24 de diciembre de 2018

SUELO EDUCATIVO

Alucinada quedóme!...que diría una amiga asturiana mezclado entre sus palabras en Bable. Alucinada, asombrada, y, por qué no decirlo, casi indignada por la noticia reciente de que el Ayuntamiento proyecta ceder suelo público educativo a Testigos de Jehová para construir un templo.
A pesar de que el expediente ha sido llevado con la mayor discreción desde que se inició en agosto, la noticia ha saltado a la opinión pública a través de los medios, y como no podía ser menos, ha dado lugar a un número importante de protestas, comenzando por las AMPAS, y seguido por la oposición municipal que arremete contra la iniciativa. El edil de Izquierda Unida ha desmentido al concejal de Hacienda y Patrimonio, que aseguró que los representantes de Testigos de Jehová habían mantenido reuniones con todos los grupos políticos.  Afirma Miguel Díaz que “Por parte de Izquierda Unida jamás ha habido reunión ni consentimiento favorable con representantes de este grupo religioso”.
Aún sin poder ponerme en la piel y el criterio de cada uno de mis conciudadanos, me atrevo a expresar mi opinión contraria a este hecho, si es que se produce. Afirmo que me parece lamentable que el Consistorio haya negado hasta el infinito ceder parcelas para uso público educativo, y sin embargo, no dude en otorgarlas a discreción para uso privado. Frente a las carencias educativas que presenta la ciudad de Marbella, y que en este Blog  he dado a conocer en múltiples ocasiones, resulta un agravio comparativo y un contrasentido la iniciativa de ceder una parcela para uso de una comunidad privada, religiosa o sectaria.
No se trata de discriminación hacia la secta, tampoco me parecería normal que lo adjudicasen a otra cualquiera de las muchas existentes. Ocurre que, como dice la Agrupación Independiente de Ampas, que aglutina a las asociaciones de padres de 16 centros de educación infantil y primaria, seis institutos y la asociación de altas capacidades, solucionar las carencias en materia educativa que tiene Marbella deben ser prioritarias para la institución municipal.
En concreto, en la parcela que ahora se pretende ceder a la organización religiosa, el propio Ayuntamiento proyectó en 2010 la construcción de una guardería con capacidad para acoger a 160 niños. La zona donde se encuentra la parcela no cuenta con este tipo de equipamiento público.
Por alguna causa que desconozco, y que mejor será dejar en la ignorancia antes que destapar motivaciones estúpidas, la Educación, y los muchos factores que la constituyen sigue siendo un apartado oscuro y desmotivado en las redacciones de presupuestos, no ya de Marbella, sino de toda España. A la cola siempre de ellos, los partidos políticos y sus representantes parecen de esa manera confirmar que desprecian la salud mental de los ciudadanos en las primeras fases de sus vidas, como si no fuesen estas las que darán después lugar al hombre que encierran en potencia.
Un país de bajo nivel cultural es un país subdesarrollado por mucho que aparente su economía base. Y la cultura comienza en el colegio, en una etapa en la que el cerebro infantil asimila a la perfección cuanto le es mostrado y se prepara para futuros retos.
No son de recibo los barracones prefabricados salvo en una última instancia y como preludio de una obra en ejecución.

Mientras haya un niño sin colegio o un adolescente sin instituto, por favor, olviden la demagogia política y dejen de realizar extrañas concesiones.
La verdadera caridad, lo dice el mismo Evangelio, empieza por uno mismo.
                                                                                                 
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista) 


15 de diciembre de 2018

QUÉ ES LA NAVIDAD


Si preguntáramos a un niño cualquiera que es  para él la Navidad, nos contestaría, casi con certeza:”regalos, muchos regalos”.  Si lo hiciéramos a la madre, diría que mucho más trabajo, y el padre, respondería: “un pellizco grande a la economía familiar”.
Diferentes respuestas para  un acontecimiento que se ha ido desprendiendo de sus raíces religiosas para transformarse en fastos alimenticios, algarabía juvenil, consumismo a destajo y relaciones familiares forzadas.
Piensen en sus Navidades pasadas, en aquellas que han quedado como entrañables en su memoria. ¿Cuántas fueron? ¿Diez? Seguramente anden por ahí las pertenecientes a su infancia y, años después, tuvieron un repunte de otras tantas si han tenido hijos. No está nada mal, suman veinte, pocas cosas bonitas duran tanto. Y sin embargo, es curioso como el resto de esos años lo pasamos soportando la Navidad, deseando que pasen esos días, que en otras circunstancias, eran muy esperados,
En esos años de incomodidad navideña hacemos algo igualmente humano, buscar culpables. Reflexionamos en que se ha convertido en una operación consumista, en que Papá Noel lo estropeó todo, que se ha perdido el sentido religioso. Todo eso es verdad, pero existe gente que no se ha criado en un ambiente especialmente religioso ni consumista y aún así  protesta porque la Navidad ya no es lo que era, sin advertir que son ellos los distintos.

La Navidad es nuestra memoria. En realidad Navidad somos nosotros mismos, con las ganas o no de ver anuncios múltiples con un Papá Noel sonriente y barbudo, con el aguante de tu compañero o jefe haciendo chorradas en la fiesta de la empresa, con el cuñado con dos copas de más hablando de política y la mierda del regalo del amigo invisible.

Pero también, y no debemos dejarlo de lado, es la ilusión anhelante en los ojos, tal vez ya, de tus nietos, es un padre subido a un taburete para poner la estrella al árbol y una madre diciendo: “Si te caes, no rompas las  bolas, por favor”.
A pesar de todo lo que hayamos perdido, la Navidad puede ser, y es, territorio de nuestra mente, de nuestro deseo de vivirla, y por eso cada uno lo siente de manera muy distinta.
No viene mal recordar uno de esos días en que todo comenzó hace más de dos mil años en una triste cabaña de un pueblo llamado Belén. Que aquél niño no iba a ser un niño corriente y por eso lo de pastores con regalos y reyes viniendo de un país lejano. Que el pequeño, años más tarde nos regalaría el mensaje de amor más importante de la historia del hombre. Que todo lo hizo gratis, para acabar muriendo joven y de forma cruel.
Es difícil eludir lo que ya se ha convertido en un gran fenómeno social.
Cuando aparezca en nosotros la astenia navideña, especialmente en los que peinamos demasiadas canas, traigamos a la mente la sonrisa de un niño ante el Belén, el árbol y su regalo.
Y pensemos, obligatoriamente en el verso del poeta: Nosotros, lo de entonces, ya no somos los mismos.
                                                                                           
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)


