Suele ocurrir de año en año: No
más la Primavera asoma su gracioso piececito (cual Cenicienta enajenada) por
estos lares, dos fenómenos paralelos
pero no contrarios se manifiestan en ellos. Abril, a pesar de los malos
augurios que T. S. Elliot pronosticara sobre él, nos ofrece la realidad de esos
hechos, tan significativos como beneficiosos para quienes habitamos en la vieja
piel de toro que es nuestro país.
El primero se manifiesta de forma
religiosa o devota; el segundo, más terrenal, con apariencia de idolatría.
Juntos, toman la exteriorización de tsunami humano, de avalancha gigantesca que
desborda el lugar donde aparece.
Como algunos ya habrán imaginado
hablo de la Semana Santa y del sol. España se moviliza en estos días como si
absorbiera por entero el tan recordado “espíritu cristiano de occidente”, a
favor de una liturgia especial donde el barroco impone sus normas, la Iglesia
su dirección y los humanos el fervor que llaman popular. Las imágenes
embellecidas hasta límites insospechados, con exceso de oros y platas, bellas
flores y ardientes costaleros, inundan las calles de nuestras ciudades en un
afán de superación amorosa digna de estudio. Los cofrades lloran, sudan, sufren
si les sale mal, se agitan y tratan de que su Señor o su Virgen sea la más
aclamada de toda la semana en cuestión.
Los fieles espectadores, atentos
al redoble del tambor, corren y buscan el lugar exacto donde poder emocionarse
con la belleza y el adiestrado movimiento de los costaleros, con la altura
desde la que su imagen preferida parece hablarles solo a ellos, mirarlos,
agradecerles su presencia.
Constato que la Semana Santa
española, y en especial la andaluza, está en alza, más en auge que nunca,
quizás porque los tiempos de hoy son más propicios a la fe que los anteriores
de excesivo bienestar económico y material. Tal vez porque cuando las
temperaturas suben los ánimos se enaltecen y las acompañan en su recorrido. Sea
como fuere, Marbella en concreto es como una enorme riada de peregrinos que
buscan la devoción y de paso…un poco de idolatría al segundo factor del que
vengo hablando:
El Sol. Lo escribo con
mayúsculas porque así deben sentirlo ellos, los que si pudieran lo beberían a
sorbos en el caso de que fuera líquido. Los adoradores empecinados que queman
sus pieles en su fuego, como si alguien pudiera robárselo, como previendo que
un día de golpe pueda enfadase y decir “au revoir” para siempre.
Playas hacinadas que dan la
impresión de que agosto se hubiera adelantado. Familias completas con todos los
artilugios que necesitan para el mar y la arena. Tempraneros que buscan el
primer puesto cerca de la orilla, flotadores, pelotas, bikinis por doquier.
La sensación maravillosa de
poder contar al volver lo hermoso del paso del Nazareno y la agilidad de la
legión junto al bronceado anticipado para presumir ante los amigos. Todo en
uno, como las ofertas. Si para lograrlo hay que esperar dos horas de pié en una
callecita el paso de los tronos, y resistir el frío del agua del mar cuando la
piel quemada exige un baño, se espera y se resiste. Nuestra devoción beatífica
va en consonancia con los rayos de sol y los grados de temperatura.
Al fin y al cabo algunos, los
llamados panteístas, encuentran la divinidad en la naturaleza. No están, desde
luego, muy lejanos el uno de la otra; ¿por qué el santo de Asís podía ver a
Dios en un lirio del campo y nosotros no vamos a poder hacerlo en un montoncito
achicharrado de arena?
En la noche estrellada de
Sevilla o Málaga, el azahar pone su punto de olor para que todo parezca
extraído del cielo. Nadie puede soportar incólume la conjunción de placeres
ensamblados. Una saeta, el sonido del tambor lejano, los niños nazarenos
felices, el rayo del sol que se siente en el rostro, una torrija y un pequeño
vaso de vino dulce, son la antesala del paraíso…al menos del terrenal que dicen
que perdimos.
Marbella ofrece su sol y unas
temperaturas extras. La Iglesia sus imágenes dolientes pero bellamente
engalanadas, y el personal añade su fe o su imaginación. Cada uno, al fin y al
cabo, es dueño de su mente.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)