17 de abril de 2017

AVALANCHA HUMANA

Suele ocurrir de año en año: No más la Primavera asoma su gracioso piececito (cual Cenicienta enajenada) por estos lares,  dos fenómenos paralelos pero no contrarios se manifiestan en ellos. Abril, a pesar de los malos augurios que T. S. Elliot pronosticara sobre él, nos ofrece la realidad de esos hechos, tan significativos como beneficiosos para quienes habitamos en la vieja piel de toro que es nuestro país.
El primero se manifiesta de forma religiosa o devota; el segundo, más terrenal, con apariencia de idolatría. Juntos, toman la exteriorización de tsunami humano, de avalancha gigantesca que desborda el lugar donde aparece.
Como algunos ya habrán imaginado hablo de la Semana Santa y del sol. España se moviliza en estos días como si absorbiera por entero el tan recordado “espíritu cristiano de occidente”, a favor de una liturgia especial donde el barroco impone sus normas, la Iglesia su dirección y los humanos el fervor que llaman popular. Las imágenes embellecidas hasta límites insospechados, con exceso de oros y platas, bellas flores y ardientes costaleros, inundan las calles de nuestras ciudades en un afán de superación amorosa digna de estudio. Los cofrades lloran, sudan, sufren si les sale mal, se agitan y tratan de que su Señor o su Virgen sea la más aclamada de toda la semana en cuestión.
Los fieles espectadores, atentos al redoble del tambor, corren y buscan el lugar exacto donde poder emocionarse con la belleza y el adiestrado movimiento de los costaleros, con la altura desde la que su imagen preferida parece hablarles solo a ellos, mirarlos, agradecerles su presencia.      
Constato que la Semana Santa española, y en especial la andaluza, está en alza, más en auge que nunca, quizás porque los tiempos de hoy son más propicios a la fe que los anteriores de excesivo bienestar económico y material. Tal vez porque cuando las temperaturas suben los ánimos se enaltecen y las acompañan en su recorrido. Sea como fuere, Marbella en concreto es como una enorme riada de peregrinos que buscan la devoción y de paso…un poco de idolatría al segundo factor del que vengo hablando:
El Sol. Lo escribo con mayúsculas porque así deben sentirlo ellos, los que si pudieran lo beberían a sorbos en el caso de que fuera líquido. Los adoradores empecinados que queman sus pieles en su fuego, como si alguien pudiera robárselo, como previendo que un día de golpe pueda enfadase y decir “au revoir” para siempre.
Playas hacinadas que dan la impresión de que agosto se hubiera adelantado. Familias completas con todos los artilugios que necesitan para el mar y la arena. Tempraneros que buscan el primer puesto cerca de la orilla, flotadores, pelotas, bikinis  por doquier.
La sensación maravillosa de poder contar al volver lo hermoso del paso del Nazareno y la agilidad de la legión junto al bronceado anticipado para presumir ante los amigos. Todo en uno, como las ofertas. Si para lograrlo hay que esperar dos horas de pié en una callecita el paso de los tronos, y resistir el frío del agua del mar cuando la piel quemada exige un baño, se espera y se resiste. Nuestra devoción beatífica va en consonancia con los rayos de sol y los grados de temperatura.
Al fin y al cabo algunos, los llamados panteístas, encuentran la divinidad en la naturaleza. No están, desde luego, muy lejanos el uno de la otra; ¿por qué el santo de Asís podía ver a Dios en un lirio del campo y nosotros no vamos a poder hacerlo en un montoncito achicharrado de arena?
En la noche estrellada de Sevilla o Málaga, el azahar pone su punto de olor para que todo parezca extraído del cielo. Nadie puede soportar incólume la conjunción de placeres ensamblados. Una saeta, el sonido del tambor lejano, los niños nazarenos felices, el rayo del sol que se siente en el rostro, una torrija y un pequeño vaso de vino dulce, son la antesala del paraíso…al menos del terrenal que dicen que perdimos.
Marbella ofrece su sol y unas temperaturas extras. La Iglesia sus imágenes dolientes pero bellamente engalanadas, y el personal añade su fe o su imaginación. Cada uno, al fin y al cabo, es dueño de su mente.
                                                                                              