20 de noviembre de 2018

PELIGRA LA EDUCACIÓN

En la retórica habitual de políticos demagogos, conferenciantes y oradores, existen dos palabras que además de no faltar nunca, indican según ellos los dos factores, las dos columnas sobre las que se apoya el estado de bienestar. La primera es la Sanidad y la segunda, la Educación. Se les llena la boca al hablar de ambas y pueden construir un discurso largo y enredoso con ellas en su interior.
Me gustaría saber de una vez por todas a que tipo de pilar fundamental se refieren cuando articulan la que es objeto y tema de este escrito de hoy, la Educación. Empezando por las partidas de presupuestos, en los cuales si se fijan, ocupa siempre, los últimos lugares, continuando por la realidad pura y dura, la Educación suele ser la hija pródiga de los mismos, a la que se destina la más pequeña de las cantidades existentes.
Imagino que esa ha de ser la primera causa del estado actual de los problemas educativos, y no entiendo como mandatarios y políticos olvidan la importancia que niños y jóvenes en sus etapas de formación tienen para el Estado, y el potencial que configuran ambos en el desarrollo de un país.
Sea como fuere, y pasando de lo general a lo particular, quiero exponer la situación en que se encuentra la Educación en nuestra ciudad, especialmente en los grados de Primaria y Secundaria.  En Primaria la falta de colegios hace que los alumnos infantiles se amontonen en clases saturadas en las cuales el maestro debe hacer virguerías para ser atendido. Difícilmente entre las obras realizadas por el municipio cada año aparece la construcción de un nuevo colegio. Puede que todavía haya cursos que sigan en las prefabricadas. En Secundaria, todavía es peor, y la consecuencia de ello son las manifestaciones que padres y alumnos llevan haciendo para dar a conocer sus carencias sin que hasta ahora ninguna administración se de por aludida. Acostumbro a poner el ejemplo de los alumnos del colegio Vargas Llosa, cuyos familiares claman al cielo, exponiendo que sus hijos, que este curso tienen el último de formación en dicho colegio, no tienen para el próximo año Instituto alguno donde poder entrar.
La ratio, que llaman ellos al número de alumnos por clase, de los institutos existentes, no da cabida a un alumno más, puesto que están doblemente saturados. Y el Instituto que, al parecer se les prometió al comienzo de sus protestas, que debería estar situado en terrenos colindantes al Hospital, no tiene visos de surgir como por arte de magia, ya que ni está comenzada sus construcción.


En encuestas realizadas por alguna televisión local sobre este problema a los directores de los institutos actuales, todos, sin excepción, se duelen y quejan del abandono que tanto la Junta de Andalucía como el Ayuntamiento tienen acerca de sus problemas, y la soledad que como enseñantes sienten junto a  la impotencia  por el silencio de la Administración.
Me pregunto si, dada esas condiciones, el ciudadano votante y pagador de impuestos ¿qué debería hacer para expresar su indignación y tratar de ser escuchados?
Tal vez una revuelta fuerte de todos los afectados cuyo efecto fuere el de hacer un mayor ruido que no pueda dejar de oírse. Estarían en su derecho. Molestar en serio para que quienes están ajenos sepan de sus graves problemas.
Causa, en mi opinión, estupor e indignación que un asunto tan serio como la formación de un alumnado que el día de mañana se convertirá en la base de un estado de derecho sea tomada a la ligera, cuando no ignorada como pasa en esta ciudad.
Hay quienes todavía se extrañan de las diferencias de niveles cuantitativos y cualitativos entre estudiantes andaluces y de otros lugares. Como asimismo entre España y Europa.
Será porque no tienen un familiar de Secundaria buscando desesperadamente un Instituto en Marbella que los acoja.

                                                                                                  
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)

3 de noviembre de 2018

EL DIFÍCIL DÍA A DÍA

Del mismo modo un tanto rápido que aguaceros y fríos han hecho su aparición invernal, se nos ha venido encima el período electoral. Sin ser aún oficial, nos encontramos de pronto con un sin fin de gestos, guiños y señales, cuando no de comportamientos políticos absolutamente integrados dentro del momento previo a las urnas.
Y ya que no podemos evitar esa avalancha inundadora, podría ser el tiempo de reflexionar como nos va en los muchos avatares de la vida política y cuales serían de verdad las cosas que deberíamos tener en cuenta en el desarrollo de nuestros municipios y ciudades.
Los medios de comunicación, fieles a su identidad alarmista, dan una imagen, que de hacerles caso, se referiría principalmente a Cataluña y sus variantes cada vez más excéntricos, al pago de las dichosas hipotecas, y al traslado de  los restos de Franco de un lugar a otro.
En cuanto a las comunidades más pequeñas, lo importante está más que nada en los encontronazos entre los distintos partidos, especialmente entre el que gobierna y el que es oposición, en un rifirrafe cansino al que por hastío dejamos pronto de hacer caso.
En Marbella en concreto, se tiene muy en cuenta los grandes movimientos financieros en los muchos aspectos de su confusa identidad, a caballo entre el pueblo que fue y la magna y lujosa ciudad cosmopolita en que creemos habernos convertido. Se habla a diario de grandes promociones nuevas, lujosos resorts, congresos internacionales, y cualquier otro evento que engrandezca su nombre.
Ocurre que, además de todo eso, la ciudad debe vivir lo que llamamos el día a día, sumida en alarmantes discordancias  e inseguridades. Las deficiencias en lo cotidiano, en lo que aparentemente no hay que preocuparse, son tan grandes que está llegando al límite de la paciencia de sus ciudadanos. Lo triste es que no hay político/a que piense en ello ni advierta de la necesidad de solucionarlas.
Podemos comenzar por la sanidad, y no solo el lamentable espectáculo del Hospital Costa del Sol, abandonado a su suerte pasado diez años ya, sino la carencia de ambulatorios y centros de salud con un mínimo de dignidad y sin la masificación abrumadora de los escasos actuales. Pongamos en segundo lugar la falta absoluta de colegios y en especial de Institutos, dándose la circunstancia de chavales que al acabar la primaria no tienen un centro donde acogerse, caso flagrante de los alumnos del colegio Vargas Llosa, cuyos padres no cesan de manifestarse en ese sentido.
Indignante situación la de los locales de la Policía, cuya antigüedad se refleja en cada una de sus paredes, sin aparcamiento cercano, más propio de uno cualquiera de los países subdesarrollados. Y escandaloso el asunto de los Juzgados, a los cuales se les asignó un edificio medio a acabar, próximo al Hospital Comarcal, pero solo de palabra, mientras los hechos brillan por su ausencia.
Esperamos con verdadero interés la remodelación del Trapiche del Prado, y la construcción de la tan deseada y ya prometida residencia de ancianos. Hemos olvidado los años que hace desde que Mateo Álvarez la donó para ese fin y mientras ha ido cayéndose a pedazos con la abulia como respuesta.
Otras carencias como centros deportivos duermen el sueño de los justos, sin que los mandatarios, sean de la Junta o del consistorio, comprendan lo necesario que es para la juventud su existencia.
Cosas como las citadas esperan una voluntad política que se preocupe e interese en ellas. Son las necesidades del día a día, lejanas de los focos espectaculares de prensa y televisiones, fuera del círculo del lujo y el glamour.
Pensemos en ello mientras nos apabullan con promesas electorales y busquemos a un líder de las cosas cotidianas.

