24 de mayo de 2015

ENTRESIJOS DE LA HISTORIA (II)



                                       LUCHA ENTRE MUJERES

Si en el siglo XVIII hubiese habido prensa del corazón, este anecdotario de hoy hubiese arrasado en ventas. También puede darnos a entender que el feminismo no es un producto del siglo XIX, simplemente una lucha de cada mujer por tratar de conseguir que no avasallen sus derechos, aunque el marido sea nada menos que el rey de la nación.
Después de la guerra de Sucesión, la rama de los Borbones se introduce en España. El nieto de Luis XIV y de Mª Teresa de Austria (Infanta de España) el llamado Felipe V llegó al país desde Francia, donde había nacido para ser nombrado rey de España, con la orden del abuelo de consolidar las relaciones entre ambos países. Se trajo de París una dama conocida como la princesa de los Ursinos, que en un principio ejerció como camarera mayor de la reina Luisa Gabriela, primera esposa del rey, para tutelarla. No se conformó con esta labor, y desde muy pronto comenzó a ganar terreno, mangonear a los reyes y por poco acaba dirigiendo sola los asuntos españoles. Su poder e influencia llegaron tan alto que los historiadores afirman su decisiva intervención en los Tratados de Utrech y Rastatt.
La princesa de los Ursinos era una intérprete total de los deseos de Luis XIV, a quien sirvió con absoluta fidelidad durante su estancia en Roma con motivo de su matrimonio con el príncipe Ursinos, de quien tomó el nombre. Se la llegó a llamar la nueva Richelieu , por sus grandes dotes políticos y su labor a favor de los intereses franceses. 


Fue una de las pocas mujeres cuyo poder e influencia no se debían a sus méritos en la alcoba, causa muy común en la época, sino a su propia inteligencia y astucia.
Como  Felipe V enviudó tuvo que volver a casarse, y de nuevo la Ursinos entra en funciones, apoyando la candidatura de Isabel de Farnesio, italiana, veintidós años, modosita, beata, en apariencia dócil y ocupada en bordados y rezos.
Isabel de Farnesio –pensaba la princesa de los Ursinosera la candidata ideal para un rey como Felipe V, del que escribió Saint Simon que solo necesitaba para vivir “un reclinatorio y una mujer”. Mujeriego en exceso, hipocondríaco y con gran nostalgia de Francia, con solo cuarenta y un años abdicó en su hijo para poder retirarse a la Granja de San Ildefonso y soportar las muchas crisis depresivas que le acosaban y que hizo de él un extravagante, un hombre que no se cambiaba de ropa por temor a una limpia pero envenenada, se negaba a cortarse las uñas de los pies y solía acostarse a las seis o siete de la mañana.
A pesar de sus rarezas, el rey tuvo acierto en la elección de sus ministros, que fueron los que en realidad gobernaban España. Destacaron Giulio Alberoni, y Melchor de Macanaz, éste último hombre de gran valía intelectual. Fiscal del Consejo de Castilla su relevancia corrió paralela a sus desgracias cuando prohibió los privilegios forales y eclesiásticos en un intento de ordenar y sanear la economía. Sufrió entonces un espectacular proceso, que ha pasado a la Historia como el Proceso de Macanaz, finalizado en destierro durante treinta años. Es uno de los puntos negros del reinado del primer Borbón, pues con él se confirmó la falta de autoridad real en la desgracia del hombre que más había trabajado por consolidar la corona, como siempre manejada por nobles y clérigos.
 Volviendo a la de Ursinos, en diciembre de 1714 se produjo un encuentro entre la que sería nueva esposa de FelipeV, Isabel de Farnesio, apodada la Parmesana por su nacimiento en Parma (Italia) y la princesa de los Ursinos. La boda se celebró por poderes, y al llegar a España la nueva reina, fue recibida en Jadraque, Guadalajara, por la princesa de Ursinos en teoría para darle la bienvenida, pero en realidad para llevarle unas directrices que dejaran claro quien manejaba la corte.
La entrevista se realizó en privado, pero un rato después la jovencita modosa y dulce recién desposada con el rey, salió como una leona y ordenó que se preparara una carroza y que cincuenta hombres pusieran a la princesa de los Ursinos en la frontera con Francia.
No se conoce la explicación que a su augusto esposo Felipe le dio Isabel de Farnesio respecto al hecho, pero lo único cierto y demostrable fue la importancia que a partir de ahí tuvo la nueva reina en los destinos españoles. Isabel de Farnesio gobernó junto a su esposo, o más bien cuentan los mentideros que su esposo lo hizo junto a ella, acatando todas su maniobras sin rechistar mientras construía el Palacio de la Granja de San Idelfonso y soñaba con retirarse  a cuidar sus dolencias.
Pequeña historia de dos mujeres de carácter, enfrentadas al poder. No sabía la, ya por entonces más castigada por los años, princesa de los Ursinos que bajo la apariencia de beata con bastidor se escondía una fiera defendiendo su corona y su mando.
Ana María Mata  
Historiadora y novelista

