26 de septiembre de 2017

LOS DEMÁS

Mientras no se demuestre lo contrario España es un país habitado por 46.528.966 personas de las cuales 7.441.716 son catalanes. Datos demográficos que utilizo como introducción simple de este artículo que leen. Acudo a los números para demostrar con cifras la situación en la que unos cuantos (en términos relativos) han decidido por su cuenta y riesgo colocar a unos “muchos” que asistimos entre indignados y bastantes hartos a esta posición indeseada, que resulta además de un agravio comparativo evidente, una forma de hostigar a quienes lo único que pueden achacar es compartir un mismo suelo geográfico.
Cataluña es una comunidad autónoma con prerrogativas distintas a las otras por causas muy cuestionables en las que no voy a introducirme.  Sea como sea, esta Comunidad parece que quiere dejar de ser solo eso y convertirse de “motu propio” y sin aclarar con fidedignas razones, en Nación independiente y soberana.
Son muy dueños los señores catalanes de querer ser independientes, más ricos, más inteligentes, y hasta más guapos que nadie. Como si quisieran ser los primeros en llegar a Marte o la Luna. Los deseos no pueden ser prohibidos en cuanto deseos, porque están en el interior de la amigdala o el epitálamo  de cada ser y hasta ahí nos es imposible llegar. Lo que no es admisible es involucrar a un país en su demencia y arrastrarlo día a día a un revolcón de noticias cada una más desquiciada que la siguiente sin que dentro de ellas haya hueco para nada más que no sea el llamado problema catalán.

Por tierra mar y aire, o sea, por cualquier medio de comunicación, desde los clásicos a los digitales, machaconamente y cualquiera que sea la hoja del calendario que arranquemos, lo único que tiene entrada son las mil maneras que están pergeñando para construir un soberanismo que les rebasa ya, pero que como fanáticos se han obstinado en mantener.
No hay derecho. Como ciudadana vulgar y corriente me siento afectada por esta discriminación noticiera, esta avalancha de imágenes, este exagerado tiempo perdido para otras causas en las que el país está inmerso y que parecen haber desaparecido por arte de magia.
¿Es que acaso se acabó el paro en España por decreto ley? Es que la Sanidad no tiene problemas de envergadura, o la Educación los suyos? ¿Se ha acabado la corrupción de un manotazo, los problemas en la Justicia o los demás menesteres que hacen de un país un lugar fiable?
Para algunos que ilusamente llegamos a creer que Cataluña era sinónimo de modernidad, la puerta de España a Europa, aún nos resulta increíble el grado de provincianismo que están alcanzando al utilizar incluso su propia cultura para levantar murallas y crear fronteras, inoculando en niños y jóvenes en colegios e institutos de forma deleznable el odio a España y al resto de españoles. No les importa tergiversar la historia, crear mentiras, hasta el punto de dar lugar a una sociedad enferma que recuerda a la creada por los nazis en Alemania, con el desprecio y odio al contrario a favor de sus intereses.
No entiendo como partidos de izquierdas defienden el movimiento secesionista cuando estos movimientos se basan en teorías supremacistas o insolidarias. El Nacionalismo en la actualidad es una idea retrógrada que retrotrae al hombre a la aldea de la que salimos para llegar al mundo global en el que Europa se mueve.
No entro en el análisis de lo más elemental. Y no lo hago porque imagino sin temor a equivocarme que la inmensa mayoría de los asaltantes y fanáticos independentistas de a pie tampoco se lo han preguntado. Pero solo anticipo una pregunta ¿Cuáles iban a ser las vías de desarrollo de una Cataluña fuera de España y de Europa? ¿Quiénes habrían de ser sus compañeros de viaje?
Pero si quisieran saber la última cosa que quiero expresar, les diría que aparte del fastidio que supone tenerlos todo el día encima del noticiario, el resto de sus asuntos se queda para ellos.
Si ellos quieren separarse, me temo que “los demás” estamos ya cansados y lejos de sus problemas. Amor con amor se paga.