                                                                                        
Ana María Mata 
(Historiadora y Novelista)

11 de octubre de 2018

PISTOLAS

En un viaje a Madrid cuando todavía no teníamos AVE me tocó de compañera de asiento una señora bien plantada, de mediana edad, y por lo que juzgué, parlanchina, ya que no más iniciarse el leve traqueteo, y a pesar del libro que tenía en mis manos, se dirigió a mi, y con una sonrisa conspiradora comenzó lo que pretendía un diálogo por ambas partes. Cedí a su impulso con involuntaria cortesía, y de esa manera nos vimos metidas en una conversación inesperada. Como no podía ser de otra manera, el nombre de Marbella surgió muy pronto, decidida como estaba mi expansiva compañera a saber mi procedencia.  Finalizados los preliminares, de sopetón, me dirigió una ladina mirada y soltó sin pensarlo mucho : “¿Sabe una cosa que voy a decirle, si me lo permite?” Con el permiso conseguido siguió diciendo : “A mi, Marbella, las veces que he ido, y sigo yendo, me parece más que un sitio real…un plató de cine. Un gran plató de cine en el que participan personajes famosos y otros normales, o sea, secundarios.”
Ante mi sorpresa genuina, volvió a sonreír y exclamó : “Entiéndalo, lo digo de buena fe. Todo es allí cuando lo ves, como si fuera una película.” Como la charla siguió un buen rato, resumiré diciendo que no creo haber disuadido a mi acompañante de lo contrario a sus percepciones, y con ligero disimulo hice intención decidida de coger mi libro.
La peregrina idea de la señora del tren ha vuelto de golpe a mis recuerdos, como un ¡gong! explosivo estos días anteriores según iba leyendo las noticias en los diarios de la provincia.
Lo primero que me lo hizo recordar fue, creo, el asesinato de un hombre en una urbanización cercana a Puerto Banús, cuyo cadáver apareció ensangrentado en el interior de su coche.  Días más tardes un tiroteo en una zona de las Chapas dio como resultado otro hombre muerto. Al poco, leí un asalto a un Banco en las primeras horas de la mañana, y días después, de nuevo otro hombre tiroteado en Estepona y llevado el cadáver hasta Algeciras.
Como un plató de cine, me dije sin pensarlo. Como si en lugar de la Costa esto fuese  Chicago o Los Ángeles, o cualquier lugar de la América profunda. Me vino toda la conversación de mi interlocutora del tren y pensé en que al final iba a tener razón, por más que no fuesen sus intenciones por este camino. Porque el ajetreo de tiros, pistolas, sangre y hombres encapuchados se presta más al rodaje de un film de acción, un thriller, que a una secuencia real de una mañana o tarde en la ciudad.
Habrá, creo, quien sepa el origen de como hemos llegado a esto. En las altas esferas del dinero, allá por urbanizaciones perdidas rodeadas de frondosa vegetación, alarmas casi cósmicas y altos muros, conviven en aparente normalidad con el entorno quien sabe que personajes salidos de los más altos y bajos fondos mundiales.
Si al término de la segunda guerra mundial se dijo que en España se refugiaban gran número de nazis, y todos vivían tan felices, ¿qué no habrá hoy por nuestras laderas y rincones paradisíacos, arropados por lujosas edificaciones y miembros destacados de seguridad?
No sabemos lo que esconde nuestro afamado glamour y las bendiciones con qué acogemos todo lo que huela a lujo, yates, dólares, petrodólares , diamantes y demás objetos similares. Nos enorgullece nuestra situación elitista dentro del conglomerado de la Costa. Nos pone el saber que lo más destacado de la sociedad mundial escoge nuestro pueblo como lugar de descanso y residencia. En Marbella todo tiene que poseer “caché”, no vale lo rústico, ni siquiera estamos contentos con los que llegan del territorio nacional.
Queremos ser un plató de película. Lo malo es que dentro de él hay actores desconocidos pero que todo lo llenan de sangre.

                                                                                                   
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)

27 de septiembre de 2018

LA RESIDENCIA PARA MAYORES

El tiempo pasado y las muchas y largas deliberaciones judiciales han dado al fin el fruto de unas cantidades extraídas del caso Malaya y de los llamados casos Saqueo 1 y Saqueo 2.  Una mínima parte de lo esquilmado al Ayuntamiento de Marbella por aquellos desalmados y expertos ladrones que en su día formaron grupo cerrado en torno a Jesús Gil y el poderoso Roca.
Se trata ahora de pensar seriamente cual va a ser el destino de estos quince millones, más los dos del Saqueo, y dar prioridades a cuestiones esenciales para la ciudad pero en cierto aspecto relegadas una y otra vez.
Tiene razón mi buen amigo y colega Paco Moyano cuando dice en su escrito que “Marbella no es ciudad para viejos”. Ni para la tercera edad o mayores, ambos eufemismos aceptados con la intención –imagino- de suavizar una palabra tan real y auténtica como lo son las vidas que se encierran tras de ellas. La ancianidad es una etapa vital a la que todos afirmamos querer llegar pero a la que rechazamos mientras tenemos tiempo para ello.
La vejez es hoy una continuidad de la madurez en la que abuelos solícitos recogen el testigo de los hijos para atender a unos nietos que les son muy queridos y que sin ellos perderían una parte destacada de su aprendizaje. El lado triste es el de aquellos que llegado el momento del retiro no tienen lugar donde depositar sus huesos gastados ni reservas financieras para buscar un lugar privado que los reciba.
Durante años nuestra ciudad ha venido discutiendo sobre una herencia que la familia de Mateo Álvarez dejó al Consistorio con la intención de que fuese dedicada a residencia de ancianos. Factores distintos y complicados lo han hecho imposible y el Trapiche del Prado duerme el sueño de los justos después de un deterioro lamentable sin que el objetivo de su donación haya podido cumplirse.
Creo que es de un rigor absoluto que los primeros fondos del Malaya vayan dedicados a este asunto tan necesario y primordial y cubra el vacío que existe en Marbella sobre una residencia para ancianos.
Es indiscutible que otras muchas necesidades esperan igualmente acercarse a estos fondos y obtener a través de ellos el dinero necesario para que sean resueltos, caso especial podrían ser nuevas instalaciones deportivas para nuestros jóvenes. Pero como comienzo no veo en el horizonte de propuestas ninguna más esencial y prioritaria que construir un lugar digno para tantos hijos de Marbella que verían resueltos sus últimos años con tranquilidad y sosiego.           
En la ya larga historia de una ciudad como la nuestra, pujante y poderosa, adalid del turismo y ejemplo a imitar de muchos otros lugares costeros, no se conoce la existencia de una residencia pública para los ancianos, mas allá  de lo que fue la Fundación Jaeger, dependiente de la Parroquia de la Encarnación. Procedía de una disposición testamentaria del austríaco Sr. Jaeger, y estuvo bajo el atento cuidado de una mujer ejemplar, Maruja Espada, hasta su cierre por el obispado de Málaga.
Los tiempos de hoy son distintos pero las carencias de gran parte de quienes forman la tercera edad, a la postre resultan similares.

