La palabreja tiene su aquél, que diría un castizo del lenguaje. Porque, vamos a ver, ¿qué es lo que tenemos que desescalar? ¿a que alturas nos habíamos subido en un intento de alpinismo masivo del que pocos han conseguido librarse? ¿de donde esa furia montañera que ha invadido al planeta como un magma eruptivo?
Me gustaría que alguien me explicase el por
qué de los nombres utilizados en el transcurso de esta horrible pandemia, como
si además de sufrirla tuviéramos que mitificarla literariamente con un lenguaje
subliminal y un tanto extraño.
El mismo nombre del microbio, Corona virus,
lo eleva a unas alturas de simbología monárquica (y no están los tiempos para
bromas con el tema) que envuelve a renglón seguido al vocablo utilizado para el
siguiente paso, Confinamiento, mucho más refinado e inusual que “encierro”,
algo así como si mandarnos a casa “confinados” fuese más suave y elegante que
enclaustarse entre cuatro paredes, cosa que tuvimos que hacer.
Comenzaba en ese momento el inicio de
Hasta el principio de la fase 2 todos éramos más o menos iguales: familias enteras recluídas entre el sofá, la cama y el balcón, a caballo entre el roce contínuo de padres e hijos, el trabajo en el ordenador y la disputa por unos centímetros de espacio. La fase siguiente abrió la posibilidad de pasear a horas determinadas y con número exacto de paseantes. La fase tercera despejó el camino a las terrazas y bares, porque alguien se acordó de la economía.
Mientras hacíamos todo eso, al parecer
escalábamos lentamente hacia un pico
virtual pero sumamente deseable. Escalábamos dejando un rastro de cifras y
baremos dignos de un centro de estadísticas. Que por el camino se iban quedando
muchos, acostumbramos a aceptarlo como parte del proceso. Que esos muchos eran
casi siempre los mismos, ancianos débiles y abandonados a su suerte, también
llegamos a habituarnos.
Y en esa estábamos cuando apareció la
penúltima de las fases, que da título a este artículo,
Creo que la última etapa se define como la
“Nueva normalidad”, una distinta manera de decir que volvemos a nuestra vida
pero con variadas limitaciones ,
Insisto en lo de los nombres: si es “normal”,
no puede ser “nueva·, porque lo normal tiene el sentido de lo cotidiano, lo
repetido, lo de siempre. Un adjetivo situado junto a un nombre que parece su
antónimo.
Todas estas elucubraciones para despedir un
periodo vital que nunca hubiésemos querido vivir.
Antes de tomar fuerzas para encarar la
normalidad, vieja o nueva, que necesariamente deberemos aceptar, llevando por
mucho tiempo la pesada carga de una escalada impensable, a nuestras espaldas,
junto a un manojo de vocablos jamás utilizados.
Periodo
nefasto que el siglo XXI llevará por siempre como un estigma de muerte y
desarraigo que no supo prever. Por muchas palabras elegantes que luego haya
querido poner en su descargo.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)