(Artículo publicado en el diario SUR el 15 de noviembre de 2012)
Los historiadores sabemos que el siglo XIX no
fue uno más en la historia de Marbella. Tal vez después de la Conquista de los Reyes
Católicos la ciudad sufrió una modorra existencial que, por otro lado, fue muy
general para la mayoría de pueblos del país, cuya tarea primordial era
acostumbrarse lentamente a pasar de lo medieval a unos parámetros modificados
donde la idea teocrática comenzaba a no ser tan relevante. En el XVIII Marbella
constituyó lo que se llamó Barrio Alto o Barrio de San Francisco y comenzó a
formarse otro núcleo urbano al otro lado del río de la Represa al que se llamó
Barrio Nuevo. Se construyó el Fuerte de San Luis como defensa frente al mar y
se amplió el Ayuntamiento agregándole un cuerpo lateral en 1779.
Lo que define por excelencia al nuevo siglo
XIX es el auge de las industrias del hierro, y en ese sentido (aunque algunos
difieran del dato) a la ciudad le correspondió la primacía de la primera
ferrería de España. Un hombre fue
decisivo: Manuel Agustín Heredia, nacido en Logroño y afincado en Málaga donde
llegaría a ser uno de los empresarios más importantes. En el periodo entre 1823-1850
se crea el denominado “Corral del hierro”, ubicado junto a la orilla del mar y
del que P. Madoz escribe que “se utiliza como depósito de hierro de fundición
para embarque”. En los años anteriores
inmediatos al turismo, se le llamaba “El Saladero”, edificación sin
valor arquitectónico, que recordaba el adelanto de la ciudad en la industria
siderometalúrgica. La ferrería creada por Heredia se llamó La Concepción, y a pesar
de haber producido a lo largo de los años 1844 y 1845 más de ochocientas mil arrobas
de hierro fundido, y dar trabajo a gran cantidad de obreros, el nuevo auge de
las ciudades norteñas españolas en siderurgia, y la escasez de madera para la
fundición hizo que encareciera el producto hasta el punto de tener que
cerrarla.
Aparece por suerte una compañía inglesa, la The
Marbella Iron Ore C. L. que se propuso reanudar las
actividades mineras con medios más modernos que los empleados por Heredia. El
12 de julio de 1868 Don Guillermo Malcolm
y Don Miguel Calzado, apoderados de la compañía inglesa, se dirigieron al
Ministerio de Fomento para demandar autorización y construir un muelle, que
fundamentaron en una serie de pilares de hierro macizo unidos con viguetas
también de hierro y sobre ellas un tablero de madera que serviría de soporte a
los raíles del ferrocarril minero. El muelle se introducía en el mar 281 metros. Comenzó el
transporte en 1872 y al ferrocarril se le llamó de San Juan Bautista.
Así nació la nueva imagen de la ciudad que
durante larguísimo tiempo fue recordada por nuestros mayores y transmitida de
viva a voz y con fotos amarillentas de padres a hijos con la nostalgia que
produce el haber sido testigo de un acontecimiento de primera magnitud.
Bombines y sombrillas femeninas aparecen en las fotos paseando con orgullo
sobre las maderas del muelle, conscientes de lo que significaba para el pueblo
agricultor y todavía en ciernes, poseer un artilugio que pocos podían reseñar
en su haber.
Aunque fue desmantelado en 1934, algunos
restos permanecieron como reliquias testimoniales y nuestra infancia se llenó
de emotivos reductos que, como relatos, nos contaban cada vez que los restos de
mineral introducidos en la arena gris, evocaba al familiar que nos acompañaba
un pasado glorioso.
La mina de hierro magnético de El Peñoncillo
continuó generando mineral que era transportado por cubetas hasta las torres
del Cable. Una de ellas queda aún como símbolo histórico.
Queda por decir, para quienes insisten
absurdamente en nuestros orígenes como “pequeño pueblecito de pescadores”
–siempre en términos peyorativos de pobreza y desvalorización-, que repasen al
gran cronista F. Alcalá o estudios posteriores antes de hablar de lo que no
conocen. Porque siempre en el recuerdo nos quedará como prueba El Muelle de
Hierro.
Ana María
Mata
Historiadora y novelista