El nombre arriba expuesto ha
cruzado la frontera histórica y geográfica y pocas personas habrá que no
conozcan el significado semántico que lo relaciona con el desastre .Todos los
nacidos después de 1815 sabemos que en un momento de nuestras vidas hemos
padecido o padeceremos un pequeño Waterloo. La actualidad lo ha puesto de moda
por arte y gracia de un supuesto cónsul de la igualmente supuesta republica
catalana que ha tomado la decisión de trasladarse a vivir al lugar que fue la
tumba política del emperador de los franceses.
Con ello, de manera más o menos
voluntaria parece decir, como lo hizo en los mensajes telefónicos mandados a
Comín, que en el fondo admite su derrota, aunque lo haga desde un palacete
ajardinado con vistas al camposanto donde reposan los cadáveres de las víctimas
de la batalla. Podría haberlo hecho desde la isla de Santa Elena, donde
seguramente encontraría un hábitat más razonable que este de los cuatro mil
quinientos euros mensuales. Es posible
que su mente no esté para estos pequeños detalles.
Hemos entrado en la fase de lo
grotesco. Además de los paseos cotidianos con bufanda al cuello, sonrisa
perenne de quien parece querer decirnos que los equivocados somos los demás, el
señor Puigdemont se atreve con la
Historia, aunque sea tomándola del revés. Porque hay que tener bemoles para que
un señor con pretensiones casi napoleónicas escoja para vivir fugado un lugar
llamado Waterloo.
El ex-catalán se atreve con todo
incluso con la desesperación de sus seguidores que no saben como salir del
atolladero donde los ha metido de cabeza. Y lo peor es que nadie de su alrededor
parece dispuesto a decirle que la realidad se parece muy poco a lo que captan sus ojos. Para la CUP es el traidor que
apuñaló el “procés” en el último minuto. Para ERC, es el cobarde que huyó de
España mientras Junqueras era conducido a la cárcel en un furgón policial. Y
para la mitad del PDECat es el obstáculo que impide encontrar la solución
política que acabe cuanto antes con la vigencia del 155.
Para hacer bailar con ruedas de
molino su ego de megalómano le han propuesto nombrarle presidente simbólico,
con honores si quiere retroactivos, si permite que después se produzca la
investidura efectiva de un presidente que se encargue del día a día.
Antes o después, no nos
extrañaría que acabase aceptando. Lo hará porque la alternativa serían unas
elecciones a las que no podrá presentarse porque el Tribunal Supremo lo habrá
inhabilitado antes. Y entonces, ¿Qué pasaría?
¿Cuánto tardarían en olvidarle? ¿De qué viviría?...
Una salida honorífica le
proporcionaría al menos un proyecto vital aunque fuera muy lejano del que tanto
parece haber soñado. En el íntermedio, no sé si habrá pensado, en algún momento
racional, en la devastación que está produciendo en Cataluña su ofuscación por
una investidura que está fuera de juego desde todos los ángulos donde quiera
mirársele.
Al paso del tiempo la historia
lo recogerá como un sujeto empecinado en el poder que quiso saltarse las reglas
del juego en aras de su propia idolatría.
Es triste que a los pueblos – y
Cataluña lo es - afortunados en economía y finanzas, en recursos y cultura, le
surjan de golpe personajes como estos, iluminados cerriles con la siempre
creencia absurda de la redención no solicitada.
Ya que está en Waterloo no le
vendría mal un repaso a los libros y comprobar que después del desastre se
restauró la corona de Luis XVIII y
Napoleón fue exiliado a Santa Elena.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)