22 de junio de 2020

DESESCALADA

La palabreja tiene su aquél, que diría un castizo del lenguaje. Porque, vamos a ver, ¿qué es lo que tenemos que desescalar? ¿a que alturas nos habíamos subido en un intento de alpinismo masivo del que pocos han conseguido librarse?  ¿de donde esa furia montañera que ha invadido al planeta como un magma eruptivo?

Me gustaría que alguien me explicase el por qué de los nombres utilizados en el transcurso de esta horrible pandemia, como si además de sufrirla tuviéramos que mitificarla literariamente con un lenguaje subliminal y un tanto extraño.

El mismo nombre del microbio, Corona virus, lo eleva a unas alturas de simbología monárquica (y no están los tiempos para bromas con el tema) que envuelve a renglón seguido al vocablo utilizado para el siguiente paso, Confinamiento, mucho más refinado e inusual que “encierro”, algo así como si mandarnos a casa “confinados” fuese más suave y elegante que enclaustarse entre cuatro paredes, cosa que tuvimos que hacer.

Comenzaba en ese momento el inicio de la Escalada, un largo periodo que iba a contar con fases como si se tratase de la luna.

Hasta el principio de la fase 2 todos éramos más o menos iguales: familias enteras recluídas entre el sofá, la cama y el balcón, a caballo entre el roce contínuo de padres e hijos, el trabajo en el ordenador y la disputa por unos centímetros de espacio. La fase siguiente abrió la posibilidad de pasear a horas determinadas y con número exacto de paseantes. La fase tercera  despejó el camino a las terrazas y bares, porque alguien se acordó de la economía.

Mientras hacíamos todo eso, al parecer escalábamos  lentamente hacia un pico virtual pero sumamente deseable. Escalábamos dejando un rastro de cifras y baremos dignos de un centro de estadísticas. Que por el camino se iban quedando muchos, acostumbramos a aceptarlo como parte del proceso. Que esos muchos eran casi siempre los mismos, ancianos débiles y abandonados a su suerte, también llegamos a habituarnos.

Y en esa estábamos cuando apareció la penúltima de las fases, que da título a este artículo, la Desescalada, que en rigor debería significar un descenso paulatino por laderas ignotas hasta llegar a la base, que no es,-esperemos- el principio sino el final del arriesgado viaje.

Creo que la última etapa se define como la “Nueva normalidad”, una distinta manera de decir que volvemos a nuestra vida pero con variadas limitaciones ,

Insisto en lo de los nombres: si es “normal”, no puede ser “nueva·, porque lo normal tiene el sentido de lo cotidiano, lo repetido, lo de siempre. Un adjetivo situado junto a un nombre que parece su antónimo.

Todas estas elucubraciones para despedir un periodo vital que nunca hubiésemos querido vivir.

Antes de tomar fuerzas para encarar la normalidad, vieja o nueva, que necesariamente deberemos aceptar, llevando por mucho tiempo la pesada carga de una escalada impensable, a nuestras espaldas, junto a un manojo de vocablos jamás utilizados.

 Periodo nefasto que el siglo XXI llevará por siempre como un estigma de muerte y desarraigo que no supo prever. Por muchas palabras elegantes que luego haya querido poner en su descargo.


Ana María Mata

(Historiadora y Novelista)