Marbella no puede mostrar su belleza turística, sus logros en ese sentido, su lujo y el buen vivir de quienes la toman como ciudad de referencia vacacional o permanente, sin presentar como credencial de solidaridad un lugar digno para quienes no tienen uno propio para su última etapa.
Espero y confío en que una parte importante del desastroso Malaya se dirija, como en una especie de expiación a nuestros queridos mayores.
                                                                                            
Ana  María  Mata 
(Historiadora y Novelista)

4 de septiembre de 2018

RALENTIZACIÓN TURÍSTICA


Aunque la hoja del calendario indique septiembre el verano sigue entre nosotros como rey y señor. El calor perdura en días aparentemente tormentosos, con las odiosas medusas apoderándose de las playas como un factor negativo para bañistas y chiringuitos.
Si es cierto que hay quienes han abandonado la costa en pro de un trabajo necesario pero fastidioso cuando se trata de acabar con las vacaciones. El año laboral comienza para muchos y aquí, en nuestros lares es buen momento para realizar un análisis de los meses anteriores, julio y agosto, punta del iceberg veraniego, en los cuales se dirime el futuro turístico de los años por venir.
No han sido tan buenos como cabría haber esperado puesto que no se han alcanzado las cifras del 2017, y hemos descendido en ellas. El Instituto Nacional de Estadística  apunta que el turismo en la Costa del Sol sufre el primer frenazo en su crecimiento en los meses que inyectan la mayor rentabilidad a los negocios desde la crisis. Los empresarios del sector alojamiento, las agencias y la restauración coinciden en los datos y afirman que en lo que queda de verano será difícil alcanzar los niveles de actividad del mismo periodo en 2017.
La respuesta a este cambio de tendencia está en primer lugar en la vuelta al escenario de

los principales competidores del Mediterráneo, especialmente Turquía, Egipto y Túnez, resurgidos con precios de ganga, junto al reclamo de países como Croacia y Bulgaria que comienzan a ganar protagonismo por sus bajos costes.
El salvavidas de todo lo expuesto ha estado en el turismo nacional, gracias al cual las pérdidas no han sido más costosas, turismo convertido en amortiguador de la caída. La temporada, apuntan algunos, se ha salvado gracias a la estrategia de lanzar ofertas, activando promociones cara al final del verano.
Este análisis necesita un estudio a fondo de ciertas características propias de la Costa, especialmente en el sector llamado de lujo. El sector empresarial marbellí  ha mantenido una escala de precios al alza no siempre acompasada de un aumento de la calidad. Y el turista penaliza este alza si no hay una mejora del servicio.
La Costa ha de ser consciente, sin vendaje de ojos, de la fuerte competencia que tiene en las Baleares, Mallorca, Menorca e Ibiza, e incluso de la también alcanzada por algunos puntos de Levante, en cuanto a la relación precios/calidad. Dormirse en los laureles ha sido durante largas temporadas anteriores una constante que parecía no perjudicarnos pero que a la larga acostumbra a pasar factura.
El turista, extranjero o nacional, hace tiempo que dejó de venir por las afamadas cabeceras de revistas del corazón que ensalzaban la rubia cabellera de Gunilla o los exagerados bigotes e histrionismo de Jaime de Mora. Quieren algo distinto para sus vacaciones que suelen ser más cortas, pero a las que le piden mucho más: proyectos lúdicos, música aceptable, infraestructura  indispensable, playas cómodas y precios
razonables.
Suele decirse que las cosas importantes hay que cuidarlas, y el turismo es algo que necesitamos mimar si queremos que siga siendo la vaca de cuya ubre bebemos. En cualquier momento pueden surgir, no uno, sino varios lugares paradisíacos, o no tanto, pero en los que los destinados a su promoción se encargan de presentarlos como tal.
Atención por tanto a cualquier factor desestabilizador. No podemos permitirnos morir de éxito. Nos va en ello el futuro de toda la Costa del Sol.
                                                                                             
Ana  María  Mata
(Historiadora y Novelista)   

22 de agosto de 2018

SERVICIOS MÍNIMOS


Que te roben el bolso o la cartera se está convirtiendo en  un desafortunado ritual en los veranos de Marbella. Quien más, quien menos, se ha encontrado alguna vez desposeído de cuanta identidad contenía lo hurtado, además, lógicamente del dinero que en ella habías depositado.
Lamentable situación que implica a renglón seguido una serie de acciones encaminadas a que no te desvalijen, anulando el uso de tarjetas bancarias y de variado tipo, así como a la reposición rápida de los documentos identitarios. Dentro de las acciones que a la mayor brevedad deberás hacer, está el denunciar el robo a la policía, como un deber ciudadano obligatorio.
Como el caso que me sirve de ejemplo es personal, y por desgracia, intransferible, permítanme relatarles los avatares sufridos y otros complementarios.
En realidad lo que quiero contarles, abusando de su amabilidad, no es precisamente el largo, larguísimo rato que hube de esperar en la Comisaría de la Policía Nacional, sino la sensación que sentí en ella después de afortunados años sin aparecer por allí.
Situada en la llamada carretera de circunvalación, el edificio debe tener sus muchos años de existencia, dado que mis recuerdos empiezan con él en dicha ubicación.

Pensaba mientras llegaba que habría sido objeto de reformas en ese dilatado tiempo, y crucé dudosa su puerta por si pudiera perderme en amplios y diferentes pasillos. Mi sorpresa fue grande cuando no más traspasarla me encontré con el pequeño y triste vestíbulo y sus ridículos sillones  desvencijados.
La impresión era la de entrar en un local cualquiera del llamado tercer mundo, tal vez en Somalia o Sudán tendrían sin dudad un vestíbulo como ese en sus posibles centros policiales. Oscuro y sucio, allí debía esperar que me llamasen para exponer mi denuncia. Y allí esperé hasta que un policía, joven y amable, como salido de una serie televisiva policial, me indujo a entrar en un pequeño, casi mínimo salón colindante.
Difícil me resulta relatar la visión del “despachito” donde nos situamos delante y detrás de una especie de mesa desde la cual, el servidor del orden comenzó a preparar el folio denunciador. Créanme si les digo que me olvidé del robo de mi preciada cartera, objetivo que me había llevado hasta allí. Comencé a mirar abajo y arriba, a derecha e izquierda, tratando de entender la miseria de aquel cuartucho en el que un servidor de la ley y una pobre víctima de robo se encontraban.
Por un momento imaginé que estaba allí por una causa distinta, precisamente la de denunciar el estado de las instalaciones de la policía en la ciudad de Marbella en pleno siglo XXI. Mi impresión ante el habitáculo y los demás  que nos rodeaban fue tan grande que no puedo asegurarles que diese al policía los datos exactos que me preguntaba.
Una voz en mi interior repetía como un mantra: “No es posible” “Esto no puede ser Marbella y un despacho de la policía nacional”. Pero lo era, doy fe.
Impresentable, absolutamente impresentable resulta el interior del edificio que alberga a la Policía Nacional en nuestra ciudad. No puedo creer que el Ministerio del Interior, según investigué después, no haya invertido ni un euro en un departamento tan esencial que visitan más de la mitad de los que llegan a esta ciudad de renombre.
Debo repetir lo que ya se está convirtiendo en una constante de mis líneas. Marbella es deficitaria absoluta en infraestructuras, correspondan estas al Ayuntamiento, a la Junta o al Estado. Inmersa en su deseada imagen de lujo, ha abandonado los cimientos que deberían ser sólidos y solo se preocupa de la fachada, del brillo de lo exterior, la megalomanía que parece envolver todo en un aparente y frágil celofán.
No les deseo que tengan una experiencia similar, por razones obvias, pero sepan que nuestro cacareado prestigio cosmopolita se da de bruces con un solo habitáculo de la Comisaría de Polícia Nacional. Como para llorar por ello.

