28 de junio de 2011

RECUPERAR LA ESCALA HUMANA


(Artículo publicado en el diario Marbella Express el 28 de junio de 2011)
Entre las grandes revisiones socio-políticas que está demandando la sociedad podrían incluirse las del urbanismo y las grandes infraestructuras.
En las últimas décadas hemos vivido un urbanismo especulativo, de gran atractivo para el sector financiero y político, pero de graves consecuencias para la sociedad. Los análisis realizados para llevar a cabo nuestro planeamiento territorial solo tenían una finalidad recaudadora, pasando por alto las necesidades reales de los ciudadanos. Hemos hipotecado nuestro futuro y nadie encuentra la solución.
Atrás ha quedado la etapa en la que todo gobierno municipal quería quedar inmortalizado y encargaba ambiciosos proyectos culturales, deportivos o cívicos –previa dudosa recalificación  urbanística– que llevarían a sus respectivas ciudades a la vanguardia nacional o incluso europea.
 En infraestructuras viarias tampoco nos quedábamos cortos y a lo largo y ancho de nuestro país se tejió una kilométrica red de autovías y autopistas. Las principales ciudades construían progresivamente, rondas periféricas, cuales anillos de crecimiento de los árboles. La dependencia del automóvil se ha incrementado exponencialmente.
Actualmente, muchas de estas grandes obras que estaban en construcción se han visto afectadas por la crisis y consecuentemente han ralentizado, si no paralizado, su actividad. Así nos encontramos la ampliación del Hospital Costa del Sol, el interminable soterramiento de San Pedro de Alcántara, la tercera vía de la ronda de Málaga o los que no han llegado ni a la fase de proyecto como el tren litoral.
Estos antecedentes por todos conocidos me sirven de base para la reflexión que traigo a continuación. Únicamente el desarrollo y ejecución de este tipo de proyectos lleva años de costosos estudios, informes sectoriales, imposibles negociaciones entre administraciones, proyectos técnicos, etc, etc. En muchas ocasiones, los trabajos de campo deben repetirse por haber pasado demasiado tiempo desde su primera realización. Y si aún así sale adelante el proyecto, la fase de obra es una ecuación sin respuesta. Las propias vicisitudes de la obra pueden llevarla a su paralización temporal hasta que alguna partida presupuestaria vuelve a acordarse de ella, más como un resto incómodo de gobiernos anteriores que por la propia finalidad del proyecto, el cual ya no tendrá sentido al haber variado considerablemente las condiciones de partida.
Evidentemente, una sociedad dinámica debe seguir planificando el crecimiento de sus ciudades y proyectando nuevas infraestructuras, pero ¿se deben mantener los criterios presentes dado el ritmo al que evolucionan las cosas? ¿Sirven las estadísticas actuales como referencias para las nuevas infraestructuras?  ¿Se deben volver a plantear costosos soterramiento o rondas periféricas para que el coche pueda pasar rápidamente de una punta a otra de la ciudad? ¿Seguirá siendo el coche el transporte prioritario o sucumbirá a la falta de recursos naturales? ¿Cuánto tiempo va a tardar le sociedad en asumir una movilidad sostenible? ¿No es más lógico que se planifique y se eduque en esta dirección?

Personalmente creo que hemos corrido demasiado y que debemos recuperar nuestros valores mediterráneos: ciudades más compactas que favorezcan la vida en la calle, que recuperen la habitabilidad de los centros históricos, que refuercen la proximidad comercial y minimicen los desplazamientos innecesarios. En definitiva, buscar una sostenibilidad urbanística  que recupere la escala humana de la ciudad.