15 de mayo de 2015

LA SOBERBIA DEL PRESENTE



He llegado tristemente a la conclusión de que a Marbella –y cuando digo Marbella hablo expresamente de su Administración Pública– incluso también a la Junta de Andalucía, no le interesa su pasado histórico. Confío sin embargo que no ocurra igual con su gente, entre las que me incluyo. Antes de seguir, transcribo una pequeña nota del gran sociólogo y reformador social inglés John Ruskin, el hombre que fue maestro intelectual de Gandhi: “Los grandes pueblos escriben su autobiografía en tres manuscritos; el libro de los hechos, el libro de las palabras, y el libro del Arte. Los tres son necesarios”.
El alma de una colectividad está en ellos. Deben mostrar su pasado como muestran las novias su ajuar si es valioso, como narran y leen los abuelos a sus nietos los hechos y costumbres que constituyen los cimientos más firmes. Los restos arqueológicos fueron y son testigos presenciales de lo que se ha sido en el largo camino de la Historia. Un pasado rico en  historia es un aval para una ciudad que se precie, la evidencia de que no se ha salido de un vacío, de un agujero negro, de una nada.
Tengo la impresión, digo, la triste impresión, de que padecemos una enfermedad que algunos llaman “la soberbia del presente”. Imbuidos de ella, creemos que solo lo del momento, lo inmediato, nos basta. Nuestra egolatría actual es tan ridícula que nos miramos el ombligo como Blancanieves al espejo. Lo tenemos todo, nos desean, la fama está conseguida…la ciudad produce,  genera dinero, nos buscan, ¿para qué preocuparnos por nada más?
Patética muestra del infantilismo que interiormente hemos ido acumulando. “No saber lo que ha sucedido antes es como ser incesantemente niños”, escribió Cicerón, que sabía de que hablaba. Como niños con el juguete del turismo que nos han colocado en las manos, rechazamos el conocimiento de lo que fuimos para apostar solo por el hoy y el ahora. Sin reflexionar en los vaivenes de la vida, en la fugacidad de casi todo, el dinero, la fama, la notabilidad o el éxito.
Foto de la web de la Asociación Marbella Activa
A mediados del siglo XVII se construía en Marbella el Trapiche del Prado, edificio fundamental en la historia azucarera de la ciudad. Incautado por la Inquisición en 1688 para su explotación en régimen de arrendamiento, la tecnología era propia de los molinos de tradición americana, solo utilizados en la costa granadina y malagueña y que permitía una importante capacidad de molienda superior a la totalidad de molinos de toda la costa. La competencia con las colonias la hizo decaer y durante el siglo posterior el trapiche tuvo uso agrícola hasta que ya en el XX  Fernando Álvarez Acosta retomó su actividad para la fabricación de vino moscatel y aguardiente, actividad que se mantuvo hasta los años 50. Mateo Álvarez  lo donó a la ciudad en 1992 para que fuese dedicado a residencia de la tercera edad.
Ese Trapiche, pieza esencial en el pasado industrial de Marbella, fue incluido hace unas semanas en la Lista Roja del Patrimonio que elabora la Asociación Hispania Nostra. Lo declara en un estado de ruina progresiva y pone en evidencia que “la vegetación y el matorral descontrolado está provocando grietas y destrozos graves que amenazan deterioro progresivo por abandono.”
No voy a entrar aquí en el  papel que la Junta y el Municipio tienen y han tenido en el proceso de deterioro del Trapiche, y menos voy a hacerlo ahora, en periodo electoral.
Cada palo debe aguantar su vela, y lo único cierto es que cuando queramos darnos cuenta el caserón se nos habrá caído encima, sin una residencia para nuestros viejos, y sin la restauración de una azucarera de gran valor patrimonial.
Está alejado del centro y perdido entre la avalancha de hierba, no se ve bien. No se puede mostrar porque avergüenza, no produce dinero “turístico”, no se pueden colocar bares o edificios de altura en su entorno. No es nuestro presente y a pocos le importa su pasado. Como ocurrió con los restos de la Ferrería de la Concepción, primera siderurgia española, estuvo a punto de ocurrir con el Patio Romano de Río Verde y acabará, si Dios no lo remedia con la Torre del Cable. Solo Cilniana lo denuncia, y algunos nos sentimos culpables por no protestar como deberíamos.
Hubo un señor que una vez tomó el bastón de mando en la ciudad y se le ocurrió decir que Marbella no había conocido el jamón, ni hecho nada importante hasta que él llegó.
Me parece recordar que parte de la ciudadanía se molestó. ¿Por qué, pienso mientras escribo? Hablaba únicamente de dinero, en realidad el dios imperante. Tal vez tenía razón, pensado así.
Quisiera creer que un puñado de personas, al menos, de las que me lean, sienten el abandono del Trapiche, porque valoran el Patrimonio como valoran una historia que nos dignifica y repara el apelativo de especulación con el que siempre se nos califica y conoce.
Ana  María  Mata 
Historiadora y novelista
                                                                                                          

