Desde Sófocles hasta Valle-Inclán, pasando
por Pirandello, todos ellos han venido a decir que la vida del hombre no es más
que una oscilación sutilísima entre lo trágico y lo cómico y, que además, suele
caminar de un lado a otro con velocidades de vértigo. Nos movemos en el filo de
una navaja, que bien de un lado o su contrario nos enreda en su propio abismo.
Un ejemplo que avala esta especie de teoría
la tenemos en el momento presente en el país donde habitamos. España huele a
drama o comedia según el ánimo con el que ese día se levante el sol. La
ubicación podríamos ubicarla en Cataluña, para ser más exactos. Los
acontecimientos que desde hace tiempo vienen desarrollándose en esa tierra
aparecen como el escenario idóneo para esta representación continuada.
De un lado tenemos a los profesionales de la
Generalitat, con su presidente a la cabeza, inaugurando en las tablas las
primeras escenas grotescas de este teatro político. Del otro a los grupos
independentistas, no tan minoritarios, y con un afán absoluto de protagonismo.
A la derecha la fracción ortodoxa de quienes
no desean la autodeterminación, más bien silenciosos y soportando la riada. A la izquierda a los republicanos acérrimos. Y
sobrevolando sobre este enjambre
complejo y por lo general, airado, un señor que dice ser presidente en
funciones de todo este follón, nacional aunque no las tiene todas consigo.
Este espécimen mediático, cuyo partido ganó
las ultimas y repetidas elecciones, necesita, sin embargo, a una parte, al
menos, de los arriba citados para que un procedimiento llamado Investidura le ancle
sus pies y sus posaderas a un sillón llamado presidencia de Gobierno, cuyo
asiento no es fácil de alcanzar y parece balancearse al ritmo de una
autodeterminación continuamente acechante.
En el exterior, el resto del citado país, ciudadanos
ajenos a este embrollo político, asisten con el vómito a punto de expulsar, un
día sí y otro no, a las variaciones de este teatrillo inmundo, que un día se
desliza a babor, y otro a estribor, con la mayor de la desvergüenza y el
descaro.
El señor en funciones proclama hoy a los
cuatro vientos su miedo a un partido que le ofrece sus votos, e incluso habla
de la pérdida del sueño que el aceptarlo le acarrearía, y dos días más tarde se
fotografía en un abrazo estruendoso con el sujeto que preside dicho partido. Le
parece normal el cambio, desde el momento que sin ellos no podría caminar hacia
el podium, que él, y nadie más que él, atisba con delectación, erigido para su
sola persona.
Se acerca a los republicanos acérrimos por
ver de engatusarlos en el enjuague, y estos aceptan la reunión, pero la
transforman en un foro de discordia, con afirmaciones y negaciones en paralelo.
En medio de la pesadilla, llega un comunicado
de Europa, afirmando que los políticos presos por el Process están mal
apresados y nos hemos equivocado de sentencias, de acuerdo con las garantías
que poseen los diputados… ¿Hay quien de más?
En este clima de tan agradable actualidad un
país llamado España se despierta a diario con la incertidumbre de no saber
quien moverá ficha ese día, si los de un lado o los del otro, y según que
acuerdos tomados por semejante jauría, habremos de reír o llorar, puesto que en la actual tragicomedia
nacional política todo, absolutamente todo, es, o parece posible.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)