El momento actual puede no ser más que el
desahogo de la Naturaleza ,
harta del maltrato por parte de unos seres que se han creído dueños de
ella. La respuesta a nuestro desprecio
acumulativo y a nuestro desdén. Ahora ya
sabemos quien es quien en este valle de lágrimas. Toca, como si dijéramos,
humillar la cerviz y aguantar.
El planeta se ha encontrado de golpe con
el duro hecho de que un insignificante y
microscópico virus ha decidido entrar en
guerra con él, de manera fría y despiadada, con el único armamento de su propia
malignidad, pero con un poder superior a bombas y batallones.
Estamos inmersos en el fragor de la batalla.
Nuestro país está en el modo “Alarma” y la vida de sus habitantes ha tenido que
cambiar a la fuerza dando un giro mayor a los noventa grados. Se trata de
intentar cortar la línea de contagio a través principalmente del aislamiento.
Los llamados “grupo de riesgo” tienen prohibido salir a la calle y en conjunto el Estado ha decretado
una Cuarentena para quienes hayan podido tener contactos con cualquiera que
haya dado positivo en el tristemente célebre CoronaVirus.
El Gobierno tras intensas reuniones con
científicos, médicos, biólogos y analistas, ha ordenado unas reglas para que
sean cumplidas por los ciudadanos, de acuerdo con la intensidad de propagación
de la enfermedad.
La vida se nos presenta hoy con un equipaje
de miedos, rumores y advertencias contínuas, todas las cuales forman un nudo
gorgiano del que, aparentemente al menos, parece que no podamos escapar. Son
momentos duros, en primer lugar porque no se tienen otros anteriores en los que
fijar la mirada, son inéditos y hay que actuar casi en la cuerda floja. Los
medios sociales ayudan pero también complican el asunto. Excesiva información
puede volver loco al ciudadano, porque los contenidos que albergan son a veces,
a fuer de rápidos, confusos para el profano.
Las instituciones sanitarias, sin embargo nos
dicen sin ambages lo esencial que tenemos que hacer, y de manera específica
anuncian, o mejor, obligan a quedarse en casa, para que con menores contactos
físicos, la transmisión pueda ir disminuyendo.
Pero siempre hay quienes desobedecen por principio.
Hace unos días nos mostraron una playa de Levante completamente llena de gente
preparados para el baño y tomando el sol con toda tranquilidad. La imagen,
conociendo el contexto en el que se producía resultaba deplorable. Algunos
incluso se atrevieron a decir que para ellos
estas eran unas vacaciones adelantadas.
Una se pregunta si el mundo, o parte de él,
está lleno de idiotas y kamikazes frustrados,o es que hay grupos de
descerebrados pululando por nuestros lugares. Lo malo es que el daño pude revertir
en personas sensatas que cumplen como deben con el sentido cívico y les llega
los efectos de los otros sin poder hacer nada.
Es cierto que van a ser estas unas jornadas
difíciles en muchos aspectos, además del sanitario, pero nos va a enseñar que
hay prioridades en este mundo alocado donde la economía, por mucho que nos
pese, está , en relación con la salud, en un segundo plano.
Reitero mi idea inicial de que la pandemia es
una especie de “vendetta”. Hemos ido abandonando el cuidado del entorno, del clima,
de lo que enriquece nuestro organismo de manera natural para situar como Dios
al capital. Ahora no nos queda más que ser disciplinados, y si salimos de esta,
entonar un De Profundis o un Magnifica Anima Mea al Ser sobrenatural en el que
cada uno crea en su interior.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)