5 de mayo de 2015

Amistad entre García Lorca y José Antonio Primo de Rivera



La Historia tiene sus curiosidades y también, a veces, sus sorpresas. Algunas de ellas proceden del ocultamiento que distintos motivos, ideológicos, políticos, religiosos o morales, obligan a silenciar. Por fortuna el tiempo es el gran justiciero y aclarador, el que coloca todo en su lugar con solo dejarle correr a su ritmo sobre nuestras cabezas.
Hablamos de dos personajes fundamentales de nuestra época. Decisivos ambos en el transcurso de  acontecimientos graves del siglo XX. Hasta hace poco, antagónicos y casi enemigos para la mayoría de los españoles. Como el sol y la luna, lo blanco y lo negro, pensábamos quienes los conocimos a través de lo escrito sobre la Guerra Civil, la República y el Franquismo. ¿Cómo podíamos imaginar lo que, sin embargo, es esencial en el ser humano, que los dos, con sus diferencias asumidas y a cuestas, hubiesen sido amigos contra corriente? ; ¿que la ideología es una cosa y las actitudes internas, deseos, ilusiones y afectos otra muy distinta?...Menos aún en este país nuestro, donde todo se reduce al “conmigo o contra mi” sin aceptar que un pensamiento contrario puede ser igual o más verdadero o interesante que el expresado por el autor de la dicotomía.
Federico García Lorca, uno de los más grandes poetas de la lírica española, y José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, hijo de general Primo de Rivera  se conocían de antiguo, pero fue al principio del 36 cuando en casa del diplomático chileno Carlos Morla Lynch, amigo de José Antonio, confirmarían una relación amistosa intensa y que solo acabó con la muerte de ambos.
Lo escribe  Jesús Cotta, malagueño, profesor de filosofía y que con su libro “Rosas de Plomo” ha conseguido el premio especial para biografías. Sus fuentes proceden de documentos cedidos por amigos tanto del poeta como del fundador de Falange.
En el diario personal del poeta Gabriel Celaya, cuenta éste como Lorca le refiere que en una de las muchas reuniones y cenas, José Antonio le dijo: “No crees que con tu azul y el mío haríamos una España  mejor?”… en relación con el mono azul que Lorca vestía en su teatro de La Barraca. De igual manera, le confiesa a Celaya que todos los viernes cenan juntos y vuelven en un taxi con cortinillas bajadas, porque “Ni a él le conviene que lo vean conmigo, ni a mí que me vean con él”.
Al parecer se reunían en “La Ballena Alegre” local de tertulia de José Antonio, cuando los demás se marchaban.  Y esta curiosa amistad era conocida por Salvador Dalí, Pepín Bello y Luis Rosales, amigos de Lorca y compañeros en la Residencia de Estudiantes.
El silencio de los amigos obedecía a la realidad española del momento. Conocedores de los mitos ideológicos que ambos representaban, callaron para no enturbiar la memoria del poeta. Afirma el profesor Cotta que así  es más  comprensible aún, dada esta amistad, que Federico se refugiase en su huída  en la casa de la familia Rosales, falangistas de pro, con la confianza de que allí podía estar más seguro.
 El poeta y el fundador de Falange, eran según el biógrafo, antimarxistas los dos, defensores de los pobres, revolucionarios, libres, eclécticos y heterodoxos.
Los dos conocían las muchas papeletas que tenían para ser asesinados, incluso bromeaban sobre a quien atraparían antes.
Federico García Lorca fue asesinado por orden del general Queipo de Llano el 16 de agosto de 1936. José Antonio Primo de Rivera lo fue por orden de la República el 20 de noviembre del mismo año.
 El Conde de Barcelona, Don Juan de Borbón, intentó gestionar la liberación de José Antonio y consiguió que un barco y marinos ingleses se dispusieran a ello. Londres solo puso una condición: el visto bueno del gobierno de Franco. Desde el cuartel del Generalísimo recibió un telegrama brutal: “No interesa”. Nacería la hipótesis entonces de que Franco tenía recelos de un José Antonio potente y que le convenía más como mártir de la “Cruzada”.
Curiosidades personales y ocultamientos históricos que el paso del tiempo nos da a conocer y que no serán los únicos. Sabido es que los triunfadores dictan la historia oficial, pero los vencidos guardan, igualmente, una historia paralela que no siempre es más veraz , aunque lógicamente sea distinta.
Destaco, cómo dos personas asesinadas por motivos opuestos, pudieron en vida limar diferencias y cuestionarse entre ellos decisiones profundas. Los dos amaban su país, y sin duda  querían hacer de él una tierra mejor. Lástima que no hubiesen podido romper sus barreras en “un mismo Azul”.

Ana  María Mata   
Historiadora y novelista