Ana  María Mata 
Historiadora y novelista        

4 de agosto de 2018

PAISAJES CONTRASTADOS


Sabemos que la amplia geografía de nuestra piel de toro es de las más variadas de Europa y su litoral rico en contrastes y rincones diferenciados. De Norte a Sur y de Este a Oeste, España desarrolla una urdimbre de tierras y paisajes tan diferentes entre sí como la población que la habita.
Me gustaría analizar hoy las existentes entre dos núcleos que las circunstancias vitales me han llevado a conocer bien.
Playa de Amio. Pechón
Desde hace muchos años cada verano la familia entera hacemos maletas y retomamos una y otra vez el camino del norte. Allí, entre Asturias y Santander, un rincón exótico y verde, recoleto y de nombre curioso nos espera para regalarnos una vez más todo lo que le pertenece por derecho de la caprichosa naturaleza. La belleza de su vegetación, arboleda, flores y acantilados es tan especial como el nominativo que nadie sabe de que manera le fue adjudicado: Pechón es un pueblito pequeño, circundado por dos grandes rías, Tina Mayor y Tina Menor, que se yergue humilde y orgulloso a la vez en una colina cuyos pies desembocan en un Cantábrico generoso que da forma en sus playas a formaciones rocosas como la muy bella denominada El Castril.
El paisaje divisado desde su punto más alto es de una belleza espectacular que  deja al visitante con un gesto de asombro, cuya desaparición solo llegará a fuerza de repetidas visitas.

Todo sería perfecto en estas vacaciones norteñas, si no fuera ¡ay! por la presión a que el tiempo nos somete. El climatológico, me refiero. Los dioses debieron pensar que lo ab soluto solo a ellos pertenece y consintieron en donarle una variadísima ración de nubes, tormentas, lluvia fina y gruesa…en general de días otoñales en pleno mes de julio.
Nada es perfecto, dicen ellos, en su  encomiable aceptación al cubrirse con chubasqueros y paraguas, mientras contemplan como el cielo sigue gris oscuro sin ánimo de ayudar al veraneante.
Me admira el carácter del paisano norteño, renqueante ante las tormentas, pero sin resignarse a que un chirimiri pegadizo les estropee su día de juegos en la playa, adonde se dirigen con presteza aunque lo hagan con un paraguas en la mano.
Pechón es la balanza de mis divagaciones paisajísticas. Mientras en mi lugar de origen sudaban la gota gorda y corrían como almas que lleva el diablo a playas y piscinas, en mi rincón de aislamiento, la gente comenta con naturalidad el bello “orballo” que riega sin cesar sus prados, suspiran mirando el cielo, pero sin perder la sonrisa, resignados a perder momentos playeros a sabiendas de que ello servirá para que el verde lo sea más intenso aún con cada gota que caiga.
Cuando alabamos los de fuera  sus frondosos bosques de árboles y helechos, la sensación selvática algunas veces sentida entre ellos, siempre hay alguien que con voz pausada paro firme exclama : Para que existan hay que pagar una cuota a veces dura, y esto es el aguacero intermitente.
Paya de las Arenas. Pechón (Foto: Pablo Sánchez Reque)
Tienen razón. Su paisaje es tan diferente del sureño, tan excepcional para alguien de la meseta, de los páramos interiores, que lo menos que nos piden es comprensión para entender como puede llegar a formarse una frondosidad tan inhabitual por nuestras tierras.

España múltiple y rica en excesos de todo tipo. También la forma de ser de los nacidos en una u otra región lo proclama. Frente a nuestra exuberancia verbal, la algarabía que nos arrastra a veces, ellos representan el contraste modular en sus voces, la sonrisa frente a la carcajada.
Extraordinario país donde se puede pasar en un mismo tiempo del verano de fuego a un invierno suave, lleno de esperanzas. Alegría de paisajes contrastados.
                                                                                                
Ana María Mata       
(Historiadora y Novelista)

2 de julio de 2018

EL ESTADO DE LA CIUDAD


Uno de los escasos  triunfos que se obtiene con los años es el derecho al escepticismo. Un escepticismo ganado a pulso a fuerza de desengaños, mentiras y falsedades en torno a cuanto rodea la vida cotidiana. No digamos nada de la vida política, eje principal sobre el que descansa la falta de confianza y el sentimiento de frustración.
Hoy por hoy, nadie  me hace creer lo que los partidos pretenden: que no existe error alguno en sus propias filas, ni mérito alguno en el adversario. Con estas dos premisas se mueven entre ellos criticándose mutuamente los logros, y dejando al personal asombrado de su desfachatez. La de los dos, que en esto no existe diferencia apreciable en ninguno, cada cual dispuesto  a convencernos de ser el mejor, y para ello, la eficacia –creen-, es hundir al contrario.
El Ayuntamiento de Marbella celebró el pasado jueves el debate sobre el Estado de la Ciudad, y esta sesión, obligatoria para las grandes ciudades, sería el momento ideal para sacar a la luz las fortalezas y debilidades del municipio, y de acuerdo con ello, establecer líneas de acción en las que se planteen objetivos colectivos y soluciones a los asuntos más importantes.
Sin embargo, y de acuerdo con las primeras líneas escritas, el debate se convirtió en una merienda de negros, en argot popular, o dicho de otra forma, en visiones unilaterales de los problemas del municipio, sin concesión alguna a la autocrítica o la mínima al adversario. De tal manera, que los intervinientes parecían vivir en dos ciudades diferentes: la primera hundida hasta que llegó la moción de censura, sin concederle ninguna acción favorable a quienes ocupaban el sillón municipal y la otra, afirmando que la de hoy es una ciudad sucia, insegura y sin rumbo, regida despóticamente por quienes ahora son sus gobernantes.
Mientras, los asuntos auténticamente necesarios de resolver, cuyas denominación hasta un niño de pecho conoce, léase ampliación del Hospital Comarcal, necesidad de ambulatorios nuevos, problema de arenas en las playas, solución a la bocana del puerto pesquero, falta de colegios…y algunas más menos urgentes, quedaron en el aire impregnado de insultos y ataques mutuos, como si de un partido de fútbol se tratara.
Me pregunto si los políticos, intervinientes o no en el debate, se darán cuenta de lo que significa para la ciudad y sus ciudadanos ese tipo de actitud, que ya parece una regla rígida e inamovible en la política, que la denigra y hace que los problemas se eternicen mientras unos luchan contra otros en una orgía de desencuentros.
Es triste que todo se reduzca a eso, copiando, es cierto, lo peor del parlamento tanto autonómico como nacional. Si en algo debería diferenciarse la política municipal de la de sus hermanos mayores debería ser en la facilidad para conseguir consensos a partir de necesidades urgentes, concretas, y cercanas de los vecinos.
  Creo que es fácil de comprender el inicio de este artículo cuando escribía sobre el escepticismo. En estas condiciones y con estos “parlamentarios” ya me dirán si merece la pena molestarse en saber cuales son sus requerimientos y las respuestas. Dicho de otra forma: Quienes de los que intervinieron fueron más locuaces en sus críticas y quienes más desmelenados y feroces.
Tal vez ustedes quieran mantener así y todo, la esperanza. Permitan que el escepticismo siga gobernando mis días.                                                   

Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)

16 de junio de 2018

ABUELOS

En aquellos tebeos de PULGARCITO, placer de nuestra infancia y adolescencia, el genial dibujante M. Vázquez creó un personaje especial, dentro de la viñeta conocida como “La familia Cebolleta”: el abuelo. Con larga barba, bufanda, bastón y pie escayolado, el abuelo Cebolleta intentaba una y otra vez relatar a cualquiera que se le pusiera por delante una o dos de sus innumerables “batallitas”, en las cuales era prolijo y concienzudo, razón por la que acostumbraban a huir de él en cuanto le veían aparecer por algún rincón.
Esa imagen del abuelo-batallita se configuró como estereotipo hasta finales del XX, y comienzos del XXI cuando las cosas empezaron a tomar un rumbo diferente. Hasta entonces, los abuelos eran personajes entrañables, pero apartados de la circulación por sus achaques, y en el caso de ser hablador alguno de ellos, por sus batallitas. Se temía el recuento imparable de las hazañas, que se suponía ellos exageraban, y las retahilas de sus vidas anteriores, en ese afán de recordar que la edad avanzada propicia sin remedio.
Se les apartaba de los actos cotidianos, y se acostumbraba a sentarlos al sol en invierno, y a la sombra en verano, mientras los buenos hijos se preocupaban de que tomaran su sopita caliente, su maizena de noche, y un cigarrito de vez en cuando a los varones.
Las abuelas que no habían perdido visión hacían croché para colchas de novias, cortaban las hebras de las judías verdes y a lo mucho mecían con placidez al recién nacido en la cuna.

La Familia Cebolleta

Pero como hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad, la época nueva ha barrido de un soplo esas imágenes que teníamos congeladas en el subconsciente, y ha hecho surgir una generación de abuelos tan distintos, que merecen que les dediquemos al menos estas páginas.
Los padres de hoy trabajan los dos, por lo general, y tienen menos descendientes. Pero los que tienen (habitualmente dos) necesitan a alguien que los cuide mientras sean pequeños hasta que aparezca uno de los progenitores de vuelta del trabajo.
Se empieza por ahí, por la necesidad, y poco a poco se va alargando el tiempo hasta que la inercia y el cariño de los ya viejos, les hace retener a la prole horas y horas, además de darles, y hacer antes, la comida, llevarlos y traerlos del colegio, pasear al bebé por el parque y entretener al mayorcillo, si hace falta jugando con él al fútbol como en los viejos tiempos de antes.
Con la crisis, hubo un importante factor añadido: la falta de trabajo. La economía cayó hasta límites insospechados, y dicha situación obligó a los “yayos” a repartir la pensión con la familia al completo. Gracias a la paga de los abuelos muchas familias españolas han podido seguir alimentando a sus hijos en los años anteriores, incluida la compra del zapato de tenis, el chaquetón o los pantalones vaqueros.
Los abuelos han pasado a ser, de  aquellos retratados en la familia Cebolleta, a unos activos incondicionales a los que -imagino- ya hasta se les permite contar alguna que otra batallita, con tal de que siga colaborando en el planning familiar.
Con lo que no se ha contado, me atrevo a imaginar, es con el cansancio, incluso el agotamiento, de una abuela, por ejemplo, que además de hacer la compra semanal, carrito a cuestas pos las calles, hacer la comida para todos, limpiar lo imprescindible o pasear al bebe y recoger a los niños del colegio, además, decía, tenga algún que otro plan con alguna amiga de su edad para merendar o ir al cine.
Se ha pasado de los abuelos inmóviles a los todo- terreno que jadean presurosos para llegar a todos los sitios donde son necesarios.
Y lo penoso, sin querer ser agorera, es que se les pide que no enfermen. Porque de hacerlo, y con cierto rubor moral, pero certeza, se comienza a mirar la cercanía de un lugar destinado a llevarlos.
Triste final de un circuito del que el abuelo Cebolleta se libró por la magnanimidad de Vázquez, que retiró sus viñetas antes.

                                                                                                 
Ana María Mata    
(Historiadora y Novelista)

