Rodeada de discusiones paralelas,
como suele ser habitual entre los actuales mandatarios del consistorio y la oposición,
que no pierden ocasión de culparse entre ellos, nos llega la noticia de las
banderas azules para las playas del municipio concedidas este año. Al parecer
se pierde alguna ( bajo la perspectiva política del adversario ya estaba
perdida desde antes) y se logra otra nueva también.
Batalla entre banderas, por
tanto, en la que cada cual quiere salir ganador a fuer de conseguir el derrumbe
del oponente y dejarlo por mentiroso. Da igual. Hemos llegado a un momento en
el que ninguno de los dos nos merece la credibilidad suficiente como para
hacerle caso.
La reflexión importante desde mi
humilde perspectiva es una diferente en relación con la consecución de las
banderas azules. Me pregunto, entre curiosa y extrañada, cuales son las
verdaderas causas objetivas que llevan a un jurado, que se le presume conocedor
del asunto, a otorgar dichas banderas. Mejor dicho, se conocen algunas de las
condiciones para ser alcanzadas, pero ignoramos si otras, de auténtica
relevancia, son tomadas verdaderamente en cuenta.
La cuestión de las playas es un
tema tan evidente que cualquiera puede sacar por si mismo sus conclusiones.
Para hacerlo, solo hay que dar un paseo por las del centro de la ciudad, con un
poco de calma y sin ánimo de enfadarse. Digo esto, porque es lo primero que se
siente en una simple y fugaz visión. Enfado. Impotencia. Necesidad de preguntar
en alto, como quien se libera de un nudo estomacal, como es posible que estas
sean de verdad las playas que Marbella presenta como testimonio de su cacareada
ruta veraniega y la “belleza” de su
litoral.
El mar puede aparecer
impertérrito y bellísimo como arquetipo mediterráneo. Con olas o sin ellas, su
color invita a la inmersión y al relax. Pero estas olas y esta espuma avanzan
con su acostumbrada monotonía hacia ¿donde ¿
ya que la arena sobre la que debería reposar en gotas susurrantes,
brilla por su ausencia. Unos metros muy
escasos de ella acoge como puede esta agua que viene de lejos para recrear una
playa inexistente.
La playa sucumbió a los
temporales, como cada año, dejando en su lugar, además de unas vacilantes
tumbonas, un pedregal inhóspito, hecho de rocas y piedras cortantes, afiladas
como cuchillos, donde ningún humano puede colocar un pie.
La realidad es mucho más
precisa, sin adjetivos ni metáforas. El centro de Marbella no tiene hoy por hoy
una playa que pueda llamarse con tal nombre.
Dicen que en breve llegarán
grandes camiones cargados con arena de otros lugares que intentarán paliar la
pérdida de las playas y ocultar los pedruscos. Antes de que el gentío abarrote
la ciudad y se de cuenta de que todo es una farsa. De que infelices familias
observen que no hay lugar para sentarse con la sombrilla si no es en el agua
misma.
La pregunta que enlaza con el
principio es claramente cual es el criterio para conseguir una bandera azul.
Si fuese racional y objetivo
pocas playas de nuestro municipio lo alcanzarían por mucho vigilante en su
torreta que coloquen, y muchos barcos a posteriori recogiendo las natas y
suciedad flotante.
Es deprimente la situación de las
playas en una ciudad que se presenta como adalid del turismo y presume de marca
consagrada.
Junto a la vergüenza que me da
escribir sobre las playas, observo que todo eso de las banderas, no deja de ser
un tupido velo de burocracia y administraciones para encubrir lo único que de
verdad hace falta: espigones que conserven la arena .
No está siquiera en los
presupuestos. A un año le sigue otro igual. Nos engañan como chinos. Aunque nos
concedan banderas.
Ana
María Mata
(Historiadora y Novelista)