23 de diciembre de 2019

TRAGICOMEDIA NACIONAL

Desde Sófocles hasta Valle-Inclán, pasando por Pirandello, todos ellos han venido a decir que la vida del hombre no es más que una oscilación sutilísima entre lo trágico y lo cómico y, que además, suele caminar de un lado a otro con velocidades de vértigo. Nos movemos en el filo de una navaja, que bien de un lado o su contrario nos enreda en su propio abismo.
Un ejemplo que avala esta especie de teoría la tenemos en el momento presente en el país donde habitamos. España huele a drama o comedia según el ánimo con el que ese día se levante el sol. La ubicación podríamos ubicarla en Cataluña, para ser más exactos. Los acontecimientos que desde hace tiempo vienen desarrollándose en esa tierra aparecen como el escenario idóneo para esta representación continuada.
De un lado tenemos a los profesionales de la Generalitat, con su presidente a la cabeza, inaugurando en las tablas las primeras escenas grotescas de este teatro político. Del otro a los grupos independentistas, no tan minoritarios, y con un afán absoluto de protagonismo.
A la derecha la fracción ortodoxa de quienes no desean la autodeterminación, más bien silenciosos y soportando la riada.  A la izquierda a los republicanos acérrimos. Y sobrevolando sobre  este enjambre complejo y por lo general, airado, un señor que dice ser presidente en funciones de todo este follón, nacional aunque no las tiene todas consigo.
Este espécimen mediático, cuyo partido ganó las ultimas y repetidas elecciones, necesita, sin embargo, a una parte, al menos, de los arriba citados para que un procedimiento llamado Investidura le ancle sus pies y sus posaderas a un sillón llamado presidencia de Gobierno, cuyo asiento no es fácil de alcanzar y parece balancearse al ritmo de una autodeterminación continuamente acechante.
En el exterior, el resto del citado país, ciudadanos ajenos a este embrollo político, asisten con el vómito a punto de expulsar, un día sí y otro no, a las variaciones de este teatrillo inmundo, que un día se desliza a babor, y otro a estribor, con la mayor de la desvergüenza y el descaro.
El señor en funciones proclama hoy a los cuatro vientos su miedo a un partido que le ofrece sus votos, e incluso habla de la pérdida del sueño que el aceptarlo le acarrearía, y dos días más tarde se fotografía en un abrazo estruendoso con el sujeto que preside dicho partido. Le parece normal el cambio, desde el momento que sin ellos no podría caminar hacia el podium, que él, y nadie más que él, atisba con delectación, erigido para su sola  persona.
Se acerca a los republicanos acérrimos por ver de engatusarlos en el enjuague, y estos aceptan la reunión, pero la transforman en un foro de discordia, con afirmaciones y negaciones en paralelo.
En medio de la pesadilla, llega un comunicado de Europa, afirmando que los políticos presos por el Process están mal apresados y nos hemos equivocado de sentencias, de acuerdo con las garantías que poseen los diputados… ¿Hay quien de más?
En este clima de tan agradable actualidad un país llamado España se despierta a diario con la incertidumbre de no saber quien moverá ficha ese día, si los de un lado o los del otro, y según que acuerdos tomados por semejante jauría, habremos de reír o  llorar, puesto que en la actual tragicomedia nacional política todo, absolutamente todo, es, o parece  posible.
                                                                                      
Ana  María  Mata
(Historiadora y Novelista)                                                                                               

4 de diciembre de 2019

¡A COMPRAR!


Aparece con una fidelidad solo comparable al hueco que deja en nuestros bolsillos. Con una cronometría de reloj inducido o una campanada de advertencia ineludible. Nadie puede evadirse de sus fogonazos espectaculares pues viene acompañada de luces innumerables y cegadoras.
Noviembre acarrea ahora consigo una anticipación, llegada allende los mares, como es habitual made in USA, con nombre extraño y voces altaneras que gritan “Black Friday” sin descanso, del mismo modo que  en el medievo el muecín llamaba a sus devotos.
Tras el encendido de las variadas iluminaciones navideñas un aldabonazo suena en las mentes con el fragor de incesante llamada : ¡A comprar! ¡A comprar!...todos en marcha, cual guerreros dóciles, cumplidores del rito, obligados inocentes por la festividad que se avecina y en la que lo más importante es el desparrame de dinero sin cesar. Monedas, billetes, tarjetas…, da igual el medio mientras que el fin sea gastarlo sin contemplaciones.
La necesidad compulsiva de comprar en Navidades es como un empujón atávico que aparece cada año en nuestras neuronas quizás recordándonos tiempos pasados en los que debimos conformarnos con un poco de pavo y de harina refrita en vez del negro caviar y el brillante mantecado.
Sea por lo que fuere, lo único cierto es que las calles de ahora se llenan de viandantes cargados hasta la médula con multitud de envoltorios festivos con los que demostrar a sus allegados que no se olvidan de la “elegancia del regalo” ni del lazo dorado que debe cerrar cada uno de ellos.
Comprar se ha convertido en una necesidad tan imperiosa como lo es ir de vacaciones o poseer, cada poco,  un móvil último modelo. La frustración de no poder hacerlo se convierte en vertiginosa bilis que inunda nuestro sistema hepático y puede conducirnos  a la presencia de úlcera duodenal o algo parecido.
Las listas, preparadas con antelación, ayudan a nuestros nervios a un leve y fugaz momento de detención mientras avistamos el comercio exacto en el que encontraremos el objeto deseado, tras detectarlo con ojo avizor en un escaparate o similar, después de una maraña de visualizaciones y empujones por los pasillos del centro comercial elegido, uno de los muchos que se habrán convertido en catedral abarrotada repleta de material litúrgico para el comprador, que resulta ser a la vez, oficiante de esa misma liturgia y ferviente converso.
El impulso de las compras, producto de una muy asentada sociedad capitalista, es un río desbordado que cada temporada aumenta su caudal, y nos lleva al frenético desguace de nuestros ahorros en pos de una ficticia idea de que mientras compramos para regalar, nos amamos un poco más los unos a los otros, como propugnara el Infante que colocamos sobre el pesebre, ajeno a lo que su festividad acabaría acarreando.
El cumpleaños del Niño de Belén es el pretexto inventado para liberar unas pulsiones interiores no asumidas que conducimos durante unos días por el camino del derroche y la profusión alimentaria, como náufragos que de golpe atisbaran una isla donde todo está a su disposición.
Las luces, colocadas estratégicamente, muestran el camino. La música persistente nos arrastra como bella sirena hasta lugares en los que nuestros sentidos caerán derrotados por la necesidad inmediata de vaciar nuestros bolsillos.
Todo diseñado por “influences” magos que las poderosas agencias comerciales contratan y a los que pagan con rigor para que nos anestesien con el fluido de sus secretos brebajes.
Nos dejamos influir y nos abandonamos al dulce sopor del deber comprador cumplido.
                                                                                      
Ana  María Mata
(Historiadora y Novelista)