Cuando ocurren cosas como lo
acontecido en Málaga en los alrededores del Palacio de Justicia hace unos días
nos damos cuenta de que la vieja piel de toro sigue guardando en lo más profundo
de sus raíces ese toque diferencial que Machado llamó “de charanga y pandereta”.
Seremos todo lo europeos que quieran hacernos, pero lo racial nunca ganará
terreno a lo visceral y ante una mujer que ha vestido la bata de cola,
enviudado de un famoso torero y cantado “Marinero de luces” antes de echarse en
los brazos del señor Cachuli, en la creencia de que podría culminar su carrera
como alcaldesa de Marbella, ante todo eso, nos sale la pasión desbordada que
tanto ama como odia a quien considera un ídolo que ha metido la pata. O mejor
dicho, la mano, porque lo que allí se dirimía no era nada de lo anterior, sino
las maniobras que tanto la juzgada como su ex – enamorado habían realizado para
blanquear dinero procedente del Ayuntamiento de Marbella.
Aplaudida, abucheada, empujada,
arrollada y finalmente desvanecida, Isabel Pantoja se convirtió en el momento
exacto de su soponcio en el objetivo de televisiones y prensa rosa que miraron
el hecho como suelen hacerlo, transformado en euros de más por el aumento de
audiencia y lectores.
No vamos a cambiar nunca, me
decía un profesor amigo al ver en televisión la imagen de la tonadillera con el
cabello enredado en un botón de la chaqueta del guardia civil que pretendía
cuidar de su seguridad. Llegado a este punto hay que preguntarse también la
causa de que la sentencia fuese ejecutada del modo que se hizo y no a la
manera, por ejemplo de la del hijo de ex –presidente de la Generalitat, señor
Puyol, cuya entrada en los tribunales parecía más bien majestuosa, por la chulería
del acusado, y la gran distancia que la policía mantuvo entre él, la prensa y
curiosos.
Detalles de forma aparte, lo
esencial debería ser que la justicia obre en consecuencia con quienes
elaboraron planes para aflorar dinero obtenido en actividades delictivas
haciéndonos creer que procedían de las actuaciones profesionales, artísticas y
mercantiles de la cantante. Eso es lo verdaderamente importante para un pueblo
que ha visto como su economía se desmoronaba en manos de delincuentes
enchaquetados a los que ahora habrá que intentar sacar la pasta robada, cosa
que muchos, por desgracia no llegamos a creer posible.
No soy de las que opinan ( al
menos mantengo la duda) que el fotografiado desmayo estaba incluido en el lote
del día, es decir, convenido más o menos con los medios o alguno de ellos, para
sacar algún provecho de tan infausta mañana. Dicen las malas lenguas que si
consigue para pagar la multa, no solo le habrá valido la pena, sino que es
posible que estuviese dispuesta a otro gesto similar, para obtener unos
ahorrillos. La experiencia nos demuestra que no sería ni tan raro ni tan
increíble.
España está como está porque las
administraciones públicas no tienen un auténtico control de su gestión tanto en
lo nacional como en las autonomías. Hace demasiado tiempo que sabemos que los
dirigentes de ambas son hombres y mujeres sometidos a la gran tentación de
corromperse y que por lo general, acaban haciéndolo. No me explico como desde
asuntos como Bankia, las Preferentes, los sobres de Bárcenas, los negocios del
duque o los ERE andaluces, no se ha creado una comisión de inspectores expertos
y de demostrada limpieza moral que mantengan en vilo a políticos y gestores
públicos.
Isabel Pantoja es un eslabón más
en una cadena que envuelve al país de norte a sur y está a punto de
estrangularlo si no lo ha hecho ya.
La diferencia única es que ella
es un personaje salido del pueblo al que hacía llorar con sus cuitas de amor y
desamor como antes lo hicieran Concha Piquer o Juanita Reina.
A la que podemos llamar “bien
pagá” le salió rana el hombre que dice haber aprendido a robar el día que pisó
el Consistorio. El bigotudo del que ella quería estar “a tu vera, siempre a la
verita tuya”…
Algunos amores matan y otros
llevan directamente al juzgado o la cárcel.
Ana María Mata
Historiadora y novelista