Ana  María Mata
(Historiadora y Novelista)

5 de abril de 2017

ZONA AZUL

Confieso que soy defensora acérrima de lo que mi hijo, arquitecto, llama urbanismo y ciudades sostenibles, entendiéndolo como algo que no vaya a estropear el eco-sistema en el que nuestras vidas están ubicadas.
Desde ese punto de vista, lo ideal sería que los ciudadanos de hoy nos mentalizáramos en lo provechoso que resulta el movimiento de piernas y pies para movernos de un sitio a otro, como también el uso sustitutivo del automóvil por la sencilla bicicleta, más deportiva, más ligera, y especialmente, menos contaminante.
Ocurrirá en un día no lejano que España se moverá mayoritariamente a golpe de pedaleo constante, y llegaremos a emular a Holanda y Dinamarca, líderes del asunto. Pero mientras eso acaba por triunfar - zoquetes, como a veces somos en toda innovación- las distancias debemos cubrirlas con el coche, y eso parece que siguen pensando los vendedores de los mismos, a tenor de la ingente publicidad que introducen una y otra vez en  televisión y demás medios.       
Ocurre que el vehículo cerrado necesita en un momento dado que se le aparque para realizar gestiones, trabajos diversos, compras, etc…y aquí encontramos el motivo de este pequeño artículo de hoy. Aparcamientos. El eterno problema del conductor. ¿Dónde aparco que no me cueste un riñón? Hace uno o dos años nos ofrecieron la solución, o eso decían.  Zona Azul. Pintadas en el suelo y movilidad del aparcante. Nos parecía lógico, a unos más que a otros, pero solución al fin.

Y hete aquí que con la experiencia llega el tío Paco con sus rebajas. Me explico. Usted pone el coche en un aparcamiento donde funciona la zona azul. Se acerca al parquímetro o monolito para pagar. Se detiene y trata de pensar cuanto tiempo va a tardar en la gestión que le ocupa. Imposible adivinarlo si se dirige, por ejemplo a un centro de la Administración. Allí tienen un cálculo del tiempo distinto y personal. Coloca en el parquímetro lo más de acuerdo con su imaginación. Dos euros, a lo más tres: no voy a tardar tanto…pero tarda un cuarto de hora más, y corre como alma que lleva el diablo hacia su coche. Papel en su parabrisas. Regalo de la zona azul. Multa de 50 euros. Si la paga, antes de no sé cuando, 25. Eso sí, primero deberá ir al Banco o entidad que ellos disponen. Luego a otro a pagarla, siempre en las horas fijadas, ni antes ni después, con cola normalmente. Y con suerte, la gestión que a lo  mejor era intrascendente, se transforma en una semana de idas y venidas, además del robo a su bolsillo.
Extralimitación de funciones. Eficacia exagerada. Robo descarado de la empresa que lleva el asunto este de la zona azul. Una cosa es dejar el coche allí todo el día o toda la mañana y otra el celo de los guardas en  espiar al vehículo pasados los primeros dos minutos de tardanza.  
Eso no es servicio al ciudadano, eso es tomarnos el pelo y recaudar a nuestra costa mientras el Ayuntamiento no licita zonas libres para aparcar aunque sean fuera del centro, sin necesidad del rótulo azul y de la excesiva rapidez del guarda de turno.
Una ciudad que se precie debe contar con suficiente espacio para que los residentes y turistas puedan aparcar sin que les esquilmen, y den mala fama a dicha ciudad.  Los aparcamientos privados poseen unas tarifas de  infarto, y mientras sigan así seguirán como están algunos, vacíos a todas horas.
Imagino que nuestra ciudad habrá hecho un estudio, no solo recaudatorio y de marketing, sino también, de los requisitos que necesita para ser considerada como de primer orden en el Turismo nacional e internacional.  Uno de ellos se relaciona con el aparcamiento.
Y si les parece mejor, pues miren, hagan una campaña mayoritaria, extensiva e impactante a favor de la bicicleta, de sus beneficios, de su carácter ecológico, lo saludable y todo lo que se les ocurra. Empezando por colocar los carriles bici que hacen falta.
Todos nos sentiríamos agradecidos.

                                                                                               

                                                                                              
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)