Arturo Reque Mata
Arquitecto

21 de junio de 2011

NO ES ESO, NO ES ESO


(Artículo publicado en el diario Marbella Express el 20 de junio de 2011)
Equivocarse no es prerrogativa de torpes o incultos. Los inteligentes, incluso los sabios, también lo hacen, más a menudo de lo que quisieran y de lo que pensamos. Como ejemplo paradigmático de error personal aquí tienen la frase que, como saben, pronunció el filósofo Ortega y Gasset en Madrid, en el cinema de la Opera a propósito de una conferencia sobre la evolución de la República, en noviembre de 1931. Ortega había defendido con anterioridad su advenimiento con toda la fuerza de su palabra, cuya resonancia en ese momento era de altísimo grado. En un artículo denominado “Delenda est  Monarquia” explicaba las razones por las que creía que la mejor forma para un gobierno moderno estaba en la marcha del rey y la llegada de un poder que emanase del pueblo a través de sus representantes políticos.
Nueve meses más tarde, sin embargo, el mismo Ortega pronunciaba una de sus más célebres frases en la conferencia citada. Palabras que han quedado en la historia política de nuestro país como sinónimo de equivocaciones involuntarias o dicho de otra forma como admisión personal de una esperanza truncada sobre algo que pudo haber sido y no fue. En su caso era la República del 31, acaparadora de ilusiones no solo para el pueblo mayoritariamente, sino para todos o la mayoría de sus intelectuales.
“No es eso, no es eso”, dijo con tristeza pero voz firme el mayor de nuestros pensadores, en su momento. Reconociendo con ella lo difícil de llevar a la praxis lo que en teoría era una tabla de salvación, la solución de los males que España arrastraba como rémora despiadada e inquietante. Pero los hechos fueron tan opuestos, decepcionantes y desgraciados que no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia de una bancarrota moral.
El movimiento “Quince de mayo” de 2011 apareció como un soplo de aire fresco en un país abrumado por problemas económicos y de confianza política. La corrupción estaba tan generalizada, los políticos y sus partidos enfrentados por nimiedades con el único objetivo de alcanzar el poder, jóvenes excluidos de la vida laboral, cero en esperanzas, cero en ilusiones, hambre y miseria mostrando sus feas orejas…;la movilización de la Puerta del Sol fue una llamada de atención necesaria, coherente y esperada ante la parálisis que el resto del país vivíamos como una garra estranguladora. Cohecho, malversación, nepotismo y robo a las claras eran las únicas palabras que oíamos un día y otro los ciudadanos vulgares que entre prensa, radio y televisión estuvimos a punto de sufrir una paranoia general.
Llegaron ellos, los de las plazas y dijeron en alta voz muchas verdades que los demás decíamos en corrillos. Descontento. Desconfianza. Hartazgo. Políticos inútiles o  corruptos.  Dejación de obligaciones.  Intereses personales en cargos públicos.
Las elecciones se llevaron a cabo y ellos siguieron en sus trece. Con razón, pero desorganizados. Sin un auténtico planteamiento a presentar ante los que ya eran representantes elegidos por el pueblo. Peticiones obvias que fueron descarriando hasta mezclarse con posturas ácratas de los llamados sin sistema. Malestar soterrado según pasaban los días y el cansancio afloraba en los que iniciaron las protestas.
Al final, el error de quienes, a imitación de Ortega habíamos pensado que podían significar voces firmes y claras contra la gran desconfianza socio-política. La Democracia es el mejor de los males posibles, pero no tiene alternativas, eso lo saben o debían saberlo antes de sus últimas actuaciones, los “indignados” que protagonizaron una especie de asalto al Parlamento Catalán, rompiendo con ello las únicas reglas de juego posibles. Con empujones, insultos, agresiones, pintadas y zarandeos inconcebibles a un diputado invidente.
Mientras, en el Ministerio del Interior permanecen aún en silencio quienes, al parecer tienen miedo a ser comparados con  los grises de una época tan difamada. Porque eso les quitaría más votos de los muchos perdidos ya.  Preocupados por saber cual será –como ridícula Blancanieves ante el espejo - el más bello candidato para las elecciones generales.
Y un Presidente sujeto con fuerzas al sillón de mando, inamovible y quizás hasta con su habitual y monótona sonrisa, oyendo, sin escuchar, a lo lejos una voz insistente y desgarrada: “No era eso, en verdad que no era eso”.
 