2 de junio de 2018

HUELE A FERIA

En el preciso instante en el que la celinda de mi jardín comienza a florecer con la pasión de un joven voluptuoso y las azucenas emergen como blancos soldados en guardia, advierto que San Bernabé nos apremia con deseos de jolgorio y anda cercano el día en que lo veamos en andas. Huele a Feria. El perfume anunciador de las flores es tan fiel como la belleza que nos regalan. No se equivocan nunca y por eso mis viejas neuronas se ven obligadas a conmoverse como si cada una de ellas y todas en rebeldía, decidieran revivir el pasado. Las muchas ferias vividas. Los cambios, las variaciones tan ostentosas. Lo imperturbable de una esencia común, a pesar de ello.
Junio le otorga a Marbella la capacidad de disfrazarse. La oportunidad de cambiar su ropaje cosmopolita por el traje de pueblo. Ese traje que no hemos querido perder y tenemos guardado en la buhardilla de nuestros sentimientos. Todo aquello que fuimos con gozo en el paraíso de la infancia cuando nuestra mirada era transparente y el corazón un caballo que tendía a desbocarse.
Marbella se viste de pueblo. Y tras el ropaje aldeano y las alpargatas de cáñamo comenzamos a vislumbrar el ayer que subyace bajo las tremendas capas del ahora. Aparece Rafael el de las barquitas, con o sin su hijo Eleuterio (audaz y bello mancebo cuya figura nos hacía volver a ellas una y otra vez), y Angelita, su mujer, balanceando rítmicamente con sus manos nuestra barca. Cerca de él, el blanco  puesto de turrones y frutas endulzadas, con sus propietarios saludándonos uno a uno y reconociendo nuestros nombres. Un poco más allá la pequeña Ola que por primera vez tuvimos y se instaló en la Alameda. Mirándose, la caseta oficial, en la que al anochecer una bella y esbelta animadora apretaba entre sus labios el micrófono para balbucear con toda intención “Bésame, bésame mucho…o “Aquellos ojos verdes…”. De golpe, la brillantez de los fuegos artificiales, el estruendo de la traca, la imagen del Pendón  en el balcón municipal rodeado de cabezas enormes bajo las cuales, gigantes y cabezudos saludaban al personal y anunciaban el comienzo de unos días distintos.
Días en los que  el estruendo de las tómbolas se confundía con la música del teatro de Manolita Chen, o las del circo, instalado frente al hotel El Fuerte, blanco el payaso inteligente, lastimero y tontuno el otro, peligroso el trapecio, divertido los equilibristas. Había que trepar después a lo más alto de la cucaña, conseguir la cinta bordada por las admiradoras para la carrera de bicicletas, ser el primero en la carrera de sacos.
Todo cabía en  la Alameda, durante muchos años espacio destinado a nuestras ferias de niños. Cabían los puestos de venta de pulpo asado y gambas cocidas, de algodón rosado repleto de azúcar, de collares y pulseras, de pipas y patatas fritas. Creo recordar que no cupieron ya los coches de choque la primera vez que vinieron, y entonces hubo que bajarla abajo, a la Avenida de los “enamorados”, el solar, raso por entonces, que servía para los encuentros furtivos de las parejas incipientes, para besos rápidos concedidos en la obscuridad, los tanteos fugaces, asustadizos, pecadores.
No había en aquellos años procesión del santo, la devoción vino más tarde con los Romeros, que sacaron a san Bernabé del letargo del altar a los hombros de los jóvenes entusiastas. Terminaba la feria con la romería al Campamento Vigil de Quiñones, niñas vestidas de faralaes, jóvenes empezando con la moda de las sevillanas…alboroto de tres o cuatro días en los ojos cansados de quienes la habían vivido a fondo.

Las niñas teníamos tres trajes distintos, el de cuadritos de tela de vichy para la víspera, el día 10, el recién estrenado, de organdí o piqué bueno, para el 11 y el del año anterior para el tercer día. Sin posibilidad de cambios ni alteraciones. Era un ritual aceptado, asumido con la alegría que proporcionaba saber desde antes que olía a feria, que teníamos al fín algo que celebrar mientras esperábamos que llegara la Virgen del Carmen y bendijera el mar, para poder ir a bañarnos.
La Feria era el Ecuador de nuestros años infantiles, la semana en la que gozábamos de la escasa libertad horaria que nos permitía el férreo orden familiar.
Fuimos felices, porque no ambicionábamos otra cosa. Lo que llegó después nos cogió por sorpresa. Como una avalancha, como un alud. Pero a pesar de todo lo obtenido con el turismo y los tiempos modernos, con la diversidad festiva de la Marbella de hoy, estoy segura de que habrán muchos que recuerden la sensación especial de las barquitas de Rafael y añoren el soniquete musical de la compañía de Manolita Chen.
                                                                                                         
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)

14 de mayo de 2018

BANDERAS AZULES

Rodeada de discusiones paralelas, como suele ser habitual entre los actuales mandatarios del consistorio y la oposición, que no pierden ocasión de culparse entre ellos, nos llega la noticia de las banderas azules para las playas del municipio concedidas este año. Al parecer se pierde alguna ( bajo la perspectiva política del adversario ya estaba perdida desde antes) y se logra otra nueva también.
Batalla entre banderas, por tanto, en la que cada cual quiere salir ganador a fuer de conseguir el derrumbe del oponente y dejarlo por mentiroso. Da igual. Hemos llegado a un momento en el que ninguno de los dos nos merece la credibilidad suficiente como para hacerle caso.
La reflexión importante desde mi humilde perspectiva es una diferente en relación con la consecución de las banderas azules. Me pregunto, entre curiosa y extrañada, cuales son las verdaderas causas objetivas que llevan a un jurado, que se le presume conocedor del asunto, a otorgar dichas banderas. Mejor dicho, se conocen algunas de las condiciones para ser alcanzadas, pero ignoramos si otras, de auténtica relevancia, son tomadas verdaderamente en cuenta.
La cuestión de las playas es un tema tan evidente que cualquiera puede sacar por si mismo sus conclusiones. Para hacerlo, solo hay que dar un paseo por las del centro de la ciudad, con un poco de calma y sin ánimo de enfadarse. Digo esto, porque es lo primero que se siente en una simple y fugaz visión. Enfado. Impotencia. Necesidad de preguntar en alto, como quien se libera de un nudo estomacal, como es posible que estas sean de verdad las playas que Marbella presenta como testimonio de su cacareada ruta veraniega y  la “belleza” de su litoral.
El mar puede aparecer impertérrito y bellísimo como arquetipo mediterráneo. Con olas o sin ellas, su color invita a la inmersión y al relax. Pero estas olas y esta espuma avanzan con su acostumbrada monotonía hacia ¿donde ¿  ya que la arena sobre la que debería reposar en gotas susurrantes, brilla por su ausencia.  Unos metros muy escasos de ella acoge como puede esta agua que viene de lejos para recrear una playa inexistente.
La playa sucumbió a los temporales, como cada año, dejando en su lugar, además de unas vacilantes tumbonas, un pedregal inhóspito, hecho de rocas y piedras cortantes, afiladas como cuchillos, donde ningún humano puede colocar un pie.
La realidad es mucho más precisa, sin adjetivos ni metáforas. El centro de Marbella no tiene hoy por hoy una playa que pueda llamarse con tal nombre.
Dicen que en breve llegarán grandes camiones cargados con arena de otros lugares que intentarán paliar la pérdida de las playas y ocultar los pedruscos. Antes de que el gentío abarrote la ciudad y se de cuenta de que todo es una farsa. De que infelices familias observen que no hay lugar para sentarse con la sombrilla si no es en el agua misma.
La pregunta que enlaza con el principio es claramente cual es el criterio para conseguir una bandera azul.
Si fuese racional y objetivo pocas playas de nuestro municipio lo alcanzarían por mucho vigilante en su torreta que coloquen, y muchos barcos a posteriori recogiendo las natas y suciedad flotante.
Es deprimente la situación de las playas en una ciudad que se presenta como adalid del turismo y presume de marca consagrada.

Junto a la vergüenza que me da escribir sobre las playas, observo que todo eso de las banderas, no deja de ser un tupido velo de burocracia y administraciones para encubrir lo único que de verdad hace falta: espigones que conserven la arena .
No está siquiera en los presupuestos. A un año le sigue otro igual. Nos engañan como chinos. Aunque nos concedan banderas.

