualidad era tema tabú. Lo nombró su principal heredero.
Tal vez debido a ese tema  en España no era lo suficientemente conocido fuera de los ambientes intelectuales, y su llegada a Marbella el mismo año en que el Presidente francés le había concedido el título de “Príncipe de las letras” pasó desapercibido y le otorgó a él la libertad de moverse como un nuevo turista.
Nuestro país andaba aún bajo la opaca neblina cultural de un franquismo alargado en exceso. Me atrevo a decir que aparte de sus amigos, ninguno de quienes vivíamos en Marbella sabíamos de él. Mi pequeña historia tiene que ver con ello. La de mi padre, único librero entonces, también.
Quiero relatarla como la viví. El conocimiento posterior solo ha añadido brillo a unas imágenes ya de por sí agradables. Las que pudo retener una adolescente inmersa en la vida de su pueblo.
Pepe Carleton era ya, en esos años, buen cliente de la librería. De los pocos que leía libros y los encargaba si no los teníamos. Amable, sonriente siempre, elegante y buen conversador, recuerdo sus historias de Tánger como una novela que él contaba por entregas. Se notaba que había vivido bastante a pesar de su juventud. Ana de Pombo, su amiga, fue la mujer que levantó más comentarios sobre su aspecto desde los tiempos de Dª Elvira. Ambas tenían algo en común. Su afrancesamiento, sus largas faldas negras, la pintura excesiva de sus rostros…su ligero aire altivo, y en el caso de Ana sus grandes sombreros. No era mujer como las españolas de entonces. Llamaba la atención, y algo se rumoreaba de su pasado en París. Había perdido un hijo, había sido bailarina y trabajaba con Coco Chanel.

Nos acostumbramos a verla caminar de su casa a  la Maroma, salón de té que abrió en la esquina de Enrique del Castillo con la carretera. De allí a la Iglesia, donde tenía reclinatorio con su nombre bordado.
Ana conquistó a Cocteau para su causa marbellí. Logró traerlo, en principio de visita, instalándolo en su casa, y más tarde él volvió voluntariamente.
Recuerdo la mañana en que Pepe Carleton nos dijo en la librería que esa tarde iba a traer a un hombre singular, muy importante en Francia, y gran artista. Quería ver los libros y comprar prensa. Mi padre, nervioso como era, nos alertó de la atención que deberíamos prestarle.
Hacía calor y el esperado visitante mostraba sus pálidas y delgadas piernas con un pantalón que después llamaríamos bermudas. Alpargatas de cáñamo, y una muy alegre y floreada camisa de fondo rosa. Imposible en un hombre pasar inadvertido con tal atuendo en la Marbella de 1959 o 60.
Sonriente, muy educado ante la presentación de Carleton, tomó más de seis periódicos de distintos idiomas y preguntó por libros franceses. No los había por entonces, solo guías turísticas. Aconsejó a mi padre que trajese la colección “Livre de pôche” y encargó varios títulos.
A partir de ese día Cocteau nos visitaba de vez en cuando y recuerdo su afición a García Lorca, Unamuno y Valle-Inclan.
Unos días más tarde mi padre dijo que como atención al “novelista francés” deberíamos llevarle la prensa diaria a La Maroma. Fui la encargada de hacerlo, aunque no solo él, sino la afluencia de personajes allí reunidos me coartaba bastante. Entre otros, estaban Edgar Neville, Mingote, Antonio el bailarín y Ana de Pombo. Cuando Cocteau se percató de mi presencia con el montón de periódicos finamente atados con cordel por mi progenitor, se acercó y acariciando mi barbilla puso en mis manos unos caramelos que tomó de una bonita caja. “Mercí beaucoup, mon cherí, vous êtes tres gentil”.
Volví un día tras otro, y siempre me recibía él, del que entonces solo conocía lo dicho por Carleton. Nunca pensé lo que significaba su importancia literaria, lo mucho que en el futuro el personaje iba a ser esencial en nuestra lista de visitantes veraniegos.
Cocteau fue unos de nuestros mejores clientes extranjeros. Quizá el de más variada tipología de géneros literarios: teatro, cine, pintura, arte en general. Muchos otros vinieron por él.
Aquel verano, antes de marcharse se acercó a despedirse. No esperábamos el detalle y me emocioné cuando besó mis mejillas y pronunció su “Au Revoir, cherí, vous êtes charmant”.
Guardo con nostalgia y afecto las cariñosas palabras de quien mucho más tarde supe su gran importancia artística. Ya destacaban entonces su mirada intensa, su elegante trato y hasta el glamour distinto que su persona rezumaba.
Bienvenido sea el proyecto “Marbella capital Cocteau”. Me sumo a la iniciativa y mando un beso platónico a la figura de aquel artista, el francés de mis caramelos, que nos dignificó con su presencia.

Ana María  Mata
Historiadora y novelista