                                                                                           
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)

11 de septiembre de 2017

DE NUEVO A ESCENA

El espectáculo comienza de nuevo. En el teatro fijo con sede en la Plaza de los Naranjos se abre una nueva temporada sin que la compañía anterior acabase voluntariamente sus funciones. Actores principales y protagonistas secundarios cedieron, sin embargo sus trastos a los nuevos con reconocida elegancia por parte de ambos.
De nuevo tenemos en escena a los antiguos intérpretes dispuestos a escenificar cuanto haga falta en tragedia o comedia para alimento espiritual del pueblo soberano. Se abre el telón, por tanto, con viejos temas inacabados que en un principio podrían aburrir al personal. Tomasi de Lampedusa decía en el “Gatopardo” que “a veces hay que cambiar todo para que nada cambie”. Desalentadora frase que ronda por la mente del ciudadano como una antigua espada de Damocles. Y es que cambiar collares es tarea fácil pero no lo es tanto el verdadero cambio de quienes lo llevan en el cuello.
Hay mucho que hacer. Siempre hay mucho que solucionar en un Ayuntamiento como el nuestro donde tantos asuntos parecen eternizarse y dormir el sueño de los justos. Sería de agradecer que el principio de esta nueva-vieja hornada no supusiera dar a al traste con lo poco o mucho realizado en los dos años de escenificación política anterior. Agradeceríamos por ejemplo la misma  trasparencia en las actuaciones y la sencillez y campechanía de alcalde y concejales. El trabajo realizado en calles y avenidas en relación con el saneamiento. El interés en zonas como Las Chapas y su entorno, así como en otros lugares deprimidos de la ciudad. Loable. No tanto como la cuestión de la limpieza o la seguridad, o el asunto de las playas, tema sistemáticamente encajonado.
Los nuevos representantes de la ciudadanía, la mayoría viejos conocidos, saben de sobra las necesidades urgentes y primarias. Esperamos que en esta tercera, creo, ocasión, la aborden de acuerdo al orden que ellos consideren, pero tomándoselas en serio y con premura.
No puede esperar mucho, por ejemplo,  el asunto del Francisco Norte. Da vergüenza ver lo construido, inane. y estropeándose cada día más. Imposible entender la tardanza en poner en servicio un campo deportivo tan necesario. Como también avergüenza el asunto del tanatorio, imprescindible, y siempre relegado. O las bibliotecas que Marbella no se puede permitir obviar, porque nos coloca a una altura cultural infame.

Claro está que temas como el Hospital Costa del Sol o el Puerto de la Bajadilla son objetos de interés general sin que sepamos del todo las causas de la dejadez en su resolución. Igual que absurdos espectadores a los que engañan en una función tantas veces voceada nos sentimos cada vez que sale a relucir algunos de ellos. No digamos el asunto del tren, engaño repetitivo de cada gobierno, utopía propagandística, demagogia fácil.
O los espigones, esos brazos al parecer tan necesarios que son la comidilla de todo aquel que llega en verano preguntándose donde hay una playa decente.
Sepamos que en esta ocasión la tenencia de Alcaldía de San Pedro comienza a funcionar y ello tendrá consecuencias destacadas. No por nada menos hubiera firmado la paz el sin par Piña con su antagonista Muñoz de tantos y tantos clamores en plenos municipales. Dicen que las delegaciones de Marbella tendrán su correspondiente desdoblamiento en San Pedro…con el gasto que ello supone y el difícil trabajo de ajustamiento entre ambos.
No va a ser  fácil gobernar y unos y otros lo saben de sobra. Pero lo que los espectadores del nuevo “Teatro” esperamos no volver a visualizar son  los enfrentamientos verbales y de todo tipo entre una y otra parte de este “dúo,”no sé si dinámico, pero al menos estratégico para ambos.
Marbella necesita urgentemente un Consistorio sólido y que esté a la altura de la imagen que quiere dar al exterior, la famosa “marca,” cuyos contenidos y activos deben ser objeto de una cuidadosa atención municipal.
Hay expectativa y miedo. Confiemos en que el corto espacio de tiempo de esta legislatura acabe al final en un Allelluia y no en el tan acostumbrado Requiem.
                                                                                            
Ana  María Mata
(Historiadora y Novelista)