Ana  María Mata
Historiadora  y  novelista

16 de junio de 2011

GRACIAS

No es nada fácil escribir sobre algo en lo que estás personalmente involucrada, pueden creerme. La subjetividad unida al sentimiento es mal ensamblaje para la redacción. La sensiblería asoma sus frágiles orejas y llegas, si te descuidas, a lo banal o lo ridículo.
Quiero creer que nada de ello va a ocurrir en estas líneas. Que van a ser lo que, desde un principio he querido que fuesen: un sencillo acto de gratitud hacia una ciudad y un grupo de generosas personas, por parte de quienes han recibido de ellas una distinción que nos enorgullece y al mismo tiempo nos obliga.
Todavía más cuando el motivo es algo realizado de forma tan natural como placentera, razón por lo cual el regalo recibido es, por así decirlo, doble de agradecer.
Diez de la mañana del once de junio. El sol y las campanas estallan al unísono, San Bernabé agazapa sus nervios entre las flores del trono, igual que sus Romeros, expectantes.  En una antiquísima callejuela donde antaño los hijos de Mahoma caminaban gozosos, una hornacina renovada guarda en su interior una Cruz especial. Indica el lugar aproximado en el que un rey toma de un alcalde las llaves que hasta entonces conservaba el último y que ahora deben cambiar de dueño. Quien sabe si las lágrimas de su compañero Boabdil no fueron las mismas que cayeron sobre el barro de una “Marbillia” que tras de ellas, comenzaba una nueva etapa, cristiana y formando ya parte del reino de Castilla.  
Más de quinientos años contemplan esa mañana del once de junio de 2011 a la que hoy se llama Cruz del Humilladero y alrededor de la cual un montón de cariñosos abrazos acogen con calor a tres de sus hijos, afortunados, convocados allí.
No hacen falta mis palabras para glosar al doctor Andrés Manuel Sánchez-Cantos. El mejor médico que quizás haya tenido Marbella, el más vocacional, uno de los mejores en su especialidad, vitalista, organizador, y especialmente humano, humano y marbellero hasta la última fibra de un cabello que siempre recuerdo pleno de rizos. Amigo de la infancia, entrañable vecino, quiero hacer constar aquí el placer que me supuso ser compañera suya en un acto tan nuestro.
El incombustible embajador de una Marbella no siempre fácil de ser representada, Rudi Schoemburg, el más veterano de los aristócratas que llegaron cuando todavía estábamos en pañales. Un hombre que se enamoró de esta tierra y permanece fiel a un amor que sabe muy bien, es totalmente correspondido. Gran profesional y mejor persona, el conde Rudi es un símbolo de honestidad y elegancia en excepcional urdimbre.
Junto a ellos esta sencilla escritora que semanalmente da la tabarra a quien corresponda si no cumple los deberes y obligaciones que tiene con la ciudad. Cuyo único mérito es quererla con amor de madre más que de hija, porque el primero es absoluto y sin esperar nada a cambio. Viciosa de la comunicación escrita y visual, utilizando ambas para defender nuestra belleza y acallar en lo posible a envidiosos ajenos.
“Marbelleros de honor” es un título que casi nos hace enrojecer. Que conservaremos en el más custodiado de nuestros cajones para que algún día los nietos recuerden con agradable sonrisa cuanto querían a sus abuelos la gente de su pueblo.
Mi padre, que era un gran ilustrado –a su manera y la de entonces- aunque gruñón como un día dejé escrito, me lanzó la frase que sigue una de las veces que le anuncié un viaje en puertas : “No busques más, niña, como Marbella no vas a encontrar nada en ningún sitio”.
Sabiduría de quien ama la impresionante luz de un cielo siempre límpido. De una montaña inigualable, recortada por un diseñador de alta gama, el mismo que nos puso a pie del mar que hizo indeleble su azul y su espuma en nuestra corteza cerebral.
Gracias por tan bella distinción. Por los abrazos, apretones y susurros al oído. Por acompañarnos en una jubilosa mañana.
Gracias a la Asociación de Vecinos Huerto de Porral y al Ayuntamiento. Por dar un estímulo a nuestro amor de hijos de esta tierra.  
Por muchos años juntos, mis queridos paisanos. Que ustedes y nosotros lo veamos..
Ana  María  Mata
Historiadora  y  novelista