24 de mayo de 2014

LLEGA EL VERANO



(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express)
Apresuradamente este año. Sin darnos tiempo para disfrutar  de esa primavera que cada año perdemos un poco más. Las estaciones intermedias se nos diluyen a causa del cambio climático que no acabamos de comprender técnicamente, pero sí en la práctica.
Se instala el sol con todo su poderío y corremos a desempolvar el ropaje veraniego. Con placer, para qué negarlo, desnudarse es siempre más agradable que atiborrarse de trapos, cualquiera que sea el motivo para hacerlo…y aquí, en Marbella, abrigos y mantas son una auténtica pesadez, algo que nos molesta por lo inacostumbrado.
Llega para la ciudad el momento de la verdad, tras la antesala o prólogo de la Semana Santa. Esperamos mucho del verano, pero debemos darnos cuenta que también el verano espera mucho de la ciudad. Es importante recordar que al elegirnos como lugar, los que llegan lo hacen desechando otros que también les ofrecían promesas placenteras.
No olvidarnos de que el nombre de Marbella para quien lo escoge tiene resonancias especiales en el contexto turístico. Que no es lo mismo pensar en Marbella que en cualquier otra ciudad costera española. A nosotros nos piden más, y tienen razones para ello.
No es chauvinismo barato, ¡líbreme Dios de ello! Es puro pragmatismo. Ladran, luego cabalgamos, es decir, si somos la comidilla de la nación en televisiones y medios, si hasta para el robo hemos sido pioneros, si nos eligió la aristocracia mundial para plantar posaderas y quien arriva aquí no se va por mucho que lo echen, es por que algo debemos tener que nos hace exclusivos, distintos y preferentes.
Vayamos a las cosas buenas. La temperatura es un don de Dios, como el encuadre geográfico y sus bellos rincones. Todo lo demás depende de la propia ciudad y de quines la constituimos, mandatarios y habitantes. Depende de los que mandan, por ejemplo, las playas, punto primero de posibles conflictos. Tal vez al día de hoy no sea posible remediar esas instalaciones de chiringuitos casi entre la espuma del mar…ni ampliar la arena que perdemos con los temporales. Había que haberlo hecho antes, cuando se diseñó un paseo marítimo que arrancó parte de las playas ( La Fontanilla o San Ramón) dejándonos una tenue sombra para la hamaca imprescindible.
El agua debía ser transparente, y puesto que hay piedras en la entrada, al menos que se vean con nitidez, sin que las oculten plásticos, compresas, y artilugios semejantes. Antes la ensuciaban los espigones, o eso decían, y los quitaron. Ahora tenemos un tremendo rebalaje por falta de arena y objetos innecesarios y feísimos.
De alguien dependerá, imagino, el transporte público. Esa estación de Portillo, casi tercermundista, horarios incumplidos, falta de autobuses urbanos…un carril bici que al parecer no merecemos, convierten el tráfico en paranoia total.
Seguimos sin poder morirnos en paz, para no tener que obligar a familia y amigos a acompañar las últimas horas en un suplicio de tanatorios asfixiantes o aceras donde el calor o el frío se unen al duelo.
Foto Orfilo Aranda
Llegan imaginando a la ciudad soñada como un paraíso impecable de limpieza, cosa que a veces se cumple y a veces no, con la pena de que lo sucio llama la atención más que lo impoluto, y hacia esto último hay que tender. Temen nuestros precios porque alguna vez nos excedimos, y hay que demostrarles la gran variedad de ofertas, de bares y restaurantes asequibles y especialmente bien servidos, con algo que es impagable pero nunca se olvida, la amabilidad hacia el visitante.
Cierto que ofrecemos una alta gama de espectáculos, quizás la mejor del verano español, la de más categoría, cosa que seguramente conocen. Démosle también pequeños actos lúdicos para bolsillos menos afortunados, actos infantiles y deportivos que se amalgamen con el bastante amplio de los culturales.
El verano es nuestra reválida turística, el examen de estado que cada año hemos de pasar e intentar el “Cum Laude”. El prestigio siempre es susceptible de un descenso, y eso es lo que hay que evitar. Imaginemos a un amante al que deseamos retener, y que detrás de la esquina siempre le espera otra/otro posiblemente mejor.
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista

19 de mayo de 2014

A CARCAJADA LIMPIA



(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express)
Dice la Real Academia que la risa es un proceso biológico producido como respuesta a un estímulo agradable. Los niños ríen más que los adultos y no hace falta explicar el por qué. Los adultos reímos cada vez menos y tampoco habría que explicarlo: nos llegan escasos estímulos en lo cotidiano, especialmente en momentos como los actuales, donde todo son noticias deprimentes, aburridas y a veces hasta trágicas. Con esos estímulos negativos nuestros músculos faciales están a punto de sucumbir a la inanición, y si llegamos a concedernos una leve sonrisa podemos darnos, como solemos decir, con un canto en los dientes.
 Y sin embargo ¡que  placer encierra una buena carcajada! Supone una liberación momentánea de las tensiones, como si por un instante nos instalásemos en una burbuja o nube que flotara por encima de nuestro propio cuerpo. Algunos hablan de “destornillarse” y tendrían razón, porque músculos y articulaciones pierden su posición normal para acomodarse a lo que para ellos sería un estallido si no fuese por la brevedad.
Hacía tiempo que en los cines españoles no se oían tantas carcajadas casi al unísono. Tantas personas doblando la cintura mientras en la pantalla se exhibían uno tras otro los más relevantes tópicos que nos han ido caracterizando en el norte y el sur. En eso consiste el milagro, precisamente. En haber sido capaces de aceptar de lleno con una sonora carcajada esas manías que los antropólogos llaman caracteres y los sociólogos tipos, y que nos hacen ser como somos aún en su negatividad. Estereotipos que utilizamos a veces para fastidiar y otras para sentirnos identificados…hasta la náusea.
“España y yo somos así, señora” dijo Eduardo Marquina en labios del hidalgo protagonista de una de sus obras. Podíamos repetirlo hoy, porque lo que subyace en la celebérrima película de Martínez Lázaro es tan real como las carcajadas de los espectadores. Su reflejo en la pantalla grande, unido a la expresividad de sus personajes, especialmente la del malagueño Rovira, a sus tic, movimiento de ojos, y la belleza de paisajes vascos nos ha descolocado a los españolitos de bien, andaluces, vascos, y de todas las regiones que sepan mirar por encima de sus propias narices.
Resulta alentador que en el país del norte hayan reído también. Puede significar una amplitud de pensamiento y una apertura hacia los otros, hacia  los demás. Porque hasta no hace mucho daba la impresión de que para hacer caricatura de España bastaba con un torero, una mujer aflamencada, una guitarra y un “josú”. El tópico estaba servido. Los andaluces lo aguantábamos todo, y como pararrayos nacional hemos sido geniales.
 Hacía falta esa especie de confrontación de tópicos que los “Ocho apellidos vascos” presenta de manera tan divertida; por varias razones, y no es la menor la de llevarnos directamente a la carcajada incluso a quienes entramos en la sala de cine con recelo y aprensión.
Podía ser otra la de servir al país entero como una sección de risoterapia, método que empieza a estar en boga entre los psicólogos modernos. Y no lo es menos la de elevar las cifras de asistentes al cine de manera espectacular. El taquillazo creo que ya es el primero en la historia cinematográfica reciente.
La sociología podría decir mucho sobre todo esto. Sesudos señores que con nombres extraños y palabras ecuménicas nos podían hablar de la enorme lección que la peliculita de marras encierra. No hace falta que trabajen gratis, lo imaginamos: No hay nada más beneficioso para la salud física y mental que reírse de uno mismo. Aceptar nuestro gracejo pero también a veces, nuestro ridículo. La buena comida junto a sus excesos absurdos, la genealogía familiar como casualidad sin mérito, el ombligo como lugar más feo donde mirarse.
Gracias a quienes han hecho posible que el cine español repunte y que los españolitos de norte o sur aumentemos un átomo de nuestras neuronas inteligentes con esas sonoras carcajadas.
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista
  





6 de mayo de 2014

SIGILOS COTIDIANOS

1. Apenas la niebla


Detengo la bicicleta junto a la arena para escuchar el silbido de la neblina, que entra como un hálito frío por la bocana.  El tintineo de los mástiles comienza a marcar el ritmo: palmas de olas contra rocas, temblor de olas con olas, chapoteo de veleros blancos sobre el agua, mareando la marea que les sobra. Y de fondo, el ruido del horizonte: más veleros blancos, los pesqueros de vuelta.


Es la niebla de primeros de mayo, mar de nube baja que será mundana cuando toque tierra por el muelle. Penetra la ciudad por los puertos abiertos a poniente y exhala su sombra, como un rasgueo de guitarra que hila redes rotas. Hisham me cuenta, también quieto sobre dos pedales, que a las seis volvieron llenos los barcos, y a las siete la lonja ya está desierta Nos llega la afónica música de la puja mientras me clava la mirada, al grito ronco de los hombres vendiendo, y vendido todo el pescado solo huele el silencio pegado a las escamas. La Guardia Civil maullando por los alrededores, caen mil euros por un pulpo chico me advierte un Hisham que ya huye con su bicicleta, chirriando de óxido sus cadenas. Y sigue silbando la niebla, que va tocando en las puertas de los pescadores muertos, son toc tocs ahogados para que salgan de sus cuartos. Con los pedales trazando círculos lentos, paso mudo y vuelvo, vuelvo al negro silencio de las figuras que siestean en árabe. Susurros de cuartos quietos, de mar, de aparejos y aprietos, y más cuartos cerrados hasta el 27. A lo lejos fardos de redes pardas se amontonan ruidosos sobre la cubierta de traíñas acurrucadas, que en charla mansa se besan con el muelle, cubriéndose con esta neblina de mayo, y todas van girando los ojos al rodar líquido de mi bicicleta. Pasa la nube aprisa por las calles anchas de la ciudad nueva, seseantes pisos vacíos de gente de Madrid, los sótanos humedecidos de vado permanente, gira la bruma en la esquina de sus fachadas, y al crujir el sol se desvanece como todas las verdades juradas, deshecha por una brisa de rumores, esa vieja calima desdentada, y se adentra ya por la calle de la Media Mentira. Se colará como humo sin vida por las sigilosas calles del pueblo, exhalará por la calle Viento, hasta caer rendida ante la muralla, con el feliz redoble del tambor de un niño. Y ya imagino la nube de noche, puro vaho enmudeciendo secretos que se desvelarán como historias nuevas al amanecer, con la fuerza de callados corros sobre sólidos suelos de terracota, música incesante de mujeres amarradas a veleros blancos, como gaviotas mudas de aleteo cadente, con aire limpio del estrecho. Vuelvo mañana a por más música, sintiendo el aire frente al pedaleo, oyendo el incesante tintineo de los mástiles, muda escama de la lonja, el golpe de los mil euros, Hisham aullando sus cadenas. 


Y apenas, la niebla.  


José María Sánchez Alfonso.  Mayo de 2014