14 de mayo de 2018

BANDERAS AZULES

Rodeada de discusiones paralelas, como suele ser habitual entre los actuales mandatarios del consistorio y la oposición, que no pierden ocasión de culparse entre ellos, nos llega la noticia de las banderas azules para las playas del municipio concedidas este año. Al parecer se pierde alguna ( bajo la perspectiva política del adversario ya estaba perdida desde antes) y se logra otra nueva también.
Batalla entre banderas, por tanto, en la que cada cual quiere salir ganador a fuer de conseguir el derrumbe del oponente y dejarlo por mentiroso. Da igual. Hemos llegado a un momento en el que ninguno de los dos nos merece la credibilidad suficiente como para hacerle caso.
La reflexión importante desde mi humilde perspectiva es una diferente en relación con la consecución de las banderas azules. Me pregunto, entre curiosa y extrañada, cuales son las verdaderas causas objetivas que llevan a un jurado, que se le presume conocedor del asunto, a otorgar dichas banderas. Mejor dicho, se conocen algunas de las condiciones para ser alcanzadas, pero ignoramos si otras, de auténtica relevancia, son tomadas verdaderamente en cuenta.
La cuestión de las playas es un tema tan evidente que cualquiera puede sacar por si mismo sus conclusiones. Para hacerlo, solo hay que dar un paseo por las del centro de la ciudad, con un poco de calma y sin ánimo de enfadarse. Digo esto, porque es lo primero que se siente en una simple y fugaz visión. Enfado. Impotencia. Necesidad de preguntar en alto, como quien se libera de un nudo estomacal, como es posible que estas sean de verdad las playas que Marbella presenta como testimonio de su cacareada ruta veraniega y  la “belleza” de su litoral.
El mar puede aparecer impertérrito y bellísimo como arquetipo mediterráneo. Con olas o sin ellas, su color invita a la inmersión y al relax. Pero estas olas y esta espuma avanzan con su acostumbrada monotonía hacia ¿donde ¿  ya que la arena sobre la que debería reposar en gotas susurrantes, brilla por su ausencia.  Unos metros muy escasos de ella acoge como puede esta agua que viene de lejos para recrear una playa inexistente.
La playa sucumbió a los temporales, como cada año, dejando en su lugar, además de unas vacilantes tumbonas, un pedregal inhóspito, hecho de rocas y piedras cortantes, afiladas como cuchillos, donde ningún humano puede colocar un pie.
La realidad es mucho más precisa, sin adjetivos ni metáforas. El centro de Marbella no tiene hoy por hoy una playa que pueda llamarse con tal nombre.
Dicen que en breve llegarán grandes camiones cargados con arena de otros lugares que intentarán paliar la pérdida de las playas y ocultar los pedruscos. Antes de que el gentío abarrote la ciudad y se de cuenta de que todo es una farsa. De que infelices familias observen que no hay lugar para sentarse con la sombrilla si no es en el agua misma.
La pregunta que enlaza con el principio es claramente cual es el criterio para conseguir una bandera azul.
Si fuese racional y objetivo pocas playas de nuestro municipio lo alcanzarían por mucho vigilante en su torreta que coloquen, y muchos barcos a posteriori recogiendo las natas y suciedad flotante.
Es deprimente la situación de las playas en una ciudad que se presenta como adalid del turismo y presume de marca consagrada.

Junto a la vergüenza que me da escribir sobre las playas, observo que todo eso de las banderas, no deja de ser un tupido velo de burocracia y administraciones para encubrir lo único que de verdad hace falta: espigones que conserven la arena .
No está siquiera en los presupuestos. A un año le sigue otro igual. Nos engañan como chinos. Aunque nos concedan banderas.

                                                                                  
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)