                                                                                  
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)

30 de abril de 2018

TITULOS Y DIPLOMAS


Alberga mucho la naturaleza humana de necesidad de reconocimiento, de saberse aceptado, comprendido y a ser posible, admirado. Para conseguirlo vamos acumulando lo que consideramos méritos, en un intento de alcanzar el deseado efecto adulatorio general. Todo ello genera, en ocasiones un cúmulo de artificio del que quizás no seamos verdaderamente conscientes, pero que puede acabar, en el peor de los casos en rifirrafe innecesario.
 Díganme si no la necesidad apremiante que puede tener un licenciado en Derecho de poseer, además del título que lo avale como tal, un sin fin de diplomas adicionales que lo acrediten en tantas especialidades como asignaturas ha estudiado mientras cursaba la carrera en cuestión. O títulos de Universidades paralelas dando fe de haber asistido, cual alumno aventajado, a cursos iguales pero con nombres distintos de los que ofrece su facultad primigenia.
Ganas de complicar, o como diría un mal pensado de sacar dinero por parte de las entidades públicas y privadas, en lugar de tratar de perfeccionar su funcionamiento en un justo porcentaje de alumnado, profesorado y burocracia.
Lo último hasta el momento ha quedado en el Máster cuasi obligatorio para poder presentar un curriculum que merezca la pena. La moda americana del máster se impuso con fuerza hace años como mala copia de los estudios de post-grado en universidades como Yale o Berkeley, famosas por el elevado índice de Tesis doctorales laureadas.
En España la “titulitis” es un fenómeno que nos retrata desde antiguo, como colofón del viejo refrán que dice que la apariencia es el factor principal, mayor que lo natural e incluso real. Nos sumamos al carro de las enmarcaciones de diplomas como niños que coleccionan  cromos, y para verificarlo, recuerden una sala de espera de médico o abogado joven, donde las paredes carecen con ellos del temido “horrore vacui”.
La avaricia de títulos, colgados o apilados en cartera está terminando por romper el saco de muchos de los apresurados estudiosos o compradores de los mismos, y como  muestra el botón actual de lo ocurrido a la presidenta de Madrid, es la demostración palpable de dicha avaricia.
¿Creen de verdad que necesitaba la señora Cifuentes para gobernar mejor la comunidad un nuevo máster que añadir a su colección de diplomas?  ¿Es que con él tendría más claridad a la hora de emplearse a fondo en dicha gobernación?   ¿Cuál fue la intención de perseverar en su afirmación de haber realizado el trabajo encomendado después de la negación de profesoras de haberlas examinado? Absurdas respuestas a un igualmente absurdo asunto del que era difícil salir sin consecuencias.
La aseveración rotunda y un poco chulesca de la interesada tratando de hacer ver que el título en cuestión le pertenecía y manteniéndose en sus trece cuando ya la evidencia la condenaba, ha originado uno de los episodios más patéticos de los ocurridos últimamente en cuanto a degradación política nacional. El partido que la ha sustentado ha demostrado no poseer en absoluto altura de miras y se ha visto involucrado por su ineficacia.
 Que haya sido un todavía más rocambolesco tema el detonante de la detención no altera la indignación popular por tan alto grado de mentiras y tiempo perdido, apariciones televisivas y rollos de tinta gastados en el tema, mientras cuestiones más acuciantes esperaban en la comunidad de Madrid, y por desgracia, en el resto del país.
Seguimos siendo en ocasiones el país de pandereta que confesara Machado y parece que de tanto en cuando necesitamos fanfarria para sentirnos vivos y en alerta.
Nos vendría bien  un máster en racionalidad.
                                                                                          
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)

17 de abril de 2018

RUMORES


La rumorología no siempre coincide con la verdad, aunque a veces, acaban en ella, suele decirse entre los periodistas que, por regla general, suelen hacerle caso. A pesar de ello, me entristece que algunas noticias relacionadas con el municipio sean objetos de rumores lejanos en lugar de llegar con la trasparencia que debieran. Y es que, en ocasiones, el ciudadano se hace preguntas que solo son contestadas a través de rumores o chismorreos.
Hoy voy a hacerme eco de uno de ellos porque afecta a un asunto del que acostumbro a escribir con cierta frecuencia.:la necesidad perentoria de una biblioteca en Marbella, y lo que supone que una ciudad como ella lleve largo tiempo con su carencia.
No conozco, lo digo abiertamente, ningún municipio cercano (algunos muchos más pequeños y con menos renombre que el nuestro) que carezca al menos de una biblioteca pública. Todavía más, las que conozco son edificios con solera y de una elevada prestancia. Marbella parece no necesitar el apoyo que los libros prestan al conocimiento y al acervo cultural de sus ciudadanos. O somos enciclopedias vivientes o nuestros mandatarios poseen un alto índice de necedad. Me temo lo peor.
Vayamos al rumor. Se dice que en el lugar que ocupaba hasta hace muy poco el Museo de los Bonsais, ahora clausurado, puede instalarse la esperada biblioteca, sustituyendo con ello, plantas especiales por libros. La noticia la he visto, incluso, escrita en algún periódico del ramo, ahora sí, en pequeñísimo formato, como si no quisieran darla. Lo he oído también de voces que considero informadas, pero en tono bajo y como al desgaire.
Imagino que la noticia, expresada así, puede corresponder a dos cosas: Una, que no sea cierto, y otra que quienes lo dicen piensen, como hacemos algunos, si de serlo, el lugar sería el más apropiado.
No por su ubicación, sino por las condiciones que, imagino ha debido tener el recinto mientras albergaba a esos árboles enanos, algunos de gran belleza. Condiciones que implicarían un grado de humedad alto, para su supervivencia, como casi toda planta que se precie. Y esa humedad habría de ser totalmente perjudicial en el supuesto caso de que decidiesen introducir en él los libros correspondientes.
Al ser solo un rumor que, al paso del tiempo parece no cumplirse, he decidido no preocuparme por ello, imaginando, de buena fe, que los implicados en el tema, habrán considerado lo de la humedad y demás consecuencias al margen.
No puedo, sin embargo reprimir una pregunta que como siempre, se escapa de mi cabeza al teclado: ¿Es posible que el Ayuntamiento de Marbella no encuentre un local adecuado al cabo de los años, para instalar en su interior una base de conocimiento y cultura tan importante? 

No creo que la creación de una Biblioteca digna fuese a significar el empobrecimiento de las arcas de la ciudad, más bien un gasto necesario entre los muchos que, entiendo, debe tener el consistorio. La extrañeza me viene de no haber visto reflejado en presupuestos anteriores partida alguna para ello, como si en lugar de un bien común cultural se tratase de una más de las muchas fanfarrias que a veces, nos vemos obligados a soportar.
Marbella no debería consentir que un elemento de ese calibre falte en su entorno si quiere merecer el título de ciudad completa y municipio destacado.

No solo de pan vive el hombre, dice un pasaje del Evangelio, y en esos términos, aquí tal vez poseamos ciertas cosas de relumbrón actual, pero siguen faltando las imprescindibles. Y una biblioteca, lo es. Algún día se darán cuenta del error.
                                                                                                       
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)