Solo hace falta nombrarlo para
mentalizar de inmediato uno de los lugares emblemáticos de Marbella. Por muchos
motivos, algunos ajenos a su origen y a su historia, pero de importante
actualidad entre los que habitamos la ciudad.
En lo más alto de uno de los
campos que en el siglo XVII existían en Marbella, se encontraba el cortijo “El
Trapiche”, instalado como fábrica de azúcar. Durante muchos años ejerció como
tal hasta que distintos avatares condujeron a sus paredes a cambiar de objetivo
para transformarse en bodega donde se fabricaba un excelente vino moscatel. Las
vides eran abundantes en la ciudad desde tiempos lejanos, y en documentos
históricos desde Al Idrisi, el viajero contumaz, hasta García de Leña en el
siglo XVIII describían nuestra uva como “de color dorado, enjuto el hollejo,
algo puntiagudas y muy gustosas al paladar…”
El propietario del cortijo El
Trapiche era don Fernando Álvarez Acosta
que fue el impulsor del famoso vino, y cuya herencia recogería más tarde su
hijo don Mateo Álvarez Gómez. El vino
moscatel “El Trapiche” llegó a ser muy apreciado no solo en Marbella sino fuera
de nuestros límites y su secreto, según sus creadores era principalmente la
calidad de la uva, pasa y moscatel, y la limpieza de los bocoyes y demás
recipientes utilizados Igualmente era
necesario vigilar el proceso de fermentación del mosto, llegando a
proporcionarle incluso calor artificial mediante estufas cuando los inviernos
eran fríos, además de agregarle vino selecto de cosechas anteriores , “vino
maestro” y alcohol en dosis muy determinadas.
Un detalle interesante era que para clasificar los caldos se utilizaba
tierra de Lebrija y después, dos años de larga espera para embotellar.
En 1932, cuando don Mateo Álvarez
recibió la herencia, la viticultura, por desgracia empezó un proceso de
decadencia que se fraguó en los años siguientes por un conjunto de factores
negativos, entre los que estuvieron, las exigencias de los trabajadores y la
caída de los mercados por efecto de una crisis económica generalizada, que
llevó a su fundador a no tener materia prima para su industria y tener que
buscarla en otros pueblos. Mateo Álvarez resistió hasta los años cincuenta en
que clausuró la bodega y dejó de producir el famoso vino dulce moscatel de “El
Trapiche”.
Hasta aquí la historia más
reciente de un lugar cuyo nombre hoy es sinónimo de tristeza para muchos, y
para el pueblo, de abandono y dejadez total de la administración (Junta de
Andalucía y Ayuntamiento). Tristeza al observar que las altruistas intenciones
de su dueño, Mateo Álvarez Gómez al dejar a la Administración
Municipal en herencia El Trapiche con la única condición de que fuese construida en él una residencia
para ancianos, no se han cumplido ni tiene visos de cumplirse por el momento.
Sobre las ruinas de la famosa
fábrica de vino han estado durante décadas instalados con toda libertad los
coches de caballos y sus conductores como si de establos gratuitos se tratase.
Fue solo ante la presión de la familia Álvarez, heredera de don Mateo, cuando
en un prurito de quedar bien ante la población, el Ayuntamiento se interesó en
remover el asunto de la residencia. Si no recuerdo mal, se llegó incluso a
poner la “famosa primera piedra” (y la última por el momento) con fotos
adjuntas para que la ciudad advirtiese que lo del Trapiche iba por buen camino.
Del fallecimiento de don Mateo Álvarez
ha pasado el tiempo suficiente como para que la deseada residencia estuviese en
funciones y ayudase a los muchos ancianos sin medios económicos en los últimos
años de sus vidas. En momentos como los actuales, de aumento de la pobreza, sería
un alivio contar con un centro confortable que fue, además, cedido para ello.
El desinterés no tiene otros motivos que la falta de valor especulativo que una
residencia de ancianos posee.
Marbella puede tener muchos
valores, pero en lo social y humano, que no vengan los del glamour hablando de
cenas y galas y las autoridades asistiendo a las mismas con la palabra
“benéficas” sobre sus hombros.
Mientras El Trapiche siga como
está, sobran cenas con collares y falta verdadera solidaridad con los
necesitados que tenemos cerca.
Ana María
Mata
Historiadora y novelista